martes, 9 de julio de 2024

Ruta a Waldia

 El horario programado para la salida de mi bus a Waldia era 4.00 am.-egún figuraba en el ticket- por lo que puse el despertador a las 2.50 intentando conseguir un taxi a tipo Ubber a las 3.00 (me aseguraon que funcionaban toda la noche) y llegar prudencialmente ½ hora antes a la estación de buses.

Me acosté temprano aunque con los nervios de quedarme dormida, tarde más que nunca en conseguir el sueño. 2.50 sonó la alarma y salté de la cama, lavada de dientes, peine, pis, y cierre de valija, listo! 3.00 am. llamando Uber. Contestan. Llegan en 5´. Todo ok. Salvo que diluviaba… no quedaba otra que empaparme hasta la puerta de salida .

En el mientras tanto, chequeo el reloj en mi muñeca y horrorizaba descubro que cometí un error! Eran las 4.00 am!!!!  (El reloj de mi teléfono aun estaba con la hora de España y había programado mal la alarma!). En ese mismo momento el micro se estaría yendo…

En medio de mi desesperación por ya haber perdido mi viaje, llegó el taxista y le expliqué mi agonía de no saber si valía la pena correr a la estación. Gustavi, un santo! Se mostró más que servicial intentando llamar a la compañía para avisar la demora y que me esperen… Mi corazón disminuyó el 50% del galope que tenía, aunque no atendieron el llamado, pero aprecié su actitud.

El manejaba a los piques en medio de la noche oscura, el aguacero y las calles de barro.

Llegamos y una multitud -para variar- corría bajo paraguas multicolores como un hormiguero borracho.

Gustavi se ofreció a buscar el micro que me hubiera correspondido (ya eran 4.40 y yo había perdido toda esperanza y u$s 25!) . Experto en moverse entre cientos de buses desalineados como si los hubieran irado como dados, con mi bolso al hombro y como si la lluvia no existiera, preguntaba a diestra y siniestra (obvio en arhámico) y yo sin perderle pisada atrás.

Inimaginablmente aún estaban cargándole bultos en la bodega bajo el chasis. Era bastante moderno! Y estaba ahí! -Gracias angelito Gustavi!- sin él no hubiera sido posible.



Me acomodé en el asiento designado -el 1° como a mí me gusta- y estaba tan agradecida y contenta que ni me importó la mojadura. Me esperaban “teóricamente” 9 horas de viaje, incluida la parada al “restaurant” para el almuerzo.

Finalmente el bus partió a las 4.50, suerte para mí? (¿O fueron los angelitos?)

Por supuesto quedé rendida dormida hasta eso de las 10 u 11. Al abrir los ojos fuera de la ciudad, ya el paisaje iluminado me pareció soberano, campos sembrados, a lo lejos las montañas boscosas… aunque de cerca mejor no hablar del pavimento reventado, la inexistencia de banquinas, líneas demarcatorias, ni carteles de nada, nunca! y ni hablar del modo de conducir del chofer!!! Sin soltar el celular, pasar en plena curvas, tocar bocina sin ton ni son (a los animales en ruta porque autos casi inexistentes, soo camiones y miles de toc-tocs) 




En fin… me concentraría en la naturaleza circundante, bellísima bajo la lluvia.

En algún momento cerca del mediodía nos dieron a cada pasajero una botellita de agua y una galleta envasada. De curiosa nomás leo el envase para ver de que se trataba y descubro que su fecha de vencimiento era de 8 años atrás! De curiosa nomás la abro para ver en que consistía y en qué estado estaba, aparentaba apetitosa…  De hambrienta nomás, me animé a probarla (era una mínima galletita) . Estaba muy rica, y aún estoy viva! 


Al rato, parada oficial 10´para ir a hacer las necesidades fisiológicas. Noten que no dije “para ir al baño”. Porque la parada fue exactamente a un lado del camino, yuyos mediante. Nada de estación de servicio, gomerías, bares o algo al uso nostro. No, no! Cada cual a su pito o nalgas al aire, como si nada, a centímetros unos de otros…  En fin, obvio que ni lo intenté. Esperé asombrada en mi asiento, a que todos volvieran a sus lugares. (Obvio ni lavatorios ni toallita humedecida que valga).

