El toc toc que debía llevarme a la bus station a las 5.00 am. nunca apareció, así que Worko tomó mi valijota y casi al trote, anduvimos en la penumbra del amanecer hasta ver pasar el bus frente a nosotros. Obvio que una blanca es fácil de distinguir en el barro, por lo que solito paró y me subieron de prepo, para mi suerte!
Volví a
recorrer las colinas labradas, en dirección contraria a los días previos,
viendo pueblos, asnos cargados, niños curiosos, mujeres con bidones como
mochilas en búsqueda de agua, vagos sentados a la vera de la ruta, monaguillos
pidiendo dádivas para sus iglesias, policías pidiendo documentos a los
pasajeros, y gallos corriendo gallinas sueltas por doquier. Casi no hay perros
y apenas algún gato perdido (¿Se los comerán? Ja!)
En un
momento noto que la gente de la calle empieza a correr en todas direcciones,
como si alguien hubiera pisado un hormiguero, gritaban, cerraban las persianas
de los locales, las ventanas de las chozas, las cabritas desorientadas corrían
tras los pastores, y unos cuantos tiros sonaban por el aire. Entonces veo
avanzar frente a nuestro colectivo, dos camiones repletos de milicos, fusiles
en alza, armando su propio show de poder infundiendo miedo y falso respeto.
Por suerte,
nuestro chofer ni se amedrentó y siguió avanzando hacia ellos sin inmutarse,
mientras yo ya empezaba a preguntarme -¿Cómo hago para meterme en estas
situaciones yo solita?-
Aunque para
el signo de pregunta, ya habíamos pasado el ojo de la tormenta y nuestro viaje
continuó sin más “aventuras”. El chofer me tranquilizó explicándome que era una
acción que hacían cada dos por tres en diferentes pueblos, solo para demostrar
quien manda! Ya que como hay varios enfrentamientos políticos entre regiones,
hay algunas guerrillas armadas en las montañas. No termino bien de entender en
que consiste “esa guerra”, pero ante las advertencias de los hoteleros de la
capital, que nunca podría llegar a causa de que “todos” los caminos estaban
cerrados, he comprobado una vez más que no es así y estoy llegando a donde me
propongo, sin sumarme los miedos ajenos.
Dormité un
poco entre zigzagueos “african massage” y antes de lo previsto, ya haía llegado
a Waldia para la conección con otro mini bus camino a Alemeta .
Ya le voy tomando el gustito a estos transbordos de apretujones, entendimientos con la voluntad de las sonrisas, las vendedoras de bananas en la cabeza, los mendigos siempre prestos, los bolsos en los techos, y los aromas varios por doquier. Todo salpimentado de muchos colores y música en los altoparlantes.
A modo de
almuerzo tardío, saqué mi bolsita de dátiles y le convidé a la señora sentada al
lado mío. Ella agradecida me ofreció jugo de mango de su botella en silencioso
aunque gestual amhárico. Así sellamos el pacto de mutua compañía para las
siguientes 6 horas on las rodillitas bien apretadas a 90° y otros 35° afuera!
Ya
oscureciendo llegamos a Mekelle. Me sorprendió la ciudad más “civilizada” que
había visto hasta el momento, grande, iluminada y con veredas! Ya los puestos
ambulantes se iban retirando, ergo la gente también. Para variar, una nube de
toc tocs se te acercan para “obligarte” a sus servicios. Los espanté como a
moscas pegajosas y tomando mi valijota de la manija, me dirigí caminando al
hotel más lindo que se veía a las pocas cuadras.
Me dieron
una habitación de lujo, estilo imperio etíope, con muchos dorados y cortinados,
aunque sin ventana al exterior. La ducha estaba más que reconfortante, y
rendida dí por cerrado el día. Recordé que aún llevaba un mango y dos bananas
en mi mochila, con los cuales improvisé una cena sentada en la cama haciendo zapping
entre mapas de la región que me proponía visitar en los siguientes días.
Esto ha sido
todo por hoy, gracias a los angelitos choferes intervinientes!
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