domingo, 29 de agosto de 2021

Lituania, Letonia, Estonia

Amanecimos entre la niebla a una temperatura un tanto fresquita para ser considerada de “verano”. Unos pescadores-héroes, en sendos botes, rompían la línea del horizonte donde el tenue sol se esforzaba inútilmente en aparecer.


Decidimos que no era el lugar apropiado para recibir el baño matutino que nos merecíamos tras la jornada del día anterior. Así que preguntamos en un camping costero si nos permitían usar las duchas, y nos las negaron. Fuimos a otro, y tampoco resultó. Nuestro polaco era inentendible y no era cuestión de especificar con gestos obsenos…


Pasamos delante de un club de deportes y no vimos ningún portero o vigilancia en la puerta de acceso. Cómplices, armamos un minúsculo bolsito con ropa interior, toalla y shampoo mediante y nos “colamos” en el vestuario con la internacional figurita de pollerita en la puerta del fondo a  la derecha . Nos cuidamos la puerta mutuamente en el turno asignado alternativamente, y salimos al rato, hechas dos diosas de domingo, con nuestras brillantes cabelleras al viento y la frente bien alta. Nadie dudó de reconocernos como asociadas!

Así limpitas, y siendo ya casi mediodía, pasamos la frontera a Lituania, sin tampoco ningún control!  Nuestras palmas se chocaron en 5! Festejando nuestras osadías con sonrisas a pleno cual dos adolescentes traviesas.

La meta del día era visitar un anciano tilo con una historia un tanto peculiar: durante ciertos enfrentamientos bélicos (yo de siglos y de guerras, elijo no acordarme), 5 prófugos que venían escapando de sus perseguidores “se metieron” literalmente hablando! “dentro” del tilo en cuestión. Ascendieron por el interior del tronco un poco acucurrucados y lograron evadir a los custodios. Por esta historia es que se lo conoce como “Tilo Madre”, protegedora de sus hijos. Todo indicaba que debía ser de gran tamaño, y no nos defraudó! 










Aunque para mí también es digna de mencionar “nuestra” petit historia antes de llegar al famoso árbol: resultó que estacionamos el coche y tuvimos que caminar en su búsqueda (un tanto en círculos porque el Google no siempre es tan preciso). En un alambrado que dividía el camino de una propiedad, una cabrita baleada (lloraba) y otras a su alrededor la miraban con curiosidad. Maxi, como buena granjera, enseguida se dio cuenta que la pobrecita tenía una patita enredada en el alambre, y que además de impedirle avanzar, la estaba lastimando. Ni lenta ni dudosa, Maxi pasó la hondonada, y apoyó al animal sobre su maternal muslo, para desatascar el alambre, a la vez que le acariciaba la cabecita para tranquilizarla. En breves minutos, lo logró! Aunque la desagradecida se alejó a los saltitos sin siquiera mirar atrás, cuando se vio liberada. Maxi, en cambio, satisfecha por su labor, sonrió con la humildad y generosidad que la caracteriza, deseándole buen camino!

Seguimos viaje hacia Raudomé, donde un viejo castillo convertido en museo oficia de anfitrión de los turistas lituanos y los poco internacionales que se acercan a estos pagos. Ya estaba cerrado, por lo que hubiéramos tenido que conformarnos con la cafetería, pero para nuestra suerte, había allí, otro “pequeñín” digno de admiración!







Cumplido el día, y con una puesta de sol roja espectacular sobre el río en el que decidimos acampar para pasar la noche, agradecí al Universo…

 

30/8

La mañana no amaneció muy prometedora que digamos. 



Encima no me andaba el internet, que en los tiempos que corren, es como decir: me amputaron las cuerdas vocales! Lo peor es que no teníamos ni un mísero mapa-papel para saber dónde estábamos, ya que el Google map se tomó vacaciones intermitentes. Ahí es cuando valorás la fiel Filcar que tantos años, silenciosa y desinteresadamente, te acompañó en los derroteros de tu vida.

