Salí de Moyale, Etiopia, radiante, feliz! Recibiendo el saludo de todos aquellos que a esas horas tempranas ya se encuentran en las calles armando sus puestos, sus vidas…
En la aduana
de salida me demoraron casi media hora investigando si mi pasaporte era el
correcto y si la visa que había obtenido 20 días atrás estaba en orden. Todo
esto manualmente en unos libracos que no se podía creer y por teléfono con
alguna oficina de Addis (teléfono negro de tubo de los de antes!) Las compus
estaban todas apagadas, seguramente no había luz (en el último hotel tampoco
había) y debían apelar al viejo sistema. Menos mal que yo era la única viajera
en tránsito! Nadie salía ni nadie entraba… Todo un edificio vacío para mi sola,
el empleado aduanero y algunos guardias de seguridad.
Transpiré
media gota a sabiendas que ayer a un alemán del hotel no le daban la salida
porque tenía vencida la visa por un día! El creía que regía desde la fecha de
entrada al país, pero parece que rige desde el día previo que la tramitaste, y
como va en bicicleta, llevaba 1 día de atraso. Ahora lo obligaban a volver 900
kms. Para atrás para gestionar una nueva en la capital, cosa de locos! Por
suerte no es mi caso, a mí aún me sobrarían 12 días más, pero ya está! Hay
mucho para ver y recorrer, pero Kenia me está esperando.
Sellito por
acá, cámara por allá, y welcome! Gracias a Marywave que me gestionó la visa
keniana por internet en su celu, yo no doy para estas cosas. Gracias Mary!
Salí
caminando de la aduana, crucé el puente y la reja y un nuevo panal de voluntarios
dispuestos (a cambio de propina, of course!) a guiarte y acarrearte la valija, me
envolvió el paso. Los despedí gentil pero firmemente diciendo que ya sabía
adonde iba, y que no necesitaba ayuda. ¡Por suerte mi valijota de rueditas aun
marcha de lo más bien!
Enseguida
encontré la estación de buses. Tenía ya decidido ir hacia el parque nacional
Martsabi, a unos 300 kms. al sur, como para ir bajando lentamente hacia Nairobi
capital.
Para seguir
con mi suerte, en una hora salía el último del día, tiempo justo para cambiar
el dinero y comprar el chip del nuevo número de celu.
Ya a bordo,
ventanilla n° 13ª, bus modelito 1945! me acomodé para el viaje cuando sintonizo
que los carriles van al revés, como en Inglaterra. Claro! Han sido su colonia
durante siglos!
O sea, a
cuidarse mirando para mi lado contrario lógico al cruzar las calles! Y subir a
los coches del otro lado, ya que el volante está a la derecha, ja!
Otras
inmediatas diferencias que encontré es que aquí hay gente que fuma, tan raro
oler humito después de tantos días! Y otra: aquí hay gente que usa anteojos.
Juro que en Etiopia casi nadie! ¿será la alimentación? Aquí como allí, la
mayoría son muy altos, flacos, huesudos, pieles firmes, aunque las mujeres son más que rellenitas, pulposas, de pecheras exhuberantes y portan unos traseros más que voluminosos. Luego entendí que es por la forma
de agacharse con la espalda plana, como si se les alargara el coxis para atrás,
donde cargan desde bultos a bebés, y luego al pararse, las colas parecen
asientos de motos. Todo colorido con sus trapos al viento. ¡Hermosa imagen!
Lo cierto
que la ruta era bien asfaltada, marcada, y bastante sana. Con los
correspondientes controles policiales al paso, fuertemente armados con
ametralladores de pavura, y vendedores ambulantes acercándose a las ventanillas
en cada parada, ofreciendo sus mercancías: trozos de caña de azúcar, botellas
(recicladas de ex agua) de leche, unas frituras extrañas (abstenerse!), bananas, escobas (más que inútiles), cuadros, medias made in china, y hasta
audífonos para los móviles.
Gracias a mi
aficción a los mapas, localicé la entrada al Parque Nacional Matsabi, a solo un
kilómetro de la ruta, pidiéndole al chofer que me otorgara el privilegio de
bajar justo en es punto. Por supuesto que dijo que sí, porque aquí las paradas
las impone cada pasajero donde las necesite, tanto para subir o bajar. Por eso
el famoso “para en todas” aquí se cumple cada 10 metros!
Al bajar, ya me fascinó el cambio de aire, ya no más mercadillos sucios en ciudades abarrotadas. Aquí el perfume de la vegetación ya me transportaba al mundo que yo andaba buscando.
Una familia de monos interrumpió mis pasos cuando se
cruzaron el camino como dueños de casa, ja!
Árboles
enormes y añosos lo bordeaban con sus lianas y enredaderas varias. Un cielo
claro me abría la expectativa. Sabía que ya era tarde, las 16 hs. aprox. para
entrar al parque, pero quería ver de dormir allí mismo (me habían contado que
tenían unas “cabins” de alquiler) para aprovechar la entrada bien temprano al
día siguiente. Mi estrategia consistiría en plantarme en la boletería y pedir
compartir auto (jeep o 4 x 4) con los visitantes que fueran llegando, ya que al
estar sola y de a pie, se hace super oneroso alquilarse uno plus el guía para
sola persona.
El
guardaparque me dio la bienvenida pero le pareció muy difícil de cumplimentar
mi deseo, ya que en esta época entran muy pocos visitantes y con ya “booking”
la excursión, o sea que no aceptarían compartirla con una extraña. –“MMmmm… no
me conoce.” -pensé esperanzada.
