Esta más que turística ciudad, porque es puerta- puerto a las islas del oeste, no tiene nada apetecible para ofrecerme, más que el techito protector de la tarde anterior, sin embargo, le dediqué dos días de mi presencia.
Fui a dar a un hostel con una amplia terraza con vistas a la pileta y a las montañas, exquisita oficina con brisa para poner al día mis archivos de fotos, y preparar el siguiente itinerario.
Me habían hablado del Parque Nacional Khao Sok. Lo busqué en santo Google de Petete, y decisión tomada: allá vamos mañana!
Contraté la van
correspondiente -la puja de precios me tiene harta! Para todo tenés
que regatear porque el estafar es el verbo más conjugado en estos
lares- y a las 9 am. me pasó a buscar por el hostel. Hicimos un
traslado a Krabbi donde me cambiaron de vehículo, y de allí a Khao
Sok en tres horas. Bonitísimo andar por una ruta preciosa, plena de
bosques de palmas y bananeros hasta el infinito!
Llegada al pueblito que da entrada al Parque Nacional, me instalé en otro hostel y salí a recorrer.
¡Me encantó! Apenas unas diez cuadras sobre una única calle bordeada de bosque, río y monte salvaje. Tanto que dicen que hay elefantes en los alrededores, yo no los ví!
Aunque hay carteles de un “Santuario” cercano. No caigo más en el verso de los santuarios que rescatan animales, de hecho, lucran con ellos con una onerosa entrada! Y hasta te ofrecen paseos sobre sus lomos. ¡Más que prehistórico! Seguir con la explotación de los que no pueden defenderse y deben cargar con el ocio ajeno con 40° C de calor, inhumano! Inanimal!!!
Dos o tres hoteles ofrecían habitaciones en los árboles, como mi biblionido, lástima que los descubrí cuando ya había pagado por mi alojamiento. Otra vez será…
Obvio me fui a caminar al Parque Nacional que luce una enorme Raffesia -la flor nacional de Thai- de madera tallada, en la entrada con un pórtico de letras inentendibles (para mí, ja!)
Pagué mi entrada y seguí el sendero. Descansé junto al río, mientras contemplaba pececitos de colores, descubrí que había carpas para alquilar y pasar la noche allí. Quizás mañana…
Ante una escalera tan empinada como larguísima, un guarda me pidió la entrada y me recomendó cuidado…
Subí respirando profundo, con pausas, con la alegría de estar transitando “una escalera al cielo”. Era tal la belleza de ese bosque enmarañado, con especies que nunca había visto, con aromas sutiles, con un silencio increíble…
Pasaron dos horas y yo no dejaba de admirarme, cada tanto, el cantar de algunos pájaros, el murmullar de un arroyo a mis pies, los chirridos de los monos en las copas aledañas, y… nadie?
¡No había nadie más! No me cruzaba con ningún otro paseante, ni en un sentido, ni en otro. Comencé a extrañarme. El camino se tornó bastante desmejorado. Tuve que vadear algunos tramos. Pasé un puente colgante bastante dudoso. Pero mi alegría y estupor estaban intactos, un poco transpirados nomás…
Así seguí una hora más, creyendo que quizás estaba perdida, pero como aún faltaban varias horas para oscurecer, ni me preocupé. Hice mis sagradas pausas meditativas. Agradecí la Presencia Creativa en cada hoja de semejante rica Naturaleza, y seguí mis pasos, fotografiando con ton y son!
Seguí caminando atravesando el estacionamiento que daba a la boletería de la entrada, y nadie me dijo nada… A continuación, tiempo de sabroso helado!
De vuelta al pueblito, descubrí un anuncio de una granja cercana que te hacía un tour gratis por ella. Pregunté en el negocio donde estaba el cartelito, y la chica, ni lenta ni perezosa, ya estaba llamando al servicio de remise. Chequeé la información y acepté el paseo.
En una camioneta me trasladaron unos veinte minutos a otro paraíso: un largo puente de bambú atravesaba unos arrozales tan brillantes como sedosos. Enredaderas de flores lilas y amarillas formaban arcos triunfales en cada extremo del pasadizo. En el centro, a modo de plataforma, unas tres construcciones mínimas, tipo tiendas de campaña pero de paja, con sendas mesitas y grandes almohadones a modo de sillones. En el centro del techo, benditos ventiladores andando! Obvio que el gancho para llevarte hasta allí, era para que consumas un almuerzo tardío o una apetitosa merienda. A mí nada de lo que ofrecían me apetecía y menos con ese calor agobiante. De todas formas, consumí belleza al por mayor, y ya que estamos, otro heladito! Ja!
De vuelta al hostel, tiempo de “oficina”: la parte rutinaria, aunque más que agradable, de escribir, buscar información, editar fotos, charlar x whatapp con amigos, y tratar de inventarse una cena moderadamente nutritiva, o sea: pan y queso! Y bueh...todo no se puede, decían las abuelas…
Mañana tempranito salgo para el otro Parque Nacional de la región, veremos...veremos… y ya lo sabremos!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Si querés, dejame aquí tu mensaje o compartime tu Milagro...