Maxi decidió parar en una estación de servicio a comprar un mapa, y oh sorpresa! Le dijeron que “No existen más”!!!. Atónita con la sorpresa, quiso consolarse con un café. Fue a la maquinola de turno, y tras poner las monedas, sin entender ni un mísero cartel, la máquina le devolvió un café latte, un chocolate, un negro por la mitad y una barra de chocolate!. Solo Dios sabrá cómo funcionaba esa maquinita!, todo con un solo touch!- me prometió, ja!

Para entonces, lo único que sabíamos de ese extraño país es que se supone que el 70% de su superficie está cubierta de bosques*, que el 90% de sus habitantes tienen ojos azules, y que teníamos que ir a Palange, que era la playa recomendada. A mí ese nombre, bastante fácil de pronunciar (igual que como se escribe y con vocales y consonantes en su justa medida y distribución) , me sonaba a playa venezolana o colombiana. No sé de dónde lo saqué, pero creo que fue el único nombre que retuve en 10 días!





Para chequear la estadística de los ojos azules, sólo lo puedes hacer fijando la vista en el rostro de cuanto te cruces, cosa no tan bien educada, sobre todo en un país de gente “fría” como se suponen los eslavos. Así que el dato quedó en la lista de posibilidades acertadas.

Lo que indiscutiblemente es un error es la superficie boscosa. 


Quizás lo fuera hasta hace un tiempo, pero lamentablemente debo decir que como maldición que me persigue, he visto cientos de camiones transportando troncos a mansalva, cual rutas de Guayana o Amazonas. Claros aserrados en lo que fueron plantaciones de pinos unas semanas atrás, ahora eran pantanos derroídos de barros y restos de troncos caídos y dejados al azar…puro dolor!  Pura indignación. La industria forestal es la principal fuente de recursos de estos 3 países, hasta que se les acabe!  Lástima que los primeros damnificados son siempre los mismos; los mudos árboles….

En fin, venir hasta aquí para enfrentar el mismo mal humor que me provoca este tema en tantos puntos del mundo, es realmente aberrante!

Para ablandar los sentimientos, caminamos por una extensa playa, siempre desérticas…


contabilizando conchitas extrañas y anécdotas de sendas vidas pasadas. Yuyos más o menos pastosos nos acompañaron la vuelta a una ruta vacía de contratiempos ni más entretenimientos. LLamemosla, algo anodina…  hasta que en un recodo, una mesita con sombrilla y una viejecita tras un modesto cartel, nos convocó a detener la camioneta y comprarle lo que fuera, con tal de interactuar con un poblador local. Los tomates y los pimientos resultaron riquísimos, y sus ojos sonrientes, no defraudaron la estadística.



La tarde siguió sin penas ni glorias hasta encontrar un bonito hotel frente a un lago, que prometía café con we-fee. Era hora de conectarme con la civilización, aunque el aroma que provenía de la cocina, interrumpió mi instinto trabajador. Es que por esos lares, se cena a las 5 de la tarde! Y una debe reconocer que la programación psicomental a esta edad, está un tanto anquilosada, como para andar saltando normas y costumbres. Aunque unas crujientes papas fritas comenzaron a llamarnos a lo más profundo de nuestro ser. Sucumbimos a la tentación!  Munidas de sendas bandejitas de cartón, con huevos fritos coronándolas, nos sentamos a la orilla de un acantilado a disfrutar el viento y el oleaje salado, cual dos gordas que acaban de infringir una ley sagrada. 




Panza llena, corazón contento, buscamos nuestro nuevo dormitorio móvil para esa noche. Sin saberlo, nos metimos por un caminito que daba a un embarcadero muy pituco de unas cabañas más pitucas aún. 




 La dueña del lugar, no tuvo inconveniente en dejarnos “acampar” a la orilla del lago, y se retiró con su coche. Dueñas de semejante paraíso, nos despedimos de las estrellas con sendas cervecitas en mano, junto al croar de las ranitas vecinas.






