Con gran honor y privilegio, fui aceptada a presenciar la
Ceremonia Sagrada del Rehue, en el territorio de la familia KinxiKew (se
pronuncia Quintriqueo), a 45 km. del centro de Villa La Angostura, por ruta 40
hacia S.C. de Bariloche.
Siendo las 7 de la mañana, el cielo oscuro aún dibujaba la
luna finita amacándose junto a su brillante lucero sobre el Nahuel Huapi.
El silencio de la noche y del paraje aumentaban el secreto
encuentro. Me detuve frente a la tranquera indicada, y con gran respeto, corrí
las cadenas. Avancé calladamente hacia ese otro mundo tan desconocido…
Una hoguera 400 metros más adelante, me señaló el punto de
encuentro. Unas siluetas arropadas en ponchos oscuros buscaban su calor,
mientras aguardaban el inicio, tras una enramada que dificultaba la visión del
grupo.
Dos hombres no tan amigables, me interceptaron el avance y
me aconsejaron esperar en el auto, hasta recibir la autorización de la
confirmación de mi visita. Unos minutos más tarde, me mostraron el lugar, bajo
unos árboles, donde debía permanecer “por un rato” mientras arrancaba el
“Rehue”, y luego sería aceptada en la ronda…
Al instante empezaron los sonidos disfónicos de una especie
de trompeta, que luego aprendí que se llama “ñorquin”, hecha de caña ahuecada y
doblada en espiral de alrededor de 45 cm. de diámetro, envuelta en lanas de
colores, y con un cuerno de vaca, a modo de bocina en una punta, y un trozo de
caño rígido en el otro, a modo de embocadura para su soplo con los labios
juntos hacia un costado.
Los hombres volvieron al “lefund”, o sea, al círculo de
tierra sagrada, donde se desarrollaba la escena que me era vedada.
Debí conformarme entonces con ver ascender el humo desde un
supuesto centro, y esperar ansiosamente a que así también se alzara el sol, ya
que la madrugada se presentaba helada. Comencé a rezar en mi credo, al unísono
que “ellos” entonaban unos gritos dispares, pero evidentemente Agradecidos y
Convocantes del Febo que se asomaba gigante tras las montañas nevadas,
corriendo como un lento telón, la luz sobre las colinas circundantes…
Al compás de unos tambores (Kultrum), reconociéndome una
privilegiada por la posibilidad de presenciar, y habiendo contado de antemano
con la aprobación del Lonco (Cacique) para poder trasmitir esta vivencia más
allá de sus fronteras, los bendije desde mi corazón, uniéndome a sus ritos.
Ví izarse 4 banderas en las puntas de unas largas varas
cohiues: una azul (calfu), que luego supe que homenajeaba el cielo; otra
amarilla, el sol; y a ambos lados, las de las comunidades de estas familias
originarias del territorio. El viento las flameaba avivado por los gritos de
los presentes. El humo aumentaba en bocanadas grises, de acuerdo a la leña que
iban agregando, cuya reserva se encontraba ya dispuesta, unos metros más allá
del círculo.
Cada tanto, uno de los señores se asomaba para ver si yo me
mantenía en el lugar indicado. Por mi parte, logré dominar mi curiosidad, y
educada como una buena alumna, me mantuve en el rincón señalado, no sea cosa de
perderme el resto de la Fiesta!
Aprovechaba los golpes desacompasados sobre el cuero del
timbal, para promover mis propios saltitos en el lugar, al tiempo de frotar mis
manos a modo de urgente plegaria, con apenas tibio aliento.
Unos silbatos de pitos extraños se entremezclaban entre los
aullidos de los ñorquinques y los multifonéticos gritos periódicos:
“EEEeeeeee….!!!!!.....” Nada que yo
pudiera reconocer como una composición con melodía y armonías, pero trasmitían
la fuerza de una Nación!
