jueves, 18 de diciembre de 2025

Panamá- Bocas del Toro

Algunas de las ventajas de llegar a ser “mayorcita”, es que en el bus te ceden el asiento. Aunque cada vez que lo hacen, yo me pregunto: ¿en qué se me nota? Eso porque yo no me veo el mechón blanco modelo zorrino Pepé Le Pew (el francesito que persigue a una gata, se acuerdan de ese dibujito?) (O sea que vos sos mayorcita/o también! Ja!)

Además en casi todos los países Mezoamericanos te otorgan un boleto con descuento para “adultos mayores” y tenés prioridad para subir a los buses o entrar a un espectáculo o evitar la cola al banco (cosa que debo hacer cada vez que en necesito cambiar un billete grande).

Todo esto a cuento que en el bus que iba a la frontera con Panamá, ligué asiento de cortesía. Menos mal, porque iba llenísimo!

Nunca vi tanta gente cruzando, haciendo el trámite ante la gendarmería.

Claro, después entendí!

Las cosas en Panamá cuestan un cuarto que en Costa Rica! Todo! Desde la comida, la ropa, los hoteles, las excursiones, las bebidas alcohólicas…

Y no solo son significativamente más baratas, sino que del lado panameño hay como diez super mega malls gigantes, ahí nomacito de la frontera. Por supuesto regenteados por chinos! (5% de la población en Panamá son Chinos, otros invasores/conquistadores!)

Son shoopings gigantes con absolutamente todo lo que te puedas imaginar, y lo que nunca imaginaste, también! Y productos de marcas (truchas y de las de en serio) de todo el mundo!

O sea, un hormiguero de costariquenses (Ticos) en búsqueda de ofertas, encima por lo de las fiestas! UFFF!!!

Tardé más de una hora en llegar a la ventanilla para que me pongan el sellito de migraciones.

Luego el bus local hasta Emperador city, puertito más que precario donde zarpan las lanchas que van a las islas (más precarias todavía).

Volvimos al modelo “School bus” amarillo americano destartalado, con música de femicidio en los parlantes a mil decibeles.

Aquí la población local volvió a ser de rasgos indígenas, más morochos que los ticos, pero absolutamente globalizados en sus vestimentas de jean y remera. (Unas cuantas de Messi con el 10 en la espalda) y las mujeres también; soleros, remeras de tirantes, minishorts, y esas cosas....

Hay también un montón de origen africano, descendientes de los esclavos que los europeos trajeron en sus conquistas comerciales bananeras hace más de doscientos años.

Lo único original que cambió fueron los nombres de las comidas que ofrecen los puestos callejeros, igual de sucios e indeseables que en todo el mundo. Yo ya escarmenté en India, así que ni loca vuelvo a probar algo.

Otra curiosidad es el idioma: ni español ni inglés, sino los dos juntos sumados dialectos afro más locales, o sea, una melange inentendible.

Tras dos horas de gozar (¡?) de las cumbias y bachatas, llegamos al pueblito de Almirante, directo al puertito, más bien, un paupérrimo embarcadero.

Es una especie de delta tipo El Tigre, pero de mar, y canales mucho más anchos. Casuchas que se sostienen, o no!, sobre pilotes a punto de destrucción. Niños chapoteando en las orillas barrosas como sus caritas de mocos, y mujeres lavando la ropa en fuentones llenando kilómetros de cuerdas superpuestas.

Nota al pie: en todos estos países tropicales, la humedad es tal que la ropa no se seca jamás. Es la primera vez en dos años, que acarreo ropa húmeda en la valija y no logro que se seque nunca.

Imaginen mis pelos parados por el frizz, terrible!

Volvamos al ruedo.

Lo primero es lo primero: colocarse repelente, aunque no te guste. No solo hay mosquitos del tamaño de murciélagos, sino que hay otras cositas minúsculas, cuasi invisibles, que no solo pican, te devoran! Y como ni las ves, solo las sentís, y cómo!, no sabés donde dar el manotazo.

