Como todo lo bueno, también tiene un final, el paseo al paraíso se despidió con un amanecer dorado sobre un lago en paz, pleno del sonoro despertar de pájaros y brisas de olitas desperezándose.
Un café aromático con panqueques de banana y miel coronaron la escena de embarcación de vuelta al mundo real.
Pasamos por una gruta, donde las arañas custodiaban sus reliquias de estalactitas colgantes,
De allí, a las famosas formaciones de tres columnas cual torres de Pissa, exultantes de vegetación y misterio. Algunos las comparan con las Guillin de China, pero como yo todavía no llegué por esos lares, para mí fueron magníficas en sí mismas. Y sino, mirá mi cara de satisfacción!
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Ruta 40 Presente! |
Finalmente, ya sobre el mediodía, llegamos al puerto. Allí nos esperaban las correspondientes camionetas para acercarnos a nuestros puntos de destino, en mi caso, la estación de trenes en Surat Thani con destino a Bangkok.
Contra todo pronóstico de que no iba a conseguir pasaje para ese mismo día, obvio! conseguí para el tren nocturno. Diez horas me separaban de la capital del país, y mejor viajar con la fresca que con el calorón de la tarde.
La tarde pasó derritiéndome y el tren llegó con una puntualidad japonesa.
Todos subimos a acomodarnos en nuestros respectivos numerados asientos. Éstos eran lo más parecido posible a la escuadra de 90°, de madera dura sin consentimientos de dulzura de ninguna especie. El único beneficio serían los ventiladores de techo chirriando toda la noche y las ventanillas bajas para volarte con el viento en la cara sin piedad. Enfrentados de a dos, no cupía ni una mosca más, iba repleto. Los vendedores ambulantes de supuestas comidas y bebidas indescifrables, vociferaban sus mercancías de extremo a extremo en interminables monólogos mercantilistas. Por supuesto las luces prendidas todo el recorrido y el famoso “para en todas!”, con el consecuente rugir de la locomotora.
Así y todo, logré dormir interrumpidamente, gracias al utilitario cubreojos que me “donaron” en alguna aerolínea de algún otro viaje más paquete, ja! Me la calcé sin pudor, me colgué mi camperita de nylon rosa por delante de mi cara, encapuchándola para evitar la visita de moscas y familiares voladores, y traté de conciliar el sueño, volviendo al recuerdo de mi no tan lejano paraíso.
Hay veces que ni yo misma entiendo cómo puedo pasar de un extremo a otro, en menos de 24 horas, con una flexibilidad digna de junco y una aceptación propia de lo inevitable. De princesa a mendiga, de famélica a colmada, de dudosa a determinada, de víctima a inspirada, pero siempre, siempre: PRIVILEGIADA Y AGRADECIDA! Evidentemente soy “todo terreno”, 6 x 8! tracción a sangre apasionada, colmada de paciencia y confianza a toda prueba! Aunque el mérito no es 100% propio, sino que gozo de la protección perpetua de mis angelitos, y de todos aquellos escondidos en las situaciones más pequeñas, disfrazados de personas normales, que me van guiando…
Así, entre cavilaciones y transpiradas varias, llegué a Bangkok a las seis de la mañana. La ciudad ya estaba completamente en movimiento, por lo que no fue difícil dar con una cafetería (más precisamente un puestito de a pie) para renovar energías y encararla.
Primero, instalarse en el hostel seleccionado, aunque me esperaba una hora más de colectivo. La estación de trenes estaba como de Constitución a Tigre, en fin… qué otra cosa que aceptar las cosas como vienen? ¿Me hubiera sentido mejor dejándome robar por un taxista inescrupuloso, como la fama que tienen? Seguramente no! Así que la aventura es la aventura, y en menos de lo previsto, ya había llegado.
Mis restos humanos dejaron las cosas en la recepción, ya que el cheq-in sería recién a las 14 horas, aunque me permitieron darme una ducha.
Renovada salí a recorrer templos varios, budistas, hinduístas, musulmanes, casa de gobernadores, palacios, etc..etc…
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la presencia perpetua de los reyes por doquier me produce fobia. |
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calles imposibles al sol |
Nada muy diferente de las torres de Manhattan, Dubai, Singapore, o donde sea que la guita se acumula.
Así que dediqué la mañana para observarlas “un poquito” del otro lado de sus muros, sin contribuirles con mi peculio a sostener semejantes osadías.
