lunes, 6 de enero de 2025

Waitomo Caves

Ayer me quedè “quieta!”. SÌ! Me tomè el dìa! No precisamente franco, porque trabajè desde las 8.00 am. Hasta las 22.00 sin parar! O mejor dicho, intentaba trabajar, mientras me peleaba con la computadora nueva.

Basta que supiera que la iba a exprimir con poner al dìa el blog, que se declarò en huelga. Me costò mil intentos para que se prendiera y otros mil para pasarle las fotos o abrir los archivos. En resumen, un perdedero de tiempo que me fue sacando de quicio. Mi amiguita Zulma siempre dice: “Por algo serà..” y con eso se consuela, pero yo no soy tan evolucionada, y seguì insistiendo todo el dìa. (Para eso me habìa quedado y pagado un dìa màs de hostel). Y eso que el solcito tibio exterior tentaba…

Lo mìo es màs “persevera y triunfaràs” o “un no, es un desafìo que no acepto”, en fin, una cabezota dura. De hecho, y por algo, el otro dìa me llevè una puerta de vidrio por delante y me dì un flor de golpe en la cara. Me doliò hasta el caracù, al tiempo que una pelota de ping pong nacìa espontànea en mi frente. Salvè los dientes frontales de milagro, pero aùn me duele la encìa. El labio superior parece el pico de pato de las que se hacen botox. Con el correr de los dìas parecìa una “mujer golpeada”, con el ojo izquierdo negro todo rodeado de una sombra bordeaux, un look entre diabòlico y fantasmal…

¿La Puerta? No le pasò nada, resonò como un cìmbalo, pero no se rompiò, para sus suerte y la de mi bolsillo, porque si el hotelero me hacìa pagar la rotura, otro serìa el chiste.

Lo cierto es que este golpecito, como siempre en la vida, me lleva a la reflexiòn: “Presta màs atenciòn a lo que tienes delante!” o ¿còmo no viste lo que tenìas delante de los ojos? ¿cuantas cosas te estaràs perdiendo por ser tan atolondrada? Pero lo cierto es que la puerta, grandota, de piso a techo, absolutamente transparente y limpia, no tenìa ninguna marca, màs que el supuesto marco alrededor. Naa...no pasò nada, peor la pasan los pajaritos, que cada dos por tres, se estrellan contra las ventanas, y ya no lo cuentan màs.

Sigamos para adelante entonces, perseverando con la compu. Finalmente, abriò y aquì estoy contàndoles un poco màs de mis peripecias.


Hoy amanecì energizada, vital y con todas las ganas de llegar a las cuevas de Waitomo, que segùn anuncian los folletos, allì habitan lucièrnagas que iluminan las cavernas cual arbolitos de navidad.

Para variar, no hay ningùn bus que llegue a ese sitio. O tienes tu auto, propio o alquilado, caravana, casita rodante, o contratas un tour por agencia, o… DEDO!!!

Adivinà cual elegì?

Obvio, salì de Hamilton con un colectivo local durante quince minutos, me dejò en una rotonda de rutas y… a levantar el brazo.

Debo confesar que esta vez me costò un poquito, como veinte minutos parada y nada. Pasaban a mil, alguno saludaba sonriente pero nadie paraba. Hasta que decidì, tomar mi valija y avanzar caminando en el sentido del trànsito, para encontrar un mejor lugar. Esto quiere decir, donde el auto en cuestiòn, pueda parar sin incumplir ninguna ley de trànsito. Aquì en New Zeland, como en Australia, solo se permite estacionar, aunque sea por un minuto para subir o bajar, solo en los lugares marcados para ese fin. No se les ocurre parar en una banquina, ni en cualquier cordòn de vereda, menos aùn en las paradas de buses o entradas a colegios, edificios pùblicos, etc. Ergo, es muy difìcil encontrar esas señales, menos que no vengan en una recta super ràpido y que yo tenga lugar para pararme en un pastito aledaño. En fin, arranquè a buscar las condiciones favorables, y en eso se me para a la par, sin que yo haya hecho ni la màs mìnima señal, un auto con un señor de tez oscura, grandote, y fornido, pelo largo y tatuajes en la cara. Todo para desconfiar!

Pero un detalle a vuelo de ojo mocho, descubriò un cochecito de bebè en el asiento trasero (vacìo).

Su tono de voz, educado, y el punto al que iba, justo el mìo! Me animaron a subir.

