domingo, 16 de marzo de 2025

Koh Lipe bis

 Pasé la mañana escribiendo y la tarde escuchándome adentro.

Nada como balancearse en una hamaca para masajear los sentimientos que cuestan salir a la luz.



Soy totalmente consciente que este tema del “juicio”, más allá de su desarrollo y resultado en la 3D, tiene un propósito de transmutación en mi alma. Mucho para elaborar, aprender, superar, iluminar, transformar… en otros estadìos de la energía.



Hay nudos, que por invisibles, son bien difíciles de destrabar. Necesitan tiempo, calma, foco, intención, aceptación, reconocimiento, una buena dosis de humildad, y por ende, bajar el copete de la soberbia. Por lo menos en mi caso. Arduo trabajo! (Aunque no quiero usar esa palabra, lo es!)

Aunque no dejo de asombrarme y agradecer, lo privilegiada que soy, porque en vez de estar llorisqueando en el diván de un psicólogo, lo puedo hacer tirada en la arena con la vista de los montes tailandeses a mi alrededor.



Cuando el sol aprieta y los sentimientos se densifican, un remojón en el agua bendita de este mar turquesa, y santo remedio para las penas!

Así estuve toda la tarde hasta la hora de la puesta del sol. Decidí que por hoy cerraba mi autosesión, me compré una cervecita bien helada, me acomodé en una reposera roja, dispuesta a contemplar la maravilla del sunset. En un barcito cercano, las melodías de Creedence acompañaban el momento sublime. El cielo se iba tiñendo de anaranjados, rosas y morados, con la elegancia de la paleta del Creador.





Hacer silencio y solo contemplar… Contemplar y Agradecer… Agradecer y Disfrutar…

Finalmente, el febo se ocultó bajo la línea del horizonte, dispuesto a ir a iluminar otras latitudes, y la oscuridad de la noche cayó sobre la playa.

La temperatura propicia, y el éxtasis vivido, hacía que la gente no se moviera de sus alfombritas. Las parejas susurraban bajito, o se besaban. Muchos -para variar- revisaban supuestos urgentes mensajes en el celular, y muchos otros le daban a los fasos. ¡Qué molestia estar oliendo tanta marijuana ajena! En fin, debo tolerar la libertad de cada uno, en pro de una convivencia sin quejas. Si no me gusta, debería correrme, y san se acabó.

Volvamos al silencio maravilloso de las olitas rompiendo en el borde de las conchillas rodadoras.

La luna llena se asomaba lenta y poderosa desde el punto contrario de la larga playa en sombra.

Entonces tuve la feliz idea de entregar todo lo “limpiado” en mi corazón durante el día, al mar reparador y darme un baño de luna como regalo o como premio.

Entré despacio, como Anita Ekberg en la Fontana de la Dolce Vita -lástima que no había ningún Marcello cerca..Ja!- con los brazos extendidos y las palmas abiertas para recibir…

Me fui hundiendo en la arena blanda hasta que la marea se elevaba como un calmo subibaja a la altura de mi pecho. Encontré una roca que sobresalía y decidí sentarme en ella, cual vigía de una noche espectacular.

No hacía ni dos minutos que disfrutaba mi puesto de centinela, cuando un dolor más que intenso e inexplicable, me atacó el talón derecho.

No me pregunten cómo, pero inmediatamente supe que fue un cangrejo!

Por supuesto no veía nada debajo del agua oscura, y apenas atiné a meter la mano para tratar de arrancarlo de mi pie. Al tacto, sentí su cascarón duro y sus tenazas impías. En medio de un dolor insoportable, y ya sintiendo que un ardor ascendía por mi pierna, más que asustada preguntándome si sería venenoso, logré deshacerme de las patas que aún colgaban de mi tobillo. Lamento haberlo deshecho, creo que lo maté sin querer, aunque luego leí, que el cangrejo como la lagartija, regeneran sus partes. A pesar que casi me asesina, me dió por compadecerlo.

Salí del agua cojeando y me tiré en la toalla sobre la arena, hecha un nudo de dolor. No me animé a pedir auxilio a nadie. Quería ver como evolucionaba, ya que no sentía la pierna caliente ni veía inflamación del tobillo.

Ahí tendida esperé casi una hora, aguantando las lágrimas, y dándome reiki y masajitos.

Cuando logré pararme, caminé lentamente -casi no podía apoyar ese pie- hasta la cabaña, distante más de un kilómetro.

Llegué, me dí un baño caliente, y me animé a mirarme el revés del pie. Trece orondos puntos negros en dos círculos consecutivos, lucían las espinas incrustadas en mi piel.






Pensé en “depilármelas” con la pinza de las cejas, pero mi sensibilidad no me aceptó ni la idea.

Preferí acostarme con la pierna para arriba, mientras consultaba en el Santo Google Grial, los alcances de dichas picaduras.

El cangrejo no es venenoso. Listo! No me iba a morir esa noche.

Luego me agarró la duda, si habré sido un erizo, o una langosta, o algún pez carnívoro, no sé… lo cierto que el dolor fue cediendo, y a la mañana siguiente comprobé que no tenía ninguna infección ni hinchazón, sólo las espinas permanecían allí, a la espera que mi propio cuerpo las vaya expulsando. De hecho, quise comprar yodo en una farmacia, pero no me entendían ni lo que era.

En dos días más, ya pude caminar con cierta normalidad.

Lección aprendida: “Si te metés en la casa de otro, éste sabrá marcar su territorio”. O sea “causalmente” lo que yo debo seguir aprendiendo con el tema límites, que tanto me cuesta poner. Resulta que el vecino, está avasallando sobre mi propiedad, y yo casi entrego todo sin chistar… Ergo, debo saltar como leche hervida, para defender lo que me corresponde por compra y por derecho divino. He dicho! Gracias cangrejo, por enseñarme de una manera tan “sutil”, ja!


Por otro lado, fue una clara señal para indicarme que ya era hora de partir de esa isla. Todo muy bonito, pero con el miedito que me quedó a sentarme en una piedra, no iba a disfrutar mucho más, así que mejor rumbear para otro lado, y de paso, seguir practicando el desapego. Creo que si estoy 24 horas más en esa cabañita de ensueño, no me iría nunca más….Ja! Cangrejos mediante….






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