Día siguiente, casi amaneciendo, gallo mediante, fui directo a hacer el trámite de migraciones y en santiamén ya estaba en Honduras, camino a Tegucigalpa, su capital.
Tanto había leído en internet la noche anterior, sobre los peligros de esta ciudad y lo poco atractiva que era para los turistas, que mi dedo mágico marcó una línea recta horizontal directo hacia la siguiente frontera con Nicaragua.