Un rato antes de la puesta del sol, ya estaba llegando a esta otra gran ciudad. El problema de andar a pie, sin vehículo propio, es que no podés elegir demasiado los traslados. No es fácil parar en pequeños pueblos, o depender de taxis para todo, cuidando las distancias prudentemente.
Lo cierto es que mi hotelito seleccionado para esa noche
sería una casona victoriana del siglo pasado, absolutamente restaurada, en
medio de unos parques con frondosos árboles antiguos, todo en una colina con
vista al mar. Sonaba precioso, y las fotos lo aseguraban.