Ya tres días consecutivos de angelitos en los aeropuertos era más que prodigioso regalo del cielo. Sabiendo que voy a aterrizar a las nueve de la noche, no es cuestión de hacerlos trabajar horas extras, así que prudentemente, y como una “Sra.” que se precie de tal, reservé un hotel con servicio de regogida. Ja! Que lujo! Primera vez en mi vida, que veré mi nombre en un cartelito sostenido ante la puerta de salida de la aduana pertinente. ¡Qué emoción! ¡Qué nivel de distinción! ¡Qué comodidad!}
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Cualquier parecido con la realidad, es pura coincidencia! ja! |
Ojo! Que “recogida” se refiere al remise que me llevará del aeropuerto al hotel, por favor que no se mal interprete por otros “servicios”, más o menos, igual de placenteros, pero de otra área, se entiende, verdad?
Hasta aquí la parte tranquila.
Ya cuando “justo” estaba embarcando, el hotel me manda mensajito que esta noche no tendrán ningún auto disponible…. GLUP!!!
Para eso, ya lo había pagado, y además leído que los taxis en Manila, como en casi muchas ciudades, no son nada confiables.
Así que la tranquilidad se me fue al tacho. Ahora solo me queda volver a CONFIAR, en mi suerte disfrazada de ángeles.
Veremos, veremos… y ya lo sabremos…
Como me habían avisado, no había nadie con ningún cartelito con mi nombre, ni remise esperándome, que frustración!
¿No les digo que es mejor el “dedo service”? Que últimamente hasta tenía servicio puerta a puerta, ja!
Esto de tomar aviones, ya que de isla en isla, es imposible usar mi método, es agotador. Primero buscar dónde, cómo y con qué compañía volar, horarios, precios, las visas necesarias para cada país (algunas islas son tan orgullosas de sí como país independiente, que tienen obviamente sus propias reglamentaciones, formularios y sistemas aduaneros). Ya voy por el quinto avión de la semana, y mañana tengo pasaje para otro más!
No sé si le alcanzarán las páginas a mi pasaporte, ya que en cada aduana va sellito de entrada y sellito de salida. Desde que salí de Madrid, ya llevo 17 países en la cuenta, ergo 35 sellitos (porque el de salida de éste, ja! Aún estoy acá! en Filipinas exactamente.
El otro día también me dí cuenta de algo muy curioso que nunca me había dado cuenta. Hay un momento en los viajes, en que se supone que no estás en ningún lado, no existís! O como he leído alguna vez, estás en un “NO Lugar”. Esto es en el momento en que pasás la aduana de salida de un país, o sea, ya “saliste” de su territorio. Pasás a la sala de embarque, te paseas por el free shop, te sentás a esperar que llamen para embarcar, pasás por la manga, entrás a un avión, te sentás, volás XX distancia, aterrizás, pasas por la manga, entrás al hall donde están las cabinas de control de aduana nueva, y te ponen el nuevo sellito de “entrada”. O sea, llegaste, “estás” en tal o cual país nuevo. Entonces, todo el tiempo que estuviste entre una y otra aduana, no estás en ningún país. ¿Estamos de acuerdo? ¿Dónde estabas acaso? ¿Cómo se llama ese espacio, o sucesión de espacios – tiempos? Ni idea! Pero así son las cosas, el intrigante “No Lugar”.
Y otra curiosidad más! Me ha pasado de llegar a un país nuevo, “antes” de haber salido de otro.
¿Quéééé?
Sí, si salís de Fiji por ejemplo a las cuatro de la tarde, no te asombres de llegar a Manila a las dos pm. A pesar de haber volado seis horas! Esto se lo debemos a los husos horarios y a los caprichos de las compañías de luz que con sus tarifas promueven los adelantos o atrasos en las horas de cada región. Hasta ahora mi celu se enteraba prodigiosamente antes que yo, de que hora es en el lugar que llegábamos (mi reloj y yo), satélites mediante. Pero mi fiel relojito pulsera -que el otro día le compré mallita nueva- le tengo que dar vuelta a las agujas para que se enteren que cambiamos. Ni hablar la compu, que ya no sabe qué hacer. A veces me marca la hora del lugar en el que estamos, a veces está configurada con la hora de Argentina, y otras aparece con el horario australiano, que es donde la compré. Ah!! y a veces me salen carteles de avisos de nos sé qué, en chino (o algo parecido, porque la verdad no lo sabría diferenciar ni del coreano, ni del japonés, como tampoco diferencio los ojos o los rostros). En fin pobrecita, debe estar mareada con tantas vueltas, gracias que está funcionando!…
Volvamos al aeropuerto de Manila.
