Amanecer en un paisaje muy diferente al citadino del que me despedí, para abrir los ojos en medio del desierto de Semera, con sus “iglúes” de lonas apiladas, pertenecientes a los nómades de la región.
Apenas me
estaba despabilando cuando escucho al conductor gritar el nombre de la
localidad a la que yo me dirigía así como darme cuenta que estábamos detenidos
en medio de la nada, y que los últimos pasajeros ya habían descendido. Ergo,
debía tomar mis cosas y descender, pero… ¿adonde iría…?
Fue dar
vuelta al bus y encontrarme de frente con una única edificación de 3 pisos,
balcones, patio ajardinado y un gran cartel con la palabra mágica: “Hotel”. O
sea, ése sería el único punto posible de encuentro con mi anfitrión Efren.
Apenas entré
al lobby, el concerje me avisó que E. llegaría en unos minutos. Que había ido
al aeropuerto (o sea a la esquina) a buscar a los otros huéspedes y futuros miembros de mi grupo. Entonces mientras, me
servirían el desayuno. ¿Qué más se le puede pedir a la Vida?
Me acomodé
en una mesita afuera y mientras esperaba mi manjar, divisé unos nidos colgantes
del árbol sobre mi cabeza. Inmediatamente el vuelo y el canto de unos
pajarillos amarillos revoloteando. ¿Qué más se le puede pedir a la Vida?
En medio de
mis huevos revueltos con té oliendo a canela, llegó E. con mi tocaya y Rodrigo,
dos guapísimos españoles con quien enseguida congeniamos.
Nos ubicaron
en un Land Rover con las mochilas en el compartimento trasero y nos dirigimos hacia
el norte, previa llenada de tanque. Observar la modernidad de la gasolinera con
el fast food (catres para camioneros) detrás.
Abuth sería
nuestro experto y entrañable chofer y guía durante los tres días que nos
esperaban juntos en la travesía del desierto. Saber que hablaría en español en
grata compañía ya era un certificado a pasarla de maravillas.
¿Pero quién
dijo que los desiertos son solo de arena? Por el que nos dirigíamos era de sal
y tierra, más tarde se convirtió en desierto de lava, con su negrura inhóspita
y solitaria.
La 4 x 4 iba
a los tumbos esquivando piedras, hoyos, barriales, salares, y restos de lo que
alguna vez fue un pavimento. Con el típico “african massage” nos fue
introduciendo en un mundo lunar que aumentaba de temperatura a cada segundo.
Pasamos por
unos grandes piletones en donde otrora se extraía y procesaba la sal pero que
ahora duermen el sueño del negocio no rentable debido al corte de rutas que
rige la guerra que sostienen con parte de Somalia y la provincia de Afar.
Son enormes
extensiones cual salar de Uyumi en Bolivia, que han dejado en la más absoluta
pobreza a los habitantes locales. Cuando crees que ya has visto todo referido a
esto último, aún encontrarás ranchos más deshechos que los anteriores. Aunque
las sonrisas de los niños siga sin enterarse de la realidad de sus mayores.
Nos
detuvimos en un “restaurant” donde nos estaban esperando con spaguettis! con
salsa ultrapicante!!! y 44°C bajo las lonas. Refrescaban el piso con una
regadera, mientras las cabritas olfateaban nuestros platos. La charla y las
risas con los nuevos amigos sostenían el buen momento y la expectativa del
resto del día.
Seguimos
alejándonos del mundo, acunados en el aire acondicionado de la camioneta,
admirando la belleza negra a nuestro alrededor. Abuth zigzagueaba el volante
cual partido de ping pong.
Siendo las
cinco de la tarde llegamos al campamento base donde ya había otras dos
camionetas con sus respectivos guías, 5 turistas extranjeros y el cocinero.
Nos colocaron unas colchonetas entre las matas, con las ruedas haciéndonos de telón de protección contra el viento y nos aconsejaron una siesta antes de las 18.00pm. que sería el horario previsto para la ascensión a la boca del volcán.
Llegada a
este punto, yo no tenía la menor idea en que consistía “la visita” ni que se
suponía que había por allí.
Tras un café
reforzador y la colocada de las zapatillas, iniciamos el ascenso a pie! Ahí
recordé que me habían prometido el ascenso a camello, pero parece ser que
porque es baja temporada, los camellos estaban de vacaciones. Igualmente a esta
altura de mi supuesta evolución mental, no creo que me hubiera permitido el
lujo de montarme sobre un pobre animal que no elegiría semejante tortura: pisar
entre piedras con una boba encima cuesta arriba.
Nos asomamos
a un gigante óvalo de mar ondulante negro, aún tibio, a unos pocos metros bajo
nuestras narices. En su inmensidad contenía a lo lejos al volcán Erta Ale ¡erupcionando!
Lo que significa, escupiendo fuego con un poder atronador. Más allá, otro más
pequeño, también encendido, y ya lejísimo, otro apagado.
Nos quedamos
mudos de respeto ante aquella visión sublime, imprevista, desconocida,
imponente, extramundo…
El viento no
te permitía sostener la cámara en paz (perdón si todas las fotos y videos
salieron movidos), bastante con sostenerse a una misma! aunque las miradas no
podían despegarse de ese paisaje bestial.
Descendimos
unos metros en fila india, acompañados por el experto guía, hasta posicionarnos
frente a una grieta dorada, rojo incandescente, verde fosforescente y azules
metálicos, todo reunido en una sinfonía de pavorosa oscuridad iluminada de chispas
y fogonazos de película de terror.
A sabiendas
que la distancia nos mantenía a salvo, ese no era el sentimiento que me
invadía, sino más bien, saberme minúscula admiradora de semejante belleza
inaudita.
Si mirar el fuego en un fogón de campamento, capta la atención ininterrumpida, apreciar un volcán te paraliza el alma de reverencia.
El viento
seguía empujando y el temblor de las piernas sumado al cansancio, hicieron que
la mayoría del grupo se dieran por satisfechos y emprendieran la retirada.
Maryware,
Rodrigo y yo nos recorrimos unos metros a la derecha para apreciar la boca del
otro volcán cuyo río de fuego corría fluyendo hacia las oquedades de la tierra.
Nos sentamos
en unas piedras como bancos de un templo sagrado, en perpetuo silencio nos
quedamos largo tiempo contemplando la majestuosidad envuelta de absoluta
oscuridad…
No sé cuanto
tiempo pasó hasta que el guía nos recomendó descender la cuesta por la que
habíamos ascendido. La linterna de los chicos me salvó la vida, aunque en una
mala pisada, me torcí un poco el tobillo izquierdo. Obvio seguí como si nada,
aunque el guía me tomó de la mano, para evitar perderme por el supuesto camino
de bajada. Ya en el campamento, Rodrigo me puso un spray antiinflamatorio y con
los masajes de cariño, al día siguiente ya apenas era una molestia.
El cocinero
se lució con una sopa de lentejas, una ensalada de verdura, ananá y soja y no
me acuerdo que más, pero sí recuerdo que estaba exquisita, abundante y más que
satisfactoria.
Recogimos las cosas y antes de volarnos, nos tiramos en las colchonetas ya que la jornada siguiente comenzaría a las 3.00 a.m.!!!! Sí!
La vida del viajero es muy
sacrificada, como ya expliqué muchas veces, aunque así de genial también!
Ya
horizontal contra las ruedas de la 4 x 4, pretendí contemplar el cielo
estrellado, pero el agotamiento me ganó la partida. Sólo alcancé a AGRADECER…
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