El paisaje urbano que se desarrollaba para mi goce y distracción rayaba en lo pavoroso, no solo de la pobreza o en el nivel de… como llamarlo? : exceso de tierra?, sino en el nivel de posibles accidentes sin ton ni son. Ya no era falta de seguridad vial, era un aquelarre de desfile de burritos, cabras, niños, vacas, gallinas, camellos, bueyes, hombres, mujeres, sulkys, carros, toc tocs, bicicletas, etcs.indefinidos, en cualquier orden o más precisamente, en pleno desorden, cruzándose de lado a lado, instalados sobre lo que quedaba de pavimento, o en las supuestas banquinas sin ni la más mínima distancia. La palabra “caos” se queda chica. Lástima que este blog no sube videos, porque no hay palabras para describir esta forma “cultural” de tomarse la vida con tan poco o nada de valor.






















Trato de no dar juicios, tan solo de describir lo que veo, aunque seguramente se me escapa mi indignación, mi impotencia y mi tristeza de ver tan brutalmente las diferencias en un mundo más que desigual.

Siendo las 14.30 y no habiendo visto la parada prometida del supuesto restaurant, el micro comenzó a corcovear con unos ruidos de motor en estado de jubilación forzosa. Vuelta a parar en los yuyos (algunos aprovecharon para repetir) y el chofer se empeñaba en revisar algo bajo un lateral.




Se fueron acercando gentiles colaboradores “mecánicos” pero nadie acertaba a hacerlo andar. Las horas corrían, el calor tras la lluvia se llenaba de moscas, y yo me dedicaba a la observación pasiva de los hechos, incomunicada oralmente la posibilidad de hablar con alguien o enterarme de que pronóstico había.

Así descubrí que los hombres por la calle se saludan con un empujoncito de hombros: acercan el derecho al contrario de su conocido y dan por hecho el encuentro.

2° Las mujeres en cambio, al encontrase se besan alternativamente en cada cachete, siendo lo mínimo 4 veces y lo máximo que vi fueron 16! Juro que los conté!

3° Jamás vi a nadie abrazarse, ni como saludo ni como ternura de amantes. Si veo que todos son muy cariñosos al ir un brazo apoyado sobre los hombros de un amigo/a, hijos, parejas, vacas, burros y similares. O sea, mucho contacto carnal. Y muchísimo más visual: y me miran con unos ojazos redondos, negros, potentes, que sonríen al son de blancas y alineadas dentaduras. Aquí los viejos tienen unos dientes perfectos.

4° Obviamente la alimentación, o más precisamente la falta de ella, los hace a todos delgados (solo vi 2 gordos en 3 días) muchos muchachos muy altos y erguidos, y así también los viejos. Las mujeres tienen estatura media normal y quizás algunas mas rechonchitas, pero en general delgadas. Los niños, además de tenerme embelesada con sus “Salam” manitas alzadas cuando me ven y sus eternas sonrisas, están proporcionalmente bien (aun no he visto ninguno desnutrido como mi prejuicio esperaba). Eso sí, hay que descubrirlos tras un manto de tierra. 



5° Nadie, NADIE! Fuma. Nunca y en ningún lado! Ni hacen falta carteles, ni hay kioscos donde comprar cigarrillos, ni pipas, ni cigarros. No creo que sea conciencia saludable, mas bien pobreza inteligente.

6° Tema vestimentas se merece un capítulo aparte, es tan surtida y diversa! Lástima lo difícil que se me hace sacar fotos. A nadie le gusta, se molestan y me parece lógico, no son mis monitos de zoo. A mí tampoco me gustaría, salvo que me lo pidieran respetuosamente. De hecho, para ellos soy igual de extraña que ellos para mí, por lo que todo el tiempo nos miramos unos a otros con la mejor prudencia posible aunque con la máxima curiosidad evidente.

Otro día sigo con más observaciones, porque lo cierto es que tras tres vanas horas, nos pasaron a todos a otro bus para seguir ya que el nuestro quedó inutilizado. 


El siguiente era modelo 30 años menos, 20 butacas menos y porta equipajes aéreo bajo supuestas lonas impermeables (recuerden que el pronóstico de lluvia estaba presente). Apiñados como aceitunas en frasco, nos amontonaron como se pudo y seguimos viaje. Este modelito paraba en todas, porque era una especie de local que hacía el favor de sumarse los que procedíamos del averiado. Al ser local, llegó hasta un determinado punto (no me pidan nombres de ciudades, los pocos carteles son caracolitos para mí) y hubo que volver a cambiar de vehículo.

Esta vez nos dividieron en 2 combis con supuestos 12 asientos. En la mía nos amotinaron como 32 pasajeros incómodamente “arrojados” aunque urgente, se hacía ya de noche. A mi lado me tocó con una mujer de negro con gurca negra y ojos negros, del otro lado tenía la ventanilla rota que entraba un fresquete nada apetecible pero sanador como ventilación más que suficiente ante la aglomeración humana y los olores de ya esa hora.