Tras hora y media de congelada espera, mi anfitriona Sofía
salió a darme la bienvenida y ser presentada a la Comunidad. Vestía su mejor
atuendo negro, con un gran trapalacucha
(pectoral colgado del cuello, labrado en plata) y magnífico trailon coronando
su cabeza. Hermosos chaguiles (aros) y un tupun (aguja con cabeza) sosteniendo
lateralmente su poncho.
Antes de continuar el relato, debo pedir disculpas, si
algunas palabras no están escritas correctamente, ya que la lengua mapundum
originariamente era solo oral, sin alfabeto escrito. A su vez, yo trataba de
entender todos los términos, y los traducía dificultosamente a nuestras sílabas
occidentales, de acuerdo a mi precaria escucha, tratando de no interrumpir sus
relatos.
Sofía me enseñó a rodear el Rehue, entrando por la derecha
de la enramada, especie de quincho semicubiero de hojas de radal y retamas y de
trazado semicircular, de aproximadamente apenas un metro sesenta de alto y 2
mt. de profundidad, con bancos de troncos en su interior, a modo de tribuna protegida
para la che (gente), formando una herradura frente al altar dispuesto a unos 30
metros en dirección a la salida del sol. Allí estaban clavadas las 4 estacas de
las banderas, más una más baja con un penacho de plumas en su extremo superior,
y dos plantas de maitenes (planta sagrada) junto a la gran hoguera. A sus pies,
una suma de vasijas de diversos tamaños, materiales y colores; unas mantas
enrolladas, algunas artesanías, y granos de maíz espolvoreados en la tierra.
Rodeamos el conjunto por atrás, caminando de a dos, como siempre debimos
hacerlo, cada vez que alguien entraba o salía del Rehue, dando a su vez, dos
vueltas en círculo a la gran superficie, antes de detenernos junto al resto de
los integrantes, que me miraban con gran sorpresa. Ella me explicó que allí se
depositaron las ofrendas de sus trabajos en homenaje a la Tierra (Ñuquemapu) a
la que consideran su Madre, aunque me aclaró que esta ceremonia, no tenía nada
que ver con las de la Pachamama que rigen otras culturas.
-“Mari, mari!”- se acercaban todos a saludarme con doble
beso a ambos lados de mi cachetes recién recalentados junto a los 4 fogones que
rodeaban el lugar, agradeciendo la bienvenida y los abrazos reconfortantes.
A pesar de la baja temperatura, unos cuantos niños
participaban del Encuentro, trajeados a la usanza o envueltos en ponchos y
mantas por sus protectoras madres.
Nahira Serena (Equilibrio Cósmico) con sólo tres meses,
cautivó mi admiración. Había sido recién “presentada” a sus familiares en una
especie de Bautismo (¡?). Su mamá Daniela, y su papá Nicolás, la arropaban
orgullosos entre frazadas, mientras el resto de los adultos, traían tablones y
preparaban la cruz para el asado próximo.
Unos cortaban a serrucho chuletas de vaca recién carneada y
las acomodaban sobre un disco de hierro sobre un fogón. Algunas mujeres
acarreaban desde las rucas (casas), ollas llenas de papas y les vertían agua de
unos botellones plásticos para el hervor.
El Lonco José comenzó a explicarme algunos conceptos de la
cosmovisión mapuche, mientras nombraba rápidamente el Huapumapu, el Uelmapu, el
Ñuquemapu y otro que no llegué a anotar, pero deduje que hablaba de los 4
puntos cardinales, y que todos pertenecían al gran espacio que se halla entre
el Cielo y la Tierra. De cómo él tenía que sostener el Hualpapú (Nación
Mapuche) con continuos trahums (charlas/lecciones) para pasar la Cultura de sus
antepasados, y mantener el Ordenamiento según las tradiciones. Contó que esta
Festividad fue rescatada desde hace 6 o 7 años, y que hacía 70 que no se
festejaba. Esta “Vuelta del Año” no lleva numeración, ya que ellos no cuentan
el tiempo como los occidentales, sino que la Naturaleza es un continum sin fin.
