La modernidad, las grandes autopistas y el Coronavirus hicieron popular el sistema BlaBlacar en sustitución de romántico “dedo al paso” o hitchiking como lo llaman por acá.
Lo cierto es
que me inscribí en un viaje de Madrid a Andorra, con la intención de pasar a
Francia por una frontera menos transitada que vía Barcelona por el sur o
Santander al norte.
En cuatrocómodas horas, Alba, la conductora que me tocó en suerte, me dejó en pleno centro de Andorra La Vieja (o la Bella como la llaman algunos).
Como ya
conocía este antro del mega comercio de shoppings varios fuera de mis
intereses, tenía claro que lo único que necesitaba era ir a una farmacia a
hacerme “el test” y rezar para que me diera negativo. Cosa que con 15 euros
quedó resuelto en un santiamén. Salí a la calle y en menos que canta un gallo,
ya estaba montada a un auto francés con un francés al volante, cosa que me dio
más seguridad para cruzar la frontera en los próximos kilómetros, más ir munida
del correspondiente papelito como advertían en la web de la France.
Recorrí
visualmente los altísimos Pirineos, admiré sus cumbres borrascosas, y recordé
mis sublimes momentos de meditación en la cima de alguno de esos montes,
algunos años atrás…
En un
momento me dí cuenta que los carteles de la ruta ya estaban escritos en francés
y los nombres de los pueblos también, ergo, habíamos cambiado de territorio y
no hubo que presentar nada a nadie, porque no había ningún control de
nada! Maldije haber desperdiciado 15
euros, aunque me alegré de haber logrado entrar tan fácilmente a mi querida
2°patria.
Mi destino
para esa noche era Limoux ya que me había inscrito en un Bewelcome (Couchsurfing
no está funcionando) y un espacio llamado “Gratitud” me estaba esperando. Tras 3 campesinos dedos, fui llegando, por
rutitas pequeñas, atravesando pueblecitos de cuentos y campos de alfalfa,
centenares de manzanos, y aire puro que llenaba mi corazón curioso.
Resultó ser
una zona donde preparan la tradicional blanquette que es una bebida espumosa
similar a una sidra especial con algo de champagne, merecedora de varias
fiestas locales al año, algo así como la vendimia mendocina, pero a la
francesa.
Esto es lo
lindo de viajar de esta “imprudente” forma: conoces las tradiciones locales de
boca de sus autores directos. Otro me contó de su granja “bio” donde produce
aceite de olivo y de lavandas, además de varias especies aromáticas. Todos y
cada uno, se muestran orgullosos de sus productos ante mis preguntas sin fin,
de paso voy practicando un poquito mi francés básico, que día a día irá
mejorando.
Llegada a
“la Gratitud” la encontré cerrada con un número de teléfono pegado en los
vidrios de la puerta. Llamé y el generoso dueño me indicó que no podía estar él
allí ese día pero que tomara las llaves que estaban en un macetero a la derecha
y me dio una contraseña para el candado que debía abrir para entrar. Cumplidos
los pasos, entré a una especie de local de 3 de ancho x 5 de fondo, con una
escalera al fondo que daba miedo subir por su antiquísimo estado de
conservación, o mejor dicho de no conservación!
El dueño me
había dicho que mi cama estaría dispuesta en la 4° planta. Dudé si los
escalones aguantarían mis 50 kg. más los 12 de mi valijota (ahora cargada con
varios libros!), pero no me quedó más remedio que probar.
A medida que
subía, en cada planta, incluída la de la entrada en planta baja, podía ver
montones de ropa acumulada, artefactos de dudoso estado: cafeteras, cortadora
de césped, taladro, balanzas, adornos y cuadros antiguos, lámparas
descuageringadas, relojes, etc. etc.. algo así como un bazar de donaciones. En
todas y cada una de las paredes de cada piso había decenas de estantes con
libros, que luego chequeé estaban
prolijamente ordenados por temas: historia, ciencia ficción,
manualidades, floricultura, idiomas, guías de viajes y…árboles del mundo!!).
Los pisos
crujían, y al parecer no había nadie por ningún lado. La noche empezaba a teñir
las ventanucas entre telarañas y cortinas deshilachadas al otro lado de los
cristales empolvados desde el siglo XVI en adelante, como mínimo!
