A medianoche
salía un directo a Denver (para el Oeste), y recién entonces empecé a estudiar
un poco el mapa de situación. OK, vamos
bien! Para allá entonces!
La
conductora resultó una mujer negra de avanzada edad, bastante déspota, aunque
segura de lo que hacía. Cada dos horas paraba en alguna cafetería de la ruta, y
anunciaba el tiempo de “break”. Todos descendían a fumar (aquí es una peste
generalizada) y guay! que te excedieras 1 minuto. Era capaz de
dejarte en el camino. Así y todo, al
llegar a destino, doce horas más tarde, recibió aplausos de todos los que
viajábamos, conforme s con su desempeño al volante, no así con su trato un
tanto brusco. En fin.. para la anécdota!
Otra
sorpresa fue al llegar al baño de la estación terminal, en Denver, y
encontrarme con un (una?) travesti en el
baño de mujeres. Estaba frente a los lavatorios, acomodándose la peluca, y
viendo que le faltaban suficientes horquillas, le ofrecí de las mías. Me las agradeció con una gran (enorme!)
sonrisa y procedió a perfumarse de arriba abajo. Literal! Hasta fumigó sus tobillos, nalgas, pectorales
y peluca incluída. En fin… es la América!
Después
del baño (me aseguré al salir, la figurita de “Damas”) fui a comprarme algo de
frutas para comer. Después de preguntar a tres personas para hacerme entender,
lo máximo que conseguí fue llegar hasta una especie de multikiosco donde
vendían bananas en lata, duraznos en potes de yogurt, y manzanas fileteadas en
bolsitas selladas. Y pare de contar! En
fin… hubo que conformarse!
Tres
vueltas a las manzanas del Downtown fueron suficientes para saber que ése no
era un lugar para quedarme. Por otro lado ya había puesto el ojo sobre el mapa
con destino Yellowstone!
Y
como dice el dicho, donde va tu ojo, va tu energía. Y en mi caso, mis patitas!
Recordé
haber visto imágenes de los geisers en mis primeros libros de inglés, allá por
1° grado! Y cautivarme con los
guardaparques del “oso Yogui”, las mesas canadienses, y obviamente los bosques
y las montañas!
Qué
más esperar? Allá vamos!
Tomé un bus local para salir de la enmadejada circunvalación de rutas, y tras varios pueblitos, decidí hacer dedo, al pie de la autopista, con resultados absolutamente sorprendentes (o bendecidos! como prefieran). Antes del anochecer estaba en Casper, una pequeña aunque bonita localidad, donde decidí parar a pasar la noche. Estaba realmente agotada, y no resistiría otra noche sentada en un micro.
Los
moteles sobre la ruta eran carísimos! Mínimo 75 u$s! Qué bajón! Y por allí no existen coursurfing, ni hostels
compartidos ni…. Casa de familia? Veremos!
Me pongo a caminar hacia lo que se supone es el centro de la ciudad ya
que por allí no había “nadie”a pie a quien preguntar. Crucé bajo un túnel (arriba pasaba “justo” un
tren), y allí insólitamente había un muchacho pelirrojo, cuasi adolescente, con
un tanto dudoso síndrome de Down, y evidentemente inofensivo, que antes que yo
atinara a preguntarle nada, me indicó el camino hacia una “shelter”. (¿?)
Yo
no tenía la menor idea de adónde estaba yendo, pero en vista de mis limitadas
posibilidades de elección, seguí el consejo.
Cinco
cuadras más allá, llegué a un edificio de departamentos y dudé ante el portero
eléctrico, ya que no tenía idea qué timbre tocar, ni con qué me iba a
encontrar.
Entonces
“justo” pasó por la vereda, otro muchachito (angelito?) que viendo mi valija y
mi actitud dudosa, me indicó el timbre correcto. Una voz de mujer y la
chicharra de la puerta abriéndose, me animaron a entrar.
Enseguida
un montón de mujeres –de aspecto un tanto “diferentes” (¡?) vinieron a
saludarme y darme la bienvenida, a la vez que me llenaron de galletitas, bolsas
de papa fritas, latita de Coca, bolsitas manzanas fileteadas, y hasta un bowl
con ensalada de repollo!
Un
montón de cuadritos en las paredes, con frases como “Dios está donde tu estás”
o “Felices los invitados a la casa del Señor”, me tranquilizaron bastante.
Mientras
tanto, yo trataba de analizar la situación, ya que varias de las muchachas que
transitaban el pasillo o una especie de sala de estar con televisión y máquinas
lavadoras de ropa, parecían un tanto “raras”, como en estado catatónico, o
excedidas de emoción, llorosas o deprimidas…
Apareció
una niñita rubia a pedirme una bolsa de las papas que yo acababa de recibir, y
tras ella, la mamá furiosa retándola.
Allí
entendí todo!: era un albergue para mujeres desprotegidas, o en estado límite
de supervivencia. Una especie de hogar
transitorio para mujeres víctimas de violencia doméstica, o que no tienen
trabajo ni hogar ni familia, etcs.
Tras
un exhaustivo cuestionario, la recepcionista me tomó los datos y me ingresó
como “homeless”! Me ofrecio visita gratuita al médico, análisis de sangre (¡?) y/o asistencia psicológica, al entererarse
que estaba viajando sola! Y a dedo!
Yo
no sabía si reirme o Agradecer! Ya que todo eso (más cena, y siguiente desayuno
incluído) era totalmete gratuito y por el tiempo que yo lo necesitara o
disponga! Me explicó que esas
instituciones estaban sostenidas por las diferentes Iglesias (Anglicanas, Luteranas , del
7° Día, etc.) y su función eran de rescate y/o cobijo. Y la verdad, que así me sentí desde el primer
momento. Me entregó un juego de sábanas blanquísimas y me enseñó mi cuarto:
privado!!! Con un baño genial,
remoderno y un placard increíble, y con ventana al exterior (aunque ya era de
noche pude sospechar un bonito jardín). Por supuesto más cuadritos de “Dios te
Ama”, bendiciones varias y frases esperanzadoras.
Me
duché como hacía dos siglos no hacía, y caí rendida junto a mis angelitos
protectores.
Con
semejante regalito de Arriba, quién se atreve a decir que los milagros no
existen?
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