Su propósito es el de legar a sus sucesores el fortalecimiento de la “Causa” de
Reconquista del Territorio, de trasmitir los signos y los conocimientos
ancestrales.
Hablaba con firmeza sobre su lucha ante el Estado,
representado por autoridades de Parques Nacionales, diputados y Senadores de
distintas gestiones y partidos. Se quejaba de las falsas promesas y de los
incumplimientos a las leyes de “Reparación” que la actual presidenta de los
argentinos firmó en el 2006 y que aún no cumplió, ni hay reconocimiento alguno.
Me contó del avasallamiento sobre los rehues (sitios
sagrados) en otros territorios cercanos, y que el suyo, el de sus antepasados,
llegaba desde el lago hasta los confines de Traful y Cullín Manzano. Que desde
la época de la Conquista de Roca, en que fueron escriturados a favor de
“patriotas” que venían a poblar la Patagonia (¡?) que ya estaba poblada por
ellos! Y otras 60 tribus diversas! fueron sistemáticamente exterminados, aún
con torturas físicas y/o cuestiones de desempleo o comerciales que los
obligaron a alejarse de sus tierras. Incluso su lengua natal fue prohibida,
junto a sus ritos religiosos y simbologías. A los pocos que quedaron, los
esclavizaron o los usaban de siervos o peones, imponiéndoles otra bandera,
otros calendarios, otro idioma, moneda y religión. Así es como que actualmente
hay muchos descendientes que por temor a ser menospreciados o discriminados,
rechazan o desconocen su origen, privando a la comunidad original de sumar “activistas
militantes por la causa”.
Para entonces estuvo lista la carne, facón en una mano y
trozo con pan en otra. El vino suavizó la conversación por un rato, mientras el
sol en pleno alzaba su calor.
Tras el almuerzo, el Lonco distribuyó unos papelitos
doblados entre algunos presentes y se puso a “leerles” el mensaje. A falta de
texto, yo sólo veía unas manchas de tintura verde, con formas diversas según el
plegado del mismo, a modo de pinturas rupestres. Él les iba dando su
interpretación, como mensaje de la misión asignada para esa persona, en el
transcurrir del siguiente año que iniciaban ese día.
Entre mates volvió a su arenga a la pequeña multitud, entre
30 o 40 personas, niños incluídos, enseñándoles el valor y el respeto a la
Naturaleza. Explicó el actual sistema de “fracking” para la extracción de
petróleo en la provincia de Neuquén y Río Negro, con el cual se están
contaminando todas las napas, y envenenando los ríos que abastecen a las
ciudades, con lo cual el perjuicio, será para todos, no sólo para los mapuches.
Ellos son los que lo están advirtiendo, ya que son ellos quienes poseen la
Sabiduría de la Tierra, el Nehuen en su peuque (corazón). A continuación
continuó la exposición Amancay, su sobrina, quién contó de su lucha en el
“Co-Manejo” en la dirección de Parques de Bariloche y la dificultad de unirse
con otras comunidades de Chile o de otras provincias, ya que las legislaciones
actuales no contemplan la situación de “sin fronteras” que ellos proclaman.
Ya cerca de las 4 de la tarde, anunciaron la ceremonia del
“Choique”: todos nos formamos parados alrededor de los mástiles, a la distancia
apropiada para no pisar el círculo sagrado, que ni a los perros dejaban pasar.
Algunos portaban los instumentos empleados a la mañana, más unos pfilcas
(silbatos de astas de ciervo ahuecadas porosas con ñañil, incrustaciones de
aluminio representando símbolos sagrados. Todos aguardábamos ansiosos el
aparecer de los charitos (pichones) de choiques (avestruz o ñandú, no me quedó
claro) por detrás de los maitenes. Resultaron ser 3 niños apenas vestidos con
mallitas, aleteando unos ponchos minúsculos. Solo uno de ellos con calcetines
de la marca de las 3 tiras, y el resto descalzos. Junto a ellos, otros dos
acompañantes más adolescentes: los guardianes! con el mismo mínimo atuendo.
