Repetí el exquisito manjar de papaya en el desayuno junto a los huevos salteados “sin onions” (cebollas) y unos panqueques de milagro, junto a los pájaros que despertaban el amanecer en la selva del lodge.
Ya del otro lado, caminamos junto al nuevo guía local hasta el paraje de los “Dasench people”.
Otro modelo de chozas, tipo iglú de chapas muy bajitos con una única entrada con un fogón dentro, donde duermen de 7 a 10 personas según la conformación de cada familia. Duermen las madres con las hijas de un lado y el padre con os varones del otro.
La verdad es que no me quedó claro cual sería la línea divisoria en un círculo de escaso 3 metros de diámetro con el fogón central incluido.
No quiero ni imaginar el calor interior en verano con el techo de chapa a menos de metro y pico del suelo, sin poder siquiera pararse erguido adentro.
Evidentemente
por eso, la vida de las personas transcurre mayoritariamente en el exterior,
sentados de cuclillas (excelente e envidiable estiramiento de los músculos del
fémur), mirando el rebaño a lo lejos y a los niños encima de ellos, colgados de
la teta o jugando con la tierra.
La
transculterización está llegando lentamente, ya que algunos visten remeras
-aunque ni sepan a que cuadro pertenecen- pero que les piden a los turistas que
los visitan. Lo mismo con las sandalias, o las camperas! Con 40° C y después de
haber vivido desnudos por siglos!
Siguen las
mismas tradiciones que las otras tribus aunque no se enteran ni que existen,
son como células aisladas y diversas unas de otras.
Algunas
mujeres se preparaban para armar su negocito exponiendo sus artesanías sobre
lonas multicolores, lo que me dio la pista que esperaban otras visitas.
Otras
amamantaban en 24/7 a los propios y ajenos, por así decir, no se sabe a quien
pertenecen, todos son de todos!
Otra se
esforzaba en despiojar y/o hacerle trencitas a una abuela tirada lo más pancha
en el suelo, disfrutando el relax y la dedicación de la que portaba un
ganchillo a modo de peine.
Otras
armaron una rueda y cantaron sus danzas para nosotros, su pequeño show antes de
pedir “la colaboración”.
Lamentablemente no puedo publicar en @instagram todas las imágenes porque
ya fui censurada por “imágenes obsenas” (pechos desnudos?¡). Pensar que en las
playas europeas el topless es lo más habitual, o las influencers del momento
usan escotes bajo el ombligo, pero parece ser que los que fiscalizan @ son más
puristas que el Papa. En fin…
Jugué y reí un rato más con los amorosos niños hasta que
tocó la nueva despedida. Baya nos pasó a buscar y nos refugiamos en el
civilizado aire acondicionado de la camioneta.
Seguimos unos cuantos kilómetros hacia el norte, hasta
Dimeka, donde los sábados se lleva a cabo “el mercado local”. Llega gente de
todos los alrededores y exponen sus productos, apiñados bajo la sombra de los
árboles de un predio pastoril que asume de plaza pública.
Todos hincados detrás de sus paupérrimas bolsitas con unas pocas papas, yuyos de todo tipo, botellitas plásticas recargadas de vaya a saber qué, tabaco, y del otro también, huevos con la gallina al lado y todo, tejidos, artesanías en madera de acacia (muy perfumada), adornos para el cuerpo y la cabeza, tinturas, cabritos, cuerdas, sopas y menjunjes varios, y hasta celulares!
Apenas un poco más allá, el sector de los hombres con sus
cientos de cabezas de ganado, pesando los animales colgándolos de una pata de
un árbol con balanza de tiro. Entre el estiércol y la pena, me alejé
rápidamente de ese sector.
Nos sentamos en un restaurant (¿?) para almorzar pero yo ya
tenía el estómago revuelto por lo que lo dejé pasar. Me dediqué a jugar con otros niños
que como hipnotizados por mi piel, no dejaban de preguntarme mi nombre y
regalarme sus risas con mis cosquillas.
Terminada la sesión de fotos varias, nos dirigimos a Jinka,
final del recorrido del día. Sin dejar de pasar a ver a los Bana tribu, que
viven montados a sus precarios zancos y tienen sus pieles negras grafitadas con
rayas blancas de cenizas. Lamentablemente no llegué a ver sus viviendas, ni
compartir con sus familias.
Llegamos temprano a un hotel más que sencillito y me alegré de tener tiempo para escribir, pero upps!!!: No había luz eléctrica, ergo no internet. Otra vez será…
Baya nos invitó la cena de despedida y nos anunció un bonus
track para la mañana siguiente, día del pactado regreso.
Consistió en pasar a ver una familia de nómades Mursis,
aquellos que se estiran el labio inferior hasta calzarse allí un disco de
cerámica. Y por añadidura, cortan y estiran el pabellón de las orejas de las
recién casadas con formas tan indescriptibles como sanguinarias. Si llevar las
carnes colgando es prueba de belleza, paso!
Además se tatúan cortes escalonados con guillete en la
espalda , nuca incluída, sienes, brazos y pantorrillas. Todo un símbolo de
distinción que no entenderé, como tampoco entiendo la necesidad de los tatuados
“occidentales”.
Cumplidas las expectativas, proseguimos hacia Tongo, una villa en lo alto de una montaña, cuyas chozas como racimos colgantes, se enroscan en un laberinto sin fin de callezuelas rocosas, pircas de troncos resecos, corrales de cabras, y techos de paja tejida con una ventilación central con una olla invertida de cerámica por chimenea.
Por ser domingo, los niños se multiplicaban en cada rincón
ya que no había escuela, cosa que me sorprendió absolutamente. Viviendo tan
culturalmente distintos, a que se referirían con “escuela”? No llegué a
averiguarlo, porque una incipiente pelea entre machos adultos, aguó la fiesta.
Tomé entre mis manos, las negras de los abuelos mayores, y
sentí la rugosidad de los años de labriegos y la sabiduría acumulada en cada
poro. Con sus miradas dignas, me despedí hasta otra vida....
Último almuerzo antes de abordar el minibús que nos llevaría a Kate y a mí hasta la frontera con Kenia.
Yo no tenía apuro en pasar, más bien necesité un día
completo para decantar tantas emociones vividas en este país de tantas riquezas
aunque escondidas bajo capas infinitas de pobreza. Etiopía me abrió su corazón
y yo le entregué el mío…
Mañana temprano, a pie, me iré despidiendo con la nostalgia
de las cosas buenas.
Cruzaré el borde de Moyale y visaré la nueva estampa en mi pasaporte, Kenia me espera.
Chau, I love Etiopia!
(así, sin acento, como dicen por acá.)
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