¿Qué sería de los viajeros actuales sin el Google map, el Bookingt, el convertidor de divisas, el traductor, la cámara, el whatsapp, los blogs de “qué ver y hacer en....”, y tantas otras funciones que se nos han vuelto tan vitales como el agua?
Hay veces que la gente me dice: “¡Qué valiente que soy!”, “Cómo hacés para saber adonde tenés que ir y como llegar?” Y yo digo: “De valiente nada! Para ser valiente debes superar el miedo. Como yo no siento ningún miedo, nada debo superar, o sea, no soy valiente. A lo sumo, uso mi inteligencia con cierta cordura.” Esto es, mirar mucho los mapas, estudiando las líneas de colores que se suponen rutas entre cada punto de interés, calcular distancias, medios de transporte con qué llegar, horarios del que haya elegido o combinado. Ver hospedajes posibles en ese lugar, y revisar algunos comentarios de otros viajeros para tener idea de si resultan recomendables, imprescindibles o descartables. Y así voy armando mi camino día a día, sin proyectar demasiado y con la flexibilidad necesaria de modificar o tomar decisiones al paso.
A propósito de las “recomendaciones” hay que aprender a leer entre líneas y apelar al propio olfato. Es bien sabido que a no todos nos gustan las mismas cosas, ni disfrutamos de la misma manera. Y a saber interpretarlas, también se aprende sobre la marcha. Por ejemplo, cuando leo que un lugar es fabuloso por su gastronomía y me hablan de mariscos, cerdo, o bichos varios, sé que ese no es un lugar para mí. Lo mismo cuando emponderan las maravillas de tal o cual mall (shooping) salgo rajando en dirección opuesta. O cuando ya viste cinco templos chinos, budistas o hindués y para mí son todos iguales porque no entiendo el significado de sus decoraciones ni me convocan sus ceremonias, ya está! No voy a hacer 200 kms. Para ir a ver otro por más premios Unesco que tenga. Tampoco me atraen esas fotos shopeadas de atardeceres idílicos delante de una supuesta playa paradisíaca. Ya aprendí que con eso solo no me es suficiente dato, y que la basura real no sale en las fotos. Tampoco elijo ir a treckings de sacrificadas montañas para llenarme la boca diciendo que lo hice! Más de uno, escucho hablar de esas conquistas como quien junta figuritas. Yo ya llegué a una edad tal, que aunque me siento fantástica, no tengo ganas de torcerme un tobillo, ni llegar agotada a la cima del Everest de turno para contemplar la belleza circundante. Para ver desde las alturas prefiero los aviones, los ascensores de las torres o los miradores en las rutas que transito en un auto. Eso de escalar con duros borcegos y pesada mochila, para mí, ya fue!
Lo mío ahora es más bien un suave y silencioso deslizarme entre la gente, caminar en calles cotidianas, fotografiar pequeños detalles de las vestimentas o de la arquitectura local. Detenerme a observar ciertas artesanías manuales, reconocer plantas nuevas, y sobre todo, dejarme llevar…
Ya tampoco me atraen los monumentos a héroes desconocidos, las más de las veces milicos asesinos, ni casas de gobierno, ni parlamentos, mucho menos iglesias, y dudo tres veces antes de entrar a un museo. Los de arte contemporáneo me tienen harta de tonterías, a lo sumo husmeo en las galerías pero no pago entrada para ver como el acomodado de turno salpicó un lienzo con mostaza y ketchup. Los museos históricos las más de las veces me aburren con sus vitrinas con trocitos de tazas rotas, balas usadas no sé cuando o retratos de emperadores con esposas aburridas. Prefiero estudiar su historia en la Wikipedia y tener una idea general, que seguramente me olvidaré nombres y fechas en menos que se hace un huevo duro. Sí me gustan los de trajes o costumbres locales, donde se expongan instrumentos, utensillos de cocina, telares, las barcas para pescar, esas cosas más familiares, que me muestran cómo se vivía antes en esas regiones.
Me encanta hablar con la gente local, preguntar, jugar a tratar de entendernos con sonrisas, gestos y señas, aunque no lleguen a ser tratados filosóficos.
Me encanta ir a los jardines botánicos, como ya se habrán enterado hace rato, ja!
Me encanta elegir un barcito donde sentarme a escribir y a ponerme a buscar datos para los siguientes pasos.
Así es como ví que en el centro de Malasya hay una importante zona productora de té, que abastece a Inglaterra, nada menos! Sus fotos prometían grandes campos y colinas alfombradas del rico verdor. Allá vamos! , me decreté.