No había internet. La empresa que vendía los sim para el celular pretendía 20 u$s para 3 días de uso, y en promoción, ja! Carísimo! Y yo sólo iba a estar un día. Ridículo gastar en eso. Le daría la dirección del hotel al taxista que me tocara en suerte, y que se arregle, al fin y al cabo, es su responsabilidad. Para mi sorpresa, cuando subí al auto reluciente, tenía hasta pantalla de GPS en el tablero del volante. Es que los últimos modelitos de autos que ví en las anteriores islas estados, estaban justamente en un estado deplorable.}
Apenas andar, ya supe que Manila es una regia ciudad, super moderna, llena de autopistas, edificios, todo perfectamente iluminado, semáforos, avenidas de 3 o más carriles, muchísimo tránsito, y bastante desordenado. Además conviven en los mismos carriles, las motos, los toc tocs, los sulkys a tracción a sangre, las bicicletas de bambú y las comunes, los jipjeep, que son los colectivos que se usan acá, unos carromatos chatos donde la gente sube por el fondo y se acomoda en dos asientos paralelos a lo largo de la parte trasera, son supercolorinches, tocan mucha bocina y paran en cualquier lugar todo el tiempo, suben y bajan de a docenas! Más millones de personas, perros y gatos. Puestos ambulantes, chiringuitos, kioskitos, carretillas con productos de todo tipo, desde frutas a ventiladores. O sea, las calles son un caos! Ah!! más el calor húmedo reinante.
Luego supe que tenemos en común mucho más de lo que pudiera pensarse, ya que ellos también fueron colonizados por los españoles. Aquí los jesuitas pisaron fuerte. De hecho hay muchísimas iglesias al mejor estilo barroco, con nombres tan españoles como la Catedral de San Agustín, la Santa Cruz, el Nazareno, la Lady of the Consolation, etc. y los nombres de las calles no se quedan atrás: Tenés la calle Cabildo, o Ruiz, o Vicente Madrigal, la avenida Burgos, Paseo de las Rosas, Luna Street, etc. etc.. nombres que se entretejen con Sir Edward o Charles Brown más otros como Papinga, Melapata o Totoral, voces más indígenas, todo conviviendo al mismo tiempo. Los carteles de publicidad para las pasadas elecciones muestran a Eric Gonzalez con su mejor sonrisas o a la senadora Laura Loreto prometiendo mentiras.
Sorprende ver esos nombres cuando la gran mayoría habla inglés o sus lenguas maternas con musicalidad más oriental. Incluso la traza del barrio central de Manila es el típico damero octogonal, con la plaza cuadrada frente a cada iglesia, y calles paralelas entre sí. Aunque lo curioso, que el centro está encerrado “intramuros” por una muralla propia de las ciudades medievales, aunque está prácticamente en ruinas, es la atracción turística más importante.
Caminar por esas callecitas empedradas es casi como andar por San Telmo en Buenos Aires. Las edificaciones coloniales, con fachadas blancas, balcones con herrerías, techados de tejas rojas, ornamentaciones en las cornisas, ventanas con arcos ovales, y puertas talladas de maravilla. Todo esto lo recorrí esta mañana caminando más de siete horas ininterrumpidas! Es que hay tanto para ver… pero después les cuento.
Volvamos al taxi que me llevaba del aeropuerto al hotel reservado por booking. En realidad por e-trip.com , otra aplicación para encontrar pasajes baratos. Lo cierto es que como premio de los sucesivos pasajes que compré, me apareció una bonificación para reservar hotel a muy buen precio, pero por sobre todo piqué por lo de la recogida y por el desayuno incluído, algo que ya casi no existe y para mí tiene un valor super especial, amo desayunar!