 





31-8

Amanecer con el muelle flotante a nuestros pies, a pesar de que la grisada mañana soplada con demasiado viento, fue una delicia para todos los sentidos. Preparamos nuestros desayunos y fuimos a tomarlos en el banco de la punta, cual trono imperial. ¡Cómo cambia un simple té y un pan con queso, cuando el escenario sabe a gloria!



Lamentablemente debíamos dejar el lugar temprano, tal lo prometido a la dueña. Pusimos la dirección del próximo árbol emblemático seleccionado para esa mañana, y Maxi dejó dos botellas de jugo de manzana de su propia cosecha, que traía en su baúl, a modo de agradecimiento. Hacia  XXXX nos dirigimos a seguir maravillándonos con un súper tilo en un convento abandonado, alejado de la miradas del público turístico a quien poco parecieran importar estos monumentos vivientes, y que tanto tienen para decirnos…






Este bello abuelo, con su silenciosa presencia, me mostró sus heridas y cómo a pesar de ellas, sigue en pie, bello, robusto y sabio, sin importarle quienes lo visitan o quienes lo alaben. Él ES! y punto!
  Maravillosa lección para mí, ojalá yo gozara de semejante humildad. Sobretodo cuando las arrugas de la vida empiezan a cubrir mis cortezas, y el mundo tecnológico te corre a un lado, sino estás a la velocidad de los cambios… en fin, dejo la filosofía para otro momento, porque aprendí a que disfrutar del momento, es más importante que dar lecciones y tener razón.



Maxi tenía otro árbol monumental marcado para el recorrido del día, pero no logramos encontrarlo. Nos metimos en unos pajonales, con los yuyos hasta las caderas, lo cual no sería nada complicado a no ser por las croxis (ojotas tipo suecos plásticos) que se empantanaban en el barro, mientras el viento enfriaba nuestros sesos. En fin, nos quedamos con las ganas…

Pero lo bueno fue que cuando volvimos a la camioneta, nos encontramos con unas gallinas que merodeaban por las ruedas, quizás nunca habían visto un vehículo en sus cortas vidas!. Lo cierto es que cerca había una casita, en la casita un bello jardín, en el jardín una manguera (que dejaba salir agua sin un uso determinado). Una vez más, la “conciente” Maxi hizo su papel de salvadora: aplaudiendo al grito de “HeYY” llamó a algún ser humano. Una señora apareció de detrás de unos frutales y entre extrañada y asustada, nos miró como preguntándonos que hacíamos allí. Maxi le señaló la manguera perdiendo y su breve explicación en alemán. La señora agradeció el aviso en ruso, y sonrió. Maxi aprovechó el intenso diálogo de señas y gestos, para preguntar si por casualidad nos podía vender huevos. Imaginen uds. como dirían esa frase con solo 10 dedos y una sonrisa? Lo cierto es que nos entendimos perfectamente, la seguimos hasta el gallinero, y allí, canasta más que rústica en mano, “cazó”  cinco huevos calentitos, recién puestos. Los acomodó en una especie de paquete y nos los dio en mano, mientras se negaba a recoger el billete que Maxi le extendía. Finalmente Maxi se lo dejó sobre una especie de mesa y agradecimos con inclinaciones de cabeza al modo japonés. A pesar de ser los huevos más bien pagados de mi vida, la alegría que le dispensamos a esa mujer con nuestra “visita”, bien valió la diferencia!

Seguimos viaje…

Unos kilómetros más allá, volvimos a detenernos en la costa para ver si el Báltico había cambiado en algo. Encontramos un bonito banco "artesanal" que nos invitó a hacer una pausa, sin aludirnos de la propiedad privada...