Finalmente
llegué entera a la cuarta planta para descubrir una cama con las cobijas
revueltas y una oveja de peluche por almohada. Un montón de juguetes dispersos
por el piso sobre una desteñida alfombra completaban el desolador panorama. No
supe que hacer… debía tomar una rápida decisión: huir antes que aparezcan los
fantasmas, o buscar un baño potable. Ante la urgencia, decidí por lo segundo,
tanteando posibles llaves de luz antes que prender alguna vela dispuesta entre
las baratijas.
Para mi
sorpresa, el toilette de la 2° planta, aunque modesto, estaba en condiciones de
ser usado hasta con ducha incluída! Jabón, shampoo, crema, colonia,
desodorante, toallitas, papel higiénico, peine, esponja, espejo, dentífrico y
maquinitas de afeitar, estaban dispuestos en amoroso detalle de bienvenida.
A su lado,
una cocina de precarias mesadas pero limpias, con microondas, heladerita (con
agua mineral y no me acuerdo que más adentro, por las dudas, no quise tocar
demasiado), tazas, platos, ollas, paquetes de fideos, café, azúcar,
condimentos, aceite, sal, cafetera eléctrica, y rollo de papel! Todo dispuesto
a tu mejor servicio. Era un ambiente muy bizarro, por un lado daba miedito, por
otro exhalaba puro amor…
Lo único que
se pedía a cambio, era dejar limpio y si pudieras, alguna contribución en el
buzón a la salida. Increíble!! Que alguien dispusiera de su casa en esa forma
tan generosa, sin el más mínimo control, realmente me llamó a “la Gratitud”!
Una vez
reconocido el espacio interior, salí a reconocer los alrededores y a hacer la
compra de alguna modesta cena para la ocasión. La vuelta a la tradicional plaza
central, con fuente con héroe, y algunos bares bajo los balcones de la vereda
aporticada perimetral, dispuestos para la cervezas vespertinas.
El cansancio
llamó a la urgencia de volver a mis aposentos y tras comprobar que ningún otro
peregrino había ocupado el espacio, cerré con llave, trabé con unos cajones por
las dudas, y me dispuse al sereno descanso.
Al amanecer
del siguiente día unos conocidos ruidos me despertaron abruptamente: dos
poderosas sierras estaban talando dos árboles en la vereda, justo bajo mi
ventana!!! ¿Será una maldición que me
persigue?
Tratando de
contener mi furia-dolor, armé mi valijota en un santiamén y salí de allí tratando
de separar “la gratitud” que sentía por la nobleza de quién cede un espacio en
esas condiciones y de quién ordena cortar árboles con su ignorancia a la vista.
Evidentemente hay de todo en la viña del Señor! Así que elijo seguir para otro
lado: mi próximo destino: Carcassone.
Lo tenía
pendiente desde algún otro viaje anterior, y por una cosa u otra, nunca había
llegado hasta allí.
Crucé el
puente viejo que separa la ciudadela del pequeño poblado que la circunda y en
un momento estuve en la ruta dispuesta a mi dedo-guía. Enseguida paró una
camioneta que en menos de hora y media me dejó a las puertas del siguiente
castillo!
Pedí permiso
en un local cercano para dejar mi valija y disponerme a visitar la ciudad
amurallada, antes de buscar alojamiento. Tenía pendiente la respuesta de otra
BeWelcome, así que decidí esperar.
En la caferería me aceptaron la valija, y libre de peso, inicié el recorrido. Primero el Museo de Bellas Artes, interesante aunque no apasionante. Me metí por unas callejuelas empedradas en búsqueda de vaya a saber qué… porque últimamente lo que más me gusta es “perderme” sin rumbo fijo, sin seguir mapas de puntos turísticos, porque sé que de alguna u otra manera, voy a llegar…
Así es que fui a dar al río, y bordeándolo
por una de sus costas ajardinadas, llegué a un bosquecillo encantador. El calor
y el hambre apretaban, así que decidí bajo que árbol armar mi propio picnic.
Abrí la palta que llevaba “prudentemente” en mi bolso junto a un tomate y una
bolsita de maniés varios, y completé con las dos bananas que acompañaban el
surtido. Un lujo recomponedor!
