En una charla durante el Safari, le comenté a Isac, el conductor, mis motivos para venir a Africa, mi ilusión frustrada en la Fundación Wangari Matthei, y de mi amor a los árboles. Me sorprendió entonces diciéndome que él conocía un vecino con las mismas ganas, que me pondría en contacto.
Así es cómo conocía a Daniel y su hija Charity. Él hacía años que sostenía un proyecto con sus vecinos de la misma calle, plantando árboles florales para atraer las abejas y así comercializar la miel. Ahora tenían el problema que la vertiente de arriba de la montaña, les estaba erosionando la tierra, a la vez que los alimentaba. Así que la solución era plantar pinos de crecimiento rápido, cuyas raíces sostendrían la tierra, a la vez que ejerciera como cortina contra los vientos.
Me encantó la idea! Y me ofrecí a comprar 50 arbolitos y a
plantarlos junto a su gente. El día siguiente sería el indicado, Los dos
teníamos las ganas, la predisposición, el tiempo, y el anuncio de lluvias para
la semana siguiente. Excelente!
El sábado se presentó soleado y Daniel, puntual, pasó a
recogerme rumbo al vivero donde adquiriría los arbolitos. El dueño del lugar,
entusiasmado por nuestra pasión, aportó
quince más! Y un jacarandá del que me enamoré apenas llegamos a su lugar.
Con Charity cargamos todo en el auto, y por Milagro o
“caucidencia” resultaron 66!, mi misma edad actual! Ja! Eso sí que es dejar
huella!
Llegamos al barrio de Daniel, y enseguida los vecinos sorprendidos por mi blanca presencia y la pronta explicación de Daniel, se comprometieron a participar de la plantación. Aparecieron las palas, los picos, los delantales, las ganas y las sonrisas!
Manos a la obra!
Viejos, mujeres y niños por igual se unieron al entusiasmo y
a la sabiduría de los nuevos hermanos árboles que se comprometían a cuidar. En
menos de tres horas ya los teníamos todos plantados y bautizados!
Daniel les agradeció compartiendo unas gaseosas al borde del camino.
Guardamos todos los enseres y Daniel me invitó a un nutritivo almuerzo en el centro de la ciudad, un restaurant vegano bajo una carpa en medio de una selva tintada de arte, ya que ahí mismo funciona una escuela de pintura y artesanías. Un lugar salvajemente bellísimo!
Un aplauso para el alma satisfecha de la misión cumplida!
Tras un rico té de hierba buena, fuimos al mercado central a
proveernos de frutas y hortalizas ya que Charity cocinaría para un grupo de 20
invitados que al día siguiente almorzarían en su casa. Así es como aprendí a hacer chapatis, sopa de
bananas, una polenta de maíz muy suave, verduritas nuevas de vivos colores y
otros menjunjes irreconocibles.
Por la noche, compartí nuevamente la cena con ellos y dormí
en la casa de la abuela, con el sueño verde más que cumplido!
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