sábado, 1 de marzo de 2025

Singapore

 Me juré que por largo tiempo no quería tomar más aviones, después de los cuasi seis consecutivos que había tenido que tomar para ir saltando de una isla a otra desde New Zeland hasta Indonesia. A saber: a Fiji, a Vanuatu, a Solomón, a Papúa Nueva Guinea, a Filipinas y finalmente a Indonesia.


Así que a mi próximo destino, Singapore, quería llegar “lentamente” en barco.

Había averiguado que eran 36 horas en una primera embarcación, 4 horas en un bus atravesando la isla de Batán hasta otro puerto donde embarcabas en un ferry de apenas una hora más.

Me imaginé exhalando profundo en la cubierta mirando alternativamente el horizonte o la pantalla donde escribiría todo el día…

Me pondría al día con varias lecturas pendientes, relajaría esto de salir corriendo ya que aún no soy Cristo para hacerlo sobre las aguas, y aquietaría mi espíritu en otro merecido break.

Todo pensamiento vano, porque al momento de ir a sacar el pasaje, no había disponibilidad hasta dentro de tres días más.

Tampoco la pavada de quedarme tres días de brazos cruzados en la casa de mi anfitriona en Jakarta.

No me imagino quién más elige ese viaje tan largo en barco, cuando sale lo mismo que el avión que tarda sólo hora y media para el mismo trayecto.

¿Ya adivinaron? Me compré el ticket para el aéreo para el día siguiente. Indonesia ya fue!














Dicho y hecho, en un ratito, y encima allí están una hora adelantados, así que es como haber vivido solo media hora! Qué loco esto de los “convenios horarios”, como los calendarios gregorianos, los números romanos, los 4 o 5 elementos de la Naturaleza, o los siete chackras que para los javaneses son solo cuatro. Como los dioses o los santos… Cada uno con su librito!

A propósito de estos convencionalismos, hace días que me pregunto ¿dónde estoy? Ya entré en el hemisferio norte? O aún estoy en el Sur? Dónde corre la línea de Ecuador? No he visto ningún piolín cruzando el cielo, mucho menos una línea amarilla en el suelo, y tampoco boyas plateadas en el mar.

Según los mapas de Google, la famosa cinta debería pasar por la Isla de Sumatra pertenceciente a Indonesia, pero como es pura selva, creo que los monos se la han comido.

De hecho, también estuve averiguando para ir a esa isla, famosa por su extraña y biodiversa vegetación, donde aún viven los últimos tigres de Sumatra, el rinoceronte blanco y unos cocodrillos gigantes llamados “Dragones” por como evocan el Pleistoceno. Pero pensándolo mejor, he decidido dejarlos tranquilos y deberles la visita. El traslado a esos Parques Nacionales cuesta tanto como comprarte un tigre para tenerlo en la puerta de tu casa.


Sí me interesaba ver la Raffesia tuan-mudae, la flor más grande del planeta, su copa abierta llega a medir entre dos y tres metros de diámetro. Es la joya de la selva, a pesar de su nauseabundo aroma, dicen… Lo cierto que ésta no es su época de floración, por lo que tampoco tenía sentido desviar mi ruta un tanto más civilizada. (Aeropuertos, shoopings, spas, ja!!)

Volviendo al cielo, juro que tampoco había ni una nube con alguna señalización oportuna referenciando el hito intercontinental. Mi emoción de estar cruzando el Ecuador, fue más moral e íntima que gráfica, digital, o corporal. En fin, cosas de los “convencionalismos”…

En definitiva, en algún momento vespertino, aterricé en la Terminal 4 del monumental aeropuerto de Singapore. No voy a decir que es más grande que el de Madrid, París o Nueva York, porque mis piecitos no lo pueden abarcar, pero sí contarles que es tan impresionante que en el hall de la T1 hay una cascada de 43 metros!!! Está todo decorado como si estuvieras en un parque gigante, con árboles de verdad en su interior tras los cristales interminables. Obvio que conquistó mi corazón en un santiamén!