A la mañana siguiente dejé Kuala Lumpur con una combinación de subtes hasta la terminal de micros. Estaba yo cómodamente sentada en mi asiento cuando noto que todos los hombres me están mirando con cierta severidad. Los había en el largo asiento enfrentado y otros parados, pero ninguno sentado a mi lado. Los observo. Me observo por si yo tuviera algún botón desabrochado y se me estuviera viendo algo pudoroso. Estoy bien, a lo sumo mi vestido largo semi recogido deja ver un tanto mis pantorrillas, nada grave, pensé…
Entonces me doy cuenta que no hay ninguna mujer en el vagón. Soy la única! Todas están en el vagón siguiente de atrás, o en el de adelante. Mirándome…
Entonces recuerdo que ya me habían advertido que allí hay vagones para hombres y vagones para mujeres. Me había olvidado completamente.
Estas reglas musulmanas ya me tienen entre cansada y divertida. Por supuesto, ni me molesté en cambiarme de asiento. Que me miren nomás. Gozo de la impunidad de ser turista, y de más que mediana edad. Si fuera local, quizás ya me hubieran linchado. Tan modernas torres de 80 pisos! Y siguen con estas pavadas de pseudas castidades, los cabellos tapados, los hombros y los brazos hasta tres cuartas partes y las parejas no se pueden ni dar la mano en público. Me pregunto cómo harán para noviar, conocerse, hacer el amor…
En las ventanillas del tren, así como hay calcomanías que te indican no apoyarte en las puerta, no tirar basura, no comer ni beber en el vagón, no fumar, no escupir, no mascotas, también hay un dibujito que prohibe besarse y otro que prohibe tocar a las mujeres. Les pongo foto porque si no, no me creerían. Los mismos se repiten en grandes carteles a la entrada de los parques y las plazas y o en cualquier poste de algunas esquinas. Te meten el Corán en las mesitas de luz de los hoteles como si te fueras a convertir de la noche a la mañana. Ni hablar de la bronca que ya me producen los altoparlantes de las mezquitas con sus pregones salmoneados a las cuatro de la mañana, a las siete, al mediodía,y a las seis de la tarde. Han logrado despertarme y cortarme el sueño, cosa imperdonable para mí! Me parece un avasallamiento a la intimidad y una contradicción con la bravura de los islamitas. Aún no diferencio si en las mujeres es dulzura o sumisión, pero la mirada de los hombres es indiscutiblemente “pretenciosa” y “juzgadora”.
Volvamos al subte, que dicho sea de paso, me mal indicaron la combinación y debí retornar a otra estación de micros para mi salida a Cameron Highlands, nada grave, tenía tiempo! El bus saldría al mediodía.
Antes una aclaración con respecto a los alojamientos en los que me estoy quedando, ya que a veces uso la palabra “hostel”, y hay quien creyó que es lo mismo que “hostal”, o es un error respecto a “hotel”. Paso a aclarar, son todos términos diferentes. Éste último, el más conocido, son establecimientos donde pagás una habitación, más menos grandes, de diferentes categorías y calidades, con baño privado, generalmente con agua caliente, te dan toallas y jaboncitos, a veces hasta tienen secador de pelo, y según las condiciones, te otorgan desayunos, más o menos cuantiosos. Todo esto es ya bien conocido. Ahora bien, el término “hostal” se usa casi exclusivamente en España, y se refiere a establecimientos más sencillos, con menos servicios o comodidades, quizás con baño fuera de la habitación o compartido con otras, posiblemente más económicos, y sin servicios de comidas. Las más de las veces están en pueblos pequeños o áreas rurales.
Por el contrario, el “hostel”, es un término universal, que indica alojamientos compartidos. Esto es el uso de una cama, generalmente literas de dos niveles en un cuarto donde hay otras 4, 6, 8 ,o hasta 20 personas. A veces son separadas por sexo, dormitorios femeninos y dormitorios masculinos, y otras son mixtas. Siempre con baños compartidos, generalmente en hileras tipo club de dos o tres duchas, dos o tres lavabos y dos o tres retretes. Algunos tienen lockers individuales donde dejar tus pertenencias, según los tamaños, pero la mayoría no los tienen y tus bolsos quedan a merced de todos, al lado de tu cama asignada. Generalmente tienen una cocina comunitaria donde cada uno se prepara su propia comida, tienes derecho a espacio en la heladera (envolviendo tus pertenencias y etiquetándolas para evitar confusiones) y con la obligación de lavar lo que uses y dejar todo ordenado. Esto tiene la ventaja que ahorras mucho en comer afuera. Podrás pensar que es muy difícil dormir con desconocidos, que puede que ronquen, que no puedes hablar ni escuchar música después de las diez de la noche ni antes de las ocho. Que quizás no estén suficientemente limpios, que haya olores desagradables o simplemente quieres más intimidad. Obviamente son muy económicos, rondan entre u$s 8.- en Sudeste asiático y África, hasta u$s 40.- en Australia y Nueva Zelanda. Promedio general, más menos 15!