La competencia entre las lanchitas para lograr llevarte a tu isla elegida es tal, que entre el regateo y las ofertas de los lancheros, terminé en la mitad del precio dicho al origen, Encima me hicieron el descuento jubilatorio. Ergo, el ticket fue un chiste de centavos.

Aquí todo es dollar americano. Tienen sus dólares panameños que valen lo mismo, pero están acuñados distintos, así que hay que tener cuidado de no recibirlos de vuelto, sino después no te servirán ni en Estados Unidos, Ja!

Después de revisar los blogs de otros viajeros, las publicidades de las excursiones, la web oficial de Turismo en Panamá y otras recomendaciones, me decidí por empezar en la isla Carenero.

Había un hostel super económico y las fotos eran genialmente turquesas…

Llegué pasado el mediodía -me dí cuenta que estábamos una hora de diferencia adelantada, o sea, “alguien” me robó 1 hora de vida, se esfumó en la línea del tiempo invisible- dejé las cosas, y con mi indómito espíritu girl-scout, salí a recorrer la isla. Decían que se podía bordear todo el perímetro en dos o tres horas, caminando por la playa.

Apenas dejé el hostel, me dí cuenta que la playa estaba interrumpida por manglares, por rocas, por muelles, y por basura acumulada. O sea, algunos tramos sí, otros no. Hay un caminito paralelo, a modo de vereda silvestre, que va “cosiendo” distintos barrios de habitantes locales, aunque eran tan humildes y sus casas de tablas tan precarias que más bien parecía una sucesión de villas miserias. Otra vez los “mocosos”, los perros flacos, las miradas suplicantes, las botellas y las latas tiradas por doquier, aunque las cumbias a la orden, mechadas con el reggae mejor bienvenido.

Cada tanto, un resort lujoso con muelle propio, cosa que los turistas que arriban, ni se enteran lo que hay a sus espaldas.

Tampoco el turquesa de las aguas era para tanto, mentiroso photoshop!, aunque sí bien transparentes, veías los pecesitos de colores rondar tus tobillos mientras su suave cosquilleo te los masajeaba.

En la arena también hay unas minúsculas, e invisibles, espinillas que se te clavan en las zonas blandas de la planta del pie o entre los dedos. Muy más que molesto, al ratito se va el efecto, pero mientras dura el pinchazo...ay Diosito!

El caminito cada tanto se empatanaba bastante, por suerte mis sandalias de goma son a prueba de todo! Lo peligroso era que se te cayera un coco en la cabeza, las palmeras estaban a full, o que se te cruzara un cocodrillo salido del manglar. Ya a esta altura me siento una Jane de la selva, aunque no veo al Tarzán por ningún lado… Eso sí! Lleno de monos aulladores entre las ramas. De a rato me dan un piquito de miedo, espero que no se bajen nunca de ahí arriba.

En un momento dí con un espacio abierto, había un bar. Estaba lleno de americanos, cerveza en mano, y cigarros, como los de Fidel, colgando entre las barbas en rastas. Pendeviejos a la c aza de mulatas…

Un dúo de guitarra y bajo, también yankees, amenizaba la cosa con rocks ochentosos. Ellos felices, yo miré un rato pero me sentía sapa de otra estratósfera.

Seguí mi camino. Al rato me dí un chapuzón, antes que baje el poco sol que había.

¡Podía ver mis propios pies bajo el agua! Casi no había olas, la marea suave me alzaba y me devolvía a la superficie. La temperatura divina! En eso me pasó una mantaraya bastante cerca. Como no tengo claro si son o no amigables, decidí salir y secarme con las últimas nubes.

Desandé el camino y volví al hostel.

Ya desde unos cuantísimos metros antes de arribar, empecé a sentir la música “electrónica” a mil!

Una diskjockey negra, con anteojos negros y estrangulado pantalón blanco, se apretaba los auriculares, también negros, sobre las orejas, como concentrándose para mover el culo al son de los discos que giraban en las bandejas apareadas.

Oh No!!! -¿ Hasta que hora dura esto?- pregunté preocupada en la recepción.