Apenas salimos nos paró la policía. Corrieron la puerta corrediza lateral, enfocaron los rostros apretados de los presentes con linternas molestas y pidieron documentos, salvo a mí que parecía invisible. Entre codazos y exhalaciones brotaron los carnets de identificación, y sin ni leerlos, bajaron las luces y cerraron la puerta al son de “siga!”

Mi cansancio comenzaba a informarle a mis huesos que había una bolsita de dátiles en mi mochila, para aplacar el bichito que ya se codeaba con mi pis acumulado desde las 2.50 am., recuerdan? Aunque imposible alcanzarla en el techo, además de intuir que todo se estaría ya mojando…

Había que aguantar, la aventura es la aventura! A no quejarme, solo yo me había metido en esto, nadie me obligó a tomar vacaciones fuera del Caribe. Solo a mí se me ocurren estas cosas.. mejor no ponerme a recriminarme ahora, sobre lo llovido, literalmente! Ya llegaríam


os…

Al rato, de nuevo los milicos. Idem escena. Idem ni mirarme. –“Siga!” 

La gente no paraba de hablar por celular. Aquí están todos a la orden del día. Puede que estén arando con una mano y en la otra llevan el celu. O le dan con la varita al rebaño de cabras y en la oreja calzado el móvil. Aunque aquí no veo que tecleen mensajitos, o hagan jueguitos y roleen el Instagram, aquí todos hablan! Por lo que suenan y suenan todo el tiempo. Intuía que en esos momentos todos le estarían avisando a sus parientes, o quienes estuvieran esperándolos en Waldia, lo “atrasadito” que llegaríamos, apenas 6 horas más de lo previsto. Para un viaje de 9, no es mal promedio, verdad? En fin…

Al rato, nueva escenita con los milicos de turno. Per jodere, porque podíamos llevar una bomba en medio de la multitud reinante, o 50 kg. de cocaíana, un muerto, o lo que sea, que no revisaban nada, más que pedir documentos que ni leían.

Hasta que en algún momento ya entrando a Waldía, los canas de ese puesto, anuncian algo al chofer y todos comienzan a protestar, quejarse y angustiarse. Intuí que algo grave pasaba pero como mi silencio para con el aramaico seguía en pie, no entendí nada. Solo veía que el nudo humano se destejía y que empezaban a bajarse en medio de la ruta totalmente a oscuras.

El chofer se subió al techo para bajar los bultos y yo entendí que hasta allí llegaba mi amor. Allí no había población alguna, mucho menos un hotel. Todos se iban yendo siendo tragados por la negrura y yo me negaba a arrastrar las rueditas de mi valija por el barro rumbo a lo desconocido y vaya a saber durante cuantos kilómetros.

Miré al chofer con cara de pollo deshuesado y éste le dijo no sé que al cana donde solo entendí “turist” y éste otro le dijo no sé que… y me preguntó adonde iba en inglés y mi aliento volvió a mi alma, al encontrar un interlocutor válido. Le dije que mi intención era seguir a Lalibella pero que ni idea del horario del siguiente micro. Que pretendía tomar uno de noche. Me dijo que imposible ya que las rutas están cortadas después de las 21 hs. (eran ya las 21.30) por el toque de queda. Glup! O sea, era cierto que había “conflictos” en el norte del país. Y volvió a aramerear con el chofer que ahora miraba desconcertado. Entonces me “tranquilizó” diciéndome que podía dormir en ese minibús y que el chofer a la mañana, cuando levantan el corte de ruta, me llevaría directo a la estación de buses. Me pareció una opción EXCELENTE! Ante la posibilidad de caminar sola en búsqueda de un hotel en una ciudad (¿’?) desierta o inexistene.

El chofer asintió con una cara de buenazo al tiempo que me alcanzaba un almohadón y corría la puerta lateral. Le pedí un segundo para ir a los yuyos, y ahí nomás, a escasos metros del gendarme, semisombra mediante, regué a piacere.

Me metí en la combi y descubrí que otros dos hombres también dormirían allí, con el chofer tres. Así el cuento de la noche que me acosté con 3 negros! Jaa!!!  Estábamos tan molidos, que no dio ni para las buenas noches.

Pd: al recuperar mi mochila, busqué los dátiles y les compartí a mis ocasionales compañeros de cuarto. Sus sonrisas a modo de agradecimiento famélico se iluminaron en la oscuridad interior. Una fiesta!

 

 

 

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