lunes, 10 de junio de 2024

Desde el km.0 del Zapparancho

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26-5-24

Despedida en andas, literalmente!!! en el km.0 del Zapparancho, Villars, Pcia. de Bs. As. Argentina, con rumbos inciertos y por tiempo indeterminado, a una nueva aventura!

1° destino: Lisboa!




Tras 24 hs. de transportes varios que incluyen pareja de ángeles en Traffic hasta el aeropuerto, un boing 747 a Franckfurt y otro más pequeño, marcha en retroceso a Lisbon (con arrivo de manijas rotas de la maleta, buah.. ) + metro+ tren suburbano, llegué a la casa de mi coachsurfing tocaya de mi misma edad, viajera, madre de 4 hijos adultos y otras lindas coincidencias. ¡Ya me estaba esperando con la cena lista! Y su hermosa sonrisa! La camita tendida en habitación privada y la clave del internet en un papelito sobre la almohada. ¡Qué recibimiento!



A la mañana siguiente,  directo al trámite previsto: renovación de mi pasaporte portugués (por nieta directa). En cualquier registro de ciudadano lo puedes hacer fácilmente: Llegas, sacas número como si fuera una ferretería o una farmacia, y antes que te sientes, ya te están llamando. Llenas los formularios, foto de frente en una maquinola ultra moderna, pones los dedos índices sobre una luces verdes, firmas como con tinta invisible sobre un vidriecito, esperas 24 hs. Y pasas a retirarlo. ¡Magia! En Bs. As. Tardan mínimo 2 años para darte el turno...

A media mañana ya estaba lista para recorrer la bella ciudad con su arquitectura típica de muros azulejados, 





las rotondas donde se cruzan los tranvías y sus cableados por el cielo, las pastelerías con las tradicionales natas, las cervecerías a la orden del día, los tuc tuc adornados como abejas zumbadoras, las iglesias barrocas, las callecitas que suben y bajan con sus pulidos y resbaladizos adoquines, las escaleras sin fin que unen barrios a diferentes altitudes, los jacarandás azules en flor con sus tímidos aromas y los millones de turistas como rebaños de todo el mundo guiados por un paraguas con patas con moñito multicolor en la punta! Realmente queda poco que ver de las viviendas tradicionales o poder identificar a un poblador local. ¡Maldita globalización! Todos circulamos con los mismos jeans, idénticos celulares, parecidas mochilas, Nikes al uso, barberías y estilistas de uñas esmaltadas y pedimos expresso, pizza o croissant.

Aunque debo admitir que sí se huele bastante a pescado al pasar frente a los restaurants que lo sirven a multitudes hambrientas de frutos del mar, mejillones, bacalao, sardinas, y otros pobres animalitos de Deus.

Por mi parte, menisco desgarrado mediante, empecé con prudencia, es un decir, ja! Obediente a mi osteópata, me dispuse a hacer mis ejercicios de bicicleta fija, tal como él me recomendó para fortalecer la rodilla que deberá acompañarme todo el viaje. ¡Gracias menisquito que te compusiste tan rápido! Y gracias a las maquinas públicas para ejercicios aerobicos en las plazas!



Allí me encontré el primer arbolito de este viaje: ¡un ceibo en flor! Extraña bienvenida aunque al revés, ya que es la flor nacional de Argentina, no esperaba encontrármela en la ciudad de mis raíces. 


Al retomar la marcha, pasé sin querer por el “Double Tree Hotel”, aunque no tenía ningún árbol ni en la vereda, ni en el foyer. Solo un nombre de fantasía, para una decoración plastificada.













Y a continuación, el edificio de la sociedad de escritores. ¿Coincidencias? Otra bienvenida gratificante!