-Hasta las 3- me contestaron sin ni inmutarse, como lo más normal del mundo.

Hacía rato que no pegaba un hostel tan juvenil, tan fiestero. En el 99 % de los casos, en casi todos los que he transitado, a las 22 se apagan todas las luces y se pide silencio absoluto. En algunos incluso a las 21!

Esto de la música foránea y a este nivel de volumen, me parece una afrenta difícil de dirigira todos los habitantes locales. Es gente que trabaja, niños que irán a la escuela, madres cansadas de todo el día… En fin, al empresario dueño de este establecimiento le importa un comino! Es un verdadero “invasor/conquistador”, no muy diferente de Colón buscando el oro. Estos “emprendedores” buscan lo mismo: oro verde! Qué asco de mentalidad!

Por primera vez en mi vida, debí ponerme tapones en los oídos (tenía guardados un par de souvenier de algún avión, el famoso “por las dudas” que al fin había llegado).

Finalmente me dormí bastante embroncada.



A la mañana siguiente, el ruido de la lluvia sobre los techos de chapas, me despertaron temprano.

Era un diluvio!

Preparé mis cosas dispuesta a cambiarme de hotel y de isla, apenas amainara un poco, cosa que recién resultó a eso de las once.

Llamé a un bote-taxi y me fui para la Isla Colón, también bien recomendada. Seleccioné un hostel en el centro, aunque para llegar, debí meter las patas en las calles inundadas y alzar mi valija para evitar los charcos profundos.

Ya no sabía si estaba en Panamá o en Venecia.

Al entrar al hostel, no había diferencia alguna con la calle, el nivel del agua a la rodilla era el mismo. Y la lluvia, no paraba…

Decidí dejar las cosas, e irme a pasear en colectivo. Ahí arriba seguro no me mojaría, y no era cuestión de desperdiciar el día ni quedarse a llorar..

La frase “Dios da hilo a quien empieza a tejer”, cumplió su paradigma una vez más. Ni bien decidí “disfrutar” sea como sea, se empezó a despejar.

Al llegar a la terminal del recorrido, en playa Drago, apenas caían pocas gotas.

En la orilla, había una bonita cafetería, y decidí esperar con un cafecito a que parara completamente, antes de iniciar otro sendero costero. Esta vez hacia la “Playa Estrella”.

Debe su nombre a que allí es posible ver estrellas marinas a simple vista. Anidan muy cerca de la orilla.

Lo de “anidar” es un eufemismo, porque la verdad, no sé si corresponden al reino animal o vegetal Lo busqué en la wiki y me dice que son equinodermos de simetría pentaradial. Aha! O sea?

Lo cierto es que son formaciones tipo óseas de cinco brazitos que se esconden en la arena escarbándola bajo el agua, de más o menos quince centímetros de ancho, de color beige, por lo que no es tan fácil distinguirlas. La mayoría se mete con visores de snorkel observando con detenimiento el fondo marino, ya que allí, en esa playa, casi no hay oleaje.

Aunque las olas se forman por las decenas de caravanas de lanchas de excursiones que se acercan al avistaje. Les cobran 20 u$s a cada turista por tenerlos 20 minutos bajo el agua -y prestarles el juguetito visor- y luego otros 20 minutos sentados en un chiringuito de miseria para que consuman.

Yo fui en bus por 2 uSs y me quedé toda la tarde. Es increíble ver la tontera de la gente que se deja llevar por las narices y encima pagan de más! En fin… ellos se pierden “la aventura”.

Por suerte había bastantes carteles concientizadores que POR FAVOR! No las toques y mucho menos sacarlas del agua. Morirían instantáneamente por asfixia y/o además, les ttrasmitirías el repelente, el bronceador o la crema que tuvieras impregnada en tu piel.