El taxi inició el recorrido por una autopista, luego la avenida que cruza el parque Rizal, nombre del héroe nacional que luego aparecería hasta en la sopa, siguió por unas callejuelas que ya no parecían tan amigables, mucho menos limpias, cruzó un puente sobre un ancho río que a la mañana siguiente vería cuan apestoso luce, desembocó en el arco de entrada al China Town, con sucesivas persianas grafitadas cerradas y bolsas de basura desparramadas por doquier, y yo ya empezaba a temblar, cuando se detuvo frente a un monumental hotel onda Sheraton, que no se podía creer en ese lugar.
Chequeé el nombre en la luminosa marquesina y no había confusión. El guarda de levita y sombrero de copa me dió la bienvenida y ayudó a bajar mi rota maleta. Pasé por la maquinola controladora de explosivos idem a la de los aeropuertos pero más angosta, recibí la veña del uniformado (y armado !) de turno y me dirigí a la marmolada recepción unos treinta metros más adelante atravesando el suntuoso lobby con su enorme lámpara de caireles multicolores colgantes.
La filipina tras el mostrador, de rigurosa camisa blanca con cuellito mao y reverencia al mismo estilo, recibió mis quejas por el no servicio de recogida, y solo sabía decir: “So sorry, so sorry”, bajando las pestañas más que delineadas.
Me entregó la llave, o sea una tarjeta magnética, con el número 603, o sea, debía tomarme el ascensor hasta el sexto piso.
Una vez dentro del ascensor, éste cerró sus lustrosas puertas y no respondía a mi botón. Esperé unos segundos antes de ponerme ansiosa. Tecléé varias veces y nada...estaba encerrada en el silencioso compartimento. Tras unos minutos que parecieron siglos, la puerta se abrió cual Alí Babá ya que alguien había pulsado el botón para entrar en la mismísima planta baja en que todavía estábamos (el ascensor y yo).
Esa persona me enseñó que para que el botón responda, primero debes pasar la tarjeta por el contacto luminoso en la parte superior de la botonera. -AHHhhh….- asentí como boba prehistórica.
Llegada al sexto piso, recorrí el más que mullido alfombrado corredor y frente a la 603 pasé la tarjetita por el lector. Una tenue lucecita roja se prendió en el borde e impidió mi apertura. Repetí el movimiento tres veces pero la antipática lucecita seguía prendiéndose y escupiendo un sonoro pitillo. Intenté en varias posiciones y naaa…
Empuñé mi valijota y mochila de ya muy mal humor y encaré el ascensor a la planta baja. Esta vez, supe como hacerlo andar.
La niña del so sorry, llamó por handy a alguien de seguridad para que me acompañara a la habitación y “me explicara”, deduciendo mi torpeza.
El solícito empleado cumplió su función de acompañante sin ni ofrecerse a acarrear mis bultos.
Llegados a la puerta en cuestión, él tampoco pudo. Ja!
Llamó por handy a la so sorry, y recibió la orden de ir a buscar una nueva tarjeta. Yo me quedé ahí parada, en el silencioso pasillo, con mis petates a los pies.
Tras unos largos minutos, in crescendo con mi mal humor, cansancio y hambre, llegó con la nueva llave de mandala.
La aproximó al sensor y abrió!
Inmediatamente la colocó vertical en una ranura en la pared y nada sucedió. Se supone que debían encenderse las luces y el aire acondicionado. Cosa de mandinga para esta novata en hoteles de lujo, sola ni se me hubiera ocurrido prenderlas de esa manera.
Lo cierto que algo estaba fallando y con otro so sorry se disculpó para ir a buscar otra llave,
Volvió con la noticia del cambio de habitación, a la 609. Yo ya me había encariñado con el lujo desmedido de la primera a oscuras, había palpado el suave cubrecama del king size gigante, y me había sentado en el sillón de pana.
