martes, 20 de junio de 2017

14ª MONASTERIO de San Anton


Hoy salí con la cola entre las patas…

Mis cosas se habían secado, pero mi alma aún no.



Encima por adelantarme, me separé de mi grupo, con el que veníamos juntando fuerzas, y hoy aquí no conozco a nadie. Aunque todos son muy amables, y ávidos del relato de mi aventura.

Esperé a ver el cielo bien despejado y recién a las 7 emprendí la marcha. Sola, en silencio, con Alegría tan chamuscada como yo.

Enseguida los trigales infinitos de luz, comenzaron a consolar mi corazoncito abatido.




Pero me faltaba energía. Me faltaban los otros!

Qué gran Lección para mí que siempre me jacto de hacer todo sola…  también aguantarse las propias responsabilidades, como sus consecuencias.

Como cierta vez me dijo mi amiga Silvana: -“A vos no hay quien te siga el trote!”; será entonces tiempo de aprender a seguirle el paso a los demás, si no quiero seguir haciendo las cosas sola!

Quién me manda adelantarme? Qué imperiosa necesidad de adrenalina corre por mis entrañas? A quién creo que le voy a ganar?

Nunca me gustó ser rebaño, más bien admiré a Juan Salvador Gaviota! Aunque deberé imperiosamente aprender a buscar “el Camino del Medio”, el balance justo.

Somos humanos, necesitamos de los otros…  Y en estos días previos aprendí de la suma de energías para con la alegría, el entusiasmo!  El que te importe lo que le duele al otro, el sufrimiento también era de todos; la fuerza que nos contagiábamos mutuamente, a veces solo con una sonrisa, una palabra no entendida en otro idioma igual era suficiente…

Quiero recuperar mi grupo, reirnos juntos, avanzar juntos!  Esperarnos…  tenernos Paciencia!  Esa palabrita tan esquiva para mí…

Basta de palos y a gozar el día!
El paraguas sobreviviente hoy retomó el uso para el que estaba destinado, y me salvó de otra insolación.

Largos y solitarios caminitos, en distintas versiones…


Hasta arribar a Hontaya, donde me quería quedar a esperar a los otros.


Lo cierto que Hontaya resultó un pueblito más mercantilista que encantador. Los tres hosteleros de albergues privados se estaban peleando en la única vereda, mientras intentaban entregarme papelitos de sus ofertas de paellas, al mejor estilo centro comercial. Un asco! Así que descarté a los 3 y decidí tirar 6 kms. más hasta un monasterio que me habían comentado.


La magia de sus murallas destruídas por el tiempo, no se hizo esperar. En una antigua nave, está armado un precario y pintoresco albergue. Sin electricidad, sin agua caliente, solo 12 camas y mucho amor de las 3 canadienses que lo administran.










A las 19 servirán la exquisita comida comunitaria que ya se huele… y cuando vuelva a la civilización les mandaré estas noticias.

Ahora tiempo de relax y meditación, mis tobillos piden tregua. Aquí me quedaré!






  

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