A las ocho de la mañana ya estaba lista en la parada del bus que me llevarìa a Christchurch. Esta vez conseguì pasaje, y preferì aprovechar las seis horas de viaje para disfrutar relajada, mirando el admirable paisaje. Esta vez por la costa este, o sea, mirando el Pacìfico, con su imbatible furia gris.
O mejor dicho, lo que son grises, son sus playas.