Los dos dìas de descanso en Picton, antes de volver a cruzar en el ferry hacia la isla Norte, me vinieron de maravilla para tomar nuevo impulso. Aunque a esta altura siento que la cuerda cada vez, me dura menos. Estoy empezando a sentir el cansancio de tanto andar… ja! Era hora!
Pero aùn tengo para un rato màs! Asì que por aquì me tienen…
Tomè el primer ferry de la mañana y para el mediodìa estaba en el puerto de Wellington, pero ni me molestè en entrar en la ciudad. Ya la habìa visitado de ida, y aunque esta vez le fallè al Botànico y al Museo Nacional, preferì seguir viaje hacia el Norte, ya que aùn me faltaban varios puntos del Este de la isla.
Nueva Zelanda es un paìs alargado, seccionado al medio por el canal de Tasmania que divide todo en Norte y Sur, como dos provincias aisladas. No es raro escuchar a unos y otros, “que te parece cual es mejor?”, como una eterna competencia entre cordobeses y santiagueños, entre argentinos y chilenos, como cuando en el colegio eras de la divisiòn “A” o “B”. Para mì, es todo precioso, paisajes sublimes, màs menos cordilleras, playas, llanuras, animales, vegetaciòn o personas. A mì me gusta todo!
Aunque la verdad es que en el norte de la Norte, vi demasiada “industria forestal” con la consecuente deforestaciòn, traslado de troncos por millares y los puertos con los “cadàveres” esperando a ser transportados… Un dolor tan agudo que prefiero no hablar de ello. Y hacer la vista gorda, acallar el alma, y seguir nutrièndome con las bellezas que sì me renuevan el espìritu.
Ahì vamos!
Del puerto salì con un colectivo local hasta un suburbio donde “justo” salìa un tren en la direcciòn que yo pretendìa. En un minuto cerrò sus puertas automàticas y avanzò 100 kms. en un ratito, a toda velocidad.
Quedè en otro pueblito donde “justo” salìa otro colectivo local que me avanzò otro poquito, apenas unos 10 kms. Hasta el final de su recorrido. Algo es algo..ja! Aunque me dejò en un lugar imposible de hacer dedo, ya que la recta de la ruta hacìa que pasaran a 1000 por hora.
En el colectivo venìan dos jòvenes que me acompañaron por un sendero que ellos conocìan hasta bordear el rìo y aparecer del otro lado de la ruta donde sì apareciò Dean en una super Amarock negra y una alegrìa màs grande que su camioneta. Era feriado en New Zeland y èl tenìa fiaca de tener que ir a trabajar, ya que cubrirìa una emergencia de reparaciòn en una màquina expendedora de bebidad frìas en una estaciòn de serfvicio a 100 kms. màs adelante. Èl sentìa que le habìa alegrado el dìa, y yo sentìa que seguìa avanzando. Mi meta del dìa era un poco pretensiosa, ya que distaba 440 kms. y ya eran màs de las tres de la tarde, pero Confianza ante todo!
Atravesamos un cordòn montañoso tan verde como empinado, con un nombre irreproducible (aùn me cuesta leer los nombres maorìes, tan largos y extraños…). Se detuvo en la cima a sacarnos fotos con el profundo valle de fondo, contento de poder mostràrselas a su familia a su regreso. Hablamos mucho de Argentina, y prometiò llamarme cuando algùn dìa vaya por allà!. Ja! Ya tengo cola de invitados!
Finalmente me dejò en el pueblito anunciado, y ni bien bajè de su màquina, aparecieron Myriam, francesa, y Taymar (turco) en su casita rodante alquilada, una Jucy! Que son tìpicas en este paìs y andan por todos lados, aunque yo jamàs me imaginè andar en una. Allì estaban ellos, generosos y dispuestos, a llevarme de un tiròn a Nappier!!! iban ahì tambièn!
Antes del anochecer, ya estaba instalada en el hostel donde, una vez màs me dejaron en la puerta!
Nappier resultò una hermosìsima ciudad sobre el mar Pacìfico, o sea al Este. Y la ventana de mi habitaciòn daba precisamente allì, para llenarme de fuerza con el sol irrumpiendo desde las olas, la mañana siguiente.
Nappier sufriò un terrible terremoto el 3 de Febrero de 1931, destruyendo la ciudad casi por completo. Los sobrevivientes, con ayuda de la colonia britànica obviamente! Decidieron reconstruirla toda en estilo art-decò, que estaba en boga en esa època. Hoy en dìa es un museo vivo de arquitectura espectacular. Incluso homenajean la fecha con un festival de arte, mùsica y danzas al estilo de los años de la belle-epoque. Mucha gente local anda vestida a la usanza de los vestidos de la època, en especial los vendedores de los negocios, los choferes de los colectivos, los mozos, los recepcionistas de los hoteles, o de los edificios pùblicos. ¡Todos disfrazados como si nada! Hasta los autos tipo Rambler, de coloridas chapas lustradas, andan de aquì para allà, y los turistas pagan para dar una vuelta en ellos. Los carteles de las calles y las marquesinas de los negocios, tienen la tipografìa clàsica de las pelìculas de Brodway de antaño, y asì se vive el espìritu de la època en cada detalle. ¡Muy divertido! Es como entrar en un film y ponerte a bailar charleston al compàs de la alegrìa reinante.
Estuve a punto de comprarme un sombrerito de pana roja con plumita y velo, ja!
En cambio, mi paupèrrimo glamour, me llevò a parar a un gran camiòn frigorìfico de manzanas, con rumbo a mi nuevo destino, el lago Taupo.
Aprendì un montòn de los cultivos de la zona, especializada en la vitivinicultura, con sembradìos de vides alineadas subiendo y bajando por las altas colinas, propio de un cuadrito naif.
La ganaderìa no se queda atràs en las extensas planicies que conforman las granjas de familias “relevantes” de la economìa de Nueva Zelanda. Las productoras de leche son al parecer, las de mayor beneficio econòmico, ya que NZ es una gran exportadora al sudeste asiàtico. En mi cabeza deduzco todos los quìmicos que se le agregaràn para mantener la leche fresca tras tanto traslado, en fin…
Brian es tan locuaz como conocedor de su oficio de camionero, hace 42 años que trabaja de esto y se conoce todas las rutas como la palma de sus arrugadas y fuertes manos, que no paraban de pellizcar los trozos de cordero que comprò para amenizar su viaje. Ja!
El asiento neumàtico frente al gran ventanal me hizo disfrutar de una nueva panoràmica desde las alturas, algo asì como viajar en el segundo piso, ja!
Grande Brian, Gracias!
Lleguè a destino con las ùltimas luces, y la puesta del sol en el lago. ¿Què màs Vida?
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