Quiero pensar que la gente es obediente y conciente, aunque… tengo mis dudas. Es tan tentador! Están tan al alcance…

Por cierto, yo pude fotografiarlas rebien con solo el agua a los muslos. Debí atarme el vestido a la cintura, y meterme en bombachita, ya que como salí con lluvia, no previne llevar la malla. Pequé de inexperta, buah.. Para la próxima…

Ya con el día compuesto, volví caminando por un senderito de bosque maravilloso. En realidad no es bosque como uno lo entiende, no son coníferas ni eucaliptus, es selva tropical! Con su super diversidad de plantas de cien colores, palmeras, lianas, bananeros por millares, manglares oscuros, flores exóticas y mil mariposas abriéndote el camino.

Y a un lado, el murmullar de las conchillas rodando bajo la espuma…

La luz filtrándose entre las ramas, los aromas ascendiendo después de la lluvia… El placer y la gratitud de la mano de la “savia” y generosa Naturaleza.

Finalmente llegué a la parada del bus, vuelta al hostel en el centro, compritas para la cena y callejeada vespertina en reconocimiento del pueblo, un puñado disperso de unas 20 manzanas a lo sumo.

Contabilicé 8 iglesias: una católica, una metodista, otra evangélica, otra bautista, la de los testigos de Jehová, la de los 7 Reinos, y otras en casuchas tan derruídas que ni carteles tenían. Veinticinco supermercados chinos como para alimentar una capital completa, unos veinte entre hoteles y hostales, tres embarcaderos, cuatro o cinco verdulerías, dos ferreterías, tres corralones de construcción, una escuela, la sede de la policía, otra de bomberos, cuatro o cinco food track (uno de empanadas argentinas, estamos en todos lados!), cinco o seis restaurants, algunas tiendas de ropas, puestitos de souveniers de artesanías, dos escuelas de surf y una de español, y como veinte agencias de turismo!

Aquí se siente la misma invasión/conquista de los “inversores” que vieron la veta en las playas y las vistas paradisíacas en donde los pobladores originales no tenían la” viveza” de la visión de explotación turística. Ergo, adquirieron tierras a precio ridículo, la mayoría americanos, alemanes y franceses (más de lo mismo per sécula sequlorum…) y ya sabemos como sigue la historia.

Después todos vamos mordiendo el anzuelo y los sitios quedan desvastados, globalizados, impersonalizados. Eso sí! Muy Top!

Perdón por ser parte de este juego al que sin darnos demasiada cuenta, le damos de comer a algunos, mientras intoxicamos el planeta, olvidamos las tradiciones, el respeto a las poblaciones originarias, etc...etc..etc.. Mea culpa también! -la asumo, mi curiosidad me vence…

Mañana espero no estar tan filosófica, para poder disfrutar sin culpas, ja! (aunque con conciencia… prefiero no llevar vendas en los ojos aunque me tilden de “quejosa” o “criticona”)



El nuevo día amaneció nubladito, pero potable para salir a dar una vuelta. Esta isla es enorme! Esta vez me llevo la malla puesta, la toalla en el bolso, y el repelente! Más esencial que la comida misma (una manzana, una mandarina y una naranja, placer de dioses!) y obvio, mi botellita-termo de agua.

Alquilé una bici por todo el día porque quería llegar a la punta más boreal, transitando a lo largo de diversas playas, atravesando trozos de selva, cruzando ríos (con la bici al hombro) (esto lo supe a medida que iba avanzando...toca lo que toca!), puentes a punto de caída libre, barros dignos de pistas de patinaje, zonas de arena blanda, perros callejeros con hambre de tobillos, calores en franco aumento, pedregullo de cantos rodados sueltos, raíces gordas anudadas por encima de la superficie y algún que otro tramo de tierra compactada normal.

O sea que llegué exhausta, tras tres horas de pedaleo, a lo que el Google mapa me marcaba como “la Piscina”, que no era más que la desembocadura de un río al juntarse con el mar. El oleaje de la marea en alza frenaba la salida del agua dulce y se formaba un estuario de aguas revueltas. No tan bella cosa como su nombre me tentó, ja! Pero aún así, feliz de haberme cumplido mi propósito.

A pesar del agotamiento, veinte años menos en el cuore, ja! O cuarenta menos! Ja!

