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martes, 14 de enero de 2025

West coast and Franz Joseph

Con el desayuno a media asta entre el paladar y la alegrìa, corrì a la parada de buses, donde pretendìa tomar uno local que me sacara de la ciudad y me dejara en alguna rotonda de la ruta hacia la West Cost, punto estratègico para seguir a dedo.

Si optaba por tomar el bus “reglamentario” debìa esperar tres dìas a conseguir asiento, y no pensaba quedarme quieta tanto tiempo, hay mucho màs para ver!

Llego en el momento justo, le pido el boleto al conductor dispuesta a pagarlo, y me saca la ficha:

-¿Vos sos argentina? En perfecto porteño.

-Vos tambièn! -me presento aseverando su observaciòn.

De ahì en màs siguieron siete horas de “polizonte invitada”, charlàndo desde el volante al primer asiento de atràs, cual novia parada en el estribo, al mejor estilo del 60ª!

Resultò ser otro de los tantos expatriados que decidieron hacer “La Nueva Zelanda”, como tantos otros hacen “la Australia”, y otrora nuestros abuelos hicieron “la América”. Me contò que hace un año que està instalado, consiguiò trabajo, aprendiò inglès, puede ahorrar, viajar a otros paìses como nunca antes lo habìa hecho, y que por ahora, ni piensa en volver. Lo mismo que la mayorìa de tantos jòvenes latinoamericanos que me voy encontrando en el camino, solo que èl se arriesgò y animò a los cincuenta! Bravo! )Mantengo su nombre en el anonimato para no comprometerlo con el favor recibido, ja!).

Asì que antes de lo pensado, lleguè a Franz Joseph Glaciar, habiendo pasado por otros, pero que sin vehìculo propio, es imposible llegar.

En este minùsculo pueblito, a orillas del mar de Tasmania, y cruzado por un ancho rìo color celeste deshielo cargado de piedras de jade, tienen armada toda la infraestructura turìstica que se precie de tal. Es otra de las Mecas del turismo Neozeolandès.

En realidad es la meca de los alìnistas jòvenes, dispuestos a la escalada con botines y bastones deportivos, gorros, camperas de marca y toda la parafernalia para la acciòn.

Por mi parte, mi modesta mochila solo cuenta con un pantaloncito liviano de algodòn, zapatillas marca rasca cuya suela ya ni eso hace, camperita rompevientos màs que finita y “unsaquitoporlasdudas”, al mejor estilo recomendaciòn materna. Ajuar màs que insuficiente para pretender conocer un glaciar.

Pero… en algùn bolsillo de la valija, cuento con reserva para “los gustitos”, esos caprichos que te puedes dar en la tercera edad, en este caso: conocer el glaciar en vivo y en directo, subiendo en helicòptero!!!

Sì!!! me juguè la vuelta en calesita! Los 35 minutos màs caros de mi vida, pero mejor pagados! Fue una experiencia ùnica! Algo asì como sentirte un drone! O ser el ojo de la càmara de un equipo de filmaciòn de la National Geographic. O como me dijo Agustìn: es como subir en un ascensor infinito!

La diferencia entre un aviòn y un helicòptero, ademàs de llevar solo seis personas, contando la pilota (Octavia!), es que no carretea. En un momento se inclina un poquito hacia adelante y al segundo siguiente estàs a cientos de metros en vertical para arriba!

Las astas que no paran parecen peinarte el cerebro, y te sentìs flotar en una burbuja vidriada, como pudiendo tocar con la mano, las rocas de las montañas.

En pocos minutos estàbamos “aterrizando” en la cima del glaciar. Lo de aterrizar deberìa decirse “ahielizar”, porque nada de tierra, puro hielo! Es una superficie radiante, resbaladiza, impecablemente blanca, llena de fisuras, donde en un descuido te puedes caer por una grieta, y chau cuento!

