domingo, 14 de julio de 2024

Bienvenida a Semera

 Amanecer en un paisaje muy diferente al citadino del que me despedí, para abrir los ojos en medio del desierto de Semera, con sus “iglúes” de lonas apiladas, pertenecientes a los nómades de la región.


Apenas me estaba despabilando cuando escucho al conductor gritar el nombre de la localidad a la que yo me dirigía así como darme cuenta que estábamos detenidos en medio de la nada, y que los últimos pasajeros ya habían descendido. Ergo, debía tomar mis cosas y descender, pero… ¿adonde iría…?

Fue dar vuelta al bus y encontrarme de frente con una única edificación de 3 pisos, balcones, patio ajardinado y un gran cartel con la palabra mágica: “Hotel”. O sea, ése sería el único punto posible de encuentro con mi anfitrión Efren.



Apenas entré al lobby, el concerje me avisó que E. llegaría en unos minutos. Que había ido al aeropuerto (o sea a la esquina) a buscar a los otros huéspedes y futuros  miembros de mi grupo. Entonces mientras, me servirían el desayuno. ¿Qué más se le puede pedir a la Vida?















Me acomodé en una mesita afuera y mientras esperaba mi manjar, divisé unos nidos colgantes del árbol sobre mi cabeza. Inmediatamente el vuelo y el canto de unos pajarillos amarillos revoloteando. ¿Qué más se le puede pedir a la Vida?

En medio de mis huevos revueltos con té oliendo a canela, llegó E. con mi tocaya y Rodrigo, dos guapísimos españoles con quien enseguida congeniamos.

Nos ubicaron en un Land Rover con las mochilas en el compartimento trasero y nos dirigimos hacia el norte, previa llenada de tanque. Observar la modernidad de la gasolinera con el fast food (catres para camioneros) detrás.





Abuth sería nuestro experto y entrañable chofer y guía durante los tres días que nos esperaban juntos en la travesía del desierto. Saber que hablaría en español en grata compañía ya era un certificado a pasarla de maravillas.

¿Pero quién dijo que los desiertos son solo de arena? Por el que nos dirigíamos era de sal y tierra, más tarde se convirtió en desierto de lava, con su negrura inhóspita y solitaria.









La 4 x 4 iba a los tumbos esquivando piedras, hoyos, barriales, salares, y restos de lo que alguna vez fue un pavimento. Con el típico “african massage” nos fue introduciendo en un mundo lunar que aumentaba de temperatura a cada segundo.

Pasamos por unos grandes piletones en donde otrora se extraía y procesaba la sal pero que ahora duermen el sueño del negocio no rentable debido al corte de rutas que rige la guerra que sostienen con parte de Somalia y la provincia de Afar.




Son enormes extensiones cual salar de Uyumi en Bolivia, que han dejado en la más absoluta pobreza a los habitantes locales. Cuando crees que ya has visto todo referido a esto último, aún encontrarás ranchos más deshechos que los anteriores. Aunque las sonrisas de los niños siga sin enterarse de la realidad de sus mayores.




Nos detuvimos en un “restaurant” donde nos estaban esperando con spaguettis! con salsa ultrapicante!!! y 44°C bajo las lonas. Refrescaban el piso con una regadera, mientras las cabritas olfateaban nuestros platos. La charla y las risas con los nuevos amigos sostenían el buen momento y la expectativa del resto del día.


Seguimos alejándonos del mundo, acunados en el aire acondicionado de la camioneta, admirando la belleza negra a nuestro alrededor. Abuth zigzagueaba el volante cual partido de ping pong.

Siendo las cinco de la tarde llegamos al campamento base donde ya había otras dos camionetas con sus respectivos guías, 5 turistas extranjeros y el cocinero.





Nos colocaron unas colchonetas entre las matas, con las ruedas haciéndonos de telón de protección contra el viento y nos aconsejaron una siesta antes de las 18.00pm. que sería el horario previsto para la ascensión a la boca del volcán.