Alberga también un parque de diversiones para los que se “aburren” de esperar sus conexiones. Y por supuesto, millones de ojitos rasgados, pieles oscuras de hindúes, valijas de todo formato y material, sombreros, turbantes, burkas parcas, zapatillas Nike o sandalias de goma, atravesando halles, cintas transportadoras y pasillos interminables…

Ni hablar de los baños! (siempre mi visita obligada al aterrizar, como si el efecto descendente procediera también en mis riñones) (¡Qué delicadeza para decir “piyar”, eh?) Parecían de los supersónicos! Con asientitos para bebés dentro del retrete para que las madres puedan apoyar a su prole y “piyar” cómodas, un lujo!

Además está tan bien señalizado que enseguida me ubiqué para encontrar el transporte público, otro lujo! Son todos subtes y micros eléctricos, super silenciosos, y obvio super limpios y puntuales! Entrelazados cubriendo toda la ciudad.

En menos de media hora ya estaba en mi alojamiento en pleno Barrio Chino. Lo elegí para estar bien céntrica, después de la experiencia de Jakarta! Ja!




Un mundo de restaurants bulliceaba en todas las calles de los alrededores. Y cuando digo “mundo” es porque realmente podías encontrar comida vietnamita, árabe, china, francesa, hindú, hasta empanadas argentinas!

Aunque todo a precio Singapurense! Qué salto cuántico con la moneda de las otras islas. Aquí el poder económico se palpa en cada centavo y se visualiza en la envergadura de los mega edificios, las calles anchas con coches de ultrageneración, la iluminación de las avenidas y centros comerciales, anque en la limpieza y el orden increíbles que se ve por todos lados.

Si ya Australia y Nueva Zelanda me habían sorprendido, Singapore les pasa la gamuza con creces! Es la ciudad más top que he visto en mi vida.
























El sumun de la organización!!  Paraguas públicos para compartir en caso de necesidad!


Por un lado pareciera fácil llevar a este nivel a una nación de solo una ciudad, porque sabrán que este país es como Mónaco o como el Vaticano, San Marino y no sé cual más, son estados independientes, con un territorio mínimo pero autosuficientes, libres económica y políticamente.

Con su historia y su cultura. En este caso, Singapore se independizó de Indonesia tras la 2° guerra Mundial. Siempre había sido un puerto más que activo y fructífero, ya que está rodeada de mares por donde circulaba la ruta de la seda, de las especies, del opio, y con posterioridad, cuanta mercancía china supieron concebir..!

Todo esto lo fui aprendiendo en la visita al Museo Nacional que hice al día siguiente. Museo como era de esperar, super moderno, todo didácticamente mostrado, alternando escenografías con descripciones digitales, muy interesante!

Al terminar esa visita, vi que en otro piso había una exposición de Sebastián Salgado, el fotógrafo brasilero que desde hace más de cincuenta años, junto a su mujer, se propuso reforestar una parcela enorme destruída por la deforestación en Minas Guerais. O sea, que es mi ídolo desde hace unos cuantos años en que conocí su labor. Además de excelente fotógrafo, especialmente corresponsal de guerra, algunas de sus fotos son tan conmovedoras, que son famosas y premiadas internacionalmente.



Aquí en Singapore, al otro lado del mundo, estaba presentando su nueva exposición -libro mediante- titulada “Amazonas” con la recopilación de su trabajo en esa zona del planeta, durante los últimos diez años. Pareciera que estaba allí sólo para mí! Para reafirmar mi compromiso de cuidado y preservación de los bosques, para entender que con tu don, puedes aportar tu mensaje al mundo, que ser activista no es ir gritando por ahí, sino ser “Artivista”. Encontrarme con esta muestra justo allí, transitarla, “disfrutarla” (¿?), fue todo un mensaje, una señal ineludible de por dónde sigue mi camino…

















Lo que más me conmocionó fue saber que en los días previos, desde que se abrió al público, ya la vieron 1.500.000 personas! Que próximamente, hasta Abril estará en Barcelona, que ya estuvo en Francia e Inglaterra… y así, la conciencia se sigue sembrando por todo el planeta… Gracias Salgado! Enorme tu obra!

Jamás había pensado en ir a Singapore, a mí “las ciudades grandes no me gustan” -era mi latiguillo- en realidad, casi que me asustan! Me enfrentan con el consumismo, con los ruidos y el smog, la pobreza y la estupidez humana, nada más opuesto a la paz de la Naturaleza, al silencio del verde y los atardeceres en el mar…






Pero tanto me insistieron en qué tenía que conocer “los árboles gigantes” de Singapure, que me dejé convencer.