Mi instinto (a falta de señal para tener Google map en la via pública) me indicó el camino hacia el Jardín Botánico, mi autopromesa para la pimera visita. No se si fueron las calmas hormonas que segregan las plantas, el jetlag, el calor agobiante de una primavera venturosa, el cansancio producido por el intentar mantener el equilibrio en los adoquinados lustrosos, con el consiguiente miedo a las resbaladas, o cual fue el real motivo de la prolongada siesta que me sedujo bajo la fabulosa arboleda.






















Solo recuerdo el sopor al despertarme dos horas más tarde bajo una fronda compacta y luminosa con un mirlo piando sobre mi cabeza aturdida, aunque ¡más que feliz!







Bajé por la suntuosa avenida de Las Libertades con sus negocios de marcas top y hoteles de siete estrellas con porteros de sombreros negros y levitas. Me detuve en los miradores a contemplar las vistas de los rojos techos tapizando las colinas circundantes, y allá lejos el río Tajo con sus veleros y navíos de excursiones. En cada balcón, los tradicionales puestos de ventas de artesanías en corcho, souveniers con los colores patrios, ropa made in China, guitarristas cantando en inglés, algún sopladordor de burbujas gigantes, otro haciendo caricaturas, una pintora local ofreciendo sus cuadros repetidos, y algún que otro linyera pidiendo comida o monedas.


Visité la Librería Bertrand que "dicen" que es la más antigua del mundo (eso porque no leyeron "El Ininito en un junco" de Irene Vallejos) y charlé un poquito con el almamater de Pessoa, un lujo!



















Una multitud de tuc-tuc, corriendo como en un hormiguero pateado, saltan y cruzan en zigzag por entre los coches, los buses, los peatones devenidos en fotógrafos y las parejas en selfies al por mayor. ¿Qué son los tuc tuc? Son motitos o autos viejos convertidos en transportes para  2,3 o 4 turistas pudientes (70 euros/hora) cuyos choferes enuncian las cualidades de la ciudad a medida que avanzan por monumentos, callejuelas, sitios notables y otras paradas eventuales. Cuanto más adornados, más llamativos son. He visto algunos con un dragón sobre el techo, otros engalanados con guirnaldas de rosas, otros imitan autobombas, o simplemente autos de colección antiguos. Éstos se han convertido en competencia con los emblemáticos tranvías amarillos, símbolos de la ciudad.








Por mi parte no pude resistirme y dar la típica vueltita por la costanera, antes de volver agotada a lo de mi genial anfitriona: una nueva exquisita (aunque no vegetariana) cena me esperaba: el famoso bacalao! (perdón pequé por no despreciar).








A la mañana siguiente, nuevamente rumbo al centro a conocer el MAAT…..


El artista brasileño Ernesto Neto ha plantado un bosque excepcional en el MAAT, Museo de Arte, Arquitectura y Tecnología de Lisboa, con una escultura gigante,orgánica! llamada “Nuestro Barco Tambor Tierra”.




Cientos de coloridas tiras de telas trenzadas y anudadas como células dan crecimiento a este bosque sonoro con bolsas de semillas, hojas crujientes, instrumentos musicales para que cada visitante pueda experimentar o armar conciertos de percusión en ciertos horarios.

Es un trabajo colectivo desde su origen, y en su hacer manual fueron convocados artistas de ambos lados del océano, como símbolo de confraternidad.






El diseño del espacio interior del museo ya es en sí una obra de arte, y el exterior abraza con sus terrazas curvas el río Tajo, lugar excepcional para disfrutar un café “Sublime”




Googleen este artista, googleen el MAAT, se los recomiendo!

De alguna forma, hoy estuve en un bosque de arte, que no es poca cosa!

 

3° día: Visita a Sintra.

Ya experta en transbordos de tren, metro y buses, me dirigí a la localidad de Sintra, famosa por sus palacios, castillos, parques y leyendas de fantasías dignas de Walt Dysney. Sus arquitecturas desmedidas de cúpulas y torretas de colores con formas exóticas, fue escenario otrora de las viviendas de verano de la nobleza lugar.





















