martes, 23 de julio de 2024

Welcome Kenia

 Salí de Moyale, Etiopia, radiante, feliz! Recibiendo el saludo de todos aquellos que a esas horas tempranas ya se encuentran en las calles armando sus puestos, sus vidas…


En la aduana de salida me demoraron casi media hora investigando si mi pasaporte era el correcto y si la visa que había obtenido 20 días atrás estaba en orden. Todo esto manualmente en unos libracos que no se podía creer y por teléfono con alguna oficina de Addis (teléfono negro de tubo de los de antes!) Las compus estaban todas apagadas, seguramente no había luz (en el último hotel tampoco había) y debían apelar al viejo sistema. Menos mal que yo era la única viajera en tránsito! Nadie salía ni nadie entraba… Todo un edificio vacío para mi sola, el empleado aduanero y algunos guardias de seguridad.

Transpiré media gota a sabiendas que ayer a un alemán del hotel no le daban la salida porque tenía vencida la visa por un día! El creía que regía desde la fecha de entrada al país, pero parece que rige desde el día previo que la tramitaste, y como va en bicicleta, llevaba 1 día de atraso. Ahora lo obligaban a volver 900 kms. Para atrás para gestionar una nueva en la capital, cosa de locos! Por suerte no es mi caso, a mí aún me sobrarían 12 días más, pero ya está! Hay mucho para ver y recorrer, pero Kenia me está esperando.

Sellito por acá, cámara por allá, y welcome! Gracias a Marywave que me gestionó la visa keniana por internet en su celu, yo no doy para estas cosas. Gracias Mary!



Salí caminando de la aduana, crucé el puente y la reja y un nuevo panal de voluntarios dispuestos (a cambio de propina, of course!) a guiarte y acarrearte la valija, me envolvió el paso. Los despedí gentil pero firmemente diciendo que ya sabía adonde iba, y que no necesitaba ayuda. ¡Por suerte mi valijota de rueditas aun marcha de lo más bien!

Enseguida encontré la estación de buses. Tenía ya decidido ir hacia el parque nacional Martsabi, a unos 300 kms. al sur, como para ir bajando lentamente hacia Nairobi capital.

Para seguir con mi suerte, en una hora salía el último del día, tiempo justo para cambiar el dinero y comprar el chip del nuevo número de celu.

Ya a bordo, ventanilla n° 13ª, bus modelito 1945! me acomodé para el viaje cuando sintonizo que los carriles van al revés, como en Inglaterra. Claro! Han sido su colonia durante siglos!

O sea, a cuidarse mirando para mi lado contrario lógico al cruzar las calles! Y subir a los coches del otro lado, ya que el volante está a la derecha, ja!

Otras inmediatas diferencias que encontré es que aquí hay gente que fuma, tan raro oler humito después de tantos días! Y otra: aquí hay gente que usa anteojos. Juro que en Etiopia casi nadie! ¿será la alimentación? Aquí como allí, la mayoría son muy altos, flacos, huesudos, pieles firmes, aunque las mujeres son más que rellenitas, pulposas, de pecheras exhuberantes y portan unos traseros más que voluminosos. Luego entendí que es por la forma de agacharse con la espalda plana, como si se les alargara el coxis para atrás, donde cargan desde bultos a bebés, y luego al pararse, las colas parecen asientos de motos. Todo colorido con sus trapos al viento. ¡Hermosa imagen!

Lo cierto que la ruta era bien asfaltada, marcada, y bastante sana. Con los correspondientes controles policiales al paso, fuertemente armados con ametralladores de pavura, y vendedores ambulantes acercándose a las ventanillas en cada parada, ofreciendo sus mercancías: trozos de caña de azúcar, botellas (recicladas de ex agua) de leche, unas frituras extrañas (abstenerse!), bananas, escobas (más que inútiles), cuadros, medias made in china, y hasta audífonos para los móviles.

Gracias a mi aficción a los mapas, localicé la entrada al Parque Nacional Matsabi, a solo un kilómetro de la ruta, pidiéndole al chofer que me otorgara el privilegio de bajar justo en es punto. Por supuesto que dijo que sí, porque aquí las paradas las impone cada pasajero donde las necesite, tanto para subir o bajar. Por eso el famoso “para en todas” aquí se cumple cada 10 metros!

Al bajar, ya me fascinó el cambio de aire, ya no más mercadillos sucios en ciudades abarrotadas. Aquí el perfume de la vegetación ya me transportaba al mundo que yo andaba buscando. 





Una familia de monos interrumpió mis pasos cuando se cruzaron el camino como dueños de casa, ja!




Árboles enormes y añosos lo bordeaban con sus lianas y enredaderas varias. Un cielo claro me abría la expectativa. Sabía que ya era tarde, las 16 hs. aprox. para entrar al parque, pero quería ver de dormir allí mismo (me habían contado que tenían unas “cabins” de alquiler) para aprovechar la entrada bien temprano al día siguiente. Mi estrategia consistiría en plantarme en la boletería y pedir compartir auto (jeep o 4 x 4) con los visitantes que fueran llegando, ya que al estar sola y de a pie, se hace super oneroso alquilarse uno plus el guía para sola persona.

