Al despertarme y descorrer la cortina, ví que el paisaje
había cambiado considerablemente; un tremendo crucero estaba estacionado en el
puertito del Hellesylt. Al rato llegó
otro un tanto más pequeño.
Mientras desayunaba, tres bocinazos anunciaban la partida.
Menos mal porque me daría fobia, encontrarme toda esa gente rondando un
pueblito tan pequeñito, y por ende, encantador.