Satisfechas mis expectativas, desde allí mismo, divisé la cúpula de la Iglesia maestra en el centro del “barrio” turístico, así que decidí aprovechar la tarde. Marché colina arriba y para mi sorpresa, un tropel de turistas invadía la zona –Covid mediante supuestamente-
A decir verdad, no me entusiasma demasiado visitar sitios que históricamente fueron fuertes o centros de concentración de soldados, reyes o caballeros feudales. Las cuestiones de poder, y menos guerreras, no me caen nada bien.
Aunque en la actualidad, estos sitios están tan tergiversados, convertidos en restaurantes, tiendas de souveniers, galerías de arte, heladerías al paso, chocolaterías finas, y postales al por mayor, que ya no hacen daño a nadie.
Tampoco podrás decir que has visto la arquitectura típica de la época, ya que todo fue restaurado bajo las exigencias del mercado, es decir, marquesinas luminosas, mostradores vidriados, decoración zen o new age, mobiliario de diseño exclusivo que nada respeta la moda del siglo en que fueron construídas la fortalezas, y a lo sumo encontrarás alguna antorcha a la entrada de algún auténtico portón de maciza madera con herrajes poderosos. El resto, son puros pececitos de colores persuadiendo a las compras y al consumo masivo. En fin, el copy-paste del turismo de masas, decepcionante…
En vista del silencio de mi posible anfitriona, decidí buscar un hostel amigable para pernoctar. Disfruté de una merecida ducha tras la agobiante jornada de calor, y bajé a la consabida compra de mi minúscula cena. En la Plaza Central había un show de jazz, que disfruté acompañada de una cervecita y de las estrellas.
Al volver al hostel, lo encontré lleno de gente, de música, baile y buena onda. Mozos con bandejas en alto malabareaban entre las mesitas en torno a un tablao improvisado donde un grupo de flamenco amenizaba la noche. Sí! leyeron bien, flamenco en Francia! ¿O no saben que ahora está todo globalizado? Y seguro que en las bandejas llevaban picaditas de salchichas alemanas con aderezos yanquees, con pizzetas tanas y tortillas españolas.
De todo hay en la viña del
señor… por eso voy perdiendo el sentido
de los viajes donde todo es lo mismo, desde la ropa, la arquitectura, la comida
o la música, y obviamente los mismos celulares en todo el mundo! En fin, en
breve escaparé a otro continente para ver si me encuentro con algo diferente y
que me sorprenda. Por esta noche, ya me sorprendió el sueño, a domani!
Vista
Carcossone y con un lindo contacto en Tolousse, dispuesto a darme la
bienvenida, emprendí la retirada, dedo mediante. En menos de hora y media, y en
el centro de la plaza prevista, Patrice –el guía de un grupo turístico de franceses
en Islandia con el que compartí una jornada hermosa- me estaba esperando para hacerme la
tradicional visita a esta nueva ciudad donde él habita.
Durante 5 horas y a paso de “caballero”, me fue mostrando
monumentos, edificios valiosos, el centro cívico, iglesias, algún museo, el
puente viejo sobre el río Garona y el puertito de las embarcaciones de paseo.
Lo que más me gustó fue la explicación del “Canal” que un precursor de hace 300
años, a pico y pala, construyó para unir Bourdeaux sobre el océano Atlántico con el mar
mediterráneo al sur de Francia. Es de un
ancho de más o menos seis metros y totalmente navegable. Tiene una vereda
paralela absolutamente arbolada para cuando circulaban caballos tirando de las
barcazas, bien pensado! Hoy en día se ha convertido en un afamado carril de
bicicletas. Me quedé con las ganas de hacerlo! En bici, en barquito o
caminando, me da lo mismo, es hermoso!
Ya con el hambre en las venas, pasamos por un supermercado y
me llevó a su casa, según lo convenido. Era en las afueras de la ciudad,
rodeada de un jardín muy bien cuidado, lleno de árboles frutales, un rosal
precioso, y cinco autos estacionados más una casita rodante. Todo en estado de
“desarmadero”. Me confesó que su hobby es oficiar de mecánico amateur y coleccionista
principiante, por eso el motivo de tal espectáculo.
Ya en el interior de su casa, el oficio de coleccionista, se
mostró en todo su esplendor, con una colección de máquinas fotográficas
antiguas y unas antecesoras del cine por imágenes, magníficas! Todas siguen
funcionando, gracias a sus cuidados y arreglos. También en este rubro, se
manifiesta mecánico, arregla tutti, como luego fui viendo a lo largo de otros
detalles.
