Desde Kenia que le tenía ganas al tren. Me habían recomendado uno histórico, antiguo con camarotes, que hacía el trayecto Nairobi-Mombasa, atravesando el Tsavo East National Park. Pero cuando llegó el momento resultó que lo habían reemplazado por uno “bala” (aporte de los chinos “colonizándolo” todo). Por otro lado, la verdad es que no conseguí pasaje para el día que quería, solo había en el nocturno. Pero la gracia de ese trayecto era contemplar los animales del parque desde la ventanilla!
Así que tuve que conformarme con el bus tradicional. Esta vuelta no estoy haciendo dedo. Por aquí
son muy escasos los autos particulares, y las banquinas, cuasi inexistenes! Son
siempre una línea eterna de mercadillos ambulantes, vacas, cabras, basura,
gallinas, y caos absoluto. La verdad, que no me motiva la aventura del dedo.
Prefiero un destino y un asiento seguro -aunque nunca un horario seguro-. ¿Será
que me estoy haciendo grandecita?
Lo cierto
que estando en el Kilimanjaro, supe del tren que atraviesa Tanzania rumbo a Dar
El Salam, su capital. Y lleva camarotes! Se me prendió la ilusión nuevamente!
Así que
“saqué” el ticket el día anterior a mi propósito. El “sacar” es una forma de
decir, ya que la empleada de la boletería no estaba en su horario. Cuando volví
media hora más tarde, ya había llegado pero el “sistema” no andaba. Así que me
anotó en un papelito onda bolsita de las compras, me tomó el dinero, y me
aseguró que tendría mi cama reservada. Que me presentara media hora ates de la
partida. Ni me pidió el documento, mucho menos me dio un recibo.
Solo atiné a
pedirle me diera el lugar del lado que pudiera ver el Kilimanjaro al paso, ya
que la hora sería propicia, si las nubes me lo otorgaban. (Ya se había negado
la semana anterior cuando anduve cerca). Confiada, me fui contenta a seguir el
día.
Llegó el
sábado y el horario, el andén inexistente aunque el tren esperando dispuesto.
La boletería estallaba de gente comprando el boleto en el momento.Yo solo tenía
una promesa, y una valijota que me impedía acercarme a la señorita de turno
para preguntarle por mi camarote.
Por suerte,
mi angelito ferroviario se presentó a ayudarme
en medio del caos. Un empleado que me había visto el día anterior (ja! Soy
fácil de identificar, la única blanca que se le ocurre tomar el tren! Todos los
blancos se mueven en avión o en transfers de agencias particulares de excursione contratadas 6 meses antes x internet). Él estaba al tanto y me acompañó hasta mi
lugar.
Allí ya estaba Mary, una simpática tanziana con la que compartiría las próximas 15 horas. Por suerte hablaba perfecto inglés y conversamos un poco sobre el motivo de su viaje, de cómo se hacen las trenzitas cosidas en la cabeza, de los hijos, de su profesión de cocinera preparando las viandas para los safaris de su empresa, de la enfermedad de su marido, de mi país , del suyo… Todo esto mientras sacó un pollo con papas envuelto en aluminio, y le daba a la pata sabrosa con el mismo ahínco con el que hablaba sin parar.
Yo me había
propuesto aprovechar las horas y la posición, para escribir y calificar las
fotos de tantos buenos momentos que estuve viviendo los últimos días. Pero me
parecía una descortesía dejarla hablar sola. Entonces me empecé a preparar mis
previstos sandwichitos de palta y tomate.
Cinco
minutos antes de la hora de la partida, el tren inició el viaje.
Y con los
primeros tumbos* todo el compartimento se lleno de tierra. El polvo entraba sin
cesar, a pesar de tener las ventanillas cerradas, aunque si algunos vidrios
rotos.
Mi pelo comenzó a endurecerse al tiempo que lo mismo hacía mi sonrisa. Devoré mi sándwich antes que se convierta en piedra. Ella seguía hablando y masticando como si estuviera en una playa y yo, ahogándome en la irrespirable atmósfera (y todavía no se habían sumado los olores provenientes de los baños)
Cuando hablo
de *tumbos, me refiero a los saltos de galope con que el tren amenazaba con
descarrilarse a cada momento. Corría entre ruidos metálicos amenazantes y
chirridos entre las ruedas que me acercaron al pánico como hacía rato no vivía.
Por otro lado lo cierto era que me estaba golpeando el traste y la espalda como
si fuera un punching- ball no autorizado. Ni te cuento a la noche, horizontal
en la litera, dos o tres veces estuve a punto de salirme del colchoncito. Yo
que soy de buen dormir sentía que estaba en una máquina de torturas.
Ni hablar
que apenas me había dormido, apareció el guarda pidiendo los tickets. Por
suerte mi angelito de turno, me lo había entregado antes de acomodarme, pero
eso de buscarlo a oscuras dentro de la mi mochilita y volver a erguirme entre el
traqueteo ya me puso de mal humor. Se lo presenté y seguí intentando dormir.
Debo aclarar
que el chirrido del ventiladorcito interno competía con la música del altoparlante
que funcionó toda la noche. Al inicio del viaje, el "capitán” dio la
bienvenida -en obvio suahiri- y explicó el recorrido y las paradas, y vaya a
saber que más, porque no paraba de hablar y Mary me traducía al paso. Parecía
una radio con propagandas! (Los tanzianos son más que sociables, no paran de
hablar con quien sea y cuando sea, ya lo venía comprobando…) La nota especial
fue cuando comenzó una música gospell suavecita in cresciendo, con las
alabanzas típicas de los templos evangelistas, y el “capitán” anunció el rezo
de súplica por un buen viaje (todo esto con el polvo idem in crescendo) y desde
los distintos vagones la gente entonaba los cánticos al unísono. Para mí, por
un lado emocionante, curioso, pero por sobre todo, lA TIERRA convertía TODO en un asquete!