Nada, todo su gris de abundancia vacío de olas, seguía en su lugar. Diría que es un mar aburrido, ni chicha ni limonada…

Aunque sí champagne! Porque lo extraño fue que en ese mismo lugar, donde otros dos autos lustrosos negros se encontraban estacionados, había un equipo de filmación. Estaban fotografiando el brindis de una pareja de recién casados! Con vestido de novia y frac, sendas copas en alto y el viento despeinando su gigantesca alegría! Bonito lugar aunque algo incómodo para las fotos del álbum, ja!



La ruta nos condujo a Riga, capital de Letonia, o sea… que en algún momento, pasamos de un país a otro!  La continuidad del paisaje, la falta de aduana, el fluir del dejarse llevar, la no conección al google map y la preocupación mental que me tenía absorbida en esos días por otro tema crucial que en algún momento ya explicitaré, me tenían fuera de la debida curiosidad por conocer las costumbres, tradiciones, cultura, arquitectura, o lo que se supone importante, de una nueva ciudad.


















Sumado a eso, a Maxi no le apetece manejar en centros urbanos, ni encontrar un parking donde dejar la camioneta y caminar por callejuelas más o menos idénticas en toda villa medieval o en centros cívicos copy-paste de la globalización, para encontrarse con turistas sacando fotos a monumentos que luego no puedes ni retener el nombre, ni su historia. En fin, que no nos interesaba nada de los “10 cosas para ver en Riga en 1 día”, según Tripadvisor & cía. Apenas unos minutos tratando de encontrar la salida, entre autobuses, carteles de shoopings varios, Mc Donald  y Zara incluídos, semáforos titilantes, bicicletas como moscas, y unas ganas urgentes de volver a la paz de la naturaleza “aburrida” pero pacífica, a nuestra medida…

Lo logramos! Y con las últimas luces llegamos a encontrar el último gran árbol del día. Éste resultó estar escondido en una propiedad particular, al fondo de unos campos, donde entramos sin pudor siguiendo una huella entre el heno a punto de cosecha. Nadie por aquí, nadie por allá, más que un perro gruñón atado con una larga cadena oxidada, de muy mal talante para ser una bienvenida. A los pocos minutos salió de una maltrecha cabaña, un viejecito encorvado, tambaleante como si recién se librara de un vaso de vino caliente, con los ojos enrojecidos ante una inexplicable aparición: nosotras!






Yo exultante de alegría ante el gigante roble que lindaba la casa, le dejé las presentaciones y explicaciones a Maxi, y me dispuse a obtener mis fotografías ante que la oscuridad lo cubriera con su manto de piedad, antes de otorgarle un día más de vida!

Realmente bellísimo! Admirable, conmovedor… ¿Qué más se puede decir ante estas maravillas? Mejor guardar silencio….  Y un profundo GRACIAS en el corazón…

Algo así parecía decir el viejecito asustado, no entendía porqué estábamos allí, aunque enseguida se dio cuenta que éramos confiables (no ladronas de nada) e hizo callar al perro que se arremolonó bajo una parva de latas viejas y otros cacharros.

Nos miraba con una mezcla entre asombro y gratitud, cuando al fin entendió que sólo queríamos abrazar a “su pequeño”, que no éramos del gobierno ni ninguna entidad recaudadora o punitiva de nada. Que sólo nos unía el mismo amor por ese ser tan hermoso, como obviamente lo era su cuidador. Un poco solo y triste, como para andar bebiendo a esas horas, pero con una gran historia por contar, si nos hubiéramos entendido en su lengua. Aunque el lenguaje del amor, que se trasmite por el aire, tras unos ojos nublados de años de soledad, nos los dijo todo, cómo el roble allí testigo de este inolvidable encuentro…

Ya a oscuras, volvimos por la huella. Maxi volvió a hacer de las suyas: se dirigió a una casa cuyas luces brillaban a lo lejos. Yo, intrigada, la dejaba hacer. Al llegar, tras la tranquera, un hombre robusto y de rostro desconfiado, nos salió al encuentro. Hablaba perfecto inglés aunque no muy dispuesto a una conversación amistosa. Maxi le preguntó si conocía a aquél viejecito que habitaba allá solo, donde aquél gran roble se asomaba entre la penumbra enrosada del atardecer. El hombre negó con su cabezota. Maxi le pidió, corazón en mano, que por favor, si cada tanto podía visitar a su vecino, llevarle algo, o ver cómo está, ya que vive muy solo, muy abandonado a su tristeza, que seguramente le haría mucho bien…