Por un lado me sorprendió ver árboles hasta en la sopa! ¡No mentira!, pero sí en las terrazas, en los balcones del 35% de los edificios, el que no, tenía sus muros recubiertos con enredaderas o plantas colgantes por doquier. Las veredas son mitad baldosa, mitad pasto. Parlantes invisibles con musiquita new age, se esconden entre canteros y macetones por doquier, generando un ambiente armonioso en las calles como si de un supermercado se tratara.

Pero lo realmente sorprendente es la “construcción” de los árboles gigantes, que se ubican entre medio de un parque gigante, rodeado de mar, lago, carreteras y el hotel más modernoso de apenas 65 pisos! con una piscina famosa en el último nivel desde donde ves todo “el país!”








































Estos árboles son estructuras metálicas al modo de la Tour Eiffel, que la dejan hecha un porotito!, recubiertos absolutamente de vegetación viva. El diseño de sus copas, alberga células fotovoltaicas que cumplen la misma función de fotosíntesis de los árboles naturales. O sea, producen energía (electricidad) y alimento (agua limpia y filtrada) para toda la ciudad! Increíble lo que puede la tecnología cuando la inteligencia se une al amor. Y obviamente están los dólares disponibles para ello! Además es el polo turístico por excelencia! Con lo que recuperan la inversión y siguen “progresando”.









La visita es absolutamente gratuita, puedes estar las horas que tu corazón te indique. Lo único que se cobra es si quieres subir a recorrer uno por dentro, donde funciona el observatorio y a modo de museo te cuentan y muestran como funcionan. O sino, pagas una entrada para la “skylab” o pasarela suspendida a cuarenta metros de altitud desde donde ves toda esta maravilla como si estuvieras caminando entre las copas, al mejor modo de “El Barón Rampante” de Italo Calvino. ¡Maravilloso! El paseo y el libro!

































Además hay otros dos viveros gigantes -con entrada paga- pero ya mis patitas no daban más, y preferí guardarme las sorpresas para el día siguiente visitar el Jardín Botánico, que dicen que también se las trae!




Como el de la Isla de la Fantasía! Se acuerdan?




Rodeando todo esto hay otros jardines alternativos, como el Jardín japonés, el chino, el indio, el árabe, el romano, el saludable, etc. Quizás un poco al modo del ya visitado en Hamilton, Nueva Zelanda, pero que esta vez no llegué a recorrer. Preferí hacer una linda pausa frente a un estanque de irupés, también habitado por un pequeño cocodrilo que me hizo pegar un susto bárbaro, y esperar a la puesta del sol, cuando comienza el espectáculo de luz y sonido, que terminó de conmoverme el día, y la noche!

E S P E C T A C U L A R !!! pareciera que los árboles comienzan a moverse, a danzar envueltos en luces de colores que prenden y apagan, generando círculos y destellos de todos colores, todo al son de una recopilación de óperas a todo volumen, para terminar con el famoso estribillo de “Vincero”!

Una multitud de ojos expectantes, sentados en el pasto al mejor estilo Woodstock, disfrutamos emocionados hasta las lágrimas.














Lo que llamó poderosamente mi atención, es que nadie comía ni un sandwichito, ¡Cómo se extrañan los mates en ocasiones como éstas!. Claro, está prohibido comer en espacios públicos (para eso están los bares y restaurants) mucho menos en los transportes, están los avisos con las multas correspondientes. Obvio tampoco el fumar, por más que sea el aire libre. Supongo que eso hace a la limpieza y pulcritud de todo.




Otra curiosidad es que en tres días, no ví ni un solo linyera, a nadie pidiendo nada, ni limpiando parabrisas, ni vendiendo ambulante, mucho menos homeless. ¿Realmente es la ciudad del futuro? ¿Del futuro de quién? Obviamente de los que pueden llegar a vivir y pagar este standard de vida.

Y para no profundizar en comentarios que me distraigan de mis “observaciones”, prosigo con la visita del día siguiente al Botánico, que es Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y ocupa 64 hectáreas! Imposible recorrerlo en un solo día, mínimo tres!



No tengo más sinónimos que maravilloso, mágico, inefable, increíblemente bello…
























Desde árboles antiquísimos, a un lago de nenúfares en floración, pérgolas, sendas de selva tropical, boulevares de palmeras increíbles, otra pasarela en altura atravesando el dosel del bosque, plantas exóticas, gigantes, carnívoras o sanadoras. Y el broche de oro, es un Jardín de Orquídeas con más de tres mil variedades!