Todos lucían rayas de carbón tiznado en sus rostros, brazos y piernas
descubiertas. En sus cabezas, unas vinchas emplumadas, se pavonean de atrás
hacia adelante, al compás de los saltitos con que avanzaban girando en cuatro
vueltas consecutivas alrededor del Rehue. Los adultos alardeaban gritos de
apoyo al unísono con los tambores, cuernos y silbatos. El Lonco, montado en un
dorado alazán, giraba a la par por afuera del círculo, lanza de plumas en mano,
no entendí si simbolizando ataque o defensa. Nadie me supo explicar…
Tras las consabidas vueltas, se retiraron tras las matas, y
a pedido del público, volvieron a repetir “la danza del choique” en una segunda
idéntica versión.
Finalmente, y por piedad, los dejaron ir a vestirse a sus
respectivas rucas. Yo sólo pensaba en el frío y en cómo se estarían pinchando
los piecitos, ya que el pasto estaba lleno de abrojos, piedras y yuyos! Pero
para ellos es como una iniciación para que los niños tomen el Nehuen (Fuerza)
del Huenu y del Ñunke (Cielo y Tierra). Antiguamente, debían hacerlo pisando
las brasas de los fogones.
Apenas retirados, dos mujeres se acercaron a las vasijas del
altar, y con un gran cucharón llenaron unos vasos de madera con la chicha (jugo
de manzana) que ya tenían allí preparada (todo el día al descubierto) y
comenzaron a convidar a todos los presentes, siguiendo la dirección del
círculo, de izquierda a derecha, compartiendo los vasos tras breves sorbos,
como nosotros lo haríamos con varios mates sucesivos.
Acto seguido, convidaron el muyay, o mote: una pasta
semilíquida a base de trigo mezclada con chicha y algo de alcohol!
Saciados todos, y ante el inevitable oscurecimiento, se
bajaron las banderas de los mástiles, doblándolas con sumo respeto. Se
retiraron los maitenes y se juntaron todas las ofrendas allí depositadas (o
sea, se deshizo el altar del Rehue). Tras los abanderados y escoltas, de dos en
dos, portando todos los elementos antes mencionados, y los restos de muyay no
consumido, nos dirigimos en procesión, siguiendo siempre la dirección del
círculo, en el sentido antihorario, tras las 4 vueltas, bajamos por un sendero
hacia el lago. La caravana cruzó la ruta y pasando otra tranquera de “su
propiedad”, arrivamos a la orilla. El sol se ponía tras las cumbres nevadas, al
otro lado del Nahuel. Al grito del Lonco, todos arrojamos puñados de muyay al
agua, junto a las cañas de las banderas y los maitenes.
Con esta entrega de fortalecimiento al Lafquen, esperan
recibir sus recompensas para el año que se iniciaba. Despidieron al sol con
ambas manos extendidas al frente por sobre las cabezas, y los ya tradicionales:
-“EEEEeeeeee!!!!!!!” dando fin a la ceremonia.
Yantumei! Yantumei! (Gracias, gracias!) Nos despedíamos con
los dos besos laterales, hermanados en la emoción hasta el próximo Encuentro.
De despedida el Lonco me miró a los ojos y me dijo:
-“Recuerda, y hazles saber, que TODOS somos PARTE de la Tierra, no somos sus
dueños!...”
Algo turbada, me despedí con el compromiso asumido y el
agradecimiento eterno.
Peucaial!!! (Adiós!)
Gracias por compartir y difundir!
ResponderBorrarPor fin lo leimos!!! Gracias!!! Dani, Nayra y Nico
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