Desayunamos temprano y a las 10 am. encaramos la partida hacia Penguin, distante 250 kms.
Mi ocasional chofera va a trabajar a una granja con su visa Work and Holiday, moderno sistema de esclavitud para jóvenes ambiciosos que Australia “facilita”. Deben cumplir 3 meses mínimos de trabajos rurales, en jornadas de 12 o 14 horas, para acceder a un año de residencia. Para el segundo año, deben aprobar con 6 meses. Eso sí! Para aplicar a esta visa, debes ser universitario comprobado o recién egresado con título. Ella e Contadora Pública en su país, pero aquí le toca ponerle 3 gomitas a cada atado de espárragos que sus compañeras cosechan y otras embalan en cajas directas a las grandes cadenas de supermercados. Viven en cabañas comunitarias que pagan como si de hoteles 4 estrellas se trataran. Las incentivas con horas extras hasta el agotamiento, a sabiendas de las necesidades de los jóvenes orientales y latinos en su mayoría.
Puedes elegir cosechar kiwis, naranjas, huertas orgánicas, frigoríficos, limpiar fábricas o hundirte bajo tierra en las minas ( 2 semanas abajo, una arriba de franco).
Aunque a los adultos nos suene espeluznante, son miles los jóvenes que vienen a llevarse sus tres mil dólares mensuales. A los que deberán descontar impuestos carísimos y gastos de alojamiento, comida y entretenimiento. Más proratear pasajes aéreos para visitar la parentela en sus países de origen, cuando la nostalgia los agobia.
Después de cumplir 3 años de este régimen, si algún patrón te esponsorea (te represnta) puedes rendir unos difíciles exámenes de lengua, historia, geografía, economía y política legal australiana para acceder a la residencia definitiva, no a la nacionalidad!
Así y todo, se los ve felices, como escolares de campamento, justificándose “la experiencia”.
Todo esto me explicaba la malasiana antes de dejarme en la costanera de Penguin.
Me sacudí como un pingüino y encaré el nuevo pueblo con la gratitud de mi libertad y autosoberanía conseguida a pulmón y trabajo, quizás en otras condiciones, pero con idéntico espíritu de sacrificio en pos de un ideal de juventud.
Me habían recomendado visitar el Mercado de esta localidad, típico por la venta de artesanías y antigüedades. Ni lo uno ni lo otro, ya que al ser sábado, estaba cerrado. Solo funciona los domingos, y convoca a lugareños de varios kilómetros a la redonda.
Aproveché a caminar por la playa, aunque el viento no me la hacía nada fácil. Ni un pinguino a la vista, ya que solo se asoman de noche y según las condiciones de la marea. Me parece que solo es un speach para atraer turistas, y ante la decepción, cobijarse en las numerosas cafeterías que bordean el mar.
Persistí un rato más en la caminata, y fui descubriendo una sucesión de capillas e iglesias anglicanas, presbisterianas, católicas, y otros credos similares, surtidas como los dados al azar, con sus cuidadas fachadas ladrilleras o de maderas alineadas en horizontal, respetando los órdenes establecidos a sus épocas de esplendor. Primorosos jardines de rosas, jazmines, lilas, juncos, y begonias, las rodean tras las cercas que los separan de las veredas de brillante césped y robustos jacarandás en flor.
Me imagino que en estos pueblos, las iglesias juegan un papel cuasi de entretenimiento para los devotos, que a falta de otros centros culturales o deportivos, acuden cada domingo al encuentro social de unos con otros.
Tasmania tiene una historia curiosa con respecto a la espiritualidad: al ser una isla totalmente inaccesible y distante de la Gran Bretaña colonizadora, fue cárcel de máxima seguridad para convictos condenados y expatriados o desterrados varios. O sea, fue habitada por gente de baja calaña. En realidad, originariamente estaba habitada por tribus indígenas que poco a poco fueron diezmadas, perseguidas y forzadas a abandonar sus tierras costeras para adentrarse en las zonas centrales. Su defensa consistía, a falta de armas más poderosas, en prender barreras de fuego para evitar que los colonizadores avanzaran. De ahí proviene el término de “los demonios de Tasmania”, asociando el humo con sus físicos oscuros no tan “bonitos” (maxilares muy abultados, lagos brazos peludos, parecidos a monos prehistóricos, en fin, no eran rubios inglesitos). Aunque, sin juzgar a nadie en particular, diría que los avenidos inglesitos, de acuerdo a sus condenas, también podrían haber sido demonios en sus comarcas de origen.
Lo cierto que con el correr de los años, este término sólo le quedó clasificado a un pobre animalito de la fauna autóctona, que ni protestar ni defenderse puede.
Por otro lado, con los colonizadores, llegaron también los curas, evangelizadores y esos yuyos, dispuestos a vender su fe a cambio de penitencias y oraciones. Viendo que el terreno era fecundo en pecadores, aumentaron el envío de sus salvadores. Así es como proliferaron los cultos de todos los colores, y en la actualidad, Tasmania goza del primer puesto en cantidad de Testigos de Jehová en el mundo. Dato curioso, por cierto…
Con un merecido café con torta frente al mar, me despedí de Penguin, justo a tiempo para tomar el último bus del día hacia Devonport, donde el ferry nocturno me devolvería al continente.
En la sala de embarque, conocí a Julieta, otra argentina de veintiocho años, que tras dos de cumplir con su visa Work and Holyday, estaba harta y agotada. Se volvía a su país a refugiarse con sus papis e intentar nuevos rumbos…
Por mi parte, a la mañana siguiente, tras abordar el puerto de Geelong, encararé mi round trip rumbo oeste, siguiendo las agujas del reloj…
Pero! Será domingo, no habrá transporte público para cubrir esa distancia…
No hay drama! El dedo siempre funciona, ja! Nos vemos en el Grand Ocean Road…
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