Oficialmente es maestro de “niños con capacidades diferentes”
desde hace muchísimos años, y dice que por eso, siempre encuentra algún otro
punto de vista para arreglar las cosas, ya que lo mismo le sucede con sus
alumnos, para lograr que entiendan, lo que él les puede enseñar.
En otro rincón de la casa, tiene un banco de escuela antiguo,
uno de esos pupitres dobles de madera con herrajes, estante bajo el escritorio
y tintero incorporrado. Sobre él algunas tizas, una pluma antigua, su primer
libro de lectura y el cuaderno donde aprendió a escribir con su abuelo.
En otro estante del comedor, una colección de juguetitos a
cuerda aguardaba mi admiración, y en otro, una serie de relojes despertadores
de distintas épocas, formatos y sistemas. Muy original!
Pero para la ocasión, nada más oportuno que empezar a preparar la cena. Dio cuerda a una vitrola y puso un long play de vinilo en ella. El sonido no sería excelente, pero la experiencia lo fue! Sumada a las cervecitas y unos quesitos “de la suerte” que acompañaron la picadita previa.
¿Qué que son esos quesitos? Los chinos tienen sus galletas,
los franceses sus quesitos. Al abrir los cubitos metalizados (aprox. 1 x 1 cm.)
tienes un mensaje para el día. El tema es que como son adictivos, en un momento
tienes como 20 mensajes sobre la mesa y un montón de sabores de hierbas ricas
en tu paladar.
Patrice resultó un cheff maravilloso, además de un músico
virtuoso. Tras la cena, me deleitó con una serie de canciones con su guitarra y
su armónica hasta que el cansancio nos invitó a sendos dormitorios, según lo
pactado, ja! Todo un caballero! Lamentablemente
al día siguiente tenía organizada una salida de una semana con sus amigos
motoristas, así que sólo me pudo albergar por ese fantástico y completo día. Me
ayudó a armar el circuito del día siguiente que resultó otra maravilla y nos
despedimos amistosamente.
Salí bien tempranito de Tolousse en un bla blacar hacia Aldi, para aprovechar bien el día.
Llegué antes de las 9 de la mañana, por lo que todo estaba aún cerrado. Es genial llegar de los primeros antes del alud de turistas que modifican absolutamente, la visión del entorno.
Aproveché para recorrer pequeñas callejuelas en el barrio cercano a la Catedral que es monumental, la principal atracción de este pueblo y Patrimonio de la Humanidad, aunque yo me quedo con esas casitas viejas de piedras oscuras, con canteros rebosantes de flores, bicicletas y baldes en la puerta como dejados al azar.
Con farolitos mezclados de enredaderas y bancos bajo árboles centenarios en cualquier rincón. De a poco, se fueron abriendo los negocios, la oficina de Turismo me proveyó de un mapa y de consejos de lo que ya había visto con mis propios ojos, recorrí el mercado con los aromáticos puestos de pastelerías sabrosas entremezclados con pescados olorosos y el color maravilloso de las verduras prolijamente exhibidas. Intenté ir al museo de Tolouse Lautrec, pero el precio de la entrada puso en mi mente la primera duda, y el guarda de la entrada pidiéndome el “pase sanitario” que no tenía ni pienso tener, determinó el impedimento por completo. Fin de Aldi!
Me fui para las afueras hacia una rutita pequeña que comunicaba este pueblo con Les Cordes sur Ciel, otro pueblito de ensueño que me habían recomendado. Caminé más de una hora sin que pasara nadie… algunas lloviznas breves me hacían dudar de seguir o regresar. Aún me faltaban 25 kms. para llegar, ergo a pie, perdería todo el día y sólo llegaría para regresar sin haber visto demasiado.
Entonces recordé! Cuánto más difícil se me hace “el dedo” algo muy superior me va a suceder, lo mejor casi siempre cuesta un poquito más... Así que seguí caminando y enseguida apareció –como por arte de “magia” (Conexión???)- Diana, en su petit autito rojo.
Una muchachita joven,
preciosa sonrisa, con elegante vestido y sandalias. El interior del auto hecho
un lío con bolsa de dormir arremolinada, restos de comida, libro abierto,
cosméticos en el asiento, y unas ganas bárbaras de tirar todo para el asiento
de atrás y hacerme lugar en la posición de acompañante. Ella era de Normandía y
andaba dando una vuelta sola por esa zona de Francia para tomarse una semana.