Para mí es una buena opción porque no tengo inconvenientes en dormir donde sea y con quien sea! Camino y recorro tanto todo el día, que para cuando llego al horizontal, ya estoy dormida en un segundo y no siento nada. Por otro lado “los mochileros” de ahora, no son los roñosos de antes, transpirados y barbudos. Ahora la juventud se maneja con tarjetas de crédito infinitas (la mayoría “nenes de mamá y papá haciendo su experiencia sabática a los 20 años, ja!, indecisos de sus vidas y sin más proyectos que recorrer el mundo o vacacionar), van a los laundry y viajan en avión de aquí para allá, usan mochilas Northface, y comen de rotisería.
Además los hostels están muy cuidados y limpios ya que todas las reservas se toman por “Booking”, una web que luego de la estadía te pide que califiques tu estancia, con lo cual los dueños no quieren tener mala reputación y sí buenas recomendaciones de viajeros, por eso tanto esmero.
Sumado a esto, es una oportunidad de conocer y conversar con otra gente que está haciendo algo parecido a vos, y puede asesorarte en caminos y lugares ya hechos o fututos por recomendar. O simplemente charlar con una cerveza y acompañarse un rato. A veces resultan amistades que perduran en el tiempo a través de mensajitos whatapp y te sentís que vas más acompañada. Para andar siempre sola, ya tengo mi propia vida en el vagón del sur, en los viajes me gusta intercambiar a veces y otras busco mi propio espacio, depende… Incluso a veces, pagás por un cuarto compartido de seis, y resulta que no hay nadie! Sos la única! Todo para vos sola, inclusoi la cocina y la heladera, ja! Esto me sucedió mucho en Australia y Nueva Zelanda, donde los jóvenes alquilan motorhomes y ya no usan los hostels. O en África, que pocos viajeros “aventureros” andan dando vueltas… Aunque por aquí, las más de las veces, fui invitada a casa de familias locales. O terminé en campamentos de tiendas, en los safaris, ja!
Otra variante actual de los hostels, son las cápsulas! Invento chino o japonés seguramente, donde por poco te alquilan algo muy parecido a un ataúd sin tapa. Esto es: la superficie mínima de un colchón rodeado de tres lados y un techo (arriba de tu espacio habrá 2 o tres niveles más) con cortinita o puertita en el frente, del lado menos. Es decir, entrás a tu cama por la punta, no por el costado largo. Tienen sábana solo de abajo, supuestamente limpia, una luz y ventiladorcito individual, un enchufe para recargar el celular, un gancho para colgar algo (¿?) y pare de contar. Se alquilan por horas o por toda la noche, y debés ir renovando en una aplicación en el celu y pagando como si fuera un estacionamiento. Aquí nadie habla con nadie, son casi autómatas encerrados en sus cubículos con el aparatito en mano, sin despegarse ni para decir “buen día”. No me gustan nada, me siento asfixiada. Me recuerdan a los paredones de cementerio con los nichos alineados. Paso!
Muchas veces apelo al Coach Surfing. Una aplicación que es como un club de viajeros, donde vos ofrecés tu casa, o un espacio en ella, puede ser hasta el sofá del living -de ahí el nombre- y a su vez, tenés derecho de pedir a otros socios para la fecha y el lugar que vos necesites. Todo esto es absolutamente gratuito, y es una forma de intercambio solidario -no obligatorio- entre viajeros. Casa socio tenemos un perfil con foto actualizada y referencias, describiendo nuestro lugar, nuestra personalidad, nuestros gustos, nuestros países visitados, nuestras preferencias, y lo que tenemos para ofrecer, puede incluso ser una visita guiada, una comida, información, o lo que puedas.
Es muy confiable porque aquí también pones comentarios al terminar la visita, con un cuestionario sobre limpieza, amabilidad, cumplimiento, etc. y sumás puntos, tanto como anfitrión como por haberte alojado. Yo la uso desde hace años y siempre fueron experiencias hermosas. Compartir en un “hogar” te da otro respiro, aunque a veces resultan lejanos al centro, o te sientes en la obligación de armar una cena que te termina consumiendo más tiempo del pensado y gastando más que si hubieras ido a un hotel, en fin… Como siempre, depende… cada vez es una nueva experiencia. De hecho, yo he alojado a decenas en mi vagón, y siempre lo he disfrutado, incluso con algunos, nos seguimos comunicando, hermoso! Lo más probable que los anfitriones tengan parientes o amigos en ciudades próximas a las que quieres ir, y te van recomendando, así se arma una cadena de días consecutivos donde no pagás nada y disfrutás y aprendés mucho. Nada como ir conociendo de boca de locales!