La pilota nos diò toda la informaciòn de seguridad necesaria y no nos dejò apartarnos màs de cinco metros del bicho , mientras sacàbamos fotos a diestra y siniestra. Los diez minutos planeados pasaron en un santiamèn, no llegas ni a enterarte del frìo que hace. La emociòn me calentò todos los sentidos. Nunca jamàs habìa vivido un acercamiento tan profundo en el seno de una montaña nevada. Una maravilla de belleza y recogimiento silencioso (salvo el motor del aparato que nos trasladò).

Cuando descendimos a tierra firme, sentì que mi alma se habìa quedado por ahì arriba, prendida de una nube… era tal la emociòn!

Volvì al pueblito dàndome por màs que satisfecha. Eran apenas las 9 de la mañana y para mì el dìa ya estaba màs que cumplido.

Sin embargo la belleza saliò otra vez a mi encuentro. Me metì por un senderito humilde y desapercibido. A los pocos metros descubrì un bosque de lumillas. Èsos tìpicos de cuentos de hadas y dragones, donde las orquìdeas se entremezclan con la fronda pegada a los troncos enmohecidos, donde el piso se convierte en alfombra voladora por la suavidad de sus curvas y lo blando de las hojas hùmedas que lo recubren. Piares de pàjaros nuevos a la distancia, en alguna rama oculta, desde donde se filtraban rayitos tibios. A falta de ardillas, buenas son las lagartijas. Y las lucièrnagas durmiendo bajo los troncos oscuros de musgos viejos. Y las crocosmias rojas salpimentando aquì y allà el sendero màgico. Subì una lomada suave y contemple…

Muda, Agradecì…

Al bajar y volver a la ruta, me topè con una capillita minùscula, tambièn de cuento. De puro estilo inglès del siglo pasado, de maderas horizontales y torre campanario. Solo seis bancos adentro, y un altar sencillo. Coloridos almohadones al crochet ubicaban las posiciones de los posibles feligreses, y en la ùltima fila, libritos para colorear, cuentos, rompecabezas, dos o tres peluches semiaplastados y lata con pinturitas, para entretener a los niños durante el oficio. Genial!

Todo era en sì mismo un cuadrito a la inocencia!

Al salir, veo que cruzando la ruta, apenas en diagonal, tras un enramaje, pasando dos grandes sequoias, se esconde otra capilla de la misma època, pero de diferente credo. Como si se estuvieran haciendo la competencia, ja! Què almacèn consigue màs clientes!

Probè de abrir la cancela y estaba abierta! El mobiliario lustroso me recibiò con el aroma de viejos inciensos apagados, las biblias prolijamente ubicadas ante cada reclinatorio, los santos de estatuas por ùnica compañìa. El altar invitàndote a acercarte a mirar por su fondo posterior: un gran ventanal con vista directa al glaciar! Me pareciò lo màs maravilloso del mundo: en vez de estar honrando cruces sec as, estar alabando naturaleza viva. Felicitaciones al arquitecto de turno!

Ya saciada, previo cafecito de mediamañana, emprendì un nuevo dedo, rumbo a una ciudad a 360 kms. Donde me recomendaron ”habìa un tècnico en computadoras que parece que sabe mucho!”

Allà vamos!!! porque mi compu nueva, se habìa declarado en huelga. Vaya a saber que pasò, si un una falla de fàbrica o què, pero lo cierto es que, como la anterior, se negaba a abrirse y obvio a escribir. Quizàs solo querìa darle vacaciones a mis deditos, pero solo me daba dolor de cabeza pensar en còmo me estaba atrasando con los relatos. La autoexigencia la traigo conmigo en mi valija, ja! Hay cosas que ya no cambian con la edad...ja!

Lo cierto que un muchachito que “justo iba para allì”, me hizo el aventòn en un solo tramo! Encima con una conversaciòn increìble! Èl con solo 29 años, oriundo autèntico de esas tierras me pregunta si conozco Rosario. Me extrañò la pregunta ya que a la distancia, no pareciera una ciudad tan conocida internacionalmente. En realidad me cuenta que hace años que quiere conocer la tierra del Che Guevara! De ahì en màs, fueron de tres horas de un debate interesantìsimo sobre la revoluciòn cubana, el uso de la violencia, visto desde la perspectiva de alguien tan ajeno en años como en latitud! Increìble!