Inmediatamente hicimos buenas migas: ella también fue “dedadicta” en sus viajes
a la India y resto de Europa, así que entendió perfectamente mi alegría al
verla aparecer por aquélla rutita vacía de autos aunque pletórica de campos
sembrados y pájaros volando.
Enseguida llegamos a Cordes Sur Ciel y cuando ya iba a
despedirme agradeciéndole el aventón, me propuso un almuerzo juntas. Conocía un
bonito restaurante en la cima del monte donde se alza el pequeñísimo pueblo.
Como coincidía con la dirección que yo debía tomar para visitar la extraña
cas-museo que me había recomendado mi amiga Leonor de Murcia, acepté gustosa.
De paso Diana también estaba interesada en conocer el lugar cuando le conté de
él, aunque no sabía demasiado de qué se trataba. La curiosidad es propia de las
viajeras. Avanzamos por la callecita de piedra en picada hacia arriba y el
corazón empezó a latir con fuerza. En parte por el esfuerzo físico, y en parte
por la belleza de las flores que circundaban las ventanas, los portales, los
atrios de cada casita de cuento que se presentaba a cada curva de la
callejuela.
El nombre del pueblo significa algo así como “las cuerdas del
cielo” y es que te hace sentir como estar en el arpa de algún angelito!
Algunas casa funcionan como talleres y galerías de artistas y
artesanos, y puedes visitarlas libremente y verlos trabajar. Otras ofrecen café
y tortas a modo de pintorescos bares. Algunas son tiendas de ropa de diseño o
tejidos exclusivos, obviamente todo dirigido al turismo local, ya que por
suerte no es “tan” conocido! Aún preserva la paz y la armonía de un pequeño
poblado medieval.
Encontramos la casa que buscábamos: una especie de museo-homenaje a Ma Ananda Mayi, una santa hindú al parecer muy milagrera, reconocida por Sivananda Saraswati y otros Maestros, y que algún devoto armó ese sitio allí para preservar su memoria.
Era una continuidad de salas con algunas antiguas fotos en las paredes, algunas bien conservadas, y otras en estado deplorable, lo mismo que las habitaciones, la escalera que daba un tantito de miedo subir, estanterías con objetos y libros para retirar a cambio de alguna voluntaria contribución, y lo más llamativo eran una especie de huevos huecos enormes de barro blanqueado, donde el eco te conmovía y te invitaban a quedarte adentro meditando en el silencio de tanta extrañeza.Otras salas tenían alfombras donde echarte a descansar y hojear el material que libremente se esparcía por el suelo. Algunas paredes, también blanqueadas, pintadas con crayón con frases seguramente de la autoría de la santa, te invitaban a la reflexión y toma de conciencia de situaciones tan actuales como en aquél entonces (principios del 1900).
Al parecer hay un hombre que cuida este espacio, pero un pintor vecino se mostró disgustado por el estado de abandono en que se encuentra, ya que dijo que “los hippies” llegan allí a dormir, piyan en los patios aledaños y dejan todo “así nomás”.
Por mi parte, y coincidimos con Diana, es un lugar místico aunque que no entendimos muy bien cómo llegó esa santa allí, o si allí funcionó una escuela con sus enseñanzas, o qué; pero que las hay, las hay!
Quizás un poquito excedido en “veneración” aunque indiscutiblemente se podía sentir una bonita energía muy especial…. Sin hacer juicios, nos fuimos satisfechas a buscar el relleno del cuerpo, después de haber saciado el alma.
Una hermosa terraza con vistas a las lomas labradas y un horizonte infinito de belleza, nos convocó a sentarnos en ese petit restaurant donde nos atendieron como reinas. Por nuestra parte, no paramos de hablar y descubrirnos tan parecidas en tantas cosas…
Ésos también son Milagros! Encontrarte con una “desconocida” y en dos
horas sentirte tan unida, pudiendo compartir un día a pleno sol y pura alegría.
Gracias Diana por este maravilloso regalo!
