Sigue la lluvia, estamos en la temporada de ciclones y lluvias, por ende, temporada baja para el turismo, muchos lugares disponibles y a precios más que convenientes.
Cada vez que llovió paró, así que al mediodía me volví a mudar a un hotel “más que lindo!” que había visto en mi recorrida de la tarde anterior.
En medio de los arrozales, apartado del centro, con piscina, desayuno incluído, y una habitación de reina con hidromasaje en la bañera, heladerita y cafetera. Una terracita individual con salida directa al jardín, con vista a las palmeras, bananeros, cultivos y mil plantas más. Una delicia para todos los sentidos, incluído el bolsillo, de no creer!
Así que me lo disfruté en cada uno de sus rincones, nadé hasta con lluvia, medité en las reposeras bajo grandes sombrillas de paja, y me comí el desayuno para dos, como rezaba la reserva.
Esto de viajar sola tiene sus ventajas y desventajas.
Las más de las veces debes pagar la habitación doble, porque casi nunca hay habitaciones individuales. Tampoco puedes compartir un taxi con un ausente y el viaje te termina saliendo el doble de si estuvieras acompañada. Pero la ventaja, es que para una sola, siempre hay lugar en todos lados y jamás pierdo una entrada.
Lo cierto es que el chiche me duró 24 hs. para luego regresar al hotelcito en la vivienda familiar anterior. Me recibieron como si yo ya fuera de la familia, conocían mis gustos para el desayuno, y me prepararon la habitación frente al árbol de los primeros días.
A pesar de la limpieza imperante, esa noche, algún bicho me picó. Más precisamente, me mordió.
Amanecí con unas ronchas rojas bastante grandecitas en el antebrazo derecho que picaban de lo mpeor. Otra tanto o más grande, espejada en el esternon bajo la misma axila, y ésta se repetía en el cuello y en el párpado superior de un ojo. Ah! Y otra chiquita, pero no por ello, menos picante, en la muñeca del mismo brazo.
Ni idea qué habrá sido, alguien me dijo que quizás una araña, lo cierto que ya van tres días de inflamación, hasta tuve un poquito de fiebre, y recién hoy empiezan a abandonar su color morado. Veremos, veremos… Nada grave, solo molesto!
Unas ronchas no iban a detenerme en el paseo planeado para ese día: el Monkey Forest. Una reserva de monos en libertad, que se pasean orondos entre templos, estatuas musgosas, ficus añosos, escalinatas sin fin, y miles de turistas.
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Debo confesar que a mí los monos no me causan demasiadas simpatías, menos aún cuando se te vienen encima en búsqueda de tu celular o algún alimento que erróneamente llevas en la mano. Por otro lado, también se hacen los antipáticos y no te dan ni la hora, al momento de querer fotografiarlos. Mucho menos pedirles que se queden quietos. Eso sí! Había algunos en poses de lo más eróticas sin ningún tapujo. Había madres desbichando a sus hijos, y unos cuantos machos buscando pelea con algún hermano por cuestiones de comida o celos.
A mí lo que más me gustó fue el verdor y la magnificencia de la selva tropical, a tan poca distancia de la ciudad misma. Lianas infinitas colgando de árboles gigantes, su sombra y su frescor.
En algún momento, una música de timbales y xilofones me convocó desde lejos. Al llegar a un atrio semicubierto, vi que se estaba representando una especie de opereta, con monstruos disfrazados de animales primitivos. Siempre mounstruos! No sé a que se debe esta simbología, supongo que para ahuyentar los malos espíritus, pero aunque yo no me considero un espíritu nocivo, me doy por ahuyentada igual No me gustan para nada! Me parecen horrorosas! Antiestéticas! Nada tienen que ver con la dulzura y la belleza de las mujeres en las ceremonias, ni con la majestuosidad de la arqutectura de los templos (obviándoles estas estatuas en cada entrada!) En fin, no dan ni para souvenier ja!
