Siguiente destino: Gibraltar
La curiosidad de conocer este atípico enclave en la puntita sur de España, el paso del Mediterráneo al Atlántico, la posibilidad de vislumbrar África a lo lejos… todo ello me motivaba a “pasar la frontera”.
La última
ciudad española antes de la aduana llamada
casualmente “La Línea” es tan antítesis de lo que te espera del otro
lado…
Es un
municipio pobre, como muchos de una Andalucía que compensa con la alegría de su
música, lo que las divisas del turismo que no llega, ya que el de Sevilla, le
saca con creces la galera.
Para entrar
a Gibraltar debes tener pasaporte de la Union Europea (Gracias abuelitos! por
otorgarme mi portugués card) o una visa
como si entraras a United Kingdom, ya que es una colonia inglesa! como Malvinas
en Argentina o Guyana en el norte de Sudamérica, y tantas otras.
Lo cierto es que para entrar a la única ciudad en que consiste este territorio, debes atravesar la pista de aterrizaje del aeropuerto internacional que posee. Según aterrizan o despegan los aviones, hay una barrera y semáforos como si de vías de tren se tratara. Los autos y los peatones debemos parar, mirar para ambos lados y luego atravesar los 500 metros de puro viento para entrar finalmente al centro, la main Street!
Y como por arte de magia, te encuentras en un condado londinense, con cartelería en inglés, negocios con vidrieras con souveniers y otros etcs. más internacionales, free shops de perfumes, tabaco, whiskys, artículos de deporte, y los Rolex más caros del mundo! Ya no hay Mc.Donalds ni Zaras, pero sí Burguer King y Mark & Spencer. También ex muralla de castilo con fortalezas para cañones (usados en la 2° guerra mundial) y muchíiiiiiiiisima construcción de torres!!! Diría casi una grúa-pluma cada 10 habitantes! Evidentemente esperan una ola de habitantes tipo Dubai, Shangai o esos antros tan ajenos a mí, pero atractivos para el turismo de masas.
Por supuesto
todo eso a costa de oradar el peñón! Es increíble la soberbia y la codicia
humana!!
En fin, soy tan afortunada, que he llegado para conocerlo, para montar su cuesta y transitar durante toda la tarde su empinada colina, en búsqueda del silencio de la naturaleza, las inmensas vistas al mar y la excentricidad de los monos libres que habitan en su cumbre.
El único
cuidado con los monos es que son tan confianzudos que te pueden “tomar” el
celular o tu bolso, sin permiso, y correr ladera arriba hasta no encontrarlo
jamás! Les encantan las cosas brillantes, como a los duendes del bosque,
ja! Por suerte, ninguno se acercó para
amenazarme, ni siquiera a saludarme…
Sabía que en
la cumbre había una cafetería, donde la cueva de San Miguel, y hasta allí me
había propuesto para disfrutar mi merecido premio caliente al arribar, pero
también sabía que corría contra reloj por la hora de cierre del parque. Estuve
a punto de desistir seguir subiendo pero la chispita de la curiosidad nunca se
me apaga, así que seguí el último tramo, y con la lengua afuera,llegué!!!
El bar tenía
un cierto aire a la cabañita de la Casita de Chocolate del Bosque de Arrayanes,
la misma calidez y estilo, y el cocinero resultó ser argentino! Para completar
el maravilloso regalo de la vida, me convidó el café gratis! ¡Gracias angelitos
o a quién corresponda!
Descendí por
un caminito de piedras donde casi me tuerzo un tobillo, pero el atajo más
corto. Dí a las “Torres de Hércules”, un monumento en conmemoración a la
leyenda que dice que por allí pasó el héroe y con la fuerza de sus brazos,
separó el continente europeo del africano, generando el estrecho que une ambos
mares.
Como a mí me
interesa más la natura que los monumentos, seguí descendiendo cuesta abajo
hacia el jardín botánico, aunque obviamente, ya habían cerrado. Sólo lo pude
admirar un poco desde afuera y seguir recreándome con la puesta del sol.
Recorrí un
poco el centro, aunque al mejor estilo inglés, ya estaba todo cerrado! Apenas
el supermercado para alimentar a esta caminante y la preciada cama en mi hostel
de turno.
Gracias por
otro día de maravillas!
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