Aunque la
ilusión se me hizo añicos cuando me dio el precio de las “cabins” para esa
noche. ¡Imposible!
Ahí empecé a
entender como funciona el mundo de estos “Parques Nacionales”. Es verdad que la
función básica es preservar la flora y la fauna en reservas, pero por otro lado
es la gran “industria” keniana del turismo de ricos. En cada parque hay cuatro
o cinco lodge de super top nivel (mínimo 700 u$s/persona/ noche u 1000 la
pareja!!!!) (desayuno incluido, menos mal! Ja!) Mínimo!!! De ahí a 5.000 u$s
/couple/night!!! Increíble no??? Sin embargo, funcionan! Hay quienes tienen
eso para pagar. Se los ve “disfrazados” de safari: ropa en tono beige, o con
toques de manchas camufladas simil militares, gorros modelo inspector del Oso
Yogui, botas como para pisar serpientes, cinturones de cuero con machetes
colgantes aunque no se van a bajar del jeep por las dudas, y grandes
binoculares con sus respectivas cámaras con zoom modelo elefantes. Todo
acompañado por abultada billetera, o numerosas tarjetas doradas. En fin, otro
mundo… Para no ser prejuiciosa, diré que seguramente los mueve el amor a la
naturaleza, aunque me huela que los orígenes de sus fondos provengan de
empresas que la socava. Perdón! Soy así de malpensada, aunque sincera!
Lo cierto es
que el guardaparque se apiadó de esta humilde caminante y me consiguió alojarme
en la casa de una familia amiga en las cercanías. La casa de la mamma Nuria,
madre de 8 hijos, viuda, musulmana, manazas de trabajadora, sonrisa dulce
envuelta en su sari rosa, hacedora de su huerta y de una cena exquisita: de
nuevo injhera! pero esta versión fue de masa más gruesita, no ácida y
vegetariana exquisita! con un té de hierbas aromáticas cual elixir previo a
cederme su cama en un cuarto tapizado de brocatos y alfombras persas (o de
donde sean, tupidas y muy ornamentadas).
Todo me
hacía sentir una princesa en un cuento de las mil y una noches, aunque
indudablemente ella era la reina soberana. Desde su humildad de matrona
cocinera, rodeada de sus hijos, no dejó de atenderme sin descuidar ni un mínimo
detalle. Quizás demasiado para una mujer independiente como yo. Ella llevan
impregnado el servilismo producto del machismo reinante, indisoluble en sus
pieles. En fin, sin juzgar que a mí me tocó la mejor versión. ¡Puro amor!
A la mañana,
entre la bruma, aguardaba de cuclillas en “su” cocina con el fuego ya prendido
en un hornillo en el piso. Les cuento que tanto la cocina como el baño están
afuera, separados de la casa, son más bien un ranchito de chapas en los fondos,
uno en cada esquina. El último consiste en un hoyo en la tierra y con un jarro
de lata vieja cargado con agua de lluvia, uno procede a rociar la superficie tras
las salpicaduras de hecho. Lo “número 2” me sería impensable. Soy fan de los
yuyos! (no hay que limpiarlos ni nada, ja!).
Lo cierto
que los panqueques ya estaban listos y los untó con la miel que ella misma
cosecha, y repetí el té de lemmongrass con sus propias hierbas. Exquisito!
Uno de sus
hijos ya estaba dispuesto a llevarme, en su moto, de vuelta a la entrada del
parque a tentar a la suerte (Más?? Si ya había conocido esta MARAVILLOSA
familia!).
Acomodó mis
bártulos sobre su volante y entre pozo y pozo de un arbolado camino de tierras
rojas, me sentía Julia Roberts en “Comer, Rezar y Amar”. Amar la Vida, por
ahora, ja!
La
guardaparque de turno, ya estaba esperándome con chapatis y un vaso de leche,
que elegantemente rechacé (le tengo fobia, salvo en queso o manteca).
Conversamos
un poco, mientras yo oteaba el sendero en vista de turistas que arribaran
curiosos a este parque.
Pasó una
hora, dos… se despejaron las nubes, salió el sol, cruzaron los monos, pero
ningún auto a la vista. Ella miraba atentamente una novela en su celular.
Yo me decidí
a esperar escribiendo, ya que a falta de internet, sí había enchufe en la
salita de la recepción.
Le pregunté
por otros parques o si tenía un mapa de Kenia, referencias, horarios,
ubicaciones, etc.. nada sabía más allá de su celular… jamás había salido de su
pueblito, y al parecer, tampoco de la pantallita.
Al mediodía
me ofreció compartir su almuerzo y se tomó las dos horas de “pausa”. Al
regresar a las 14, ya comencé a sospechar que ningún auto con visitantes vendría…
Seguí
escribiendo, mientras estudiaba el mapa en el Google de mi celu (cosa harto
difícil para mí que soy de las que necesitan comparar distancias gráficamente
en el papel).
Para las 16,
a 24 horas de mi llegada, di por concluída mi infructuosa espera y me despedí
amablemente rumbo a la estación de buses, pretendiendo llegar unos 200 kms. más
al sur, en dirección a Nairobi, punto coincidente con la entrada a otro parque
nacional: Samburu.
Allá vamos!
No crean que
me voy a rendir así tan fácilmente…
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