jueves, 16 de enero de 2025

Grey Mouth

Con la esperanza de recuperar sana y salva mi computadora, me dirigì al local del señor “serio”.

No estaba.

Me dijo a las diez y eran diez y cuarto.

Me sentè en un cafè enfrente, a esperarlo.

Al rato llego sonriente, con rostro indescifrable, algo grave..

Me pidiò màs tiempo para ocuparse, que volviera en una hora.

Lo màs interesante que encontrè para hacer en ese pueblo fantasma, fue instalarme en la biblioteca pùblica, aire acondicionado y permiso mediante.

Si hay algo que me llama la atenciòn en todas las ciudades o pueblos que recorro es que las bibliotecas, que ellos llaman “librerìas”, son absolutamente grandes, modernas, con la mega tecnologìa a disposiciòn, ultra silenciosa, sefe de toda la informaciòn cultural, artìstica, deportiva y social de lo que acontece a quinientos kilòmetros a la redonda. Y con empleadas amabilidìsimas!

No solo eso, son el centro diurno de los pocos homeless o linyera de los alrededores. Se los ve de espaldas corvadas, pelos sucios salientes de los gorros torcidos, bolsito a sus pies, y un tufillo entre tabaco y desamparo.

¿Con quien me encontrè allì ala entrar? Con mis viejos amigos mùsicos del atardecer anterior!

Nos saludamos como viejos amigos, ellos orgullosos que los reconociera y yo tranquila de saber que sobrevivieron un dìa màs.

Me puse a ver cosas en internet para variar, cual otrora los lectores desplegaban grandes diarios ante sus narices, e hice tiempo con los dedos cruzados.

Al tiempo indicado volvì a presentarme al negocio y sospechè un aire de triunfo. El “tècnico” habìa vencido al dragòn! Sin demasiadas respuestas a mis curiosas preguntas de causas y consecuencias, me entrgò la maquinola casi con un gesto de “Pague y vàyase!”, como si mi dàdiva lo hubiera importunado en su existencia.

Yo la tomè con la confianza de quien no tiene ninguna oportunidad de chequear nada, màs que la certeza de querer seguir mi viaje.

A modo de festejo futuro, me acomodè en una cafeterìa de la vuelta, a revisar el mapa y decidir los siguientes pasos. Siendo ya pasado el mediodìa, podìa intentar seguir por la costa oeste, hasta donde el viento o el chofer de turno, lo decidieran.

Nada màs fàcil que salir de pueblo chico. En menos de dos cuadras, ya estaba la rotonda de la ruta. No bien pararme a alzar mi brazo, una jovencita local, que iba a la playa, me llevò los primeros cien kilòmetros por un camino alucinante de belleza y esplendor, bordeando los acantilados espumosos de mar turquesa.

El ondulante camino subìa y bajaba por colinas selvàticas, rocas rojas y rugosas, sombras y colores sin fin. Entendì porquè era tan renombrado y recomendado. Florecillas amarillas se abrìan danzantes en las banquinas ventosas, mientras que esgarbados lupines azules, trepaban por las paredes de guijarros entre palmeras y helechos sin fin.

Pasamos por la famosa “Panqueque beach”, que debe su nombre a la forma en que las piedras se aplanan horizontales unas sobre otas, dejando intercicios de aires entre ellas, por donde las olas se meten en cada ir y venir de la marea, formando burbujitas salpicantes cual crema derramada.

Mi chofera de turno se despidiò bikini en mano, dejàndome en el estacionamiento. De ahì mismo, en ese mismo momento, salìa otra niña (creo que habìa dejado estacionado su chupete!, aquì pueden tener registro con solo 16 años!).

Seguimos por el zigzaguenate bello camino costero hasta Charlotte, otros 100 kms. Y otro nombre de torta! Como para abrirte el deseo.

Ni bien bajè, apareciò otra mujer, con muletas en el asiento lindero, pero sonrisa bien dispuesta que me llevò hasta otro cruce, 100 kms. màs allà!

Evidentemente mi dìa de suerte! O dìa de las Mujeres! Ja!

En ese cruce, se dividiò mi destino.

De repente me doy cuenta que no pasan autos! Nadie por aquì, nadie por allà…

Claro! ¿Còmo no lo pensè antes? Son màs de las cinco!

Lo mismo que cierran la canilla de los negocios en los pueblos, pareciera que cierran la tranquera de los vehìculos en las rutas! Oh nO!!!

Esperè màs de veinte minutos y ya empecè a buscar en que rinconcito pastoso serìa que irìa a dormir esa noche...ja! Aunque con la certeza de que mis angelitos no me iban a abndonar precisamente “ahì”. Que siempre que fue un piquìn difìcil es porque despuès llega un premio mejor.

Dicho y hecho!

Al rato, rato laaarrggooooo… se detuvo Brint. En realidad parò a atender un llamado en su mòvil y a fumarse un pucho. Dijo que ni me habìa visto! Ja!

Aunque yo sì vi su camioneta detenida a cierta distancia y me abalancè encima, ja!

Cuando terminò su conversaciòn, se dignò mirarme y sin que pudiera negarse, le ofrecì llevarme en su misma direcciòn, con tal de salir de esa encrucijada.

Ya sonriente con mi desfachatez, me alcanzò otros treinta minutos hasta una estaciòn de servicio deshabitada. Como todo su pueblo alrededor.

Al menos ahì tendrìa un techo donde pedir auxilio.

En esas cavilaciones estaba cuando apareciò Hanna a cargar nafta. Cabe explicar que aquì, como en toda Australia, las gasolineras son self service. O sea, nadie te carga ni limpia nada, te lo tienes que hacer solita! Tecleas los datos de tu tarjeta en la maquinola de turno y te habilita la carga por los litros pagados. Otro beneficio de la valiosa globalizaciòn!

Hanna, joven suiza tan desubicada como yo, manejaba a esas horas con mi misma inocencia y la misma ignorancia para cargar que la mìa. Entre las dos, entre risas y pruebas varias, lo logramos y seguimos viaje! Eran recièn las seis, y el sol se pondrìa pasadas las nueve, asì que nos charlamos todo y avanzamos otros dolscientos kilòmetros, tramo que finalmente desembocò en su camping y en mi hotel de turno. Una amorosa, tambièn activista protectora de la naturaleza en sus pagos de origen, s+i! En Suiza tambièn hacen falta leyes que regulen la deforestsciòn masiva!

Dios las crìa y ellas se juntan, ja! Fue un dìa màs que nutritivo!


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