Con la inocencia de la ignorancia y la promesa de que “las Phi Phi son las mejores islas de Tailandia”, dejé la Koh Lippe con rumbo a la nueva meca.
Desde Indonesia que ya escuchaba de estas bellezas únicas, de lo maravillosas que son, destino insuperable para los mieleros, etc. etc. que al final, tanto picó mi curiosidad.
Tras cuatro horas de barquito veloz (a motor), y varios desembarcos y embarcos al mejor modo colectivo, llegué a mi nuevo destino: las famosas islas Phi Phi! Que en realidad son tres, pero sólo en una se encuentra toda la infraestructura para alojar a la masa turística que allí se aloja. Las otras dos están deshabitadas.
La marea humana en el muelle de arribo ya me puso de un humor “no acorde”.
Las calles interiores, angostas, abarrotadas de negocios, de ruidos, de olores, de monos, de carritos motorizados a falta de autos y motos, se enredaban como un laberinto sin fin.
Seguí los puntitos azules de la línea que en mi Google map marcaba el recorrido al hostel elegido, con los 40° C sobre la cabeza.
Tras quince minutos de marcha, esquivando puestos callejeros, turistas distraídos, perros perdidos, y bultos dejados al azar, logré llegar. La mueca de la recepcionista me comunicó que sólo aceptaban gente hasta 40!!! ¡Otra vez la discriminación! ¡Qué feo se siente! Aunque casi que ni me importó, yo me siento mejor que a mis treinta, y eso es lo que me vale. -”Uds. se lo pierden!”- le anuncié en el tope de mi autoestima, y me fui, valijita en mano, para otro…
En eso pasó un muchacho con la camiseta argentina con el Nº 10, siguiendo su línea azul en su móvil. Como un juego de presagios, me puse a seguirlo.
Caminé tras él otros quince minutos, colina arriba. Me gustaba que se iba alejando del centro, para adentrarse en una zona un poquito más despejada, un poquito boscosa, aunque bastante más sucia.
Cuando llegó a su supuesto alojamiento, descubrí que en realidad se trataba de un club de box, deporte bastante practicado en todo el sudeste asiático hasta ahora recorrido. Evidentemente no era lo que yo necesitaba, así que, como quien pierde en el juego de las escondidas, me pegué la vuelta colina abajo hacia otra dirección. Finalmente llegué a un hostel lindo, limpio, barato y apto para mayorcitas. Dejé mis cosas, y como de costumbre, salí a merodear por las calles y por la playa, en reconocimiento del territorio, como me enseñaron los campamentos de los scouts.
Tras algunas horas, me di cuenta que prácticamente ya me había recorrido casi todo, y que la playa no tenía nada que envidiarle a la de Koh Lippe. Aunque la magnificencia del paisaje circundante, era imbatible. Es por eso que aquí lo más tradicional es hacer excursiones en barcazas, botes de motor, veleros y lamentablemente también cruceros, con sus millares de pasajeros!
Antes de que termine el día, ya tenía comprado mi ticket para “el full day” del día siguiente. Te pasan a buscar por tu alojamiento, te llevan al muelle, y embarcas en estas lanchas típicas, engalanadas con grandes moños en su popa, a modo de góndolas tailandesas.
Por suerte cuentan con un toldito, algo precario, para aliviar la exposición al sol que ya desde temprano, rotisa sin piedad tu piel. También cumplió su necesaria función durante la torrencial lluvia que nos empapó un rato de la tarde.
Éramos cuatro muchachos italianos, un francés, un señor noruego madurito y en buen estado -salvo que no paró de fumar y tomar cerveza desde las 8,30 de la mañana hasta las 19,30 horas! – y yo.
Primero nos dirigimos hacia la isla Bamboo, con sus prístinas arenas blancas enmarcando el turquesa transparente de sus cálidas aguas. Lástima que todo a lo largo de su circular costa, estaban estacionadas tantas y cuantas de la misma barquita que la nuestra. Entre medio, cientos de turistas enmascarados con máscaras de snorkel, buscando preciosuras bajo las suaves olas. Idem la que suscribe. La verdad que sumergirse en la profundidad del silencio que reina bajo el agua, con los rayos solares atravesándola, y millares de pececitos de colores danzándote tan curiosos como vos, es una de las cosas más maravillosas que experimento cada vez que logro hacerlo. Es un tiempo de desconección absoluta con la realidad que habita el mundo de la superficie, es un tiempo de observación lenta y detallada de los corales que habitan el fondo marino, las diferentes especies, los diferentes movimientos, la velocidad detenida a fuerza de curiosidad sorprendida.
Pasaron los cuarenta y cinco minutos estipulados de la parada, y nos dirigimos a otro enclave, entre un muro de piedra caliza de más de 100 metros de alto y unas cavernas hurgadas en su ahuecada superficie. ¡Indescriptíblemente maravilloso! Vuelta a enmascararnos y a lanzarnos como chicos traviesos desde el borde de la embarcación. Entrar de chapuzón al agua templada, es un placer digno de la felicidad más absoluta. Nuevamente al encuentro de otras especies, de otras formas, de otros colores, hasta que… allá abajo, “picoteando” una roca, vi un tiburón de unos 40 cm. Ya había leído de esta posibilidad, minimizando la situación con algo así como que son “bebés” inofensivos. Que si no se sienten atacados, no atacan. Inmediatamente recordé a mi ex verdugo cangrejo de un par de días atrás, y aunque jamás fue mi intención molestarlo, de hecho ni lo había visto, mis consecuencias dolorosas no fueron nada agradables. No era cuestión de “molestar sin intención” a este otro ser animalito de Dios. Lo más prudente, por no decir lo más cobarde, fue subir inmediatamente al bote y fin de fiesta para mí!
