lunes, 8 de julio de 2024

1° dia Addis Abbeba: Salam…

 El mapa de la ciudad me resultaba tan indescifrable, escrito con letras enroscaditas como gusanos con diarrea, que apenas podía ubicarme con el Google map. Saben que soy de las que necesitan ver en global para luego tirar líneas posibles de recorrido.

Asi que me decidí por un taxi para llegar a la estación de buses a comprar mi ticket para mañana: 4.00 am!!! rumbo a Lalibella. La vida del viajero es muy sacrificada… ja!




Algunos optan por el vuelo de 3 hs. Y con un horario de partida más lógico, pero yo prefiero por tierra para ir contemplando el paisaje, la gente, la flora y la fauna, aunque demore 16 hs.más! Y seguramene los asientos no sean de primera, ya veremos…

Tuve la suerte “angelical” que justo había un muchacho que hablaba perfecto inglés para traducir y explicarme todos los detalles, frente al mostrador del vendedor que no me entendía nada!

Finalmente lo obtuve y decidí celebrarlo en el café bajo un gran árbol, como no podía ser de otra manera!

Aquí es tradicional que las mujeres sentadas en un banquito, tuesten las semillas en el momento, y tras atizar las brasas, preparen la jarra de café en el momento.. mmmm…imaginen el olorcito tibio, delicia incomparable con un Starbuck de máquina. Aguante Ethiopía!




Le ofrecí un café de recompensa a mi traductor ocasional, y ante mi sorpresa, declinó la oferta para pedirme u$s 40 por “el favor”. (El bus ticket había costado solo 25!).

Traté de hacerle entender lo absurdo de su pedido cuando empezó a alzar la voz, ponerse agresivo, y explicarme como funcionaba el karma en estos casos (¡???)

Ante mis reiteradas negativas fue declinando su pretensión de 10 en 10 hasta dejarme “la oferta” de u$s 10.- por sus 10 minutos de “servicios”. Más que ridículo!

En vista que no llegaría a ningún acuerdo porque su actitud de estafador experimentado ya no se merecía ni un u$s1.- me levanté para seguir mi camino, y entonces comenzó a insultarme en arameo a la distancia, aunque por suerte no intentó seguirme. En fin, fueron solo unos minutos desagradables, pero nada grave. Más tarde en el hostel, me enteré que ese era un modus operandi típico de esta región. Incluso los varones corren con peor suerte ya que les han intentado sacarles la gorra o los anteojos de sol, ante la negativa. Otras veces se salen con lo suyo llevándose unas monedas. En fin…

La pobreza pareciera ser extrema, hay mendigos por doquier, niños y ancianos al son de mani, mani, mani todo el tiempo. Las calles reventadas de hoyos, barro y materiales de desecho. Puestos callejeros uno tras otro en un continuo de mercado abierto ininterrumpido… El tráfico en infernal, cruzar las calles es tan riesgoso como tirarse de un 10 ° piso. 


restaurant al paso

mi almuezo de lujo!

Como si no acanzara con la gente usan manequies por doquier



Puedes ver burros (sin dueños a la vista) en plena avenida. Hay edificios monumentales y muchísimos más son esqueletos de hormigón abandonados sin terminar, y que nunca lo serán. Hay autos destartalados al por mayor, aunque hay Audis o Mercedes luciendo descaradamente entre los mercaderes ambulantes y pordioseros. En fin… 


Intenté ir al Museo Nacional, pero estaba cerrado (maldito lunes!), lo mismo que el de Ciencias o el Etnológico. Tuve que contentarme con el frente de la gran y moderna Biblioteca Pública porque también estaba cerrada, aunque en el horario de cartelera figurara abierta. En fin…


















Me fui entonces para la Catedral… y, como en las otras ocasiones, también estaba cerrada, estaban restaurándola! En fin …


Fue entonces que un viejito me indicó otra iglesia muy próxima, pasando un cementerio de lápidas en el mismo camino, donde se escuchaban cánticos en su interior y varias personas alrededor del gran patio circundante rezando en silencio. Me fui acercando despacio y mi curiosidad me instó a entrar, dejando mis zapatillas afuera como ví el montón de chancletas afuera. El olor a incienso embriagaba el recinto. Corrí unas cortinas (les debo todas las fotos porque hubiera sido una falta de respeto total!) y me metí. Unos hombres de blanco con turbantes me miraron más que serios al tiempo que me hacían señas de ir por la puerta opuesta que correspondía a las mujeres. Tomé mi calzado y fui hacia el otro lado del círculo. Entré y en puntillas me ubiqué entre las viejitas, todas cubiertas con sus atuendos blancos y bastones de madera, quienes permanecían de pie en la periferia, frente a un muro muy ornamentado pero que impedía la vista hcia el centro, donde evidentemente se llevaba a cabo “la misa” o como se llamara la ceremonia ritual.