Nos presentamos, y en pocos minutos supe que Jerry era de Fiyi, que havìa seis años habìa llegado a NZ en bùsqueda de mejoras laborales, que estaba casado y tenìa un hijito de dos años al que estaba yendo a buscar en su feriado. Y que era carcelero! Trabajaba en la prisiòn de alta seguridad de no se donde! Ja! Estaba màs que a salvo! Que prejuiciosa que una es a veces! Por desconfiada, me hubiera perdido un viaje formidable. Encima me contò que lo mejor de su trabajo era tratar de reinvindicar a los presos, a concientizarlos de la diferencia entre el bien y el mal, que la mayorìa de las veces, aunque me parezca increìble, los condenados que no han tenido educaciòn alguna, no tienen la menor idea. Que su gran propòsito es lograr que no sean reincidentes en sus repetidas entradas a la càrcel. Que màs de uno la elige como casa propia, ya que reciben techo y comida, y no hay malos tratos. Que la mayorìa son extranjeros, de India, Paquistàn, Africa, filipinos, etc. (Ya me parecìa raro que los bonitos neozelandeses sean chorros) Asì, en una hora de viaje, me enterè de otra realidad en la que jamàs habìa pensado.

Como broche de oro, me alcanzò màs allà del desvìo de 8 kms. directo hasta la entrada de las cavernas!

Nos despedimos con un apretado abrazo y me sentì en los brazos de King Kong, ja! (valiò por todos los que no recibo de ningùn otro caballero, ja!)

Al llegar a las cuevas, està la empresa que las explota, con toldos de colores, afiches con los tours recomendados, el stand para sacarse las fotos (està prohibido usar celulares u otras càmaras), la boleterìa respectiva, sanitarios, restaurants, venta de souveniers, y toda la parafernalia.

En la ventanilla me dijeron que debìa haberme bookeado dos semanas atràs, que estaba todo a full, que no habìa lugar. De los buses turìsticos bajaban manadas de jubilados, familias y viajeros màs cuerdos. Y otro tanto se asomaban desde el estacionamiento.

Puse cara de “Por favor! Solo una! Vine hasta acà solita… por favor, fijate bien, capaz que alguien cancelò, o no se presernta, o…”

“Listo, acà hay una de milagro para dentro de quince minutos, ¿la quiere?”

“Claro!”

Y asì fue que pude entrar, asì de sencillo! (hasta con tiempito para ir al baño)

Entonces me puse en la fila correspondiente, escuchè las explicaciones de còmo viven y se reproducen las lucièrnagas, porque se las encuentra en esta regiòn, còmo se produce la fluorescencia, y un montòn de datos curiosos, que debìan ser muy interesantes, por la cara y risas de la gente, pero que yo me perdìa el 50% de la explicaciòn. La verdad, es que con mi inglès de 7 puntos con ganas, me cuesta bastante entenderles a algunas personas. Una làstima… en fin, deberè wikiperdiarlo, ja!

Lo cierto es que descendimos por unas escalinatas bajo el nivel de la tierra, tomàndonos de las barandas, ya que cada vez estaba màs oscuro. El guìa iba adelante con una pequeña linternita, y el resto del grupo, unas 25 personas, detràs. Empezaron a aparecer las estalactitas y estalagnitas, o sea esas formaciones rocosas que crecen de arriba hacia abajo, por el goteo de la caliza y tienden a encontrarse con las que emergen de abajo hacia arriba por la acumulaciòn de las mismas gotas.

Hastra ahi, ninguna novedad. De hecho, las que visitè en Margarette River, cerca de Perth en Australia, eran 100 veces màs conmovedoras que èstas. Ya me estaba frustrando, cuando, al seguir descendiendo, el “techo” de ese sector estaba todo puntillado por las lucecitas del correspondiente animalito. No entendì si era hembra o macho, si estaban en celo, o alimentando larvas, lo cierto es que el efecto era muy lindo, tampoco nada del otro mundo…

Seguimos descendiendo y el eco invitaba al silencio para evitar que retumbaran las voces de sorpresas. Apenas susurros del guìa con las explicaciones. Hasta que uno de los del pùblico se puso a cantar a capella, èl solo, el “Aleluha” de Leonard Cohen. Se me erizaron todos los pelitos. Ese momento, valiò màs que mil lucièrnagas!

Terminada su breve interrupciòn, y con un oleaje de fondo, seguimos bajando los resbaladizos peldaños. De repente, ante la luz de la linternita, habìa un bote al que el haz de luz nos invitaba a acomodarnos, un tantito apretados, en su interior.

En el silencio de las profundidades, y sin remo alguno, el bote comenzò a deslizarse por un rìo subterràneo en completa oscuridad, salvo la luminiscencia que irradiaban el millòn de lucièrnagas que allì habìa! Ahora sì!!! Esto sì, fue una belleza diferente! Esto sì valiò el viaje y el valor de la entrada! Ja!

