Como dos madres que llevan su niñita al jardín de infantes, acompañamos los nervios de Laeticia en su primer día de clases. Obviamente que la dejamos a dos cuadras de distancia para no ponerla en apuros con sus nuevos compañeros!
Hicimos un matutino paseíto por las calas de Marsella, más que maravillosas.... Mar y riscos, entrelazados como manos que se acarician unas a otros....
Nos despedimos con un fuertísimo abrazo como para que nos dure otros cuatro años, y tras una breve recorrida por el puerto de Marseille,
Mimí me dejó en una estación de servicio en la ruta según lo acordado. Aún
debía proseguir mi periplo rumbo España, y no era cuestión de quedarse anclada
a viejos cariños de quienes no se puede despegar tan fácilmente. Hay veces que
hay que cortar abruptamente antes de engolosinarse demasiado…
Con la buena estrella que me caracteriza, enseguida encontré una adorable pareja de viajeros en una adorable camionetita-hogar, con perro y todo! Me dijeron que iban para Montpellier, distante 1 ½ hora de donde iniciamos el recorrido, sólo que tardamos 4!
Ya que su paseo incluía el cruce en ferry del estuario del río Ródano, y un picnic en el salar de Giraud, al que por supuesto fui invitada y agradecí de corazón, poder seguir conociendo lugares hermosos de mi amada Francia.
"Si tu piensas que la aventura es peligrosa, prueba con la rutina, es mortal!" escrito en su parabrisas posterior |
Estos son los encuentros que me llenan el alma! Ella era una nativa canadiense con un montón de atrapa-sueños colgados en el interior, junto a otro montón de almohadones multicolores y canasta de Caperucita con frutas y flores, también defensora de los bosques, y una sonrisa inolvidable. Él un viajero semicalvo ya, con las ganas de un joven hippie y la bondad en sus ojos verdes. Muy contentos de nuestro encuentro, a media tarde, me dejaron en otra estación de servicio en las afueras de Montpellier.
Pensé
que con suerte llegaría a Perpignan a pasar la noche,pero una vez más, los hados
estaban de mi parte: pregunté en educado francés, a un señor que admiraba su
BMW mientras tomaba un café en tacita de cartón, si continuaba hacia el sur, y
me dijo en lacónico “argentino”: - “Yo no hablo francés”, como para correrse de
la situación. Entonces le sonreí y le dije: “Entonces te lo pregunto en
argentino?”, y ahí se descolocó con una sonrisa de quien se siente descubierto.
–“Dale subí! Pebeta!”- me contestó con indiscutible tono porteño. Mi olfato me
dijo que sería de zona norte, y no me equivoqué: ricachón de San Isidro. –“Voy
para Barcelona”- agregó como dando por contado que me hacía un favor. Sonreí
incrédula de mi suerte, y le agradecí al tiempo que admiraba el cibernético tablero y el
tapizado con olor a nuevo.
A partir de allí, no paró de hablar en tres horas. Ni me
preguntó el nombre, ni que hacía por ahí, ni en la vida. Se explayó en contarme
todas sus fortunas, cómo se ganaba la vida como usurero, las mujeres que tenía,
sus bienes y posesiones por Europa y Argentina, y algo de sus tres hijas y sus
nietas. Un calambre de asco de ego, pero buen conductor! Que era lo que en ese
momento me importaba. Creo que jamás había estado tan cerca, y por tanto
tiempo, de alguien tan asquerosamente jactansioso y engrupido. En mi propio
silencio llegué a preguntarme: “Qué me está reflejando esta persona que me
molesta tanto?” Preferí no escucharme la respuesta, antes de admitir, que
quizás yo fuera algo parecido… Quizás
todo este monólogo de relatos en este blog sea algo similar a su discurso… no
sé, mi intención es compartirles mis aventuras para que sepan que sí se puede
viajar confiando y sin planes, que la generosidad de la vida, siempre me está
dando! Y más! Y parece que esta vez, se trataba de aprender a no ser así, como
este personaje.
