Dispuesta a conocer el àrbol màs antiguo, màs grande y màs alto de Nueva Zelanda, me levantè con mis mejores ruegos para poder llegar al mentado bosque de Waipoua, hogar de Tàne Mahuta, el kaurì “rey de la selva!”. Los kaurìs son endèmicos de esta isla, o sea, solo los vas a poder encontrar en esta regiòn y no se reproducen en otras. Son tan impresionantes como las sequoyas o las araucarias.
A pesar de su importancia, no hay transporte pùblico (o mejor!) que llegue hasta allì. Dista 170 kms. al oeste de Whangarèi, y debìa ir si o sì con mi estilo dedil.
Amaneciò lloviendo y el hostelero se encargò de querer pincharme el deseo. No lo logrò! Salì igual, segura que algo bueno iba a pasar (por ejemplo que parara!).
El colectivo local de las 10,00 am. me hizo los primeros veinte minutos de viaje hasta la salida a una rotonda y campitos majestuosos. Como por arte de magia, al bajar, ya habìa disminuìdo el chaparròn. Me acomodè en la banquina ante la mirada descalificativa del chofer que se alejaba de regreso al pueblo.
Pasò un auto, pasò otro, el tercero parò! Mis siguientes veinte kilometros fueron en el coche de un granjero segùn èl, yo dirìa hacendado por la pinta lujosa de su auto y de su traje. El siguiente auto me dejò en Dangaville donde debìa cambiar de ruta para seguir hacia el norte. Allì un maorì manejando su jeep ùltimo modelo y comiendo un helado de palito (entre las lìneas de su tatuaje facial), me avanzò otro trecho. Volviò la lluvia.
Esperè cinco minutos bajo un techito que “justo” estaba allì para mì. En eso veo venir una casita rodante. Casi no le hago dedo sugestionada por mi prejuicio de que esas caravanas nunca te levantan. Pero por algo, sì le hice!
Resultò que David y Marcos, dos estupendos canarios (españoles, ja!) muy majos! me dicen que van al bosque de kauries a ver al mismo àrbol que yo! Ni que los hubiera contratado! Si èstos no son Milagros, ¿los Milagros dònde estàn?
De un tiròn, y teniendo que meternos por un camino no pavimentado unos cuantos kilòmetros fuera de la ruta (imposible que yo hubiera llegado sola, caminando con mi valijota!), encima visitamos un mirador espectacular y otros gigantes de la zona. Impecable!
Ellos fascinados con mi espìritu aventurero (a esta edad, ja!) y yo fascinada con su ayuda, angelitos disfrazados de jòvenes viajeros.
Nos jugamos una apuesta: cuando lleguemos al Tàne Mahuta, saldrìa el sol!
Dicho y hecho!
Pasamos el control fitosanitario de obligada limpieza de la suela del calzado en unos rodillos giratorios con desinfectante, muy MUY Primerìsimo Mundo! Y nos adentramos por el sendero de deck que conduce hasta èl.
Un rayo como de varita màgica alumbro el inmenso tronco de màs de dieciseis metros de perìmetro!
Una mole viviente de màs de cincuenta metros de alto, con sus 2.500 años de vida encima. Esplendoroso, magnìfico!
Doblè la espalda reverenciàndolo.
Un cosquilleo elèctrico corriò por mis brazos y una calma profunda inundò mi sien.
Nos sacamos fotos sabiendo que èstas jamàs muestran la grandiosidad de los dioses, pero era una forma de guardarnos el momento.
En eso, la guardaparque de chaleco amarillo nos invita a ir saliendo ya que iban a cerrar el paso. Incrèdulos de que ya se habìan hecho las cuatro de la tarde, y que aquì te cierran todo a esa hora, desde una panaderìa a una iglesia, incluso, al parecer, un bosque!
No nos dio tiempo a protestar, ya que inmediatamente se puso a cantar, sola y a capella, una canciòn ritual de despedida y alabanza a los àrboles, en lengua maorì : “Aloha, Aloha” repetìa con la firmeza y delicadeza de su encantada voz, en medio de este paraje verde, sombrìo y hùmedo, lleno de vida y magia. Se me estremeciò hasta el caracù! Aunque no sabrìa precisar dònde me queda exactamente, me vibraron todas las cèlulas de mi emocionado cuerpito.
Al levantar la vista, me encontrè con las làgrimas de David y las pupilas enrosadas de Marcos. Nos abrazamos, abrazamos un àrbol màs pequeño, y en silencio, nos retiramos de ese rincòn del bosque.
Volvimos a pasar por la maquinola limpia zapatos.
Otros visitantes tambièn salìan y el estacionamiento quedarìa vacìo en unos segundos.
Mis nuevos amigos tenìan programado seguir a unas islas en el norte, pero yo tenìa pensado volver a Auckland (200kms. al sur).
Ni lerda ni perezosa, empecè a preguntar a los otros coches si alguno iba en mi direcciòn.
“Causalmente” una familia checa dijo que sì, aunque se miraron como diciendo “¿donde la metemos?” cuando vieron mis dos valijas.
Marcos y David se encargaron de darle al padre excelentes referencias de mi ocasional compañìa mientras empujaban mis bultos en el atestado baùl de mis siguientes choferes anfitriones.
En casi cuatro horas de lluvias intermitentes, recorrimos las curvas y desniveles de esa preciosa ruta de montaña, entre nubes y nieblas de las ùltimas luces.
Para variar, me dejaron en la esquina del hostel que ya tenìa averiguado.
Esto no se puede llamar sòlo “Suerte!”, esto es algo màs que aùn no descubro como me funciona, pero que no paro de Agradecer! Casi que ni yo me lo creo, si no fuera que es a mì misma a la que le suceden estas cosas maravillosas!
Ya instalada en la habitaciòn de turno, cena mediante, caì rendida de Gratitud!
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