Volví a recoger mis cosas, y tras unos metros, ya estaba en la nueva habitación donde todo funcionaba y se lucía con varios veladores onda Tiffany. El aire acondicionado me frizó en tres segundos y le pedí que lo apagara. El parco señor, balbuceó en filipino algo por su handy y el aparato se detuvo. Le pedí que me abriera la extraña ventana tras el grueso cortinado y así lo hizo. Visualicé que el paisaje circundante era el mismo tenebroso barrio que había transitado unos cuarenta minutos atrás, solo que ahora, desde la torre de la princesa. Cerré las cortinas, pero mantuve el vidrio abierto tras el mosquitero de rigor.
Inspeccioné el baño: tres modelos de duchas cromadas! Un inodoro supersónico y un lavatorio como para que una familia entera se lavara los dientes al mismo tiempo. Un juego de espumosas toallas blancas y una cajita “gift” (regalo) con un dentífrico, un cepillito amoroso, y un sobrecito con gel de no sé qué. Una paquetería! No pude menos que recordar dónde la había pasado la noche anterior y soltar la carcajada de lo loca que es mi vida, paso del negro al blanco, de un polo al otro, con una velocidad inexplicable. ¿Qué he hecho yo, para merecer esto? Encima a la mitad de precio de la pocilga de la última noche, ni hablar de la anteúltima!…
En fin, la ducha me llamaba ya!
En eso descubro que los mensajitos del celu no aparecían, ergo, el internet no funcionaba! La niña de la recepción me había asegurado que había buena conección en las habitaciones.
Ya cercano a la furia, disqué (apreté botón) de en el teléfono marfil y esperé su vocecita. Le comuniqué el inconveniente y me dijo de esperar al muchacho que lo solucionaría.
Ergo, no podía desvestirme, tampoco abrir mi valija a ver si me volvían a cambiar de habitación…
Esperé…
Al rato, otro jovenzuelo de cuello mao, golpea la puerta y entra haciendo sus disculposas reverencias. Revisa la antenita en un rincón y me modifica la clave en el teléfono y en la compu que ya tenía yo abierta y lista. Empezó a andar! Zenquiu, zenquiú lo despedí urgida de descanso.
Me tenté en revisar la respuesta de la embajada de Indonesia para verificar mi visa para el día siguiente y veo que en la compu todo bien, pero en el celu, todo mal.
Vuelvo al teléfono en la mesita de luz, pero tras largos rings, nadie atiende. Me negaba a bajar una vez más a la recepción, porque ya me había sacado el vestido. Volví a insistir. Atendió miss sorry. Volvió el muchacho mao. Volvió a cambiarme la configuración del teléfono. Empezó a andar todo bien. Yo ya estaba agotada. Ni ganas de ducharme, muchos menos salir a comer. Ya eran más de las once de la noche! Menos en ese barrio.
Volví al teléfono de “Hola Susana” y pregunté por algún servicio de comida en la habitación. Me dijo que no, así de cortito.
Al rato, otro muchacho mao, con elegante bandeja, se presenta en mi puerta con una jarra de agua con cubitos y dos vasos. Zenquiú, le agradecí con idéntica reverencia, escondiendo mi cansancio y mi vuelta a vestirme para abrirle.
Ya desvelada comencé a trabajar en mi maquinola, con las averiguaciones pertinentes, contestar mails, y etcs… y de repente ví que eran las cuatro de la mañana! Urgente a la cama a disfrutar de ese soberano colchón!
Desperté pasadas las once. Inmediatamente me asusté de haberme pasado de las diez para dejar la habitación, cuando recordé que el horario del cheq out era a las doce. La ventaja de estos refinoles hoteles, ja!
Me duché jugando con los tres modelitos de chorros difusores, disfruté del inmaculado toallón y me encremé ante el majestuoso espejo, mucho más grande que el de Blancanieves.
Revisé el celu, y guardé mis petates. Bajé con todo a la recepción y pedí hablar con el jefe, manager, encargado o como se llame.
Para mi sorpresa, miss sorry se había multiplicado x tres. Tres firmes camisas blancas se alineaban tras el mostrador, apretados rodetes negros tras las nucas, ojos delineados por idéntica mano, y reverencias al unísono dignas de ballet bien ensayado.
El jefe me atendería enseguida, debía esperar sentada en el lobby.
