Salir de las ciudades grandes es bastante màs complicado, nunca se sabe donde terminan los suburbios, y donde nacen otras ciudades satèlites, por lo que para salir de Auckland decidì tomar un micro de larga distancia, dos horas hasta Hamilton.
El ùnico pasaje que conseguì, a pesar de su exitoso folleto de “10 salidas diarias!”, en el ùnico que habìa lugar era en el de las seis de la mañana. Y no podìa perdèrmelo, so pena de esperar todo otro dìa para un horario màs lògico.
Con los nervios de no escuchar el despertador, o peor aùn, que tus compañeros de habitaciòn de hostel te puteen a las 5.15 tuve que avenirme a acatar las consecuencias.
Saltè de la cama antes de lo previsto,agarrè mis cosas en el mayor silencio posible, y salì lo màs ràpido que pude. La ùnica ventaja era que la estaciòn de buses estaba a dos cuadras del hostel y a esa hora, ya habìa amanecido con el consiguiente movimiento en la calle.
Con la puntualidad del primer mundo, el micro saliò a horario.
No recuerdo ni la calle por la que saliò, ya que en medio minuto, yo ya estaba de nuevo en mis dulces sueños.
Despertè cuando anunciaban la llegada a Hamilton, mi destino. Suerte que no me pasè.
Tomè un cafè en la estaciòn de llegada, màs por hacer tiempo hasta que parara la lluvia que para despertarme.
Busquè un hostel donde dejar mi cosas, y envuelta en mi ponchito de nylon como piloto, salì en bùsqueda de los Jardines de Hamilton. Veremos en que consiste su fama.
Con ese dìa, todo gris y ventoso, a quien se le ocurre ir a un Botànico.
¿Solo a mi?
-No!
Eran cientos los autos que habìa en el estacionamiento cuando lleguè. Pensè que habrìa un evento o alguna convenciòn. Pero no, èramos todos turistas!
Paguè la correspondiente entrada, y entrè. No era cosa de perdèrmelos en el ùnico dìa que pensaba pasar en esa localidad.
La diferencia de estos jardines es que estàn organizados temàticamente por temas o por paìses.
Asì tenemos el Jardìn Tropical, donde pasas por selvas con los caracterìsticos follajes. La lluvia hacìa lo demàs impregnando el aire con el olor de la tierra mojada.
Luego habìa un Jardìn Surrealista, que ya del vamos te confundìa con las proporciones y àrboles movedizos, como si estuvieras dentro de un sueño de fantasìa.
De ahì, pasè al Jardìn Chino, con su pagoda roja y la distribuciòn de plantas tìpicas alineadas con el espiritu oriental.
El Jardìn Tudor me cambiò abruptamente el esquema, con su parquizaciòn geomètrica formando laberintos de arbustos recortados, con estatuas de Enrique VIII y la reina Elizabeth, y muchas rosas.
Otro era el Jardìn conceptual, de diseño abstracto, fuente en cascada recta, geomètricos planos de plantas intercalados muros de brillantes colores.
Habìa otro que relataba un romance de Mozart, en un paisaje bucòlico del siglo XVIII, con cuevas y cavernas mohosas.
Estaba el egipcio, con plantas como piràmides y los consabidos totems alegòricos.
Cada uno y cada cual lucìa de maravilla, con plantas, flores y àrboles de cada regiòn, todo perfectamente cuidado, con cartelerìa indicativa y bancos para quedarte a contemplar. Làstima que la lluvia no te daba ese permiso y los bancos estaban todos mojados, ja! Apenas que cada tanto me animaba a sacar la càmara para retratar esos bellos espacios.
Habìa otro sector con plantas medicinales y otro con hierbas, tubèrculos o lo que sea para cocinar. Tambièn otra huerta educativa para compostar, criar abejas, recolectar agua y producir lombrices.
