De las cavernas hasta la ruta, me sacò una familia India con tres niños a bordo, asì que uno fue a parar al baùl para hacerme lugar. Lo que ratifica que “cuando se quiere, se puede!”, amorosos, aunque fueron solo ocho kilòmetros.
Ya en la ruta principal, nuevamente dedoadicta! parò un autito rojo con Anakaren al volante, una viejita encantadora de 80 años -me confesò orgullosa pero que olvidò de poner el freno de mano cuando se estacionò en la banquina.
Yo veìa el auto alejarse lentamente y no sabìa si “huìa” de mì, o si realmente tenìa voluntad de llevarme. Veìa que se iba a estrellar contra el guardaraid, pero no tenìa forma de detenerlo ni desviarlo.
Tras unos segundos de impotencia, el obvio “Crashh!”.
Ella bajò a mirar su espejito roto y a acomodar el guardabarro deformado, y tomàndoselo a risa -seguramente es parte de la sabidurìa a la que se llega a esa edad- me preguntò adonde iba.
-”Para el sur”-le contestè ampliamente, sin definir demasiado. Creìa que me iba a putear, aunque la decisiòn de parar fue enteramente de ella, y olvidar el freno, no fue mi error. Pero por esas cosas de asumir responsabilidades ajenas, me agarrò una culpa bàrbara. Asì que cuando me dijo que iba para New Plymouth, aceptè gustosa. Habìa leìdo que esa ruta era preciosa, y solo me desviarìa 400 kms.de mi objetivo, aunque sumarìa una nueva posiciòn, una playa del lado oeste de la isla norte.
A los pocos metros, ya dudaba de mi decisiòn. El volante le temblaba en las manos a punto de Parkinson, y no pasaba los 60 ni en las partes màs llanas. Decididamente era un camino de montaña tan difìcil como hermoso. Cuestas y curvas, laderas y rocas, agricultura de brillante verde salpicada de millares de ovejas y centenares de vacas negras.
Se me cerraban los ojos, en parte por la modorra y en parte por la resolana, pero tenìa bien en claro, que debìa permanecer despierta y darle charla para mantenerla despabilada a ella, que no dejaba de morder la banquina. Llegò un momento en que en una curva, sentì peligrar la vida de ambas, asì que sin escrùpulos, le preguntè si no preferìa parar un rato, que la invitaba a un cafè.
Por suerte aceptò gustosa, aunque tuvimos que andar màs de 50 kms. para encontrar una estaciòn de servicio con cafeterìa.
Tras la pausa y amena conversaciòn, seguimos viaje. El camino comenzò a bordear el mar, y la belleza del atardecer no le daba lugar al miedo, con la esperanza de llegar cuanto antes.
Amable como casi todos mis choferes de turno, me dejò en la puerta del hostel seleccionado.
Nos despedimos con un abrazo màs latino que nuevo zeolandès, y los buenos deseos para ambas.
El hostel resultò una casita suiza preciosa, muy càlida, limpia y con habitaciòn individual! Toda pùrpura, espejo grande en una pared, acolchado precioso, sillòn de lectura, ventana con linda vista y… calefacciòn! Sì! A la noche refresca…
El hostelero me recomendò el espectàculo de luces que cada noche (de verano) se realiza en el Jardìn Botànico. Veremos, veremos… pensè yo. Ese tipo de eventos no me gustan. Eso de desconcertar a las plantas, a los insectos, las aves, los àrboles, y cuanto ser vivo que se rige por los ciclos naturales del dìa y la noche, me parece una aberraciòn. Por no hablar de los parlantes a un volumen que “ellos” no necesitan ni estàn acostumbrados. Serìa como si a nosotros nos pusieran truenos en las orejas para que un marciano se divierta mirando un espectàculo “diferente”.
Caminè el resto de la tarde por la costanera de New Plymouth admirando los ùltimos brillos del sol sobre las olitas bailarinas, los canteros estallados de flores que acompañaban la senda para bicicletas, el diseño ultramoderno de los bancos, bebederos y faroles, y la falta de baranda dando una sensaciòn de amplitud y continuidad al vacìo. Claro! Abajo habìa montones de rocas para atajar a algùn distrìdo.
Como en toda ciudad de este paìs, a las cinco cierran todo, y en la calle no queda un alma. Se van todos a los pubs o no sè donde…
Asì que, sin mucho màs para conocer, me fui pàra el Botànico con la ùnica intenciòn de ver las plantas con la ùltima claridad del dìa.
Era tan bonito, que sin querer me fui quedando..
De repente se hicieron las 20,30 y la mùsica empezò a sonar, destellos multicolores aparecieron en cada rama, bajo cada arbusto, en medio del lago, a lo largo de los senderos o salpicados aquì y allà.
Algunos acompasados y otros siguiendo patrones electrònicos en su encender y apagar cambiando de colores, formas y dimensiones.
La verdad, la verdad?
Me encantò!
Otra de mis incoherencias! Ja! Mucho discurso ecologista, pero a la hora de disfrutar lo novedoso, arruguè y me deleitè como el que màs, ja!
Sin darme ni cuenta, se hicieron màs de las 22… El pueblo entero, mas cientos de turistas, gozàbamos del espectàculo!
Por suerte, el hostel quedaba a solo dos cuadras. En este paìs podès caminar tranquila a cualquier hora, aun por calles oscuras y desconocidas. Se respira seguridad, respeto, 0 dudas.
Lleguè a mi cuarto, y disfrutè cual princesa de mis aposentos…
Mañana, finalmente, intentarè llegar a Wellinton…
Que descansen!
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