viernes, 24 de enero de 2025

Fiji

 A solo tres horas de vuelo hacia el noreste de Nueva Zelanda se encuentra Fiji. nombre desde ya paradisìaco, como todas las islas de Pacìfico que la rodean.

Ni bien aterrizè, la primera sorpresa fue que en la Aduana, donde te revisan el pasaporte y la visa, habìa un duo de guitarristas dàndote la bienvenida con su mùsica.

Los sonrientes empleados de las ventanillas de control estaban vestidos con camisas floreadas (aquí los tacharíamos de gays, cuantos prejuicios a desmontar María!)

Enseguida me di cuenta que todas las mujeres portan una flor en el cabello, sobre una oreja. Si està a la izquierda significa que son solteras. Las casadas la llevan en la derecha.

Otra rareza fue ver que los hombres usan polleras! Una falda cruzada, de color liso, con el borde inferior recortado en triàngulos desparejos al mejor estilo Pedro Picapiedras.

Lo siguiente fue subir a un colectivo local digno de chatarra, con escalones de chapa abulonada, el motor rugiente en el interior con la manija de los cambios adornada con flecos de colores, flores de plàstico bordeando el parabrisas, sin vidrios en las ventanillas, los tapizados todos rotos, el chofer con la remera desteñida y transpirada, y el timbre para avisar la bajada, tironeado con una soguita desvencijada.

Las calles sucias, inundadas, con carteles cuasi inexistentes, basura acumulada, algún caballo flaco atado en la banquina, charcos de aguas servidas, gente descalza y signos de pobreza por doquier.

Lo ùnico abundante eran los hùmedos 40ºC que asfixiaban el aire.

El salto cuàntico viniendo del primerìsimo mundo australiano y zeolandès, fue abismal. Casi que me sentì en Àfrica nuevamente.

En una terminal de transferencia debìa cambiar de colectivo para llegar al hostel que tenìa bukeado. El desorden de los micros estacionados, el bochinche, las caruchas circundantes y la roña ya me estaban haciendo arrepentir de la elecciòn.

En eso aparecieron mis àngeles custodios del dìa: una pareja de Costa Rica, tan angustiados como yo asqueada, preguntàndome en español còmo llegar a la playa XXX. Inmediatamente nos reconocimos latinos y decidimos compartir un taxi. El auto resultò del mismo “modelito” que el colectivo, aunque el chofer se mostrò amable y confiable.

Enseguida lleguè al hostel. Nueva sorpresa!

Resultò un resort de lo màs lindo, limpio, tranquilo, aire acondicionado a full, y con una terraza deck enorme que daba directo a la playa, con las reposeras mirando el mar.

Respirè aliviada.

Siendo pleno mediodìa, imposible salir “a pasear”. Fiel a mi autopromesa de quedarme quieta unos dìas, me dispuse al relax bajo las palmeras. Un coro de pàjaros nuevos me dieron la bienvenida.

La brisa marina me despertò nuevamente la curiosidad. ¿Dònde estaban las playas de arenas blancas y agua turquesa con intrèpidos surfistas que aparecen en todos los folletos?

Mi playa era de arenas grises, con tronquitos y piedritas acumulados por la marea alta, y el agua plana como un lago sin olas, poco transparente y bastante marròn. Ergo, sentimiento bastante cercano a la frustraciòn.

En la agencia de viajes que funciona dentro del hotel me informan que esas playas estàn del otro lado de la isla, o en otras islas màs alejadas, que hay que tomar barquitos para allì o para allà.

Enseguida recordè el refràn que dice que “el pasto del vecino siempre es màs verde”, olì la zanahoria con la que tratan de venderte los idìlicos tours a los siguientes “paraìsos”.

Màs tarde investiguè un poco en la compu, y descubrì que era cierto: en cada una de esas islas privilegiadas hay un mega resort cinco estrellas de precios de cientos de u$s la noche, con traslados en yates de pelìcula, las cuatro comidas incluìdas y canilla libre perpetua. Nada de eso me interesa.

