Llegar a un país del que jamás oíste ni nombrar, es una experiencia más que exótica, casi como entrar en una novela fantástica con lugares inventados.
Pero no! Vanuatu es un país oficial reconocido ante la ONU, con su propia bandera, su propia moneda, su lengua, sus instituciones, su historia y por supuesto su territorio.
Está compuesto por 83 islas, de las cuales el 45 % están habitadas.
La isla principal, a la que arribé en su aeropuerto de Port Vila, la capital, se la puede recorrer perimetralmente en una hora y media de auto. Y con numerosos botecitos o ferries, arribar a cualquiera de las otras islas más pequeñas.
¿Qué hay de interesante para ver aquí? ¿Porqué llegué hasta aquí?
En realidad, sólo compré un pasaje hacia Papua Nueva Guinea, que hacía escala en esta isla, y luego en otra del conjunto de las Solomón (otro país independiente), quedando un día en cada una, hasta llegar al destino final.
Obviamente que sus playas son fantásticas, cuasi desérticas, aunque hablar con la gente local es lo que más me interesa.
Así es que al llegar con mi desconcierto, solo atiné a preguntar en el mostrador de informes “turísticos” dónde podía alojarme, pensando en remojar mi cuerpito en una blanca playa y pasar la noche en calma.
Allí Sam, con su sonrisa enorme, me recomendó, y me acompañó personalmente! a a la casa de Joy (Alegría), una vecina que vive frente a la pista de aterrizaje (3 vuelos diarios, no demasiado ruido, ja!) y alquila habitaciones.
Preciosa casa, con un jardín con huerta, bananeros, higuera, papayas, mangos, y miles de palmeras.
Ahí nomás me cortó unas habas, desenterró una papa, 3 zanahorias peludas y mandó al hijo a traer dos huevos para prepararme una ensalada. Más encuentro con la Naturaleza, imposible!
Para entonces, ya Sam me había propuesto encontrarnos en una hora en el aeropuerto, cuando terminaba su turno de trabajo, para ir con su novia y sus hermanas, a un show de fuegos en una playa al otro lado de la isla. Acepté encantada!
Joy me explicó que no se podía ir al centro de la ciudad, que estaba todo vallado por los peligros de derrumbes. Recién se están recuperando de un fuerte terremoto de escala 7.5 que el 17 de Diciembre pasado, destruyó un montón de construcciones, mató 14 personas y cientos de heridos.
Que los terremotos son frecuentes en esa zona, aunque nunca habían tenido uno de semejante magnitud.
También es zona de ciclones, de hecho ya están en alerta para la semana próxima que está anunciado uno más que fuerte. Por eso están talando muchos árboles altos…
Trató de tranquilizarme contándome que nunca tuvieron un tsunami.
En fin, yo disfrutando “Holidays” , sabiendo que ya mañana me voy del peligro, y esta gente se queda sufriendo… es algo difícil de digerir…
A la hora fijada nos encontramos con Sam y su familia y taxi mediante, una combi transfer impecable con aire acondicionado, recorrimos la ruta de tierra pozeada cual crater lunar plena de charcos salpicadores.
Al llegar al lugar previsto, el sol descendente nos estaba esperando para regalarnos una roja postal de ensueño, con un muelle precario a contraluz, donde los niñitos locales aun disfrutaban de las tibias aguas.
La luna finita, in crescendo, por encima de los montes enfrentados, cuyo perfil se desdibujaba en la bruma de una cercana lluvia anunciada. En medio del gris, el arco de un arcoiris radiante dibujaba su gigante sonrisa.
A unos doscientos metros de la playa, en medio de las aguas, se erigía la modernosa construccón de un resort de película, con su muelle, sus terrazas privadas, sus palmeras enmarcando el lujo y la exclusividad.
Me cuentan que a determinadas horas, cuando baja la marea, se puede ir o venir caminando. Sino, la lancha pasajera está siempre disponible.