Las bichitas estaban quietas, adosadas a la roca, no volaban, pero sus brillitos intermitentes, te iluminaban hasta el alma!

Navegamos unos diez minutos en ese tùnel silencioso y admirable, hasta que el hueco de una roca abierta, diò paso a la luz exterior y nos volvimos a encontrar con la vegetaciòn, el muelle para desembarcar y el saludo de despedida y agradecimiento.

Lo bueno y breve, dos veces bueno, rezaba el refràn.

Satisfecha, me pelè la banana de turno, y el durazno “por las dudas”, y encarè el dedo de vuelta con intenciòn de seguir ruta para el sur.

Enseguida, una familia india, con tres niños en el asiento trasero, me hicieron lugar, y me devolvieron los 8 kms. desde el acceso hasta la ruta.

Allì otro breve dedito, hasta que un autito rojo con una señora mayor, despuès supe que tenìa 80 extraordinarios años!, se detuvo. Bajò para abrirme el baùl para mi valija, pero se olvidò de poner el freno de mano. El auto se deslizaba lenta pero sin pausa, hasta darse de trompa con el guardaraid lateral. El farol y el guardabarros izquierdo se le hicieron puchero!

Yo me llenè de culpa.

Amorosa, casi rièndose, con la sabidurìa que dan los años (“Ya lo pagarà la aseguradora, para eso les pago, ja!”) no se hizo ningùn problema. Estirò un poco la chapa para atràs, para liberar la rueda, y con 2 o 3 intentos de marcha atràs, logrò sacarlo del pozo. Yo no sabìa ni que decir, ni còmo ayudar. Parada a un lado, veìa pasar los otros autos, posibles candidatos a mi dedo, ya que aùn ni sabìa para donde iba ella.

Finalmente me dijo: a New Plymouth! Yo querìa ir a Wellington, a 400 kms. al sur de allì. Era recièn pasado el mediodìa, asì que calculaba que tendrìa tiempo de llegar antes del atardecer.

Cuando me nombrò otro lugar, lo busquè en el Google map, y aunque me desviaba de mi propòsito, decidì aceptarle el enviòn, aunque sea para acompañarla en la desdicha.

Resultò que Ana Karenina, habìa vivido en sus tiernos `20 en esa zona, y ahora estaba volviendo a visitar a unos amigos despuès de màs de 50 años! Me pareciò una tierna, con sus pelitos de pluma y su piel blanca de paloma arrugada. Habìa sido maestra toda su vida en Holanda, incluso se rearmò un bote viejo devenido en hogar en un canal de Amsterdam. Algùn parecido con la autora? Ja!

Venìa cansada ya que desde la mañana habìa empezado a manejar desde Auckland, el volante temblaba zigzagueante en cada curva. Pisò tres o cinco veces el borde de la banquina. Mi corazòn saltaba intranquilo cada vez que frenaba de golpe. Mientras, me seguìa hablando, aunque escuchaba poco y nada mis preguntas. En un momento, la “invitè” a detenerse en una estaciòn de servicio y convidarle un cafè y una reconfortante pausa. Para ella, y para mis nervios, ja!

En poco màs, llegamos a New Plymouth. Me dejò, como siempre! En la puerta del hostel que seleccionè en el booking durante el resto del camino.

Resultò una casita suiza preciosa! Reprolijita, y con cuarto propio! El hostelero me recomendò caminar por la costa hasta el atardecer y que despuès de las 20.30 habrìa un espectàculo de Luz y Sonido en el Jardìn Botànico.

La ciudad resultò copy-paste como muchas otras, pero su costanera frente a un ocèano calmo azul glaciar, fue una maravilla de paseo.

De allì al cu cù tìpico y de allì al Botànico, que resultò una sorpresa!

Soy bastante enemiga de esa clase de espectàculos, donde el ego de los ingenieros creativos, sobrepasa la incomodidad de los insectos, las plantas y las aves desconcertadas por los focos y haces luminosos de colores danzantes, sin ni previo aviso.

Pero… debo admitir que fue algo muy lindo de ver. Mi alma criticona, a veces, debe confrontar con mi parte incoherente. ¿Para què habìa ido si no estaba de acuerdo? Ja! En fin, soy humana, aunque a veces me crea que vivo en las nubes…

Me quedè hasta casi las once de la noche, lleno de familias y paseantes, y temperatura deliciosa como el helado que me acompañò a la salida.

Por suerte, el hostel quedaba a solo dos cuadras. La calle un desierto.

Aunque caminar sola a esas horas, en estas ciudades, debe ser algo màs seguro que un cohete a la luna. De hecho, estaba preciosa!

Lleguè rendida. Medida ideal para los sueños reconfortantes…

Hasta mañana...


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