Mucho menos ser partìcipe de la explotaciòn de un pueblo que no recibe los beneficios del turismo internacional, sino que queda en manos de empresarios de dudosa procedencia. Enseguida recordè lo que sucede en Zanzibar en Tanzania, en Mombasa en Kenia o en Baradero en Cuba, por nombrar pocos ejemplos, que solo podes salir de los hoteles en auto porque las calles circundantes son barriales de cloacas abiertas. Adentro de cada resort es un microclima, un mundo de fantasìa con todos los servicios, shows, amenities, masajes, sombrillitas de paja con reposeras reclinables, toallas esponjosas inmaculadas y mozos con bandejas repletas de mojitos.

Creo que Fiji es el Miami de los australianos, como Saint Tropez para los europeos, o Hawai para los americanos.

Ya me saliò la criticona!

Pero en definitiva estoy escupiendo para arriba, porque yo tambièn estoy aquì, en este “edèn”, màs que conciente de mi privilegio, pero como que hay una parte de mì que rechaza esta clase de “placeres” y/o privilegios.

No nacì para lagarto tirada en la arena, enseguida a la hormiguita le empieza a picar el “c.” Lease culo o cerebro. O ambos.

Al atardecer se levantò una verdadera tormenta tropical! Todos corrimos a refugiarnos bajo los toldos del deck.

El aguacero duró unos minutos y apenas refrescó el ambiente, aunque la humedad se sintió peor que antes.

Por mi parte no puedo dejar de autoexigirme de saber para donde seguirà mi camino…

Miro el google map y me asombro de la cantidad de miles de islas, con nombres jamàs escuchados, que forman archipièlagos, estolones, cadenas o collares. Solo en la Polinesia hay màs de 1200, ademàs de las de Hawai, o la Isla de Pascua solitaria en el medio de un Pacìfico repleto de pueblos aislados, de gente de razas diversas, de culturas remotas…

No sè hasta donde es Oceanìa y donde comienza Asia. Nunca habìa mirado esta parte del mapa con tanto detenimiento.

Muchas de ellas son paìses independientes, con sus propias banderas, su propia moneda, sus lenguas, sus gobiernos y los respectivos tràmites de visa para entrar o transitar a travès de ellos.

Pensar que me ofendo cuando alguien no conoce donde està la Argentina! Què ignorantes!, pienso sin darle oportunidad al perdòn. Y yo ahora me encuentro, del otro lado del planeta, en las mismas condiciones de ignorancia… Què grande que es mi ombligo! Tan grande como esta isla de Fiji.

En mi imaginario, una isla deberìa ser recorrible a pie, serìa cuasi circular, quizàs con un montecito central y puro mar alrededor. Algo asì como la de Robinson Crusoe.

Craso error! Hay islas tan grandes como la propia Australia, con mares internos, con horas de aviòn para llegar de un punto a otro de la misma isla, con contornos accidentados, con varias naciones independientes en el mismo territorio, con tantas variantes, como rasgos faciales, idiomas, canciones o comidas.

Las caras! Eso es otra cosa que me tiene fascinada en este viaje!

Somos como la gran biodiversidad vegetal. Hay rostros, y cuerpos tan diferentes… Esto de andar por tantas regiones, y en paises tan globalizados, me hace descubrir rasgos inèditos en mi mìnima perspectiva conocida: los latinos, los europeos, los africanos, etc. Pero el abanico de variantes es infinito! Los colores, la forma de los pàrpados, los labios, el caminar, el sonreir, el saludarse, las manos, las caderas…

Tiendo a simplificarlo todo: rubios, morochos o pelirojos, pero existen los caobas, los aceitunas, los ocres, los amarillentos, los negros azulados, y mil tonos indefinidos (sin contar las tinturas de las mujeres o las modas juveniles onda payasos). Idem para las pieles y para los ojos.

En fin, podrìa hacer un tratado completo de las caras. Solo puedo admirar la creatividad divina que las creò, otra que el algoritmo! La combinaciòn infinita de formas, colores, minùsculos gestos, paso del tiempo, inclemencias climàticas, muecas, herencias familiares, etc.etc.. todo para llegar al individuo ùnico e irrepetible. Caramba! Què gran Milagro que somos!

Bueno, parece que estar tirada en la arena, me hizo deambular la observaciòn a la enèsima...ja!

Pero es que esto lo vengo viendo hace rato, en las calles, en los aeropuertos, en los mercados… somos tan iguales y tan diferentes al mismo tiempo… Còmo las ciudades, las playas, las estrellas!

Què mundo tan fascinantemente hermoso!

Basta de divague, a dormir!

Que mañana sigue el mundo girando...


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