Apenas terminè mi desayuno, me dispuse a partir para Wellington, distante 360 kms. Obvio, el ùnico micro del dìa, ya no tenìa lugar!
¿Què otra me quedaba?
Esperar que pare de llover para salir a la ruta.
Una pareja del hostel, salìa con sus cosas para cargarlas en su auto. Les pregunto para donde van y sonrientes me dicen que a Wellington.
Se me iluminò la cara!
Les pregunto si me podìan llevar.
Se miraron, les cambiò el ceño y apuraron un: “es que estamos tan llenos..”
Me ofrecì a ayudarles a apretar sus cosas, a reacomodar el baùl… Pero se negaron ya sin disimulos. Es tan evidente la actitud del que quiere! Y tan evidentemente ridìculo que una super mega camioneta para cuatro personas, donde viajan solo dos, no le quede espacio para una flaquita y su valijita. GRRRR….
Pero! No hay mal que por bien no venga…
A mì tampoco me interesa compartir cuatro horas de mi vida, sin estar a gusto, con alguien que ya te mira mal de entrada. Mejor dejarlo pasar…
Lo cierto que al ratito se cumpliò el “cada vez que lloviò parò” y salì a mi aventura del dìa.
En solo 3 autos, y con 3 admirables simpàticas y generosas personas, logrè mi cometido.
Para la media tarde, ya estaba en Wellington! Sì! Directo a la puerta del Hostel, ja!
Dejè las cosas y salì a los piques a ver “algo” de la ciudad, antes que todo se cerrara.
Lleguè al Museo Nacional, en su modernìsimo edificio de seis plantas, con tecnologìa y pedagogìa de punta, pero apenas si pude ver el sector de Ciencias Naturales, que ya llamaron al cierre. Intentarè seguirlo otro dìa…
Paseè un poco por el puerto, pero el viento me sacò las ganas.
Wellington, ciudad del viento, rezan los folletos, y parece que es tal cual!
Caminè por las calles cèntricas, aunque màs de lo mismo: bares, restaurantes, comercio de souveniers, tiendas de ropa, alguna que otra librerìa, todo cerrado, y pare de contar.
Ah sì! El supermercado. Carìsimo! Ja! Cuànto màs al sur bajàs, màs suben los precios. Parece Argentina, Ja!
Llegada al hotel, hice la reserva para el ferry al dìa siguiente al mediodìa. Me dejarìa la mañana libre para el jardìn botànico.
Entre exhausta y volada, me rendì en mi nuevo cuarto. Nuevamente la suerte estaba a mi favor: 3 camas vacìas y solo yo en una prolija habitaciòn. Bye, Bye!
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