El hombre nos miró con desconcierto, sin poder llegar a entender que pretendíamos, pero en algún lugar de su corazón, el mensaje vibró, ya que aflojó su recia musculatura y esbozó una posibilidad de tenerlo en cuenta. Preguntó si deseábamos algo más y cerró la puerta con cierta delicadeza, como si un ángel le estuviera traduciendo alguna nueva idea para llevarle al día siguiente.

A mí no me cabe duda que aquí los ángeles manejan Traffics y que encuentran los mejores bosques para pasar la noche….  Y que preparan unos sandwichs de queso magníficos! Hasta mañana…

 

1/9  Estonia

Primera amanecida con sol a tope en muchos días!



Había que ir a festejarlo junto al árbol más grande de Letonia, el Rey de los árboles como lo llaman, aunque pareciera que en el Báltico hay muchos reyes arbóreos, o muchos pueblos se disputan el reinado! Ya que tras haber visitado varios, todos son impresionantes, todos son de fecha dudosa de implantación, y todos son venerados con carteles que aseguran que es el más………..!(grande/alto/ gordo/viejo/etc.)










Éste no desmerecía para nada su fama, ya que sus atributos están más que expuestos!  Otra maravilla de la Madre Natura!

Volvimos por otra playita desolada y finalmente pasamos a Estonia para almorzar en la famosa playa Parmu. Al llegar nos miramos con cara de…”¿a qué se deberá su fama???”  ya que, aunque los estonios se ofendan, no tiene nada de particular!  Arena, viento, y el calmo Báltico a sus pies… nadie por aquí, nadie por allá, y a otra cosa mariposa!



Frustradas pero con esperanzas, nos dirigimos al puerto de donde salía el ferry que te cruza a la isla Saarema, otro hito turístico de todas las guías de recomendaciones.









El ferry muy lindo! Alfombrado y con bar carísimo, como todos los ferrys, lástima que dura sólo 20 minutos. 

Dar la vuelta a la isla ( 20 x 70 kms.) nos llevó todo un día, con pernocte incluído, y…. más de lo mismo! o sea, nada!!  pasto más o menos, pantanitos por aquí y por allá, alguna capilla vistosa, casitas primorosas, playas desérticas, botecitos pesqueros a lo lejos, cafeterías para turistas vip (no nosotras), canto de pajaritos, unos cuantos molinos fuera de uso, aromas de plantas más o menos autóctonas, y pare de contar.





















Cómo nos mienten los TripAdvisors de turno! Tanto o más como lo ha hecho Hollywood en su momento….  El tema no es que fuera feo, el tema es que no hace falta hacer 5000 kms. para ver “eso”. Aunque por otro lado, ojos que no ven…, así que para opinar con fundamento, me hago cargo de lo que digo!, he dicho!

Miento! Lo que más nos llamó la atención, fueron las paradas de autobús. Cada kilómetro tenía la suya, y todas diferentes! De formato, de colores, materiales y posiciones diversas. 














Incluso ésta estaba equipada con sala de lectura ,cambiador para bebés y casillas postales para los vecinos del lugar.









Otra te proponía escribir en una vieja máquina tipográfica, mientras esperabas tu transporte.





Lo cierto es que parábamos a fotografiarlas por lo divertidas que eran. Lo raro es que jamás vimos a nadie esperando un bus, y mucho menos, vimos un bus recorriendo la isla. En fin, curiosidades…

Maxi llevaba en el baúl de su Traffic, una caja con platos de porcelana de una vajilla en discontinuo que tenía. Decidió hacer “una obra de caridad” anónima con algún desconocido, como un juego de suertes… Dejó el valioso contenido en una de ellas al azahar, con una cartita de saludo y “buena suerte” para el beneficiado que los encontrara. Un simpático gesto de esta ángel que me conducía.




