Puntual como reloj chino, Kate estaba lista en el hall y el taxista también. Por suerte no llovía.
Cuando estábamos llegando a la estación de micros recibo un llamado de la empresa de micros para preguntarme si ya estaba llegando porque el micro ya se estaba yendo. ¡Media hora antes de lo fijado!!!
A modo de cheq in oral les rogué que
nos esperen, que no estábamos retrasadas sino que el horario asignado era el
que figuraba en el pasaje. A regañadientes, en la oscuridad de las luces de los
autos en plena noche, llegamos a la estación y tras el pago apurado, nos
subieron las maletas al compartimento bajo el micro que ya estaba esperando en
la calle de salida. ¡Cosas etíopes! Ja! Todo muy personalizado..
Kate retomó
su sueño en 1 segundo y yo me dediqué a relajarme con la línea hostil de una
ruta casi deshecha donde las primeras vacas, mulas, gallinas y cabritos
comenzaban a usurparla.
Dos horas de
andar y el bus se detuvo en un “círculo desordenado” (no sé si llamarlo
“lugar”) de banquitos plásticos multicolores de antigüedad indefinida y estado
más que precario. Una laboriosa mujer apantallaba el brasero y tenía las
tacitas prontas bajo el árbol, junto a una gran canasta con frituras de forma
irregular. Evidentemente era la cafetería parada obligada. (baños al fondo, a
los yuyos!)
Me encantó
formar parte de los comensales y me animé a pedirme una tortita frita,
exquisita! Nada grasosa! Diría: un manjar! Y el café para variar, exquisito!
Todo endulzado con sonrisas de los locales y por menos de un ¼ de dólar.
Increíble.
Ya con el
estómago satisfecho, retomé mi siesta viajera, aunque no quería perderme el
paisaje que se iba transformando cada vez más verde y más selvático. A la
izquierda, un gran lago. Es la gran fractura que está diviendo el continente en
dos placas tectónicas, según me explicaron. Evidentemente, eso no sucedería ese
día, por lo que retomé mi plácido sueño.
Pasado el
mediodía, llegamos a Arba Minch. Una ciudad tan caótica como tantas, donde los
abejorros de toc tocs y falsos samaritanos que insisten en llevarte la valija,
te impiden el paso.
Pregunté por
mi siguiente minibús a Tongo-Jinka y me dijeron que ya no había ninguno, que
solo salen a la mañana muy temprano (como todos…) Me extrañó que la información
de Shinko no se estaría cumpliendo y lo llamé por teléfono. El bochinche de los
vendedores ambulantes y los “ayudadores” espontáneos era tal que no entendía
nada, menos en inglés y a 500 kms!.
Mientras la veo a Kate, tratando de negociar con un apuesto joven onda Bob Marley, que se destacaba del resto, no solo por sus rastas, sino por su ropa occidentalizada, sus borcegos de marca, su sonrisa espléndida, su excelente inglés y sus educados modales.
Le marcaba los mismos pasos que me había ofrecido Shinko pero saliendo desde esa misma ciudad, aunque a un precio algo superior. Estiré la oreja y activé mi razonamiento: mejor pájaro en mano que desperdiciar la tarde en ese poblado, dormir mal y madrugar para seguir “buseando” todo el día siguiente e ir a parar a una moto destartalda.
A esa altura ya había visto que clase de motitos eran y
en que estado estaban, sin aclarar en que forma loca manejaban. Un suicidio! No
apto para mujeres de más de 60 (Kate no llega a los 30), sin cascos y con un menisco
convalesciente. Dos más dos son multitud y en un santiamén, decidí hacer equipo
con Kate, cancelar con Shinko y procurar que Bob Marley nos consiguiera un
auto, con aire please! Y a buen precio!
Al ser las
únicas turistas del día, evidentemente, pudimos presionarlo para que también se
hiciera cargo de esa noche ya que partiríamos a la manñana siguiente y que
durante la tarde nos paseara por los alrededores. Decían que en lago había
cocodrilos gigantes, aunque no era eso precisamente lo que me atraía. Redobló
la apuesta y nos invitó a almorzar. Negocio asegurado para todos! Kate contenta
(apenas se le leían los rasgos de satisfacción en una mini sonrisa casi plana)
con la propuesta.
La injera
estaba excelente! Ya me voy acostumbrando y aprendiendo que partes no he de
probar, salsas abstenerse!
Tras la
ceremonia del café nos llevó a su casa en medio de una selvita repacífica,
hermoso lugar lleno de árboles, plantas y pájaros azules.
El interior estaba impecablemente limpio y prolijo, con blancos mosquiteros sobre las camas disponibles. La música reggae sonando en el aire y la explicación de los rastafari en boca de Kali, nuestro anfitrión. Googleen Haile Selassie, conocido como Ra´s Tafari, último emperador etíope, descendiente del rey Salomón, por lo que le consideraba mesiánico ergo divino, y fundó su propia religión filosófica que tanto arraigó en Jamaica.
De hecho los colores de ambas banderas son los
mismos: el verde de la naturaleza, el amarillo de su abundante riqueza y el
rojo de la sangre derramada de tantos esclavos exportados… De hecho, él era un
fiel seguidor, marihuana mediante. Me ofreció una pitaditas, pero me negué al
preciado regalo, fiel a mis propios principios. Al rato me contó de la pérdida
de su bebé de tres añitos por haberse enamorado de una belga “con costumbres
europeas” y la pareja no funcionó… Un amor de hombre!
Kate se fue
a siestear y yo me acomodé en su jardín a escribir un rato y hacer tiempo hasta
la puesta del sol en que nos llevaría a verla al lago y luego al mercado local.
Buen programa para una tarde no programada!
Veremos,
veremos… como sigue la aventura reggae!
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