Realmente diferente fue el Jardìn Te Parara, o sea huerta en Maorì, con una supuesta plantaciòn de batatas en formaciones de conitos, toda rodeada de una verja de madera tallada y una especie de gallinero alto, decorado con sus sìmbolos y sus colores tìpicos, muy interesante.
El Jardìn japonès era un lago calmo, con rocas aisladas y plantas acuàticas entre pinos enanos, donde sobrevolaban decenas de golondrinas. Una tarima de madera con las paredes de papel, te invitaba a la calma y la meditaciòn, propia de este ambiente zen.
Por antonomasia, el Jardìn americano, era un piso de lajas con canteros perimetrales redondeados, siguiendo la forma de poroto de la piscina central donde una escultura plàstica en forma de elefante deforme (ja! Me hizo acordar a alguna que vi en las galerìas de arte ultimamente) ocupaba el foco visual de una Marylin Monroe parada a un lado. Palmeras onda Miami, y plantas de hojas largas finitas (no sè el nombre) propias de los desiertos texanos. Todo el conjunto era propio de un set de filmaciòn, tan artificial (pop?) como los americanos mismos.
Otro aire muy distinto era el Jardìn Edèn de la India, con sus pisos de màrmoles blancos, el estanque longitudinal con pececitos de colores y sapitos de bronce arrojando chorrillos apenas murmurados. La profusiòn de colores de las flores alrededor del agua, casi que irritaba la vista, en el buen sentido!
Mucho màs moderado, con la elegancia propia de los ingleses, era uno ambientado frente a la fachada de una casona de campiña del siglo pasado, con el auto antiguo en el portòn de una rotonda inundada de flores celestes, lilas, blancas y violetas, en sutil armonìa con las plantas de hojas claras. Solo faltaba que apareciera un mayodormo con bandeja a servirte unos tragos.
La que no paraba de empaparte era la lluvia.
Aùn asì, me fui para el Jardìn Italiano, muy renascentista, con su fuente central y 4 parcelas perimetrales, con vasijas y esculturas de trompetas, hados y musas, recreando el espìritu de los clàsicos. Las margaritas, las dalias, los crespones y todas las otras que no sè nombrar, hacìan del resto una epopeya viviente.
Por supuesto habìa el sector del rosedal, que màs que sector, era otro botànico en sì mismo, por su extensiòn, y por la variedad de rosas cultivadas, todas en excelente floraciòn, !Un espectàculo!
Aunque no dejè de extasiarme al recorrer el Jardìn de las camelias, tambièn con cien y una variedad, aunque casi ninguna en flor. Sus hojas brillantes y sus formas, ya eran suficientes.
Como veràs, no me privè de recorrer todo, le dediquè màs de tres horas!
Cuando ya salìa tuve la pìcara idea de volver a hacer el recorrido en sentido contrario. Es que estas cosas, solo se ven una vez en la vida. No creo que vuelva a Hamilton en los pròximos años, y no creo que haya otro Jardìn Botànico tan singular. Una hermosura!
Ahh! Me olvidaba de un gran lago central con un cèsped alrededor, mejor que el de un golf de lujo.
En un rincòn habìa unos escalones homenajeando a Amèrica Latina, no sè a cuento de què, pero me sorprendiò el cirdulo con los nombres de nuestros paìses, ja!
A eso de las cuatro, parò la garùa, y unos quince carritos ambulantes, ahora los llaman food track, armaron sus mostradores y carteles y se armò la fiesta. Parece que todos los domingos de verano, es una instituciòn que las familias locales van a hacer pic nic a ese predio.
Finalmente apareciò el sol, y yo, me comprè un helado, ja!
Volvì caminando al hostel, siguiendo una vereda paralela al rìo, entre bosquecillos y matas floridas silvestres, familias con cochecitos, jòvenes tocando la guitarra, perritos buscando sus baños, parejas de la mano, y yo, con los pies reventados pero el alma màs que requete contenta!
Un baño reparador, y a contarles todas estas maravillas.
Gracias por estar ahì!
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