Llegada a este punto, yo no tenía la menor idea en que consistía “la visita” ni que se suponía que había por allí.

Tras un café reforzador y la colocada de las zapatillas, iniciamos el ascenso a pie! Ahí recordé que me habían prometido el ascenso a camello, pero parece ser que porque es baja temporada, los camellos estaban de vacaciones. Igualmente a esta altura de mi supuesta evolución mental, no creo que me hubiera permitido el lujo de montarme sobre un pobre animal que no elegiría semejante tortura: pisar entre piedras con una boba encima cuesta arriba.


Entonces, ¡a subir nomás! El viento te empujaba hasta hacerte perder el equilibrio, la luz se iba retirando y desdibujando los huecos entre los pastizales y las rocas partidas. La sed y el calor fueron invitados permanentes. Faltaba el aire… y el poco que había olía a azufre y polvo. No llegábamos más a la cima, casi una hora de caminata en vertical ascenso… hasta que finalmente: ¡la maravilla!





Nos asomamos a un gigante óvalo de mar ondulante negro, aún tibio, a unos pocos metros bajo nuestras narices. En su inmensidad contenía a lo lejos al volcán Erta Ale ¡erupcionando! Lo que significa, escupiendo fuego con un poder atronador. Más allá, otro más pequeño, también encendido, y ya lejísimo, otro apagado.




Nos quedamos mudos de respeto ante aquella visión sublime, imprevista, desconocida, imponente, extramundo…

El viento no te permitía sostener la cámara en paz (perdón si todas las fotos y videos salieron movidos), bastante con sostenerse a una misma! aunque las miradas no podían despegarse de ese paisaje bestial.







Descendimos unos metros en fila india, acompañados por el experto guía, hasta posicionarnos frente a una grieta dorada, rojo incandescente, verde fosforescente y azules metálicos, todo reunido en una sinfonía de pavorosa oscuridad iluminada de chispas y fogonazos de película de terror.

A sabiendas que la distancia nos mantenía a salvo, ese no era el sentimiento que me invadía, sino más bien, saberme minúscula admiradora de semejante belleza inaudita.





Si mirar el fuego en un fogón de campamento, capta la atención ininterrumpida, apreciar un volcán te paraliza el alma de reverencia.

El viento seguía empujando y el temblor de las piernas sumado al cansancio, hicieron que la mayoría del grupo se dieran por satisfechos y emprendieran la retirada.

Maryware, Rodrigo y yo nos recorrimos unos metros a la derecha para apreciar la boca del otro volcán cuyo río de fuego corría fluyendo hacia las oquedades de la tierra.

Nos sentamos en unas piedras como bancos de un templo sagrado, en perpetuo silencio nos quedamos largo tiempo contemplando la majestuosidad envuelta de absoluta oscuridad…




No sé cuanto tiempo pasó hasta que el guía nos recomendó descender la cuesta por la que habíamos ascendido. La linterna de los chicos me salvó la vida, aunque en una mala pisada, me torcí un poco el tobillo izquierdo. Obvio seguí como si nada, aunque el guía me tomó de la mano, para evitar perderme por el supuesto camino de bajada. Ya en el campamento, Rodrigo me puso un spray antiinflamatorio y con los masajes de cariño, al día siguiente ya apenas era una molestia.

El cocinero se lució con una sopa de lentejas, una ensalada de verdura, ananá y soja y no me acuerdo que más, pero sí recuerdo que estaba exquisita, abundante y más que satisfactoria.



Recogimos las cosas y antes de volarnos, nos tiramos en las colchonetas ya que la jornada siguiente comenzaría a las 3.00 a.m.!!!! Sí! 



La vida del viajero es muy sacrificada, como ya expliqué muchas veces, aunque así de genial también!

Ya horizontal contra las ruedas de la 4 x 4, pretendí contemplar el cielo estrellado, pero el agotamiento me ganó la partida. Sólo alcancé a AGRADECER…

 

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