Más allá, frente a la acristalada entrada, antes del policía armado hasta las muelas, y el hombre de frac negro, se alineaban otras seis jovencitas de idénticas pulcras camisas, polleritas negras onda Chanel y zapatitos chatos del mismo tono, cual si fueran postes o faroles para dar la bienvenida o saludos de buena salida. Monstruosamente serviciales cual granaderas esclavas!
El manager se presentó elegante, se sentó a mi lado dispuesto a escucharme.
Apelé a mi mayor diplomacia para enumerarle todos los “inconvenientes” de la noche anterior. Tomó nota y me prometió revisar los hechos para evitar futuros inconvenientes a otros viajeros. Parecía sincero y preocupado. A modo de compensación, me ofrecía un “cheq-out late” o sea permiso para permanecer en la habitación hasta las seis de la tarde. Nada más lejos de mi intención de salir a recorrer la ciudad y aprovechar el día, además buscaría otro hotel más sencillo para la siguiente noche, ya que finalmente me quedaría un día más en Manila.
Le propuse una permuta: en vez del checq-out late, un breakfast free, ya que además la so sorry ya me había informado que mi reserva no incluía el desayuno tal cual lo anunciaba la web del trip.com
Sonrió sin salida, y aceptó. Le ordenó a una camarera que me trajeran “algo” ya que el horario del comedor ya había terminado. Me extendió la mano elegantemente y se despidió habiendo cumplido su función.
Yo sonreí ante la bandeja de estilizado vaso con jugo con hielo y una “ensaymada” que lucía como un gran scon con queso derretido arriba.
Al ir a tomarlo con la mano, descubro que es blandito como un flan. Decido usar los cubiertos que acompañaban el plato. Al hincar la cuchara siento que es un pegote esponjoso de masa indeterminada, aunque sabroso. En el interior del bollo, descansaban unas rodajitas de cebolla roja.
Lo degusté lentamente con la voracidad de una hambrienta, y tras mis respetuosos saludos agradecidos, salí a la calle dejando mi equipaje al cuidado de las misses sorrys tras el mostrador.
En el primer instante me apabullé de la cantidad de gente, todos parecían chinitos, y la cantidad de negocios infinitos, la mayoría joyerías de doradas vidrieras con cadenitas y anillos sin fin. Entre medio de las angostas veredas, carritos de bananas, mangos, papayas y choclos, sin ningún pudor.
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Pececitos, pajaritos, pollitos de colores... |
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Mundo de opuestos y contradicciones |
Madejas aéreas de cables de electricidad enredados sin remedio a postes torcidos atravesaban las calles de lado a lado cual lianas en una jungla de cemento y mugre.
Por supuesto avisada del peligro de que me arrebaten la cartera y tratar de convencerme que era mejor moverme en taxi, lo hice a mi manera, confiada en la protección angélica, y motivada por mi curiosidad insaciable. De haber contratado un taxi, todavía estaría en la primer esquina, los embotellamientos aquí son damajuanamientos!
A la segunda calle, siguiendo la explicación de concerje, ya me sentía más segura, aunque a mi sandalia derecha se le empezó a despegar la suela. Paso a paso sentía que se aflojaba y que iba a terminar por separarse en breves minutos. Ni lenta ni perezosa, entré en una tiendita de zapatos y por un dólar y medio, salí calzada con un par nuevo, bastante bonito y original.
Sigamos…
Cruzar las calles o las avenidas, ¡es toda una odisea! Los vehículos se desplazan en todas direcciones, cambian de carril, no respetan las manos, mucho menos a los peatones. Las miles de motos como moscas, te zumban los tobillos sin ningún cuidado. Hay que esperar que se junte una masa humana en la misma dirección, para animarse a sumarse al rebaño suicida que enfrentará a los colectivos chatarras y otros carros.
Llegué a la muralla y recorrí el down town de callecitas adoquinadas y edificaciones coloniales que desde entonces no reciben el más mínimo mantenimiento, todo está en ruinas como si nada.
Visité la Catedral que fue reconstruída ocho veces, tras los sucesivos derrumbres provocados por distintos terremotos que sufrió la ciudad y finalmente por las bombas japonesas en la Segunda Guerra Mundial. Es el símbolo de la resiliencia, como los sufridos filipinos.