En otras dejó botellas de jugo de manzana…  En fin, cada cual vive a su manera.

Ella, con la generosidad a flor de piel:  comprando calabazas a un local, que jamás podríamos cocinar!




A la tarde, dudamos de tomar el siguiente ferry para pasar a la otra “idílica” y vecina isla. Había que esperarlo 3 horas y costaba el doble que el anterior, por lo que nos dimos por satisfechas con la visita a la primera y primer ferry mediante, volvimos a tierra firme.

En eso se largó un diluvio veraniego digno de tierras tropicales, el cual confirmó nuestra aceptada toma de decisión.

Otros yuyos cobijaron nuestros sueños, y otros quesos alimentaron nuestro espíritu….

                                            Do jutri lahko noc….   (Buenas noches, hasta mañana...)

 

2/9

Tallín, la capital de Estonia, nos esperaba con su imponente catedral ortodoxa. 






La cúpula oval con sus imponentes cruces doradas se divisaba desde lejos, y sus brillos alumbraban las ganas de entrar a conocerla. 

Tuvimos la suerte de llegar durante una celebración de algo parecido a una misa, con cánticos  (gregorianos?) de esforzados barítonos, y gente vestida a la usanza del siglo pasado: hombres de largas barbas canas saliendo de negros sombreros, y negros chales cubriendo rostros y cuanta parte pudorosa tuvieran las mujeres. Cientos de retablos dorados con imágenes de santos desconocidos y velas prendidas por doquier en suntuosos candelabros adornando los muros sombríos. El piso decorado con laberínticos trozos de gres pardos y rojizos. Bordados cortinados en los ventanales filtraban la luz tornando el ambiente en una especie de cueva entre fantaseosa y mística a la vez. El aroma del incienso lo invadía todo, tanto que decidimos salir antes de quedar ahumadas. Bonita, aunque extraña experiencia.

Caminamos un poco por las callejuelas circundantes hasta unos balcones que daban a un gran parque, desde donde se divisaba el puerto. Grandes buques atraviesan el mar para dirigirse a Helsinki en la costa opuesta, a Stocolmo un poco más allá, y a las grandes ciudades balnearias del norte de Alemania, Dinamarca y Reino Unido.
















El frío nos invitó a entrar a un coqueto cafecito donde refugiarnos a escribir postales y ponernos al día con el internet, ya que mi teléfono continuaba “fuera de servicio”, a pesar de ser Estonia el país con la mayor velocidad de fibra óptica del mundo, según reza (o miente) la guía TripAdvisorcompany.







Reconfortadas sendas pancitas, visitamos un Ginko centenario que se encontraba en la misma ciudad.







Cabe agregar que por ser una capital, me pareció una ciudad de lo más ordenada en su tráfico, en la limpieza y modernidad de sus calles y avenidas, la elegancia de las mujeres mayoritariamente vestidas con faldas y vestidos, y en el silencio circundante debido a que la mayoría de los autos y autobuses son eléctricos.

Volvimos a la ruta, bordeando el mar, con la intención de encontrar un sitio donde arrojar una de las botellitas de cerveza que habíamos comprado tiempo atrás, cuyo cierre hermético con gancho nos despertó las ganas de jugar a Robinson Crusoe. Maxi colocó adentro una de sus tarjetas personales con su teléfono y dirección, la selló con un beso de despedida y la arrojó con fuerzas a viento traviesa. En breves segundos, las olas la devolvieron a la playa. Ahí quedó! No perdemos las esperanzas de que algún curioso la encuentre y tenga ganas de escribirle  un “Hello!” de recompensa.











Decidimos que la mía, la arrojaría desde el río que separa Estonia de Rusia, a ver si  tiene más alcance y llega al océano…  quizás a las costas de América del Sur, según las corrientes… ja!