Por otro lado, la verdad, es que tampoco entiendo el significado de tantos totems, monstruos, malos espíritus, diablos, serpientes, elefantes (ya vendrá otro capítulo al respecto), aves rapaces, y cuanta estatuilla del horror, enmarque sus portales, cornisas, antepechos, y jardines circundantes. No me es para nada placentero enfrentarme a esos rostros que apenas fotografío a modo de muestra basta un botón, pero son numerosísimas dichas imágenes y esculturas aterrorizantes, como diciendo: “Ojo! Que si te portas mal, esto es lo que te espera..”, o algo así, ja
Tampoco comulgo con la pseudo espiritualidad de estas religiones, que como todas y cualquiera, ejercen sus mandatos con versos de supuestas pobrezas y sacrificios de unos, pero los popes se reclinan en oro y estómagos llenos.
Por mi parte, di por satisfecha mi curiosidad arquitectónica, y elegí dirigirme a un mentado parque al que nunca llegué. El calor realmente es insoportable. En un momento di con un mercado de flores, que me alegró el mediodía. Miles de coronitas y guirnaldas ensartadas a mano, se preparan diariamente para los templos. Nada de novios románticos comprando ramos, aquí todo es para la Divinidad. Aún así, me resultaban fascinantes. Aunque mi mente cuestionadora de todo (mal que me pese), no termina de disfrutarlas, con el saber que han sido cortadas en lo mejor de sus vidas. Su esplendor se ve abortado en función del egoísta beneplácito de nuestros ojos y narices. Esto de tener una Conciencia tan despierta, a veces se me convierte en un lastre difícil de compartir… ja!
No siendo la primera vez que elijo el siguiente método para completar el vistazo a la ciudad y gozar de un rato de aire acondicionado, me subí a un colectivo. ¡Qué alivio! Para mis patitas , mis pulmones y mis axilas! Ja!
Habiendo recobrado el pulso y la respiración, decidí bajarme en las cercanías de la casa museo de Jim Thompson.
¿Y ése quién es?
La verdad que yo tampoco tenía idea de su existencia hasta que en Malasya, en las Cameron Highlands, el guía nos había contado de la misteriosa desaparición de este personaje. Al parecer, este magnate empresario americano, aunque residente en Thailandia por más de treinta años, pope de la industria de la seda natural, desapareció sin dejar rastros, tras un campamento de domingo en la selva Malasyana, allá por los ´50. Mucho se ha especulado con este caso y la fortuna que dejó huérfana, hasta que siete años más tarde, se le dió por muerto y se creó la fundación que yo ahora visitaría en Bangkok.
Lo que me atraía de esta historia, no era el personaje ni sus vanguardias textiles, sino la arquitectura de su casa, hoy museo y centro de arte, y obvio de comercialización de sus diseños.
Es una casa, enorme! Íntegramente de madera reciclada de otras construcciones anteriores, de dos plantas, con diseño de patios interiores y espacios abiertos exteriores, íntegramente armada con un sistema de encastres, sin ni un solo clavo! Además exquisitamente decorada con tallas florales y detalles de la naturaleza, hojas envolviendo columnas, pájaros pintados en los cielorasos, una delicia de delicadeza. Totalmente contrapuesto al arte de los grandes templos intimidantes. Cada ambiente mantiene el uso de la época, pudiendo contemplarse el mobiliario, la vajilla, los utensillos, la biblioteca, los cuadros, jarrones, butacones, y tantos objetos de su uso personal. Evidentemente un Danddy de aquéllos! Allí recibía a mandatarios, artistas internacionales, y obviamente a mercaderes de pulposas billeteras. Al parecer, su fama era tan extensa como su dinero, lo que lo convirtió en leyenda en sus últimos días. Más allá del mito, a mí la casa me encantó! Y el frescor de sus patios a media tarde, perfumados de gloria y con pececitos de colores gordos en sus estanques, me devolvieron el espíritu al cuerpo.
Tras la ducha y una Coca Cola helada! SI! Tomé una Coca, y qué? Ja! Tenía que reponer azúcares y calmar una sed pegajosa y urgente, así que apelé a lo primero que ví en el supermercadito. Cargué mi pan y queso habitual, y revisé los mapas y sucesivas tomas de decisiones.
Bangkok basta para mí! No había nada más que me convocara, y mucho menos me enamorara, así que decidí tomar el tren de la mañana siguiente.
Escrito con el diario del día posterior, es magnífico sentir que una vez más, yo no estaba en la lista de “los llamados para arriba”. Como una premonición, había dejado la ciudad, exactamente el día anterior al fatídico terremoto.
Sólo
puedo Agradecer...
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