Mis ojos no se cansan de alabar al Creador o a la Madre Natura, o cómo se llame la Energía Divina, más la mano del hombre (Y mujeres, ciertamente!) que puso este Paraíso en la Tierra y me trajeron hasta acá.

Hay veces que sólo me resta la pregunta: ¿Qué he hecho yo para merecer semejante bendición? Y no puedo parar de Agradecer.

¿Cómo hago yo para trasmitirle toda esta belleza a mi amiga Moni, fiel lectora de mis andanzas, y que pueda llegar a sentir una pizca de toda esta vital preciosidad?

¿Cómo contarles a todos de los aromas, de las brisas, de los tornaluces, de los murmullos, de todo aquello que solo el alma puede percibir y no hay palabras?




































































































Sólo puedo agregar: “G R A C I A S!!!!”




Esa mañana, previo el Botánico, me había mudado de hostel, pasé del barrio chino al Little Indian. Fue como haberse tomado otro avión y haber aterrizado en Nueva Delhi! Cambió la arquitectura, las personas, los templos, los puestos de flores para las ofrendas, los comercios, el lenguaje, y los puestos de comida. 













Lo cierto es que esa noche al volver, previa caminata por la costanera del río hasta la Explanade -Centro de Teatros, salas de Expos y Conciertos al aire libre- me sentí tentada de probar su comida.

Olfateé visualmente unas cuantas posibilidades pero no me animaba a probar nada ya que las especies me alertaban de un seguro incendio en mi inexperto paladar.

Recorrí varios puestos y restaurants vegetarianos pero en ninguno me sabían explicar que contenían “exactamente” cada plato. O mejor dicho, yo no lograba comprender. Mi nivel de inglés no incluye términos culinarios, mucho menos de otras culturas.

Finalmente entré en uno pequeñito, prolijo, amigable, cuyo cocinero hablaba bien inglés y me aseguró que “eso” no era picante. Que me pondría las salsas aparte, por si yo quería probarlas.

Confiada me senté en una mesita en la vereda, con el frescor de la noche tibia, y esperé mi bandeja.




Para mediar cualquier situación no satisfactoria, le pedí una gran jarra de agua. Siempre tan previsora!

Lo cierto es que con la comida me trae solo un vaso de un líquido turbio, dulce y algo alimonado, al parecer “donación de la casa”. Por no despreciar lo acepté, a pesar que al probarlo, no me gustó. Le insistí con la jarra. Me quedé esperando… sin animarme a probar la comida que se iba enfriando sin remedio.

Le hice señas dos veces pero parecía que no me veía. Finalmente me levanté y la fui a buscar por mí misma.

¡Lo bien que hice! Ni bien introduje la primera cucharada de arroz en mis fauces, una explosión de fuego ardiente, minó mi lengua y alrededores. Más rápida que una bombera, me serví el vital elemento y uno tras otro, me mandé cuatro vasos de agua sin parar.

Cuando logré retornar a mi respiración existencial, me volví a parar con el plato en mano y se lo devolví con mi mejor sonrisa y mi determinado “Imposible!”.

Se rió y no me podía creer que “eso” era fuerte para mí. Evidentemente estábamos en diferentes grados de apreciación o en diferentes grados de entendimiento del inglés.

Tuve que esperar que me hirviera “arroz blanco así nomás sin nada, ni sal!” que se convirtió en mi mejor manjar del día.

“NUNCA MÁS!” -evidentemente la curiosidad por las comidas no es lo mío, prefiero seguir con mis sandwichitos de queso, o en su defecto de tofu.

Al llegar al hostel, justo enfrente, había una máquina expendedora de jugo de naranjas. Inmediatamente me acordé de mis tiempos de juguera en Palermo durante el corralito argentino.





¿Quién me diría por aquél entonces, con una mano atrás y otra adelante, que veinticinco años más tarde andaría dando la vuelta al mundo…? ¡Qué increíble e insospechada que es la Vida!

Gracias por tanto!

Lo cierto es que una vez más, las naranjas me salvaron la vida! Sacié mi sed con el vaso más apetitoso que cualquier brebaje hindú pudiera.

Ahora sí! Hasta mañana! Que seguimos viaje...

































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