Aprovechamos la parada para almorzar en un bonito restorán vegetariano en Tulivee, donde aproveché a cargar la computadora.

Tan contentas y opíparas salimos que me la olvidé enchufada en una mesa vecina. Por suerte, reparé en el error a tan sólo 20 kns. del lugar. Dimos vuelta el timón con la urgencia de pensar que ya debían haber cerrado. Por suerte una de las mozas se había dado cuenta, y me estaban esperando…









Una vez más, gracias a los angelitos que me sacudieron la memoria justo a tiempo, y no tan lejos. ¡Y pensar que hay quienes no creen en los milagros!

Seguimos rumbo a Narda, nuestro punto final en la dirección norte que habíamos emprendido al inicio de este periplo, ya que allí termina el mundo “libre”. Es la frontera con Rusia.











Tenía la ilusión de visitar San Petesburgo, pero la visa para entrar a ese país es carísima y demora 90 días en que te la otorguen. Además de tener que precisar la fecha exacta de arribo y contar con una reserva en un hotel habilitado, un seguro médico tan caro como la visa, un montón de papeles para el auto, y las ganas de pasar por una aduana llena de alambre de puás, rejas, soldaditos con rifles dispuestos al disparo y cara de pocos amigos.

Mejor no! preferimos el abúlico Báltico a ese grisáceo muro cementicio que se enfrentaba tras el metálico puente que divide los dos mundos.

Bajo el puente, y bajo una molesta llovizna, arrojé mi botellita al río con esperanzas más vitales que la lúgubre imagen de esa frontera.



Se esperan sorpresas!  Si llegan, les avisaré!

¡Vikingos abstenerse!

Tras un breve recorrido por Narda, llenada de tanque y de supermercado, emprendimos el descenso.

Pasamos por algunos lagos, también recomendados por el mentiroso Trip, que nada tenían que envidiar a los míos patagónicos, y por muchos bosques supervivientes que serían talados en muy poco tiempo. 




La lluvia más que otoñal nos motivaba a retirarnos con elegancia de la legendaria Estonia. A poco de llegar a la frontera, vimos un patrullero estacionado al costado de la ruta. Inmediatamente recordamos que ninguna de las dos, teníamos ni vacunas ni certificados que acreditaran nuestra condición de contrarias al tema Covid, y mucho menos ganas de tener que dar explicaciones o que no nos dejen pasar.

En un rapto de sabiduría, Maxi volanteó la media vuelta, y en la banquina, relojeó su GPS para encontrar otro paso. Es una maestra buscando rutas, árboles famosos, lugares de acampe, y otros méritos.

Encontró uno a 30 kms. a la izquierda, un tanto precario ya que estaba marcado como de grava a través de un bosquecillo. Decidimos tomar ese camino y esperar que con la lluvia y el avance de la noche, no hubiera custodios en ese borde.

Sabia decisión! Efectivamente pasamos sin problemas!

A no ser por el detalle de que había un poste con una cámara!

Inmediatamente tuvimos la sensación de ser un par de polizontes. Pensamos que quizás un patrullero nos estuviera esperando apenas entremos en el pavimento de la ruta principal. O que quizás fotografiaron la patente y que en el próximo borde de salida de Letonia, nos atraparían…

Entre risas, sintiéndonos Thelma & Louise, nos dormimos entre unos arbustos protectores. Brindamos el triunfo con otras dos botellitas cerveceras!

 

3/9

El silencio de la mañana en la campiña bautizó nuestros pi-pís en los yuyos adyacentes a la Traffic.

Primera caminata de reconocimiento para verificar que no estábamos cercadas ni que hubiera ninguna baliza girando sobe algún patrullero.

Entonces sí, decidimos preparar nuestro habitual desayuno, barrer el interior, y decorar la camioneta con brezos, lavandas y margaritas silvestres. Obviamente el orden y la belleza son prioritarios en un viaje así de largo.