Siguió su perorata al ritmo de los 190 kms/hora sin parar, y
sin cuestionarse si me interesaba su conversación, era como mirarse al espejo y
aplaudirse! Yo me limitaba a breves monosílabos tipo “ahá…”,”ok”, “mirá vos…”
y/o “ohh..” sin sacar los ojos de la ruta por si se llevaba puesto algún otro
vehículo o el mismísimo guarda-raid.
En menos que canta un gallo, llegamos a Barcelona. En el
enjambre de rulos de autopistas, tuvo que bajar el copete, porque confesó no
entender a su GPS, a pesar de la gran pantalla brillante que lucía en el ordenador
del frente de conducción. Como yo tampoco me llevo bien con esos aparatitos, me
limité a indicarle lo que los carteles marcaban sobre la línea de pavimento.
“Derecho, la siguiente salida a 300 metros, la próxima rotonda a la izquierda,
etc..”, donde pareció valorar mi innegable ayuda. Como premio me invitó a cenar
a su prestigioso restaurant que tenía reservado en pleno centro. Por un momento
deseé que mejor me pagara una cómoda habitación privada para recomponerme del
envión del día, pero debí conformarme con la búsqueda de mi propio hostel,
habitación compartida, por solo 15 euros, limpita y honesta!
Tras una grata ducha, salí a reconocer las mansardas y las
cúpulas de la maravillosa Barcelona y acepté la invitación pendiente para las
21,30. Dudé de dejarlo plantado pero mi pancita quiso jugar a probar algo rico
y especial para la cena, en vez de mis tradicionales sándwiches de queso al
paso. Un suntuoso restaurant en la terraza del piso 14° con alberca con papagallo, metre de guantes
blancos y sonrisa Odol, nos condujo a una mesita como si de una pareja formal
se tratara. Ahí comencé a sentirme como una extraña “dama de compañía” y se me
revolvió el estómago. ¿En qué juego me había metido?. Decidí tomar el toro por
las astas, para desmembrar cualquier posibilidad de coqueteos inesperados,
aunque hasta el momento debo decidir que a pesar de sus alegatos, se comportaba
como todo un caballero. De otra calaña, pero caballero al fin.
-“Ya me contaste todos tus éxitos, ahora podrías contarme tu
peor fracaso?”- le espeté a la cara cuando terminó de elegir el vino.
Desconcertado me miró como mirándome por primera vez.
-¿Qué sos psicóloga, o algo así?”- trató de defenderse,
mientras ordenaba su pulpo a la no sé qué, y yo el menú vegetariano de turno.
Se quedó en silencio. Algo se le movió adentro.
Se frotó las manos, giró el cuello en redondo repetidas
veces, carraspeó tapándose los bigotes con la servilleta, y comenzó un nuevo
guión.
Me contó de su dolor de nunca haber conocido a su verdadero
padre, de los trabajos de planchadora de su madre, del accidente donde su
hermano perdió la vida a los catorce sin él poder hacer nada para salvarlo, de
las palizas que le daba su nuevo padrastro, de que nunca pudo estudiar como
hubiera querido, de cómo lo abandonó su primera mujer cuando perdió todo en una
estafa que le hicieron, y donde se juró que nunca más sería pobre!
Quizás fuera un compendio de victimitis, pero a mí me sonó
real y posible para entender su disfraz de triunfador. Ni yo pretendí salvarlo
de nada, ni él pretendía ser salvado de nada, por lo que el coloquio terminó
con el helado de postre, y cada uno a su cucha, a seguir siendo quienes
humildemente podemos ser, con las cartas que nos tocaron y las elecciones que
fuimos haciendo a lo largo de los años. Estoy practicando el “No Juzgar” por lo
que no haré más comentarios, sólo agradecer la rica cena y el paso de una
experiencia más.
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