Multitudes de turismo internacional (en su mayoría 3° edad) (bahh..ya la mía! Ja se apiñaban en las boleterías en efectivo, las máquinas expendedoras de entradas con tarjeta y los portales de ingreso a los museos y recorridos guiados. Ante los precios y la fobia antimasas, decidí dar unos pasos atrás y contentarme con el recorrido por los Jardines Reales, y entonces sí! Los redisfruté!  Después de tantos días en la ciudad de Buenos Aires, y algunos más en Lisboa, mi alma necesitaba verde como mis pies la tierra!



























Me metí en cuanto senderito y recodo me guiaban los pájaros, hasta dar con los viveros (Green Houses) y con la “Casa de la Condesa” (amante del Rey Fernando nosecuanto). Un bulín para sus encuentros románticos lejos de la mirada inquisidora del resto de la corte, aunque seguramente a vox populi!

Para mí lo llamativo de esta construcción fue que sus muros, tanto exteriores como la decoración interior estaban realizados en corcho. Realmente una proeza artística! Por añadidura, caballerizas para carruajes se ubicaban cercanas a “la casita” rodeada de estanques y fuentes, para sosiego de aves, ranas y otros bichitos…


















Lástima no poder poner mis piecitos adentro, porque para esa hora ya me titilaban hasta la mandíbula! 











Finalmente recuperé fuerzas con un “bellísimo” café bajo los tilos.

No sé si me vieron la cara de agotamiento o merced a mi edad, me cedieron el asiento en el tren de vuelta, lo cierto es que previo a mi cuestionamiento (¿Tanto se me nota ya???) lo agradecí con mi mejor “Obrigado”.

 

4° día:

Todo termina al fin… cantaba la canción de mi juventud, con lo que la despedida de María y Lisboa, se hacía palpable. Pero no aún de mi amada tierra!

Buscaba una playita tranquila en la costa, en algún pueblecito pequeño, tranquilo, sin turistas…  cosa tan difícil como la famosa aguja en el pajar! O al parecer, llegué unas décadas tarde, porque la industria del turismo ocupó hasta el último grano de arena.



Debí conformarme con Nazaré, una aldea "medianita", que elegí a dedo sobre el mapa, motivada por su nombre, a modo de nuevo nacimiento de mi nueva etapa de vida (¿nómade?).






El turquesa del mar, el dorado de su ancha playa, la vista al faro y a los acantilados con su correspondiente castillito en el extremo del peñón, me cautivaron de entrada. Y a pesar del intenso sol, decidí dejar de ser hormiguita viajera para pasar a ser lagartija por unas horas. Fue otra siesta triunfal! (previo protector factor 50, ja!)



La zambullida se las debo, apenas los tobillos accedieron a la gélida temperatura del Atlántico, se retiraron honrosamente marcha atrás al compás de las olas.

A propósito de olas, dícese de esta playa, que es donde se forman las olas más grandes del mundo, de más de 30 mts. de altura! (de Noviembre a Febrero, menos mal!), por lo que es el paraíso de los surfistas más famosos en certámenes internacionales. Por de pronto, numerosos jóvenes en traje de neoprene y tablas de colores, me deleitaron el resto de la tarde, con sus incipientes esfuerzos de mantenerse en pie sobre ellas.



El sol iba descendiendo en el horizonte y se intuía un rojo anochecer… Decidí festejarme el día de relax con una cervecita y una pizza allí mismo, agradeciendo a la Vida por haberme llevado hasta allí…

 




Mis patitas curiosas me llevaron a la mañana siguiente -transbordador mediante- a la ciudad alta, donde la Catedral y otros edificios antiquísimos se imponían a los puestos callejeros de artesanías y souveniers, la mayoría atendidos por la matronas locales luciendo sus típicas polleras “en capas. No sé cómo no se derretían, si yo apenas soportaba mi vestidito liviano.