Como soy escorpio, y voy del blanco al negro con facilidad, del drama al éxtasis sin casi pestañar, a veces me pego el salto cuántico de elegirme una linda y exclusiva cabañita para mi sola, frente al mar, o en medio de un bosque para no perder la costumbre. Incluso en Ubud, me ligué un “Five stars” a todo trapo, por los puntos acumulados en los billetes de avión por las islas, ja! Aunque en una de ellas, dormí en una mísera choza sobre pilotes de agua estancada. Y alguna otra, en el suelo de algún aeropuerto, o también en una alfombra de juncos cuando fue lo de la caída del camión en Mozambique. Hay de todo en la viña de una auténtica viajera!
O.K. aclaraciones al paso, volvamos al bus hacia las Cameron Highlands.
Salir de Kuala Lumpur por autopistas de seis carriles a velocidad de vértigo y entrar a un camino de montaña de apenas una mano, sinuoso como una culebra retorciéndose de dolor de estómago, verde por aquí, verde por allá, millones de palmeras, bananeros y papayas hasta donde la vista se esfuma, un placer!
En algún momento, las colinas se alfombran de arbustos pequeños sin fin, son las plantaciones de té. Pompones del brillante oro verde que dió y da de comer a las familias inglesas (Cameron!) inmigrantes que llegaron a estas tierras a mediados del 1800. Y que dieron y dan trabajo a miles de inmigrantes hindués, por lo que su población es el típico mix de poderosos y explotados, blancos y negros una vez más!
Obviamente donde hoy hay plantaciones y secaderos, y empaquetadoras, y edificios, comercios y bancos! Antes eran selvas, como las de la primera parte del camino montañoso, donde los ríos cursan en libertad y no embalsados para riegos como en esta zona fabril. En fin, algunos le llaman “progreso”, a mí me despierta la vena criticona y no me permite gozar del todo, con la inocencia de años atrás. Ahora veo y entiendo como “los conquistadores” de antaño con cañones y armas, mutaron por “conquistadores económicos” con firma de tratados cediendo los recursos naturales de tierras ajenas. ¿Les suena? ¿Hasta cuando la ceguera? ¿Hasta cuando tanta generosidad indebida?.
Obviamente llegué hasta allí para deleitarme con la naturaleza, escapando del gris de la gran capital, no era cuestión de amargarme con situaciones que yo nada puedo cambiar, así que como buena “turista” me pagué la excursión de la visita a las plantaciones.
Nuevo chasco!
La visita consistió en que te pasan a buscar por tu hotel a las ocho de la mañana -cosa realmente cómoda no andar con tus bultos por las calles- en una lujosa 4 x 4 Land Rover y te pasean un rato por caminitos bordeándolas, nada de entrar a tocar, oler, o caminar entre las plantas. En un momento estacionan al borde de la ruta para que puedas sacar lindas fotos y te cuentan en diez minutos lo mismo que vos ya leíste en la Wikipedia. Luego se excusaron que la fábrica está cerrada los lunes, oh casualidad! Entonces no podremos ver el proceso, pero nada se dijo de ningún reintegro. En compensación te llevan al shop de ventas, que sí está obviamente abierto los 7 días de la semana, y lejos de hacerte una degustación mínima, -ya que lo que habías pagado en nada fue mínimo- te dejan allí una hora por reloj! Para que compres sus cajitas o latas y te termines pidiendo el té con scons a precio de libras esterlinas! Indignante! Odio los tours! Nunca más!
En fin, a veces no tenés otra forma de llegar a ciertos lugares, como fueron los safaris o el volcán en Etiopia, o el bosque de los Giants en Perth, o el helicóptero a los glaciares de Nueva Zelanda, y sí o sí, me resigno a pagar una excursión, pero este verdor ya lo había contemplado idéntico desde la ruta y no tuvieron nada más que agregar, me sentí estafada. Al fin y al cabo, distinta planta, y distinto suelo, pero muy parecido a las extensiones de arrozales en Indonesia.
OK. me guardo y acepto la experiencia como aprendizaje y trato de sacarle el mejor jugo. De hecho, de ahí me fui por las mías a una granja de frutillas y me tomé un batido espectacular. Fackiú tecito inglés! (Y ojo que me encantan los tés, todos los días me desayuno con uno, ja!)
De Cameron Highlands, en micro a George Town, una populosa ciudad más al norte, sigamos subiendo… (Y siguen los inglesitos presentes...)
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