Luego visité un museo de arte, donde otra vez las horribles imágenes eran representadas en oscuros cuadros, en contraposición a otros muy bellos, con motivos florales o musas danzantes de la Naturaleza, en colores más armoniosos con mi espíritu.
Pasado el mediodía dí por suficiente la visita, y me dirigí al Kajeng Rice Field, en moto obviamente! Como ya expliqué antes, aquí no existe el transporte público. Tomar un taxi implica estar dos horas quieto en la misma bocacalle en un atasco, ergo, me encantan las mototaxis! Pactas el precio de antemando, te dan el casco (casi nunca cierra el precinto) y sonrisa al viento, emprendes el recorrido.
Puede pasar, como fue mi caso, que a los diez minutos se largó de nuevo, tremendo chaparrón. El conductor, habituado a estos climas, no se da ni por enteterado. O sea, te pasea bajo la ducha como si nada. Yo, ya acostumbrada a estos “imprevistos” siempre tengo mi fiel ponchito de nylon en el bolsito de mano, así que diestra y veloz, y en la misma erecta posición trasera, me lo coloqué tratando de atravesar el casco con cierta resistencia, pero lo logré.
Para cuando llegamos al arrozal, ya había pasado el aguacero, pero mi estado era cuasi lamentable.
Ningún problema, los miles de turistas que allí había, no iban precisamente a verme a mí.
El lugar resultó cuasi un parque de diversiones, con su respectiva más que abultada entrada.
Sí, había arrozales, pero de una forma muy artificiosa, más bien era un recorrido en distintos niveles ajardinados, muy bonitos por cierto, con estatuas, fuentes, puentecito sobre un arroyo, y los “entretenimientos” que pagabas aparte: un swing! O sea una hamaca gigante que volaba sobre el campo en vertiginoso y abrupto escalón, al tiempo que te daban un vestido de cola muy larga, para sacarte una foto de ensueño. Había nidos, y corazones tejidos, también dispuestos para las fotos, una tirolesa de punta a punta del predio, y por supuesto, bares, restaurants, heladerías y tienda de recuerdos y regalos. Muy Dysney todo, no me gustó. Aprecié mucho más, los reales que había visitado dos días antes, con los trabajadores cosechando al atardecer, sin tanta alaraca.
El chofer de la moto había insistido en esperarme, a pesar de que le dije que no hacía falta, no me gusta sentir la presión de saber que hay alguien aburrido esperándome a que yo termine.
Al salir, todavía estaba ahi, dispuesto a cobrarme la vuelta. Mi intención era volver caminando, sobre la ruta había un montón de negocios de decoración y artesanía típica que me interesaba ver.
Ël insistió aludiendo a la gran distancia, y que conocía un café en el camino, que me recomendaba mucho conocer.
Finalmente acepté a cambio que él acepte el café que yo le invitaría.
El café resultó una especialidad balinesa, hecha a partir del grano digerido por la ciavata, un animal salvaje mezcla de oso y gato. Apenas entrar al negocio, te hacen el tour explicativo con las jaulas de los pobres bichos encerrados. Luego te muestran la bandeja del popó con los granos de café entreverados con las heces, un asco! A partir de ahí, lño que menos quería era tomar ese café, por más especial y tradicional que fuera, y menos a costa del sacrificio de animales, y menos al precio mayor que un Starbuck.
Mi chofer se quedó con las ganas, y yo con la frustración del paseo. Igualmente la empatamos un poco, con la degustación de 10 tacitas de diferentes tés que también servían en el mismo lugar. En recompensa, me trajo de vuelta a la ciudad, por otro camino hermoso, curva y contracurva entre arrozales genuinos de cuadrito.
Le super agradecí y nos despedimos. Yo ya instalada nuevamente en el hotel familiar, les voy contando todo esto, antes de salir nuevamente en búsqueda de una apetitosa cena.
Que les aproveche, ja!
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