martes, 4 de marzo de 2025

Malaca

 Cruzar una frontera nunca me fue más fácil que entre Singapore y Malasya.


Salí de mi hotel, tomé un colectivo local en la esquina, y en una hora y cuarto ya estaba en el siguiente país, Malasya! así nomás!

En un momento, el colectivero para en la aduana de salida, pasás por un molinete donde apoyás tu pasaporte boca abajo, la maquinita te saca una foto sin permiso, el molinete se abre y zas! Afuera!

Volves a subir al mismo colectivo ya que el colectivero tuvo la amabilidad de esperarte y te lleva a la siguiente aduana, o sea la de entrada a Malasya. Allí, más tradicional, el guarda policial te hace las preguntas de rigor y te pone el sellito mientras te da la bienvenida. Das vuelta la oficina, y ya estás en la parada de autobuses de vuelta! Lista para seguir viaje o para ir a tu alojamiento.

La ciudad en cuestión, en la frontera, se llama Johor Bahru, y allí decidí quedarme tres días!

¿Qué tiene de interesante esa ciudad?

Nada! Absolutamente nada! Por eso mismo!

Tomé un hostel en las afueras, y resultó una hermosa casita blanca, rodeada de pasto (en realidad un jardín perimetral, pero sin ninguna planta ni una flor, aunque sí un árbol!) vacía, toda para mí! Con cocina equipada super completa, todo relimpio y luminoso, y un almacencito modesto aunque suficiente, y con frutas y verduras frescas y sanas! en la esquina misma.

¿Qué más?

No necesitaba nada más. Así, sin distracciones ni lugares adonde ir, pude quedarme “quieta” para relajar, ponerme al día con el blog, editar las fotos pendientes, vaciar el celular, averiguar cosas para mis siguientes destinos, y emplear un montón de horas en revolver merd. con mi abogado de turno, plan nada estimulante pero de real necesidad en el presente. Además llovió 24 horas seguidas! Gracias! Así de paso se lavaba la mala energía. Todo ok!

Listo! Y al 3° día resucité! Me fui para Melaca, una ciudad pequeñita , 200 kms. antes de llegar al monstruo de Kuala Lumpur. Así me voy aclimatando de a poco en este desconocido y descomunal mundo asiático. Nunca vi tantos chinos juntos! Ja!




Melaca es un mix de culturas y por ende de arquitectura, gastronomía, habitantes y costumbres.

Fue colonia portuguesa por más de 200 años, hasta que los holandeses se la arrebataron otros 80 años para quedar finalmente en manos de los ingleses hasta 1957. Aunque , vuelvo a repetir, la verdadera invasión son los chinos hasta el día de hoy. Otro gran grupo de la población procede de India, así que aquí también tenemos el barrio “Little India” y obvio el “Chinatown”. Y en cada uno de ellos, las tiendas típicas, los templos y los negocios de comida. Un poco más de lo mismo que lo ya visto en Signapore.




















la biblioteca pública


   Hay una paseo costanero a ambos lados del rio, con casitas pintadas de vivos colores, hileras de macetones con Santas Ritas, puentes que lo atraviesan, y un montón de barcitos y restaurants a su vera, que al anochecer se iluminan con luces de neón multicolores. Muy poca gente, aunque me aseguraron que los fines de semana se llena la ciudad.

Tras la tarde de caminata curiosa, decidí tomarme una cervecita en alguno de esos bolichitos. Elegí uno por sus asientitos de bambú y por la suave música que estaban pasando. Pero…

enseguida me dí cuenta que el río olía bastante feo. Así que poco pude relajarme y disfrutar…

Terminé la noche caminando por un mercadillo de artesanías locales y vuelta al hostel. Otra vez, sola! Todo para mí!

Andar a contramano de la temporada alta, tiene un montón de ventajas!


Esta mañana me despertó el diluvio.

Ahora sí, experimenté lo de las lluvias torrenciales, monzónicas!, pero desde la camita…

Tenía programado “levantar campamento” para dirigirme a Kuala Lumpur pero me dispuse a esperar que amainara.

Pasaron las 10… las 11… y en vista que no iba a parar, decidí empacar lo mismo y llamar a un Grab (idem Uber para Asia). Todos ocupadísimos! Tenía espera de más de una hora!

Cuando me propongo algo… soy cabezota, así que sin importarme la lluvia, salí a la calle a esperar el “17” que paraba en la esquina y me llevaba directo a la terminal. Bajo el techito esperé estoicamente.

Pasaron otros 30 minutos y nada en el horizonte más que la neblina del aguacero.

En una de esas, dos reverendos micros de turismo, de dos pisos cada uno, se estacionaron justo en la misma parada, delante de mis narices. Trescientos millones de chinitos con sus trescientos millones de paraguas abiertos al unísono, descendieron de las naves impidiéndome la visión de la calle.

Salvo para ver pasar el “17” sin ni detenerse en segunda mano… Ohh no… Otra media hora de espera…

Los chinitos se evaporaron rumbo a las fotos del museo de enfrente y yo me quedé empapada mordiendo la bronca.

Volví a insistir con el Grab y nada… creo que ni andaba internet para contactar…

Y lloví y llovía…

Ya ni sabía que esperar…

En eso estaciona un auto rojo justo delante. Dudo unos segundos y me acerco a la ventanilla, cerrada y empañada, baldazos sobre mi cabeza y espalda agachada, y la golpeó para que baje el vidrio.

Sorprendido me mira el conductor desde su volante y asiento seco. Le pregunto si es un taxi? O si me podría alcanzar a la terminal de micros… (maso quince minutos de allí en días normales).

En eso se acerca una pareja con mochilas, también empapándose al pretender cruzar la calle, con claro gesto de que ése era “su” remise contratado. Con los pelos chorreando les pregunto si pudiéramos compartirlo ya que era evidente que también iban hacia la estación de buses (en ese pueblito no hay aeropuertos ni puertos). Hay veces que no sé de dónde me sale tanta desfachatez, ¿será producto de la emergencia?

Lo cierto que sonrientes y amorosos me dicen que “¡Claro!” y así es como logré alcanzar mi objetivo de salir de Malaca antes del mediodía.

Por suerte salía un micro en diez minutos directo a Kuala Lumpur, mi siguiente objetivo!

Empapada pero cumplido!




Por si necesitaba el Arca de Noé

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