Decidí que
era imposible sacar mi compu para escribir, mucho menos la máquina de fotos
para revisar.
En el
entremedio se unió otra mujer con su bebé de dos meses a nuestro camarote de 6
plazas. Tres literas una sobre otra en dos hileras perpendiculares a la única
ventanilla. El bebé un amor, pero como toda criatura, a veces llora y caga con
su peculiar olorcito no apto para compartimento reducido y cerrado.
Yo seguía
intentando dormir, aunque ahora Mary había encontrado otra interlocutora con la
que desplegarse a voluntad y en perfecto suahiri, cosa que me excluía
totalmente para mi bien.
Las luces
también permanecían encendidas, aunque el único toma para recargar el celular,
no funcionaba.
Los tumbos
me estaban partiendo lo que quedaba de mi costilla presuntamente ya quebrada. Y
el menisco partido acusaba su presencia ante cada golpe inesperado.
En mitad de
la noche, se abrió la puerta y una guardia furiosa empezó a gritarme -en
suahiri!- algo como que tenía que cambiarme de cama, que esa era de otra
persona que estaba por llegar… (Cosa bien extraña, ya que el tren no se había
detenido).
Ya muy
agotada, se me despertó el instinto de privacidad y en perfecto inglés, le bajé
los humos explicándole que no tenía porqué gritarme, que en mi ticket decía que
esa era mi cama, que yo había pagado para dormir no para aguantarme su música,
sus luces, sus gritos, sus interferencias y mucho menos me iba a mover de allí.
Se ve que lo dije con tal seguridad, que todas se callaron, apagaron la luz,
desenchufé el parlante de un manotazo, y fin de la historia. Los tumbos no los
pude eliminar, pero por lo menos dormí otras tres horitas, a los tumbos! Ja!
Con el
clarear del día, los ruidos volvieron y los olores aumentaros. Intenté llegar
al vagón comedor con la ilusión de desayunar, pero “la baranda” impropia me
hizo regresar a mi reducto y quedarme quietita en ayunas, esperando llegar en
dos o tres horitas más. Apelé a mis dátiles para pasar el tiempo con un intento
de meditación. Agradeciendo la experiencia aunque jurándome no repetirla nunca
más!
En esos
pensamientos estaba cuando el tren se detuvo imprevistamente en medio de la
nada. Un rato… y otro más… La gente se bajaba a caminar por las vías y yo no me
movía disfrutando el stop de las sacudidas. Finalmente nos anuncian que había
una avería…que no sabían cuanto demorarían en arreglarla… que… la p.q.m.p.!
Nunca más!!
Cuando
llegue, sana y salva, les cuento…
Hakuna
matata, ja!
P.D. ¿Y el
Kilimanjaro? Ah si! Muy bonito! Se lució en todo su esplendor, nevada su
cumbre, entre los rayos del sol. Entre el polvo interior… Pero bueh, Gracias!
Se dejó ver! Admirable!!
P.D bis: 7
horas más tarde, aún aquí. Sin respuestas, sin movimientos, sin comida, sin
electricidad para recargar el celu, tampoco hay internet, ja!… y una mufa
expectante generalizada. ¿Qué son 7 horas de atraso en un viaje de veinte programadas? Y aún no nos dicen cómo sigue la película…
Más P.D.: El
calorón de la tarde iba en aumento, el ventilador de techo en pausa
indeterminada, y el hambre en avanzada… Algunos pasajeros se iban yendo con sus
bártulos a vaya saber dónde, llegaban taxis ofreciendo sus servicios vaya a
saber a cuánto. Como nadie sabía decirme ni donde estábamos, ni rutas
alternativas, ni cuanto más se debía esperar, me negué a hacer plan B y a
“disfrutar” la quietud de la nada. De hecho tuve la oportunidad de leerme de un
tirón el libro “Huellas” que me había obsequiado una amiga, mi último día en
España. Benditos libros a falta de pantallas…
Alguien me
convidó un pan. De esos redonditos como para hamburguesas, pero era más un masacote
duro sin sabor a nada. ¡Una delicia! Apenas me quedaba agua… Intenté
racionalizarla con el poder de la mente, evitando pasar por futuros más
catastóficos.
El sol en su poniente nos regaló su bello paisaje anaranjado entre la fronda paralela a las vías… Llegó la noche con la luna intentando ser llena.
Me dispuse a
dormir, ¿Qué otra cosa?
A las 3.30
am. el primer sacudón. ¡Arrancamos!!
A los
tirones, dos horas más tarde, siendo las 5.30 las primeras luces y edificios de
Dar El Salam aparecieron tras las ventanillas mugrientas.
¡Llegamos!!!!
Me despedí
con más apuro que cortesía, cerré mis cosas, y directo a la calle a buscar un
taxi rumbo a la estación de ferrys. La estación de tren, apenas un tinglado
rotoso, no me cobijaría del asco ni de pordioseros. Yo parecía una más, aunque
sabía que no lo era, aún tengo mis recursos, ja!
Zanzibar, la
isla “pija” de Tanzania, me estaba esperando.
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