Fue una experiencia de éxtasis durante los 50´que permanecí dentro al son de las letanías interminables e ininteligibles salvo el “amén” cada tanto, entonadas sin fin por un barítono meritorio tras el muro. A cada rato las mujeres entornaban sus torsos con devoción y yo decidí imitarlas. En algún momento la inclinación trasmutó en arrodillarse y de ahí a completa genuflexión en cuatro patas con la frente en el piso. Ya me pareció exceso de sumisión y mi mente criticona empezó con la cantinela de “las pobres sumisas de esta cultura machista..etc..etc..” hasta que por suerte me di cuenta de mi permanente error de juzgar todo y acallé mis pensamientos para segur inmersa en el privilegio de presenciar lo que estaba sucediendo. Entonces, a pesar del crujir de mi rodilla derecha, decidí hacer la reverencia y besar el suelo (la tupida alfombra floripondia con arabescos bordeaux). Al fin y al cabo, me lo había propuesto a mi llegada al aeropuerto y a razón de la lluvia de ese momento, no lo hice. Era un gesto de autobienvenida a Africa! Y lo cumplí con amor.

De repente apareció detrás de las gruesas cortinas de brocados dorados, un prístino sacerdote con capa y bonete con plumas y más toques dorados, munido de un botafumerio que exhalaba incienso a morir y nos lo pasó por delante de cada una de la ronda, en clara expresión de purificación de nuestro supuestos pecados. De todos modos me vendría bien y ese olor me encanta (en su justa medida).

Fue entonces que desconcertado por mi presencia (cabeza sin cubrir, pollera verde de volados a media pierna, medias turquesas, sin bastón, y pullovercito beige cubriendo mis mangas) sacó una gran cruz de madera de un bolsillo oculto de su túnica y me dio un suave coscorrón en la frente con una punta, a la vez que me ofrecía la otra para besarla. Fue solo un instante pero quedé conmovida. Recordé haber visto esos gestos en la calle cada vez que un devoto se cruza con un sacerdote (y los hay por cientos a cada rato) y se acerca para pedirle una bendición y le plantan la cruz. Es una población en su gran mayoría muy religiosa, hay iglesias por doquier y también algunas mezquitas, que por cierto al amanecer y a las 19.00 pregonan sus alabanzas a parlante en cuello por doquier.

Tras el incienso se acercó una especie de monaguillo con una vieja pava (igualita pero más grande que la que usamos para el mate) y se dedicó a servir vasito a vasito a las mujeres. Ni lenta ni perezosa saqué a estrenar el que venía con mi botella purificadora de la mochila y me puse en posición de ser servida y así lo hizo al pasar delante de mí.

Las mujeres apoyaban sus vasos, una a una, en el suelo delante de sus pies y yo volví a copiarlas. Algunas ya me sonreían cómplices después de comprobar que además de “intrusa” yo había resultado una fiel y devocional extraña persona.

Las letanías se repetían sin cesar y yo me dedicaba a observar la suntuosa decoración de la sala anillada, las lámparas con caireles, los retablos de imágenes ortodoxas de vírgenes y santos alados, algunos cubietos de wales translúcidos y otros con restos de velas a sus pies. Los cielorasos profusamente pintados con tonos pasteles y las ventanas con postigones blancos entornados. Todo parecía un cuento de las mil y una noches, pero en africano…

Pasada ya casi una hora, me dí por satisfecha y ya aburrida, aunque incapaz de interrumpir la quietud de reverencias con mi partida. Aunque sospechaba que eso duraría toda la tarde… En un momeno tomé impulso y en el siguiente mis zapatillas y muy avergonzada sin remedio, salí al exterior, donde unas nubes negras amenazaban con tirar el cielo abajo.

Me coloqué mis pepes azules con moño y todo y emprendí la retirada. Desistí de mi siguiente paseo por un parque aledaño ya que las primeras gotas me estaban ya bautizando.

Enseguida divisé la entrada de garage del “imperial” hotel Hilton (otra de las cosas que aquí no se entienden! También hay Sheraton, Sofitel, Four Seasons y Hyatt) . Me abalancé como dueña por su casa y entré como una huésped de lujo. Bendita civilización! El portero de levita me abrió la gran puerta vidriada y en un santiamén estaba en el foyer rodeada de lujos del primer mundo y estratósfera circundante, no se puede creer el nivel! Y la consecuente contradicción con las calles que lo circunscriben. En fin…

En ese momento los truenos y el sonoro aguacero azotaron todos los ventanales con sus correspondientes jardines, floreros al por mayor, palmeras en fila, y otro atributos. Yo no pude menos que agradecer mi m´s que extremada suerte! Sumada a mi apariencia de mujer “de categoría” , ja! Nadie me cuestionó nada cuando me senté en los sillones a esperar que pasara el diluvio. Y me disfruté de otro café al uso etiopiano.




Al rato todo volvió a su calma y yo emprendí la caminata de regreso, incapaz de encontrar un bus que me acercara. En fin…

Tras 90 minutos de barro, piedras, sudor y mendigos, llegué a mi ducha, a mis papas con huevo (a falta de restaurants o mercados “normales”) y a contarles mi día de (algunas) frustradas aventuras. En fin…

Aunque mágicamente, aquí las cuentas me dan más que un super positivo día!

Ahora a dormir que mañana se madruga.

Gracias por acompañarme!

 

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