El guardaparque me dio la bienvenida pero le pareció muy difícil de cumplimentar mi deseo, ya que en esta época entran muy pocos visitantes y con ya “booking” la excursión, o sea que no aceptarían compartirla con una extraña. –“MMmmm… no me conoce.” -pensé esperanzada.

Aunque la ilusión se me hizo añicos cuando me dio el precio de las “cabins” para esa noche. ¡Imposible!

Ahí empecé a entender como funciona el mundo de estos “Parques Nacionales”. Es verdad que la función básica es preservar la flora y la fauna en reservas, pero por otro lado es la gran “industria” keniana del turismo de ricos. En cada parque hay cuatro o cinco lodge de super top nivel (mínimo 700 u$s/persona/ noche u 1000 la pareja!!!!) (desayuno incluido, menos mal! Ja!) Mínimo!!! De ahí a 5.000 u$s /couple/night!!!  Increíble no???  Sin embargo, funcionan! Hay quienes tienen eso para pagar. Se los ve “disfrazados” de safari: ropa en tono beige, o con toques de manchas camufladas simil militares, gorros modelo inspector del Oso Yogui, botas como para pisar serpientes, cinturones de cuero con machetes colgantes aunque no se van a bajar del jeep por las dudas, y grandes binoculares con sus respectivas cámaras con zoom modelo elefantes. Todo acompañado por abultada billetera, o numerosas tarjetas doradas. En fin, otro mundo… Para no ser prejuiciosa, diré que seguramente los mueve el amor a la naturaleza, aunque me huela que los orígenes de sus fondos provengan de empresas que la socava. Perdón! Soy así de malpensada, aunque sincera!

Lo cierto es que el guardaparque se apiadó de esta humilde caminante y me consiguió alojarme en la casa de una familia amiga en las cercanías. La casa de la mamma Nuria, madre de 8 hijos, viuda, musulmana, manazas de trabajadora, sonrisa dulce envuelta en su sari rosa, hacedora de su huerta y de una cena exquisita: de nuevo injhera! pero esta versión fue de masa más gruesita, no ácida y vegetariana exquisita! con un té de hierbas aromáticas cual elixir previo a cederme su cama en un cuarto tapizado de brocatos y alfombras persas (o de donde sean, tupidas y muy ornamentadas).

































Todo me hacía sentir una princesa en un cuento de las mil y una noches, aunque indudablemente ella era la reina soberana. Desde su humildad de matrona cocinera, rodeada de sus hijos, no dejó de atenderme sin descuidar ni un mínimo detalle. Quizás demasiado para una mujer independiente como yo. Ella llevan impregnado el servilismo producto del machismo reinante, indisoluble en sus pieles. En fin, sin juzgar que a mí me tocó la mejor versión. ¡Puro amor!

A la mañana, entre la bruma, aguardaba de cuclillas en “su” cocina con el fuego ya prendido en un hornillo en el piso. Les cuento que tanto la cocina como el baño están afuera, separados de la casa, son más bien un ranchito de chapas en los fondos, uno en cada esquina. El último consiste en un hoyo en la tierra y con un jarro de lata vieja cargado con agua de lluvia, uno procede a rociar la superficie tras las salpicaduras de hecho. Lo “número 2” me sería impensable. Soy fan de los yuyos! (no hay que limpiarlos ni nada, ja!).

Lo cierto que los panqueques ya estaban listos y los untó con la miel que ella misma cosecha, y repetí el té de lemmongrass con sus propias hierbas. Exquisito!

Uno de sus hijos ya estaba dispuesto a llevarme, en su moto, de vuelta a la entrada del parque a tentar a la suerte (Más?? Si ya había conocido esta MARAVILLOSA familia!).

Acomodó mis bártulos sobre su volante y entre pozo y pozo de un arbolado camino de tierras rojas, me sentía Julia Roberts en “Comer, Rezar y Amar”. Amar la Vida, por ahora, ja!

La guardaparque de turno, ya estaba esperándome con chapatis y un vaso de leche, que elegantemente rechacé (le tengo fobia, salvo en queso o manteca).

Conversamos un poco, mientras yo oteaba el sendero en vista de turistas que arribaran curiosos a este parque.

Pasó una hora, dos… se despejaron las nubes, salió el sol, cruzaron los monos, pero ningún auto a la vista. Ella miraba atentamente una novela en su celular.

Yo me decidí a esperar escribiendo, ya que a falta de internet, sí había enchufe en la salita de la recepción.

Le pregunté por otros parques o si tenía un mapa de Kenia, referencias, horarios, ubicaciones, etc.. nada sabía más allá de su celular… jamás había salido de su pueblito, y al parecer, tampoco de la pantallita.

Al mediodía me ofreció compartir su almuerzo y se tomó las dos horas de “pausa”. Al regresar a las 14, ya comencé a sospechar que ningún auto con visitantes vendría…

Seguí escribiendo, mientras estudiaba el mapa en el Google de mi celu (cosa harto difícil para mí que soy de las que necesitan comparar distancias gráficamente en el papel).

Para las 16, a 24 horas de mi llegada, di por concluída mi infructuosa espera y me despedí amablemente rumbo a la estación de buses, pretendiendo llegar unos 200 kms. más al sur, en dirección a Nairobi, punto coincidente con la entrada a otro parque nacional: Samburu.

Allá vamos!

No crean que me voy a rendir así tan fácilmente…

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