domingo, 2 de agosto de 2015

Salvataje





Domingo a la mañana, paseo a la selva!

De repente, vemos un perezozo -obviamente perdido- en la banquina, a punto de cruzar la ruta....



Paramos, y Bernard lo ayudó a retornar a su hogar natural, algunos metros más allá en la espesura...













Entonces me acordé de un cuentito que había escuchado hace muchos años, y que transcribo para Uds....


                                                


 La estrella de mar

A Pablo le encantaba ir todas las mañanas a caminar por la orilla del mar.
Tenía la suerte de vivir en un pueblito con playa, puerto, acantilados y médanos. Así que cada día decidía qué camino seguir.
Como iba al colegio a la tarde, podía disponer de un largo rato matutino para realizar lo que él se había propuesto.
Avanzaba descalzo por la arena, aunque fuera invierno o verano, porque a Pablo le fascinaban las cosquillitas que le hacía la espuma al alborotarse a sus pies.
Con el sol en la frente, iba recogiendo las estrellas que yacían resecándose en la arena después que la marea alta de la noche las abandonara allí, sin posibilidades de retornar a su medio líquido.
Las levantaba una a una, las observaba con maravillados ojos de niño curioso, y susurrándoles un secreto, las arrojaba mar adentro, tras la ola más lejana.
Había días que había cientos de estrellas, otros miles! según los vientos o las tormentas.
Pablo no se amedrentaba, se agachaba ante cada una, la alzaba, y repetía su ritual devolviéndola al agua.
Casi que caminaba de cuclillas.
Casi que ya tenía el brazo como un lanzador de beisball.
Aunque siempre tenía una sonrisa espléndida entre las ganas y el viento…
Desde una choza costera, a través de una ventana de chapa, un viejo pescador lo miraba todos los días. Lo veía pasar lentamente, de sur a norte… alzando una a una amorosamente, las estrellitas moribundas.
-“Qué ridículo!”- protestaba el viejo para sí, ante cada lanzamiento.
Mientras Pablo avanzaba día a día, las quejas del viejo se evaporaban sin ningún resultado.
Un mediodía, ya furioso, el viejo salió a interceptar al niño, quién como de costumbre, tenía una estrella entre sus dedos.
-“Para que haces eso? Tonto!  No ves que ya están casi muertas?! Qué te crees,  que tú podrás salvar a todas?”
-“A todas quizá no, pero para ésta –mostrándosela a los ojos – hoy será una gran diferencia!...” – y la echó al mar con su plena sonrisa.
Calmadamente avanzó unos metros, se agachó, recogió la siguiente, la besó y la devolvió al agua juguetona.
El pescador lo siguió mirando absorto, incrédulo…. Se agachó, recogió una a sus pies, la miró con determinación, miró el horizonte… miró a Pablo.
Él le dio un gesto de aprobación a lo lejos.

El pescador lanzó su primera estrella.



Para nuestro perezozo, hoy existió un Milagro!
Y éstas son las manos del Angel que lo realizó:


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