Y a no quejarme, porque ahí mismo tenía todo el mar para mí sola!

Un poco demasiado bravo, con olas que me amedrentaban, y la voz de la prudencia que me pedía respeto, que estaba sola, si algo me pasara… bla bla… eso mieditos de las personas adultas que mi niña rebelde se niega a escuchar.

Decidí relajarme un rato, tomar sol como una persona normal (quieta!), disfrutar mis majares jugosos y nutritivos y admirar el horizonte. Nada ni nadie por aquí, nada ni nadie por allá…

A veces yo misma me maravillo de mi capacidad para escaparme de las multitudes, reencontrarme con mi hermeteñismo sin ni siquiera proponérmelo. Llegar a sitios “exclusivos” donde otros no llegan… y gozar como si de un “all inclusive” se tratara.

Pero esta vez, al ratito que estaba en mis cavilaciones, llegaron cuatro motoqueros, de California (lo supe después) con sus sendas tablas de surf. Prepararon su equipo, y se metieron al mar, como si yo hubiera sido una roca invisible que formara parte del paisaje. En una palabra, ni un “good afternoon!”.

Los miré durante un buen rato hacer sus piruetas.

Entonces me di cuenta que ahora sí tenía permiso para meterme yo también.

Entiéndanme bien, sólo a nadar y barrenar. A esta altura, aunque me muero de ganas, no intentaría hacer equilibrio en una tabla, ja! No por falta de destreza deportiva, sino por cuidar mi menisquito averiado, que aunque no se quejó en todo el viaje, no es cuestión de romperlo los últimos días… (Y porque mi ego no soportaría el chubasco de las risotadas ajenas al verme caer, ja)

Lo cierto es que me metí -aunque dudo que mis compañeros de playa ocasionales se hayan percatado- mucho menos estarían dispuestos a interrumpir sus hazañas en pro de un salvataje a una vieja inconciente.

Afronté y enfrenté las gigantes olas cual experta tirándome bajo la espuma, y jugueteé como la chiquilla que en realidad soy. Al rato, ya conforme, salí aireosa, dispuesta a secarme al sol, paradita para escurrirme bien.

Los volví a mirar maravillada, me encantaba ver sus esfuerzos y perseverancia, verlos gozar con cada turbulencia, volar por el aire y volver mar adentro a volver a probar…

Entonces me acordé de mi maquina con el teleobjetivo y pensé que era una buena ocasión para ejercitarme en fotos con movimiento y a buena distancia.

Corri a buscarla a mi bolsito ( ven que no me puedo quedar quieta? Será grave doctor?) en la canastita de la bici, bajo la sombra de una palmera.

Armé las lentes, me paré firme en la orilla, dirigí el visor, y comencé a disparar un fotograma tras otro, siguiendo todos sus movimientos. Habré sacado trescientas fotos, dispuesta a estudiarlas después en mi computadora. Guardé el equipo, me senté en un tronco, y pelé mi mandarina.

Mientras, ellos -agotados- iban saliendo del agua.

Se sacudieron como los perritos y se me acercaron a preguntar sonrientes: -Vimos que nos sacabas fotos, después nos las pasarías por teléfono? -pidieron engalanados como héroes de Baywatch.

Menos mal que no se enojaron, hubieran estado en su derecho, porque la verdad, ni me tomé el trabajo de pedirles permiso.

-¡Claro! -me comprometí- no soy profesional, apenas estoy desculando (“conociendo” en inglés educado) mi máquina -me excusé a priori de que todas me hayan salido movidas.

Intercambiamos los teléfonos, acomodaron sus tablas en los ganchos laterales de sus motos, rugieron sus motores, y se esfumaron en la lontananza del largo camino…

A la noche las revisé, algunas estaban bastante pasables, orgullosa entonces, se las mandé.

Esta mañana tenía mensajitos de agradecimiento y de “qué lindo momento que pasamos” (¡?)