Maravillada con la charla me dejò en la exacta puerta directa del local recomendado y con la suerte de llegar diez minutos antes que cerraran.

El tècnico, medio malhumerado, se prestò a hacerle una ràpida mirada y a comprometerse a revisarla al dìa siguiente, sin prometerme nada, màs que el precio a cobrar por la revisada.

Con mala cara, me dijo que esa marca de compus era buenìsima, que le extrañaba ese desperfecto, que jamàs habìa visto ese error y que harìa lo posible…

Con la escueta esperanza me fui a buscar un hostel. Para mi sorpresa, la calle parecìa un desierto, habìan desaparecido los autos y las personas, mucho menos un perro. Claro! Eran las cinco!

En estos pueblos, pareciera que a las cinco cerraran alguna extraña canilla invisible y la vida se detiene hasta el dìa siguiente. Nadie, pero nadie, nadie!

Despuès de mucho tocar el timbre, el hostelero saliò a abrirme, y con una media sonrisa de quien fue interrumpido en su valiosa tarea de mirar la tele, me dio la llave de un cuarto, avisàndome que èl en un rato se iba y que no habrìa nadie màs. Me explicò que los hostels estàn en decadencia, que los jòvenes de ahora, ya no van a “esos lados”. Todos tienen autos o caravanas, y duermen ahì mismo en los campings. Con razòn! Cierto! Ya varias veces , casi el 50% del tiempo, me habìa encontrado sola en habitaciones para seis u ocho personas, pero vacìas! Cambia...todo cambia…

Para mì, mejor! La cocina y los baños impecables, ya que todos compiten por una buena puntuaciòn en las recomendaciones de booking. Ja! Las nuevas reglas del mercado globalizado!

Dejè mis cosas, y salì a caminar a un muelle que aparecìa a cinco kilòmetros del centro, segùn el Google map. Nadie por aquì, nadie por allà. Nadie solo un par de borrachines en un muelle roto, junto a las ex barcazas de pesca, todas derruìdas. Uno de ellos portaba una guitarra en una mano, y una botella de alcohol en la otra. Al verme pasar, largaron una carcajada mezcla de saludo y asombro. Mirè alrededor y me vì sola en la inmensidad de una costanera de maderas tan crujientes como obsoletas, igual que los señores presentes.

Uno de ellos me preguntò el nombre, y yo, inocente, sin apenas determe, se lo gritè a la distancia.

Ahì nomàs apoyò la botella, se le iluminaron los ojos y empezò a cantar al son del rasguido de sus temblorosa huesuda mano. Me detuve como un favor a prestarle atenciòn. El otro asentìa con su zapatilla desdentada, moviendo su cadera como un baile de esqueletos maltrechos.

No entendìa mucho la letra de la canciòn, pero en el estribillo podìa encontrar mi nombre de una forma muy dulce y amorosa.

Cuando terminò, se inclinò como todo artista y recibiò mis sinceros breves aplausos.

Al levantar su torso doblado, vi sus làgrimas rodar por las mejillas manchadas de años y penas. -

-”Tienes el mismo nombre que mi hija fallecida” -es todo lo que me dijo antes de ponerse a cantar otra melodìa màs alegre y pegadiza, como queriendo borrar un recuerdo, como queriendo sembrar un presente nuevo.

Les sonreì dispuesta a acompañarlos un rato, me sentè en el piso, rehusè el ofrecimiento a beber del mismo pico, pero palmeè cada acorde de la siguiente hora. Ellos felices demostraban sus saberes como chicos ante la maestra, reìan, saltaban como cachorros viejos con juguete nuevo. La mùsica, una vez màs, limpiando almas…

Gracias por este encuentro!

Lleguè al muelle con el sol ya en franca bajada, entrando al mar con la voracidad del deber cumplido. Me sentè en unas rocas, me preparè mi ya clàsico sandwich de avocado, tomate y muzzarella y destapè la cervecita (aunque ya tibia) que prudentemente me habìa comprado antes de llegar. Inspirè profundo el aire marino, vi el lucero asomar en el horizonte rosado, y alzàndole la botellìta, le sonreì a la Vida.