Volví al centro bajando por unas escaleras tan empinadas como patinosas, ergo rezando que mi rodilla no perdiera el rumbo, como así tampoco alguno de mis talones. Más gotitas de sudor en mi atenta frente.




En un descanso había una hamaca irresistible a modo de mirador, y no la dejé pasar. ¡Siempre hay que atender a la niña interior!
 Entonces, vuelta a la playa! hasta el siguiente destino: 

 

Oporto:

Otra vibrante ciudad! No sé si me estaba acostumbrando a las multitudes, pero me pareció más amigable. Eché una hojeada a las murallas, la catedral, el casco viejo, la Iglesia de tal y cual santo ( 2 o 3 por cuadra), el Mercado, y por las interminables escalinatas entre callejuelas, descendí a la costa del río Duero .





























Sobre ambas márgenes centenares de restaurants, vinotecas donde se degusta el afamado Oporto!, chiringuitos, bares, kioscos, y cuanto consumismo imaginéis, convocan a rebaños de gente de todos los colores.









Decenas de muelles de distintas compañías navieras, los tientan con paseos lacustres en embarcaciones de todo tipo, tamaño y disfraz.

El bullicio atroz se mezclaba con los saxofonistas callejeros dándole una cariz festivo a la más que cálida mañana.







El Empoio de la Sardina









Seguí mi camino por los parques costeros buscando la sombra de mis queridos amigáboles y disfrutando un helado mirando el mar en la desembocadura del Duero.






Me encaminé al albergué del Camino de Santiago donde mudé mi mochila y valija con rueditas (toda mi futura vida encerrada en 2 bultos) para pasar allí la noche y estar descansada para el inicio tempranero de ls jornadas siguientes.





Ya la alegría que se vive en esos sitios cuando una llega sin conocer a nadie, y todos te desean “Buen Camino” a modo de saludo de bienvenida, te llena el alma… Cena comunitaria y a domir!  O al menos a tratar, ya que entre 30 cuchetas siempre hay alguien que ronca y algunos que giran intermitentemente dentro de sus bolsas plasticosas. Ja!

Efectivamente, a las 6.00 am. ya empiezan los preparativos para la marcha de la jornada y el bochinche impone la despertada.

Por mi parte, tras el glorioso desayuno, despaché mis pertenencias con un servicio de porteadores hasta la siguiente parada en Labrugue, etapa a 30 kms. O sea, a llegar o llegar allí para recuperarlas!

Caminé feliz y liviana, siguiendo la pasarela que bordea las playas a la salida de Oporto, y durante toda la jornada disfruté las vistas azules del salado elemento vital! El vientito marino me aliviaba el calor del imperdonable sol, mientras mis pasos se iban agotando. Mi fiel rodilla ni chisteaba, gracias!  Sabrosos bebederos públicos satisfacían mi sed a medida que avanzaba.









Sentarse significa enfriarse por lo que hay que evitarlo a “toda costa”, aunque unas tentadoras reposeras de madera pulida, lograron convencerme en algunos ratos, jugo de naranjas mediante.

Para las 14, ya había arribado al destino previsto, y mis bártulos me estaban esperando en la recepción. ¡Que alivio! Mis piececillos se negaron a dar ni un paso más, salvo para llegar a la ducha y de allí a la cama. ¡Bendita horizontalidad!

Para la nochecita ya estaba recuperada y pude compartir una agradable cena, cervecitas mediante! con dos holandesas de mi misma edad! (Y similar “estado atlético”, ja!)

O sea, de vuelta a dormir. Mañana será otro día, y pasado también, y tras pasado también. Paso a paso, mar a puro mar, se adelanta en el camino, pasando por lugares tan bonitos como Vila do Conde, Povoa de Varzin, Viana do Castelo… así hasta la frontera con España, pasando por Tuy hasta Vigo. 