Nice to meet you! La vida te da sorpresas…

Esto es lo que me encanta de viajar: no hay dos días iguales! 0 rutinas, cada día una sorpresa impensada, un paisaje nuevo, encuentros con gente amigable, desafíos, vivencias insospechadas, etc. etc.etc…

Me quedé un rato más -prudentemente no me volví a meter sola- hasta que decidí encarar la vuelta. Tenía otras tres horas de pedaleo por delante, más el cansancio del descanso del día, ja!

Llegué al pueblo justo para cuando cerraban la tienda del alquiler de la bici. El dueño estaba un poco preocupado y no podía creer hasta donde había llegado cuando le conté. Ambos felices de haber cerrado un buen trato.

Me premié con una buena ducha y salí a callejear por el centro. En uno de los fast food me otorgué una hamburguesa vegana con cebollas caramelizada, salsa de no sequé, y churry de nosecuanto, que estaba buenísima! O yo famélica, ja!

Good show por hoy, a dormir como una angelita! Until tomorrow…



Bocas del Toro es un conjunto de islas frente a la costa noreste de Panamá, exactamente donde llegó Colón en su primer viaje y más tarde Vasco Nuñez de Balboa. Increíblemente, a ambos conquistadores (solo por iniciar la despiadada lista) aún hoy se los venera en monumentos, nombres de calles, de islas, y hasta el nombre de la cerveza nacional.

¡Qué loco no?! Qué poco pensamos-analizamos-discernimos los humanos…

Evidentemente la historia la escriben los que ganan, y yo agregaría, y los que pagan a productoras de marketing!, photoshop mediante.

No sé a qué hace referencia lo de Bocas del Toro, seguramente por aquí pastaban algunos vacunos, pero lo que sí tengo claro es que el “boca a boca” (llamalo facebook, instagram, redes, revistas de turismo, etc.) pasa una información y enseguida, millones de personas quieren ir exactamente “Ahí!”, sin ni siquiera cuestionar. Si Google lo dice…

Así es como voy llegando a lugares que si bien reconozco la belleza de la naturaleza, los veo desvastados, no tienen la capacidad de alojar a las masas de “curiosos invasores” entre las que me cuento, aún en distintos niveles de exigencias, desde mochileros básicos a usuarios de tarjetas Platinum que viajan en 1° y solo desayunan ostras con champagne.

Se mezclan yates vip con lanchones de madera del siglo pasado, los mismos que usaban los abuelos negros para pescar de madrugada.

Así es la isla Colón, la más céntrica y poblada.

Hay tiendas de chinos de todo por 1 u$s, y al lado tenés otra con remeras “Lacoste” a 80 u$s.y shorts a 300.

Hay galerías de arte de esas con un cuadro todo blanco con un puntito rojo a 5000 u$s porque lo “salpicó” fulanito, y al lado está el Mercado Central con todos los canastos de papas, cebollas, hinojos, olor a pescado y frutos de mar, huevos y media reses colgando. Todo muy surrealista…

La misma mezcla con los turistas y los locales: están los rubiecitos nórdicos inspeccionando una tortuga tallada por un indiecito en cuclillas en el cordón de la vereda, al lado se baja de su jeep una yankee canosa con rastas enroscadas, para regatear un pack de cervezas en el supermercado chino.

Escuchas goospell desde una capillita, remixado con el parlante de la cumbia del que vende fritangas en un puestito callejero de la esquina.

De todo como en botica! Y todo es mucho, bien caribeño! Uff! Mucha gente, mucho calor, mucha selva, mucho bochinche, mucho regateo, mucha sed, mucho lío, mucho agobio… aunque también,

mucho lindo!

Como los gentíos no son lo mío, decidí tomarme una lancha para ir a conocer la isla Bastimentos, cruzando a quince minutos.

Aquí la población es más auténtica, es decir la mezcla de afros con indígenas hablando en su dialecto incomprensible para mí, rodeados de basura, rotas sus casas sobre palafitos desvencijados, podridos por el barro y el mar, la única calle perimetral de tierra y piedras, perros que ya ni asustan, niñitos que te sonríen al pasar como si vieran a un marciano, mujeres que se esconden detrás de un tapial, y el sol que todo lo quema. Entre todo ello, cada tanto, un embarcadero en perfectas condiciones, pintado en azules y blancos puros, da amarras a los yates turísticos con unos bonitos restaurants, y algunos hasta ofrecen alojamiento cuatro estrellas!

