Finalmente no lleguè al Jardìn Botànico de Wellington. Me lo apunto para la vuelta, junto con el museo, ya que es una ciudad de paso obligado, es el puerto del ferry que une el trayecto a las dos islas que conforman este paìs.
Cuando lleguè al ferry que habìa bookeado, me dicen que tenìa problemas mecànicos, que estaba anulado, que me podìan reintegrar el dinero, cambiarme el ticket para el de las ocho de la noche, o tratar de alcanzar el que saldrìa a las 16 en otra compañìa.
Apuntè a la tercera opciòn, ya que no querìa perderme el paisaje viajando a oscuras, mucho menos llegar a Picton a medianoche, y sin reserva alguna.
La chica del mostrador, me indicò que la otra compañìa era “ahì nomàs, a fortìn minutes…” Acà todo te lo dicen en tiempo, no en metros!
Como tenìa tiempo, y aprentaba una lìnea recta siguiendo la costa, emprendì caminando.
A los pocos metros, ya dudaba, pero ya estaba lejos de cualquier parada de òmnibues, mucho menos de taxi. Por algo tenìa que pasar por ahì6, el puerto de Wellington. Una tristeza muy màs que dolorosa se presentò ante mi vista: millones de troncos horizontales, perfectamente alineados, escuadrados y numerados, cual cadàveres nazis, aguardaban frente a los barcos cargueros.
Algunos ya se alzaban en grùas automàticas depòsitàndolos como en una mecànica sepultura, otros iban al martirio, en completo silencio abismal, sobre cintas transportadoras gigantes… Un horror!
Esto no sale en ninguno de los folletos turìsticos que inundan las agencias, los hoteles o las oficinas de informes al visitante. Se me arrugò el corazòn..
Para peor, no eran “fortìn” sino “forty” (no catorce sino cuarenta!) minutos. A pesar del calor, el viento no se detenìa, como tampoco la velocidad de los autos y camiones que transitaban por esa autopista, con apenas una veredita peatonal para transeùntes, tan ùnicos como yo. A veces me pregunto: “¿Porquè no serè un poco màs normal? ¿A quièn se le ocurre ir a tomar un ferry caminando? Y ojo, que no es la primera vez que cometo este error, recuerdo el de Tasmania, maso la misma historia. La gente normal aplica al Uber y listo! Yo me olvido que existe “eso” y me meto a caminar con mi valjota y mi mochila azul, y al rato me puteo yo misma. En fin… Serìa que tenìa que ver, lo que vì.
Lo cierto que llegada a la oficina del ferry, por suerte, quedaba lugar para mi pasaje, y tuve tiempo para descansar, almorzar mis frutas previstas y leer unos cuantos folletos sobre la continuidad de mi viaje. Aunque parezca una pavada, es increìble la cantidad de horas que lleva esta tarea. Primero que la mayorìa de los nombres, jamàs los habìa oìdo en mi vida. No tenès ni idea dònde quedan, y tenès que darle al Google map todo el tiempo. Calcular distancias. Còmo llegar. Què hay de interesante para ver allì. Seleccionar! Serìa imposible ir a todos lados! Nueva Zelanda es una fàbrica de puntos turìsticos, te mandan a ver cada piedra, cada glaciar, cada caverna, cada lago, cada montaña, cada ciudad, cada exposiciòn, cada todo! Necesitarìas mìnimo un año! Y una caravana, si o si! A la mayorìa de lugares, no llegan los transportes pùblicos. Bah..la ùnica monopòlica compañìa de buses, la Intercity.
Volvamos al tema de las palabras.
Una cosa que me llamò la atenciòn desde el minuto uno que aterricè en Auckland, son los carteles en dos idiomas: el maorì primero y el inglès despuès. Asì descubrì que no estoy en Nueva Zelanda sino en Aotearoa. Ya en el primer colectivo que tomè desde el aeropuerto al centro de la ciudad, la noche del 31, una voz femenina en off, iba anunciando las paradas en una lengua tan extraña como incomprensible. Claro! Las calles y las avenidas, en su mayorìa tienen nombres indìgenas. No como en Australia que todo es Richardson, Scott, David Wilkinson y cuanto inglesito pròcer anduvo por ahì. Esta inclusiòn del lenguaje original repercute en el trato y completo maridaje de los locales con los descendientes de los colonizadores. Aquì no hay diferencias sociales! Todos participan y hacen de todo. Cualquiera tiene un super auto, un negocio, u ocupan cargos pùblicos. Apenas los diferencias por los rostros y el caracterìstico tatuaje en el mentòn, hombres y mujeres! Pero como ahora hay tantos occidentales tatuados como indios, la verdad, es que ya no sabès quien se lo hizo por reconocimiento a sus raìces, y quièn por moda. Ja!
La mayorìa de los vocablos emplean la “T”, la “N”, muchas “P”, algunas “W” y las 5 vocales. Se arman palabras que rozan el doble sentido con las españolas. Asì “Putaka” quiere decir “Salida”. Otras que me acuerde ahora podrìan ser: “Piopiotahi”, ”Rakaia”, “Waikoropupu”, “Wangapeka”, buah..no me acuerdo màs! Pero son entre raras y graciosas.
Volviendo al ferry, llegò la hora y embarcamos. Preciosìsimo viaje en un mar soleado aunque el viento no te dejara disfrutar de la cubierta exterior. Fueron tres horas y media entre acantilados, cordones montañosos que acompañan la entrada a la bahìa de Picton, el pequeño puertito enfrentado en la isla sur.
Llegamos ya anochecido, y con una suave pero persistente garùa. Por suerte el hostel estaba a solo una cuadra, y tenìa vìveres en mi mochila. Suficiente para instalarse, ducharse, y compartir el cuarto con otras cuantas viajeras.
Debo aclarar, que hoy en dìa, un hostel es màs silencioso que una iglesia. Ya nadie habla con nadie, se acabaron las recomendaciones de los infaltables lugares a recorrer, o las curiosidades de donde es cada uno, mucho menos, los motivos de tui viaje. Cada uno se relaciona en exclusiva, vista abajo y aparatitos en las orejas, con su propio celular. Y el resto del mundo no existe!
Lejos quedaron las èpocas de cocinar y compartir todos juntos. Ahora cada uno se pide una pizza o va por una hamburguesa, y se fini!
En fin, todo cambia… cantaba hace rato la Mercedes.
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