Después de esta nadada, nos repartieron el almuerzo. Unas cajitas descartables con una ración de arroz y verduritas bastante sabroso y apenas picante. Vino muy bien! Nos repartieron botellas de agua helada y bananas! El noruego seguía con sus cervezas y sus chistontos…
En eso se largó la lluvia con todo. Nos empapamos, aunque ni más ni menos de lo ya mojados que estábamos todos. Fue una risa! Aunque temíamos que nos cancelen el resto de la media excursión que aún nos faltaba.
El bote volvió al muelle de partida. El capitán sugirió esperar un rato. Era probable que escampara en un rato. De hecho, había otros seis pasajeros nuevos esperando para subir a hacer la parte del tour de la tarde.
Dicho y hecho, en unos minutos paró, el sol volvió a asomarse, los nuevos subieron y el capitán retomó la marcha. Ahora hacia la isla de los monos.
Otra playa abarrotada de botes, gente y monos. Yo ni me molesté en bajar, mirarlos desde la cubierta me sería de lo más suficiente. No me caen nada simpáticos. De hechos son bastante agresivos tratando de robarte el celular o las llaves o la bolsa con comida o cualquier objeto brillante o en movimiento, cadenas, relojes, etc. Yo creo que debe ser la forma que tienen de defenderse de lo hartos que deben estar de ser interrumpidos en su intimidad y fotografiados sin permiso, ja!
Seguimos hacia la “Cueva de los piratas”, un gran hoyo excavado naturalmente -gracias al constante embate de las olas- en una de los grandes pináculos que salpican el horizonte a modo de montañas cilíndricas y de poderosas alturas.
Dicen que en sus paredes interiores hay pinturas antiquísimas de barcos vikingos, testigos de las posibles visitas que estos adelantados. El noruego nada sabía al respecto, solo que se le había acabado la cerveza y que podía piropear a las nuevas jovenzuelas que habían embarcado.
Sacadas las fotos de rigor, seguimos para otro sitio de snorkel. Pasado el susto del tiburón, y no queriendo desaprovechar la tarde, me animé a otra zambullida expedicionaria. Tanto me gustó, que me olvidé la hora estipulada, y tuvoieron que gritarme varias veces desde la popa, para anunciarme que se estaban yendo. Saqué a relucir mis mejores brazadas y logré alcanzarlos. Obvio que la partida era solo un chistecito. Igualmente no hubiera quedado abandonada como un náufrago solitario, ya que a mi alrededor havía decenas de otros buzos pertenecientes a otras compañías de tours.
Finalmente nos dirigimos a la frutilla del postre: la emblemática “Mayabay”, famosa por ser donde Di Caprio filmó la película “La Playa”. La verdad, bellísima!!! encerrada entre dos peñascos gigantes formando una bahía de aguas mansas, aunque donde está prohibido bañarse. Es tal la afluencia de gente durante todo el día -la abren al público desde las 6 am. hasta las 18 pm.- que además de cobrarte 2 u$s para mirarla de lejos, Parques Nacionales custodia estrictamente, megáfono en mano, que a nadie se le ocurra pasar el límite. ¡Lo bien que hacen en protegerla! ¿Te imaginás los kilos de protector solar difuminado en el agua cristalina? ¿los kilos de basura que la gente genera? El ruido, las pisadas, los pishes y etcs.. En fin, que somos unos depredadores, ya no hay duda. Todos pagando para sacarse la fotito en la playa de un film famoso, ¡que cholulos somos! Yo incluída, obviamente! Por favor! Todo sin ni pensar en las consecuencias sobre un territorio tan frágil… y tan necesario, por lo menos para todas las otras especies vivas que lo habitan en su legítimo derecho.
Ya algo agotados, volvimos a alta mar a contemplar la deslumbrante puesta del sol. Al noruego se le habían acabado los cigarrillos y estaba molesto y molestando…
La excursión incluía esperar hasta la oscuridad total, para sumergirnos por ultima vez en las ahora negras aguas y contemplar el plancton luminiscente. ¿Qué es eso? Ni idea como explicarlo, es algo que se forma en las burbujitas del agua por una composición química con el efecto de la luz acumulada durante el día y forma unos puntitos minúsculos azules refractarios que se deshacen al moverlos con las manos, o las patas de rana… algo así… era cuestión de ver y probar para contártelo mejor. Pero la mayoría del grupo no quiso esperar la media hora que faltaba. Estaban o exhaustos o deseosos de ir a ducharse y empilcharse para salir de parranda. En las Phi Phi son famosas las fiestas nocturnas donde corre mucho alcohol y drogas libres.
De hecho, al llegar de vuelta al muelle, el bochinche de las calles con sus boliches en plena efervescencia, los espectáculos de danzas con fuego en la playa, los fuegos artificiales más allá, y los focos tipo cohetes de algunos bares, no tenían límites.
Así que “pájaro que comió, voló”, decidí que Phi Phi ya fue suficiente para mí y que a la mañana siguiente partiría en búsqueda de nuevos horizontes, o nuevos refugios a la marejada de turistas. ¡Qué ilusa! Creo que no queda ni una caverna vacía en Tailandia, se puso tan de moda! Y con el pretexto de “que es tan barato”, hemos venido todos como lauchas y nos han atrapados como incautos. De barato nada, de bello todo! ¿Pero a qué precio? El de convivir codo a codo con tantísima gente y sus circunstancias…
¿O será que la hormiga hermitaña se está volviendo fóbica?
Me parece que me quiero quedar con los pececitos de colores en el fondo del mar…. Amo ese silencio...
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Chau! |
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