Y como los Milagros no vienen solos, resultó que ella también
debía regresar antes de la noche a Tolousse, ya que tenía programado un
encuentro con otro amigo. Por mi parte, yo tenía reservado un pasaje de bus
hacia Lyon a las 23 hs. para dormir durante el trayecto y evitar una noche de
hostel. Así que transporte de regreso asegurado –cantando a voz en cuello con
Edith Piaph en el CD de su auto- volvimos entre risas y promesas de nuevos
encuentros…
Lyon no me resultó muy agradable, me costó encontrar la forma de salir de esa gran ciudad –muy copy paste como tantas otras, en 3 horas ya viste todo lo que te dicen que veas- y seguir mi camino hacia el Nordeste donde un “Jardín pour la Paix” me convocaba.
Mi brújula señalaba Bitche, casi en la
frontera con Alemania, aunque los 600 kms. que aún me restaban no serían
fáciles, ya que nadie conocía ese pequeño poblado. Quizás sólo la amiga que me
lo había recomendado. Cómo confío en sus apreciaciones, como soy terca y
curiosa por demás, me propuse llegar sea como fuera.
Lyon está rodeada de autopistas y de un “banlieve” (alrededores o Gran Lyon diríamos nosotros) que es imposible hacer dedo, así que tuve que recurrir nuevamente a 3 bla blacar consecutivos para conformarme llegar a Nancy como etapa intermedia por ese día.
Por suerte allí, un gentil couchsurfing me aguardaba con una cálida bienvenida y un paseo nocturno por el centro de esa bonita ciudad imperial, absolutamente diferente de la que partí a la mañana.
Fue
fundada por algún exquisito del art-noveau, y cada edificio público luce
pérgolas, farolas, portones, ventanales y cuanto detalle capte tu mirada, en
armoniosas curvas propias de ese estilo. En la plaza central había un
espectáculo de luces y sombras con proyecciones sobre los muros, que fue una
recarga de delicia para mi cuerpo agotado del tirón del día.
En su departamento, además de una gloriosa ducha, me esperaba
una proteica ensalada vegetariana, mientras él me cantaba con su guitarra (ya
había cenado al mejor estilo francés a las 18.30 hs.) el repertorio en español
que conocía: “Muchacha ojos de papel…. No corras más….” Spinetta y Guillaume con su tonada foránea, me
ablandaban el corazón en un sinfín de agradecimientos… ¿Qué he hecho yo para merecer tanto….?
A la mañana siguiente recorrí otros parques y lugares preciosos de Nancy y seguí la recomendación de mi anfitrión de ir a Metz. Otra diferente ciudad en la ruta que debía seguir para mi meta. Él mismo me consiguió cómo llegar con una amiga suya en su auto!
Todos los servicios
cumplidos y un abrazo de gratitud eterna hasta vaya uno a saber en qué otra
vida te encuentras nuevamente para devolver semejantes favores. Gracias
Guillaume, por hacérmela tan fácil!
Metz es la muestra del poderío alemán durante la invasión de
la 2° guerra mundial. Edificios imponentes, una estación de trenes digna de un
fuerte antinuclear, y dos catedrales impresionantes, una casi enfrente a la
otra, en una muestra competitiva de egos! El rio Mosella bordeado por un paseo
costanero lleno de flores y bancos que invitaban a quedarte. Todo insoportablemente
bello! Tanto que a veces siento el síndrome de Stendhal… así que enfoque
nuevamente mi brújula y siendo la media tarde, decidí salir a dedear hasta
Bitche, sabiendo que el Jardín cerraría a las 18 hs.
La suerte estuvo de mi lado y en un par de horas –aunque con
algunos chaparrones aislados que no llegaron a empaparme, capita mediante
siempre a mano!- 3 amables conductores me fueron acercando…
A las 17,45 llegué!!!!
Me premié con un tradicional "macaron" a modo de recompensa.
Era un pueblecito pequeño, estaba lloviendo y la señora de la portería se extrañó que alguien apareciera a esa hora, justo cuando ya se estaba por retirar. Decidí seguir su consejo y dejar la para el día siguiente. Ahora urgía encontrar una habitación y algo caliente para atemperarme y relajar. Me indicó una casa en pleno centro (ja! 2 cuadras de negocios ya cerrados) donde me podrían alojar.
