Es la segunda ciudad más grande de Kenia! Y el puerto más importante del país, por donde entran y salen todos los insumos de importación y exportación por el océano Indico.
O sea, una brutal megalópolis de esas que me asustan y me ahuyentan y trato de evitar.
Pero Mombasa tiene historia! Y es un nombre que me resonaba hace tiempo, sin saber porqué. Resulta ser que fue fundada por el 1500…y pico, por los conquistadores portugueses y durante siglos fue su colonia. Por eso aquí, la arquitectura que a duras penas se conserva, es tan antigua y tan diferente. El barrio “viejo”, ahora tomado por los musulmanes, es una prueba de ello. Una pequeñísima zona comercial para el turismo (aunque sigo siendo casi la única!) y el resto… deplorable! Una gran grandísima villa miseria! Pobre gente… no sé si es falta de recursos, de educación, desidia o… es imposible restaurar todo esto! Es como cuando tenes la casa hecha un chiquero y no sabés por donde empezar, y procastinás hasta lo indecible…algo así!
Lo cierto que lo bueno de conocer una ciudad de la mano de una local, tiene un sabor superior! Sobretodo si es la mano de Evelyn, mi anfitriona en Mombasa.
Llegué
anoche recansada después de 10 horas de matraca-bus y un mini ratín de tuc tuc
más cruce en ferry (Mombasa es una isla) cuya experiencia es lo más parecido a
un rebaño de ovejas en plena temporada cambio de pasturas. Una masa humana de
“Miles!” literalmente hablando (o escribiendo para ser más precisa) va entrando
por una explanada hasta llenar un ferry que atraviesa el canal en pocos
minutos. Del otro lado, barrios más que humildes, otros miles de puestos
callejeros de tutti cuanti, y otros miles de tuc tucs esperando clientes. Es lo
que se llama: “Verdadero CAOS!!!” pero en fin, ya a esta altura, no me amedrenta
nada! This is Africa!
Aileen, una
de las hijas de esta hermosa familia, me estaba esperando junto a su hermano
Felix y su moto, para llevarme a su casa. Aquí es de lo más común montar 3 o 4
personas en una moto, obvio nadie con casco, y además con mi valijota sobre el
volante. Zigzaguean como moscas con hambre por cuanto bache y/o ciénaga
encuentran, haciéndome saltar el estómago por el esófago ante cada jumping del
mini .vehículo. Más que aventura, es un real intento de suicidio…
Milagrosamente
llegamos vivos y salvos, tras transitar por callejones embarrados de menos de
un metro de ancho. Me sentía salchicha embutida en una máquina de empaquetar.
La casa es
un gran patio con un foso enorme donde nace un gran árbol y está el gallinero y
la cocina en una especie de subsuelo, llamémosle… todo eso sin más escaleras que la tierra
comida sujeta con cascotes desparramados al voleo.
Además de
los niños y las gallinas, están los gansos, un gato y dos cachorritos recién
nacidos. Más los tordos que revolotean sobre este espacio (¿?). O sea , una
familia muy sonora. Todos adorables y bien dispuestos a tratarme de maravillas.
Hoy Evelyn
se tomó el día materno y junto con una vecina, fueron mis guias y
guardaespaldas todo el día. Así que primero fuimos al fuerte de no sé cuánto,
pero en la boletería me negué a entrar. No me gusta visitar lugares donde hubo
mucha violencia (los cañones de la entrada lo atestiguan) ergo mucho
sufrimiento. De aquí embarcaban los negros que eran trasladados como esclavos a
las otras colonias que tenían los sucesivos conquistadores. Historia que no me conduce a nada, más que el deseo que nunca
jamás se repita esto!
Entonces
salimos evitando los guías chupa sangre que nos merodeaban sin reconocer la
distancia lógica entre dos cuerpos desconocidos. En fin…
Nos sacamos
fotos mientras admirábamos el mar y la ciudad vieja.
Luego, pasadita por el Mercado Central, lleno de frutas y verduras exóticsa, dulces, especies y artesanías. Compré golosinas para sus hijos y algunas frutas para nuestro picnic playero.
Matako mediante (colectivo o mini bus local) llegamos a la playa de arenas finitas y blanca como talco contra el turquesa impecable del océano Índico. ¡Una postal! La temperatura del agua calma, ya que no había ni media ola, era exquisita. Me frustré de no haber levado la malla, aunque la gocé hasta las rodillas y alguna que otra salpicadura más. ¡Hermosa!
Sorprendida
por la cantidad de gente en el agua, ya que dicen estar en invierno. Lo que
será en Diciembre, cuando es la temporada alta.
Es una
playa tan plana, que debés caminar mas de 200 metros, para sentir que “entraste”
al mar. Y podés caminar decenas de kilómetros sin interrupciones todo a lo
largo de la generosa costa.
Pareciera
ser que la mayoría de las personas no sabe nadar, o lo siguiente sea un vicio o
una costumbre bien arraigada: alquilar gomas de neumáticos (numeradas o
señalizadas como vacas yerradas). Hay tantas dentro del agua, más sumadas al
color de la piel de las personas locales, que a la distancia, donde se percibe
la rompiente, pareciera haber una línea negra trazada con un fibrón indeleble.
El sol y el
vientito en su justa medida, más la buena compañía, hicieron de mi primera
aproximación a este mar, toda una delicia.
Al llegar a
la casa, la cena ya estaba preparada! Sus hijas mayores ya se habían ocupado de
todo: habían lavado la ropa, limpiado los pisos, dado de comer a los
animalitos, armar la cena, poner la mesa… mientras el señor papá estuvo sentado
todo el día frente a la compu. En fin, otra vez machismo puro! Aunque ellas
parecieran no enterarse. No cuestionan ni preguntan, mucho menos, desobedecen.
Solo hacen! Y sonríen!
Vencida por
el día recorrido, finalmente, a la camucha!!!
¡Que feliz que se te ve! ¡A seguir viviendo aventuras!
ResponderBorrar