Continua la dulce espera y nada…
Entonces salí a caminar… Primer día en varios que no lo hacía.
De hecho, aún no había “pisado” la ciudad. La había recorrido en auto, por
autopistas o avenidas abarrotadas, pero poco o nada caminada.
Sentí el aire fresco en mi rostro, y mis pulmones se abrieron a recibir lo mejor del día. A solo quince minutos de la casa de Roberto, mi nuevo anfitrión, está el Arboretum. ¡A mi juego me llamaron!
Es un gran Jardín Botánico, bastante silvestre, con
caminitos selváticos y otros empedrados, amplias zonas verdes donde el sol se
expande en un hermoso césped brillante, y otras zonas más boscosas con
ejemplares tan antiguos como altísimos y voluminosos. Algunos boulevares con “araucarias”
alineadas, y muchos banquitos por doquier para sentarse a disfrutar.
Lo primero que pensé es que serían algunos loquitos sueltos, o quizá gente sin trabajo o sin hogar que merodea en los parques para ocupar el día.
Retorné a mi caminata y veo que más allá hay más, y por allá
también…
Mi curiosidad me pudo, y me acerqué a un árbol -con su
devoto cerca- e interrumpiéndole de llano sus rezos, le pregunté que quienes
eran, porqué?... si pertenecían a alguno grupo, alguna iglesia? Y esas
preguntas que suenan bobas cuando el otro te abre el alma con su mejor sonrisa
y con todo el amor del mundo, te explica: “Dios está en todas partes, pero cada
uno debe encontrar el lugar donde encontrarlo”…. Me explicó que mucha gente usa el parque como lugar de oración
porque la paz que en el habita no se encuentra tan fácilmente en otros lugares.
Que nada los une, son simples vecinos de la zona, que cada cual va cuando
quiere y reza como quiere y a quien quiere. En su caso, no es que esté
idolatrando al árbol, sino que él encuentra tanta calma cerca de él, que en ese
entorno se le hace más fácil la comunicación con su Dios.
Me encantó la explicación, su rostro amable, y la frase de cabecera.
Casi que me motivó a hacer lo mismo. Cosa que ahora le llamamos “meditar”, ja! Así que me ubiqué en otro banco al sol y me dispuse a mirar para adentro…
En eso que ya estaba entrando a mi paraíso, escucho un
silbato. Oh! MILAGRO! Un carrito de heladero se aproximaba. Y bueno, me dispuse
a alimentar el cuerpo. Un bombón de chocolate helado suma a la felicidad de
caminar por el Arboretum, ja!
El resto, se lo cuentan las imágenes: ¿Cómo describir las maravillas arbóreas?...
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