También lo es el aseo personal, aunque en ese tópico veníamos con déficit, ya que los lagos helados y la lluvia, no se llevan bien con las bañadas.

Pero de ese día, no podíamos pasar!

Así que decidimos consumir el stress arriesgándonos a pasar la siguiente frontera rumbo sur, en búsqueda de sol y aguas más cálidas.

Lo conseguimos!!! Encima con un cómodo muellecito de madera nueva donde apoyar nuestras toallas y ropas limpias. Cualquier similitud con un cuadro de Degas con ninfas y Venus es pura coincidencia, kilitos más o menos…


Quedamos preciosas de domingo! dispuestas a un café en una tiendita llamada “Fiesta”. Increíble coincidencia del nombre en español en un país con una lengua tan ajena. Lástima que no pudimos intercambiar ni una palabra con la dependienta que no tenía ni ganas de entender mi pregunta sobre el origen del nombre del negocio. En fin, el cafecito estaba pasable … 





Seguimos viaje.

Aprovechando nuestra suerte, decidimos pasar la siguiente frontera apuntando a quedar invictas tras siete borders. Para no abusar, elegimos la estrategia de buscar otra rutita poco transitada, atravesando un parque nacional y de paso aprovechar las vistas de un auténtico bosque y no las kilométricas plantaciones de pinos que nos venían persiguiendo.

En eso estábamos cuando el puntito azul en el GPS mostraba que nos faltaba solo 1 minuto para cantar victoria.

Un unimog camuflado con dos soldados munidos de sendos rifles, nos hicieron señas de detenernos. Uno de ellos rodeó lentamente la camioneta, mientras el otro, en posición de firme, con la vista fija en nuestro parabrisa, nos vigilaba con el arma en alto. No nos dio risa.

El primero se acercó a la ventanilla y nos preguntó, en dificultoso inglés, de dónde veníamos, y adónde íbamos. Maxi puso su mejor cara de ángel y “contó” que andábamos un tanto perdidas visitando el parque en búsqueda de un árbol gigante (verdades y mentiras compartidas).

Nos pidió abrir el baúl y apenas miró adentro, sin tocar nada ni bajar su arma, nos dijo de cerrarlo. –“Listo! Pueden avanzar..”- ordenó lacónico.

-“Gracias”- le sonreímos al unísono, con ambos pies en el acelerador.

A los pocos metros, chocamos los 5! Nos reimos y nos preguntamos qué fue eso? Una alucinación?  No nos pidieron ni los pasaportes, ni los documentos del auto, ni los certificados de test anti covid, nada!

Lo cierto es que ya estábamos en Polonia, de regreso!  Más tarde notamos que ese punto era una triple frontera con Bielorusia, y alguien nos comentó que era frecuente el intento de paso de “emigrantes” polizontes rusos. Evidentemente no dábamos con ese aspecto, y menos con un auto patente alemana. Pero el susto, nos volvió a transpirar todas!

Decidimos festejar con champagne y picada de papas fritas con verduritas varias! Y muchas aceitunas! Y una tree-cake!, postre típico polaco, muy dulce y en capas como el follaje de un árbol! Monotemática yo??  Ja!

Estacionamos en un paraje desolado, esperanzadas con el sol del amanecer para calentarnos al despertar, con las luces de un pueblo no tan lejano…

A los pocos minutos, escuchamos una seguidilla de sirenas y balizas intermitentes cortando con sus luces azules la oscuridad del bosque. Se nos paró el corazón. Inmediatamente escuchamos la carrera de sus ruedas alejándose por la carretera y nos echamos a reir, como si realmente hubiéramos sido las prófugas que ellos buscarían… nos imaginamos empujando la camioneta con el motor apagado, como en las películas, para hacerla desaparecer en algún barranco… En fin, quizás todo haya sido efecto de las burbujas…  


Felices nos dormimos entre haditas y gnomos polacos, que era una forma de estar más cerca de “casa”.

 


 

 

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