Más allá estaba la San Agustín, la puerta de Santiago y el monumento a la Reina Isabel. Pero estas cosas ya poco o nada me interesan, así que seguí caminando hacia el parque Rizal (héroe popular que investigaré con más detenimiento) para llegar al Botánico.
De pasada entré en el museo de Antropología y quedé deslumbrada por los cuatro pisos de excelentes exposiciones, desde tallas de madera, cestería, textiles, instrumentos musicales, pinturas y arte en general.
Un poco de historia para empezar a aprender sobre este pueblo tan bonito. De hecho, las facciones de la gente me parecen encantadores, de perpetua sonrisa y ojos grandes, aunque sin párpado superior, lo que les da la mirada del oriental, pero con la profundidad del latino. Una equilibrada simbiosis de belleza a toda edad.
Aunque también es justo decirlo, hay una amplia mayoría de gente que aún usa barbijo! Como si el miedo o la precaución se les hubiera quedado impregnado en la cara...
Volví a la calle en búsqueda del Botánico, pero me tenté en entrar primero al museo de Bellas Artes que se presentó a mi paso en una edificación muy parecida al mismo en Buenos Aires, con escaleras en todo el ancho de su frente, columnata romana y frontispicio triangular, al mejor estilo neoclásico, imponente! En su interior, mucho para ver, pero tras dos pisos de pintura del siglo XVI, XVII y XVIII, con los retablos de las capillas jesuitas, los retratos de coroneles y damas de no sé cuanto, las versiones de la anunciación a cuanta vírgen supiera concebir, o las bajadas de Cristo de la Cruz por artistas locales, me dí por satisfecha.
Dándome cuenta que la tarde avanzaba y aún no había buscado mi hostel para la noche, subí a un jipjeep (colectivo de chapas típico de esta ciudad) siguiendo la recomendación de una guía del museo. Buscaría en el barrio Quiapo, cercano al centro, no tan lejos, y de precio más que accesible.
Una chica en el colectivo, cuando le pregunté por la calle tal, se ofreció a acompañarme. Menos mal! El barrio resultó un laberinto de callejuelas tanto o más roñosas que las del chino.
Milagrosamente dimos con la dirección buscada y más milagrosamente aún, era un edificio muy bonito, con guarda de seguridad frente a su portón blindado, un patio interior con plantas y reposeras, una recepcionista amorosa, un cuarto privado más que prolijo con aire acondicionado, sábanas y toallas más que blancas y la misma cajita de regalo con el cepillito de dientes que en el de la noche pasada. Además, un par de chinelitas blancas (descartables ?) . Dejé la habitación paga y me fui a buscar mis cosas al hotel de la mis sorry. Enseguida me ubiqué para salir del laberinto, atravesar un puente y en seis cuadras más, dí con el arco de entrada al barrio chino. Seguí por la cuadra de las joyerías y enseguida dí con el super mega hotel. Evidentemente a mí no me seduce el lujo ni la ostentación, preferí acarrear mi valijota las diez cuadras que distaban, que quedarme otra noche en ese monumento al derroche.
Las persianas se iban cerrando una a una como piezas de dominó al caer. La luz menguaba y los vendedores ambulantes iban retirándose. Preferí caminar surfeando charcos que marearme en un toc toc o morir de impaciencia en los atascos de tránsito.
En menos de lo
previsto llegué sana y salva a mi destino, previa comprita de
víveres para cenar en la habitación, ya no desafiaría las calles
inciertas de noche.
Escribí un rato hasta que el sueño me venció, también? Había caminado siete horas seguidas sin parar, ni sentarme ni un segundo. A veces, ni yo me entiendo cómo puedo hacer estas cosas. ¿De dónde me sale tanta energía? Y todo con una sola ensaymada (scon fofo) en todo el día. ¿Será la curiosidad desmedida? ¿Será la falta de respeto a mi edad? ¿Serán las sandalias nuevas? Ja! No sé, lo cierto es que disfruté Manila de pe a pá!
Hasta mañana si Dios quiere…
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