De este lado de la playa, hay un bar. La música americana, los hits setentosos, Abba, Eric Clapton, y tantos otros, sonaban mientras turistas “blancos” consumían tragos de colores en altos vasos con pajita, pizzas, hamburguesas, papas fritas y cuanto menú globalizado existe.
Todos esperábamos el inicio del show de fuegos. Cada tanto, el cielo salpicaba una llovizna finita que parecía no molestar a nadie.
Mientras charlábamos, las chicas me cuentan acerca de las costumbres locales, en fluído inglés.
Vanuatu ha sido colonia inglesa y francesa al mismo tiempo, tras haber sido “descubierto” primeramente por los españoles. Con lo que la lengua más tradicional es una mezcla de las tres. Más los más de doscientos dialectos que cada tribu, en las distintas islas, aun manejan.
Sin embargo, está prohibido hablarlo en los trabajos o en las instituciones públicas.
Aquí los niños deben elegir si ir a la escuela francesa o a la inglesa, y por consiguiente estarán habilitados para conseguir trabajos en empresas privadas de uno u otro origen, ganando mucho más que en las del estado.
Me cuentan que desde 1980 son un país independiente, cuando ambas potencias, tras numerosas pujas de poder, decidieron otorgarles la supuesta libertad. Aunque siguen manejando los hilos de la economía local.
Por lo que podía ver, los que estaban en el bar eran amplia mayoría de australianos blancos. Me dicen que desde hace algunos años, estos vienen a comprar tierras que luego revenden al doble del precio inicial.
Algunas son tierras de explotación agrícola, en su mayoría para producción de frutales: ananás, pasionaria, papaya, o maíz, arroz, y otros cereales. Y por supuesto la explotación turística con la construcción de mega resorts, donde intuyo lavado de divisas al por mayor y no dudo de la explotación de los trabajadores, anque me animaría a decir incluso, explotación sexual.
Me cuesta tanto observar sin opinar, o mejor dicho, sin prejuzgar, pero es que es tan abismal, la diferencia social entre los que viven en el barro, y los que llegan en sus camionetas 4 x 4, los unos más que morochos, los otros más que rubios.
En eso empezó el show.
Unas antorchas delimitando el escenario en la arena misma de la playa, daban lugar a la aparición de los atléticos bailarines que portaban lanzas o cadenas encendidas. Llamaradas que giraban sin fin al compás de la música y de las piruetas. Realmente asombrosas destrezas y compaginación bien entrenada, mantenían al auditorio atento y participativo con las palmas y los vítores.
Durante más de una hora y media ininterrumpida sostuvieron mi sorpresa y mi alegría.
Sam, orgulloso de haberme traído, me convidaba cervezas y pizzas sin fin. Super generoso!
Al terminar, pasaron la lata (lo que nosotros usamos como “gorra”) y el aroma a kerosene quemado se difuminó con la lluvia que volvió a insistir sobre el escenario y los bancos perimetrales a modo de platea. Todos corrimos bajo el gran techo de paja a esperar los buses y los taxis.
Sam, en su rol de gentil anfitrión, me devolvió feliz a la casa de Joy, lista para un buen descanso.
Amaneció lloviendo, con el aroma de un jardín nutricio de olores sabios. Joy se presentó con una bandeja cubierta avisándome del desayuno listo.
Al destaparla, me maravillé de la presentación de los huevos revueltos, la manzana pelada cortada en cuartos, las tostadas a punto, manteca y mermelada, y mi jarrito de té. Regalito más que inesperado.
Luego empaqué mis cosas y salí a la calle desierta para hacer las tres cuadras que me distanciaban de la entrada del aeropuerto. Lluvia, barro y horizonte por toda perspectiva.
En eso, “justo” pasó un auto viejo y sin querer queriendo, le hice una especie de dedo mocho. A buen entendedor, pocas palabras. En pocos minutos llegué a mi destino.
Sam sonriente ya estaba en su mostrador de trabajo, y nos despedimos afectuosamente.
Una docena de pasajeros abordamos el avión que me conduciría a Honiara, la capital de Solomon Island, pero esa es otra historia.
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