La suiza me dejò en Murchinson, un pueblito tan animado como todos los otros. O sea, a las ocho a la cama, y a las ocho a levantarse!
El hotel que conseguì sobre la ruta era propio del far-west, con su balcòn de madera y baranda perimetral alineada en el primer piso, sus ventanas a regulares distancias, y el tìpico bar en planta baja. Otrora solo para hombres, ahora devenidos en “familiares” a falta de otros espacios màs culturales. La barra, la vitrola para poner los ùltimos CD`s setentosos, la parrilla humeante de hambueguesas y fritangas de papas fritas como excelso menù, La dueña con rodete tras la caja, las mozas corriendo con bandejas repetidas y las miradas juzgadoras de los aburridos vecinos.
Al entrar fue como si un OVNI hubiera aterrizado junto al palenque.
Me entregaron la llave de turno, y me acomodè a esperar la noche en mi nuevo cuarto, mirando la montaña en sombras doradas, hasta que el sueño me venciò agradeciendo por lo conquistado en ese dìa.
Despertè temprano màs que lùcida y dispuesta a otro dìa de avance y descubrimientos.
Pero el pueblo no opinaba lo mismo. Eran las ocho de la mañana y no se movìan ni las hojas. La panaderìa cerrada. El hotel cerrado (tuve que salir por la escalera exterior de incendios).
Bajè a caminar un rato, en vista que el dedo en la ruta no iba a funcionar. Sabìa que cerca pasaba un arroyo, y quise ir a refrescar los pies…
De camino, me encontrè con otra pqueñita capillita, anglicana, abierta, con una bicicleta apoyada junto a la barandilla de la entrada. Señal que algùn ser humano vivo habrìa adentro.
Corrì la puerta con el sigilo de la prudencia y para mi sorpresa, diez almas contemplativas, arrodilladas en el pulposo escalòn aterciopelado, iknvocaban sus ojos hacia el altar central.
Todos se giraron sin disimulo para verme entrar como una intrusa, aunque una de las mujeres, animada como recièn resucitada, me hizo señas para que avanzara con confianza.
Decidì querdarme atràs para asegurme la salida en caso de hastìo.
Otra de las mujeres empezò a entonar una cantata de alabanza y todos le corearon los “Aleluyas”.
Yo asistìa curiosa aunque tratando de encontrar el momento oportuno para salirme en bùsqueda de mi arroyo cantarìn. No querìa ofender a nadie, pero cinco minutos me parecieron suficientes para mi alma enjuiciadora. Me ahorrarè los comentarios…
Finalmente salì aunque no lleguè al arroyo, estaba màs lejops de lo previsto y preferì empacar mis cosas, despedirme de los fantasmas, y tentar a mik suerte rumbo a Nelson.
“Dios da hilo a quien comienza a tejer”, es una de mis frases favoritas.
A mì me da autos cuando confìo en llegar. Dicho y hecho, me asomè a la ruta, y Tom con su rubia nieta, se posaron frente a mì, ofrecièndome el aventòn directo a Nelson.
La ruta resultò, como era de esperar al saber que atravesarìa uno de los cordones montañosos màs altos de Nueva Zelanda, en una montaña rusa (o zeolandesa, ja!) de subidas y pendientes sin fin, curvas que mareaban y te zarandeaban de derecha a izquierda y voiceversa. La niña reìa encantada, yo me sujetaba. Tom demostraba su habilidad de años al volante, y las montañas deslumbraban su impùdica belleza matinal.
El sol pujaba por salir, y el paisaje se abrìa cual postal de encanto.
Tras tres horas de ininterrumpido subibaja, como en un juego de plaza, fui depositada a la orilla del mar, en una amplia bahìa, albergue de veleros y barcos de gran porte. El puerto de Nelson a mis pies, otrora tierra de desembarcos de capitanes intrusos y sufrimiento sin fin de indìgenas asustados. Hoy modernìsima ciudad del primer mundo, con tanto olvido como imprudencia.
Tras un almuerzo de improvisado picnic, decidì proseguir hasta Picton, otras tres horas, otras muchas verdes montañas.
Mi brazo ya adiestrado consiguiò chofer en menos que canta un pàjaro.
Morriwtz me adelantò la mitad del trayecto y Steven la completò, dejandome nuevamente en el hostel que ya tenìa seleccionado.
El primero me hablaba de su madre de mi misma edad que no se animaba a viajar sola pero que èl le contarìa mi historia para animarla. El segundo, bien jovenzuelo, me hizo una pregunta de lo màs interesante: ¿Què hacìa yo a mis (sus) veinticinco años? Se riò al escuchar que en mi època, tener hijos podìa ser un sueño a cumplir, formar una familia, tener una casa, un trabajo estable… Que la palabra “viajar”, “sabàtico”, “nòmade digital”, “tarjeta de crèdito”, “pasajes aèreos”, “ google map”, etc, etc..no existìan. Super simpàtico, se quedò pensando…
E un ratìn, llegamos a “La Villa”, pero no la de La Angostura, sino a la de Picton.
Un bonito hotel, en una casita de muñecas, todo rodeado de glicinas enredàndose en las pèrgolas azules, flores multicolores asomando en un cèsped brillante o en vasijas de toneles, una chimenea por la que aparecìan gnomos, un spa humeante de sueños, y la amabilidad de los recepcionistas.
Ya lo habìa fichado en mi anterior paso por este puerto, cuando desembarquè viniendo de la isla Norte. Ahora, en mi vuelta, estaba decididida a disfrutàrmelo!
El letrero decepcionante de “NO VACANCY” no frenò mis pasos. Algo me animò a entrar a preguntar. ¿El calmo silencio del jardìn, tal vez?
El joven sonriente que atendìa en el mostrador de la entrada, a punto de frustrar mi autoinvitaciòn, me pregunta si hablo español. (Se nota que mi inglès tiene acento argentino, ja!)
Es que èl tambièn! Màs precisamente, de Bariloche! Nos reìmos, nos contamos nuestras historias de viajeros, y me otorgò una habitaciòn, ja!
A seguir tejiendo! Que hay hilo para rato! Ja!
Asì que instalada y feliz, me dì un relajante baño de spa a 40ª con los ùltimos rayos del dìa.
En el puerto del centro habìa un evento de premiaciòn de no sè què, pero allà me fui, apenas cuatro cuadras, a refrescarme con una cerveza y mùsica en vivo.
El viento y el afloje alcohòlico, me trajeron de vuelta, a disfrutar de mi nuevo hogar por 48 horas: la bonita Villa!
Y juro que mañana de acà no me muevo, hasta terminar de contarles todas estas andanzas.
El lunes me espera el ferry madruguero con destino a Wellington, la capital oficial de este paìs.
Mientras, a disfrutar del aquì y ahora!
O sea, a dormir!
Chay!
Gracias por estar allì! Gracias por acompañar… Te quiero!
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