De esos en que miras el cielo y dejas tu mente divagar…
Me he dado cuenta que, aunque lo intente, nunca seré una “nómade”.
Palabra que me encanta por su relación con la libertad, con las caravanas de camellos en la quietud del desierto, o de alegres carromatos gitanos, de aves en vuelos trasatlánticos, de migración de fieras salvajes, o de semillas al viento.
Ser nómade me remite a la casita que porta el caracol, o a la caparazón de una tortuga. Las ramitas con que se empeñan los pájaros en construir sus nidos o la diversidad de casas rodantes con que nos tienta el mercado actual.
Ser nómade implica andar liviana, sin ataduras, sin apegos, sin dependencias.
Ser nómade es andar sin tener un destino de llegada, mucho menos de vuelta a un hogar.
Cada una de estas cualidades me rozan, pero no me abarcan.
Yo sí tengo un hogar al que algún día pienso retornar. Eso de por sí, ya es una gran atadura. Para sostenerlo a la distancia, dependo de un capital, de favores de amigos, de estar atenta a los impuestos, a su mantenimiento, y otros yuyos.
Para sostener el capital debo estar atenta a las circunstancias con que lo genero, lo conservo, lo cuido o lo administro. Nada de eso, se acerca al desapego. ¡Aún no soy tan yogui!
Aunque quiera ser mariposa de alas desplegadas, o mujer que corre tras los lobos, también me apetece andar limpita, perfumada y en lo posible bien peinada. Aspectos más cercanos a la dependencia de un baño apto, que de agujeros en la tierra.
Mi pequeño gran atillo no logra bajar los diez kilos, por lo que en vez de palito al hombro prefiero las rueditas de una valija apta para cabina.
Muchos menos portar mis limitadas pertenencias en un canasto sobre la cabeza, ya la llevo bastante cargada de pajaritos, ilusiones y agradecimientos.
Por más que intento la filosofía del “no plan”, me fascina recorrer mapas con mi dedo índice uniendo destinos y mucho más, luego de recorrerlos, pintarles con color la línea que los une.
Por más que quisiera meterme por lugares inexplorados, ajenos a la civilización globalizada, todo ya se encuentra registrado en instagram, con las debidas recomendaciones, casas de cambio, y fotos photoshopeadas.
Hace poco conocí la palabra “Wanderlust”, un irrefrenable deseo o anhelo de deambular, viajar y explorar el mundo. ¡Inmediatamente la sentí propia! Cada día me convenzo más, que esto es una adicción, un bichito que te da cuerda y se te mete en la sangre sin ningún pudor.
Por más que me proponga quedarme quieta, al menos unos días, unas horas, no lo logro, siempre hay algo más allá que llama mi curiosidad, que me hace saltar de la silla y poner mis piecitos a andar…
Quiero encontrar una palabra que defina mi modo de moverme por el mundo. No soy nómade, tampoco peregrina. Esa me remite a procesiones religiosas, y aunque en estos tiempos una esté muy cerca de su mundo espiritual, nada tengo que ver con dogmas y doctrinas.
Tampoco soy una buscadora, nada más lejos de mis propósitos. Nada busco y todo encuentro. Estoy abierta a lo que la Vida me propone cada día. Cada paso es un regalo.
Ni vagabunda, ni migrante, ni itinerante, trotamunda o caminante, el diccionario de google aún no me conoce!
Una palabra como esas japonesas que definen una relación o una acción sutil intocable, inmensurable.
Con una buena pizca de rebeldía, otra de coraje, de humor, de incansabilidad, de tenacidad y de atrevimiento. Mechadas con un poco de incoherencia y otro poco de insolencia. Un gran chorro de inconciencia, mezclar bien, y hete aquí, mí!
Con la impunidad que me da mi aspecto de señora madura, con la experiencia que me dan los años y con los angelitos que siempre me acompañan.
Una especie de aventurera, pero con celular en mano que casi todo lo resuelve, y suficientes papelitos verdes en el fondo de la maleta, cual varita mágica contemporánea.
Practico la flexibilidad cada día, con mi cuerpo y con mi mente. Cuando no pides nada, o no sabes que esperar, todo lo que te viene es bienvenido. Cuando te fijas una meta o algo por lograr, si no se cumple, aparece la frustración de la mano del enojo o la decepción. Elijo no planificar demasiado, dejar fluir, dejarme llevar…
Al mismo tiempo, me guío por mi intuición como bandera, con mi determinación y asertividad para arribar a mis mecas, algo así como cabeza dura a todo terreno!
Aprendí a hacer un nudo con las dudas, las preocupaciones y con los miedos. Todo eso pesa demasiado, como un ancla oxidada, que no te permite avanzar.
No puedo dejar de AGRADECER! Primero a la Energía Divina que me lleva y me trae, me alza en andas y me hace saltar de alegría, que me sostiene y me banca, que me pone a prueba, y siempre, siempre me acompaña.
Agradecer mi salud, mi buen o poco entendimiento, mis capacidades, mi GPS mental con el que fui dotada, mi apertura para relacionarme con desconocidos que instantáneamente dejan de serlo, mi desverguenza para preguntarlo todo, la posibilidad de entender o hacerse entender en distintos idiomas o gestos universales, y por sobre todo, mi confianza a toda prueba!
Agradecer a los amigos que me acompañan a la distancia, con sus orejas dispuestas, sus favores a mis pedidos, la lectura de mis historias, y sus presencias incondicionales, emanando amor y aguante, que es una forma hermanada del primero.
¿Debería ser una palabra tan larga como las rutas infinitas?
¿Tan colorida como los matices de mi forma de ser, estar y transitar?
¿Tan fácil de pronunciar que te cosquillee el alma como mis andanzas?
¿Tan sorprendente como un par de ojos negros abiertos a las sorpresas de la Vida?
¿Tan calma como la música de la brisa?
¿Tan vivaz como un capullo naciendo a la luz?
¿Tan brillante como la alegría?
¿Tan evanescente como una ola de mar?
¿Tan pegadiza como la ternura de la miel?
¿Tan ágil como una estrella viajera?
No se lo preguntaré a la IA, ella jamás logrará tener mis sensaciones ni me pisará los talones. No podrá alcanzar mis sueños ni remontarse en el barrilete de mis palabras…
Seguramente no necesito calificarme en un solo vocablo, sería como encerrarse, lo opuesto a la libertad que tanto pregono, disfruto y agradezco.
Seguramente cambiaría a cada rato, como el perpetuo ejercicio del aquí y ahora, mutable y concreto a la vez.
Hoy elijo este modo, jugar con mi voz hecha sentimiento. Compartir mis sentires como un pacto amoroso y humilde. Desenvolver mi alma como quien abre una ventana. Invitarme a las preguntas sin necesidad de respuestas. Plumerear el corazón para que que vuelen los sonidos.
Y dejarme habitar y habitarte con el sencillo verbo viajar...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Si querés, dejame aquí tu mensaje o compartime tu Milagro...