 En realidad, para ser veraz, hice una pequeña gran variación de este recorrido a pie: al 3° día me subí a colectivos locales, en pro de mi rodillita y espalda, inventándome el “Camino de María” (a Santiago llegaría igual, pero en bus, ja!). Esta vez no me movían ansias espirituales, mucho menos religiosas, tampoco deportivas ni otros fines, simplemente curiosidad del litoral lugo y muchas ganas de silencio interno. Ambas consignas, cumplidas!



 










Tchau Portugal querido!


De S. de Compostela a Lugo, otro bus pero con la inmensa diferencia que en la estación me estaría esperando Araceli de @ocabaloearth, una fan de mi libro “SER LA VOZ de los Arboles”, que generosamente, y sin conocerme más que por la pantallita, se ofreció a hospedarme y compartirme su paraíso boscoso. –“Sabia que te iba a gustar!”-confirmó orgullosa cuando mi corazón entró en su casa.

 


Un enorme castaño guardián, parado frente a ella con una plana piedra a modo de banco bajo su copa, me sedujo de entrada. Mis manos se fueron a su abrazo sin ni pensarlo. Luego las deslicé entre las coníferas al pasar por el pedregoso sendero que conduce a los robles. Más allá los liquidámbar, el cerezo, los manzanos, la glorieta de kiwis, un inmenso tilo, el abedul abuelo que es personaje de un cuento, la surgente regándolo todo, la huerta en todo su esplendor, flores, frutas y hortalizas reunidas en una fiesta de aromas y texturas. 
















Almorzamos bajo un tinglado cubierto de “flores de novia”, ramilletes blancos que primorean todo el año sin detenerse, una exquisita ensalada, tortillitas de zapallo con crema de zanahorias y otra de aguacates, con trozos de pan casero y agua de manantial propio. Servilletas y mantel de suave tela. La compañía, el servicio y la charla de su marido encantador. De postre? Tarta casera de manzanas (de cosecha propia).
 El sol y la brisa por partes iguales; Luna y Theo, la hembra blanca y él manto negro, dormitando a los pies, mientas la pícara gatita daba vueltas entre las piernas. Sin tiempos marcados y toda la alegría del sorpresivo encuentro, disfrutamos la tarde antes de completarla con una caminata mágica por el robledal vecino. Los clarososcuros entre las hojas, escondían nidos y asombros. Las huellas de los zorros y jabaliés marcaban el rumbo monte arriba, mientras mi alma en alza, no podía dejar de AGRADECER por semejante regalo!

Volvimos por un té verde de menta, jengibre y miel, a retomar nuestra charla de coincidencias, libros leídos en común y otros a compartir, recorridos y enseñanzas de a vida, anhelos y sueños… ¡Qué maravilloso es compartir con otra #arbolamante! Es mirar hacia afuera, la colina enarbolada, y entenderse desde el corazón.

A falta de boletos para viajar al día siguiente, debí quedarme un día más: desayuno de frutas con yogurt, recolección de algunas verduras, visita a su hermana en una tienda ecológica de ensueño, otro exquisito almuerzo bajo la glorieta, más y más charlas, nueva caminata serpenteando el río Minho a bosque traviesa, para terminar saboreando helados en una bonita cafetería en un local granero de piedra.


























Sueño reparador con gata cariñosa entre mis sábanas, para despertar con el milagro del bosque del otro lado de las ventanas. Todo para Agradecer!

Angeles guardianes


¿Qué he hecho yo para merecer esto?

Yo simplemente escribí mis vivencias en un libro que ni siquiera sabía que ella había comprado x Amazon, al otro lado del océano. Por supuesto, le obsequié “De cómo SER ÁRBOL y no morir en el intento” como mínima y modesta retribución a toda su grandiosa generosidad y estima.

 

Madrid

Las magnolias abiertas como platos de generosidad me recibieron con la bendición de su delicadas fragancias exquisitas.

 







Esta hormiguita viajera va a seguir andando...




 

Y que más Madrid?
 Veremos, veremos...y  ya lo sabremos...