Las calles estaban vacías y ya nadie circulaba ni en bicicleta, como un
pueblo fantasma o el de blancanieves cuando la princesa se quedó dormida…
Por suerte, la dueña de la pensión concurrió a la puerta ante
mi timbrazo y sorprendida me dio la bienvenida. Me condujo hasta la bohardilla
del 3° piso y allí sonaron justo las campanadas de la torre de la capilla que
se avistaba desde mi minúscula ventanuca. A mí me sonaron como coro de ángeles
recibiéndome en el paraíso.
La dueña me golpea la puerta para saber si quiero compartir la Quiche Lorraine que acababa de preparar su marido.
Se me hizo un nudo en el corazón: era mi último antojo de despedida de la Francia que tanto amo y pensaba que ya no lo conseguiría. Todo confabula para mi felicidad cuando uno afloja las pretensiones y se deja fluir…
Me duché en 5 y bajé a compartir la mesa. Estaba super! y por
añadidura mousse au chocolat!
mmmmmHhmmmm…. Sin palabras
La única contra es que tenían el televisor prendido y se
deleitaban con todas las catástrofes que aparecían en la pantalla: 100% tema
Covid, por lo que recordé que a la mañana siguiente debería hacerme el test si
pretendía pasar la frontera hacia Alemania. Así que me fui a dormir con el
sinsabor de aprender a dejar los pensamientos negativos de lado y disfrutar el
presente de un super colchón con acolchado espumoso. Bonne nuit…
El sol radiante me despertó llena de energía renovada. Bajé
por un café con croissant –otro caprichito- y me dirigí al hospital para
hacerme el consabido test. Una amabilísima recepcionista me indicó que allí
sólo lo hacían a nativos, que los extranjeros debíamos pagar particular en una
farmacia, a la que llamó por teléfono familiarmente y me obtuvo un turno para
los quince minutos siguientes. Ja! pueblo chico.
Unos bellos jardines separaban el edificio del hospital de la
consabida farmacia donde ya me esperaban. Intuyo que para ese momento, ya todo
el pueblo sabía que había "una argentina" merodeando…
El test tomó sólo cinco minutos aunque veinticinco euros! Más
que dormir toda la noche en un cuarto digno y atendida! En fin, no me voy a
amargar…
Seguí las callejuelas que me indicaron para llegar finalmente
a mi destino: El Jardín para la Paz, al pie de la ciudadela que otrora
custodiaba los campos linderos a la frontera.
La portera me reconoció inmediatamente y se alegró de mi retorno. Evidentemente no muchos visitan este paraje. Por suerte para mí, fui la única en toda la mañana. Fui descubriendo los diferentes rincones y el apacible verdor que enmarcaba cada escena.
Está planteado como un recorrido por
diferentes espacios creados por un jardinero creativo que los va mutando todo
el tiempo, tanto en plantas como en alegorías de decoración. Trasmite amor y
dedicación, a cada paso. Me hamaqué como niña, segura de no haber críticos a la
vista; entré en las casitas de los gnomos y reposé bajo las ramas de un sauce
enorme, mientras, nuevamente el coro de campanadas de las 12, me elevaban al
infinito y más allá…
También me marcaron la cordura de la responsabilidad de
retirarme a tiempo, si pretendía cruzar la frontera en horario diurno y antes
de las 24 hs. que venciera mi certificado. Así que volví al hotelcito a buscar
mis bártulos y allí, orgullosa, la señora me dijo que ya había conseguido a
alguien para llevarme hasta el otro lado
XXXXXXXX impronunciable pueblecito alemán.
Salté de alegría! Aunque debía esperarlo dos horas, ya que
estaba almorzando y debía hacer su siesta…
Lo medité medio segundo, y acepté el desafío: esperaría las 2 horas en
un parque de los alrededores, antes que jugarme a hacer dedo en una ruta
incierta y con una lengua desconocida.
La razón premió mi decisión, ya que Pascal resultó ser un alemán local que conocía perfectamente el paso fronterizo y nadie nos paró ni para saludar (O sea otro test pagado en vano… pero se sentía más seguro con el papelito en la mochila).
En el mismo momento que entraba en tierras alemanas –y mi desconcierto ante los carteles de incontables consonantes en palabras de quince sílabas mínimas todas terminadas en “dorf” o “burg”- me sonó el celular. Era mi siguiente anfitriona y amiga Maxi preguntándome por dónde andaba y cuando llegaría…. Eso se llama coordinación!!
Allá vamos...!
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