Fui hasta allí porque había leído que si uno seguía por un senderito al final del pueblito, dabas a una playa espectacular.

A mi juego me llamaron!

Lo que nadie me dijo es que el senderito subía, y subía… hasta la cumbre de un cerro, para luego ir bajando, a selva traviesa (mosquitos y picudos mediante) hasta llegar a la blanca arena.

Para variar, nadie por aquí, nada por allá! Y el mar todo para mí! Hurra!!! calma… silence…

Me la caminé de punta a punta, unos 2 o 3 kilómetros, bañando mis tobillos en las mansas aguas, evitando pisar los agujeritos de las almejas y disfrutando de la serenidad de un lugar no contaminado, belleza pura…

Me senté bajo un cocotero a armarme mis sandwichitos de palta y queso, con mi botellita de agua, y me devoré el horizonte que comenzaba a engrisarse.

También había leído que más allá, había otra playa que la llaman “la red frog” (por estar poblada de ranitas rojas) pero que solo es accesible en barco. Seguramente invento de las compañías de turismo para cobrarte un avistaje que después te dicen: -”Ah pero en esta época están anidando en México…” o cualquier verso.

Tampoco estoy de acuerdo en ir a pagar para ver desobar a las tortugas, por más que sea la temporada exacta. Me parece otro acto de “invasión” a la privacidad de esa especie. ¿Qué tenemos que ir a meterahí las narices los humanos? Para eso mirá Discovery Chanel y no las hinches, por favor!

Y otra leyenda -o no!- es que más allá está la Polo beach. Parece ser que hace unos años, un viejo hermitaño llamado Polo, se construyó su cabañita en medio de la nada y se adueñó de esa magnífica playa. Un especie de Thoreau contemporáneo.

Las excursiones te cobran para pasar por delante de su embarcadero semi derruído y te señalan la selva como si pudieras ver los restos desde la embarcación. Lo cierto es que al Polo ese, nadie lo ha visto. Verdad? O simple fantasía?

Yo ya aprendí que no siempre el prado es más verde más allá de tus pies, así que decidí quedarme embelesada bajo mi tronco y echarme una linda siesta, en la privacidad de mi desierta soledad.

Al ratito comencé a sentir el vientito del preanuncio y las nubes negras in crescendo.

Decidí que era hora de partir, no sea cosa que luego la lancha para volver a mi isla (ja! La de mi hostel) se sacudiera en alta mar por la tormenta que se avecinaba.

Volví al senderito, atravesé la selva, me detuve varias veces a escuchar piar las aves alborotadas, intenté algunas fotos y finalmente llegué al otro lado de la isla donde aún brillaba el sol.

Pedí un jugo de maracuyá en un bar-balconcito algo enclenque y disfruté el atardecer con cientos de lanchitas como hormigas, cruzándose a mar traviesa.

Día cumplido!



Último día en Bocas. Esta mañana me mudé a un hotel sobre la costa. Antiguo, con el sabor de lo patrimonial, todo de madera, con una terraza sobre el mar y la ventana de mi cuarto también! Quería una habitación para mí sola, como regalo despedida de este maravilloso capítulo de mi vida. Mañana viajo al encuentro de mi amigo Goyo (compañerito de la facultad!, allá lejos y hace tiempo) y su esposa panameña (milagros de las webs de citas, ja!) que me recibirán para hacerme conocer más Panamá y pasar juntos la navidad.

Ya queda muy poquito para el retorno a mi Argentina, por eso, hoy último día de a sola, me lo estoy festejando “sola!” ja! Porque en este hotel, soy la única huésped, ja!

Lo bueno es que cada vez me llevo mejor conmigo misma, ja! Y me lo redisfruto!

Ahora a nadar un rato… y chan, chan! (como en el final del tango)



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