Con mi acostumbrada (o ex) suerte, llegué a los ferrys justo para su primera partida del día: 7.am! Como blanca que soy, tuve privilegio en la cola para comprar el ticket. “Pase señora pase!” ¡Qué lástima…! Aquí hay aún , como en el resto de la Africa que voy conociendo, un “servilismo” oculto, innombrable, asquerosamente tácito. Siento que todos (los negros, y no lo uso despectivamente, sino para abreviar nomenclaturas filisóficas) te miran y te tratan con cierto aire de admiración y cuidado desmedido, como si fuera una semidiosa con derechos. Por un lado, mi ego de sesentosa invisible en “mi mundo”, se siente reconfortado y halagado, pero intuyo que esto es más por su creencia de auto desmerecimiento, que por mis méritos.
Lo cierto que obtuve el papelito en 5 minutos y logré ubicarme entre los miles de pasajeros negros, que lunes a la mañana, van a conseguir trabajo a la isla más pituca de Tanzania.
¿Y dónde
están los huéspedes, los viajeros, los turistas de todos los megahoteles que se
promocionan como el éxtasis del relax paradisíaco?
Obvio!, no
se mezclan con los locales, ellos viajan directo en avión desde sus ciudades
europeas, turcos, rusos, árabes, hindués, chinos, japoneses y coreanos al por mayor!
Zanzibar, a
pesar de ser una isla minúscula, tiene 2 aeropuertos internacionales con
conecciones a medio mundo. Allí los esperan los taxis de las compañías de
turismo, directo a los lodges, con sus piletas turquesas, bares neoyoquinos,
menués de estrellas Michelín, tiendas de marcas europeas y/o americanas (y algunos pocos productos
locales como para decir que apoyan a los artesanos), excursiones de buceo,
joyerías, spas, y todo lo que hace al glamour… incluido el negro que te
apantalla. (Literalmente!!!)
El
servilismo sigue con los mozos, las camareras, los boteros, los recepcionistas,
el piletero y cuanto servicio pagues en euros o en dólares, aquí la moneda local
ni se pronuncia.
Por supuesto todas estas megaconstrucciones son propiedad de extranjeros, que se vuelven a llevar su platita, tal como vinieron a hacerlo décadas atrás con sus colonizaciones. Ahora en forma un poco más elegantemente encubierta, ya que no creo que le aporten mucho al país, más que fuentes de trabajo, aunque intuyo que con la misma cualidad de esclavitud que otrora, aunque sin latigazos. Algo se evolucionó...
Afuera las
calles siguen siendo barro, escombros, plásticos, residuos, niños mocosos,
masais flacos, mujeres dobladas, aguas servidas, y un dolor en el alma que
esconden tras “simpáticas” sonrisas al grito de “Jambo!” como bienvenida,
aunque en su interior te tachen de “Mzungu” (algo así como “blancos de mierda”).
En fin… perdón,
ya pasó mi parte criticona.
Como dato curioso les cuento que en su capital, Stone Town, nació Freddy Mercury en 1949, cuando la isla aún era una colonia inglesa. Por supuesto su casa natal es museo que bien convoca a sus seguidores.
¿Y qué hago entonces yo acá?
Aquí mi
descargo: quería ver con mis propios ojos de qué se trataba este mítico
“paraíso”. Así cómo también a veces elijo recorrer lugares sórdidos y
despreciados, para saber por mí misma de que se trata la pobreza y hasta que
punto llegan las contradicciones del mundo, empezando por las propias.
Así que
ahora me voy a disfrutar de los apuestos kite-surfers (whites of course!)
haciendo sus malabarístias demostraciones de saltos entre el viento y la espuma
lechosa de estas playas de ensueño. Ja!
Hoy me
premio alojándome en un 4 stars divino, y me dejo invadir por el aguamarina (mi
color preferido) de cuanto objeto me rodea, empezando por el fabuloso mar… y a
relajar…
Al rato salí a caminar por la playa, de arena tan fina y blanca como la harina, radiante como el mismo sol, a tal punto que te enceguece el resplandor.
Sin darme
cuenta, la marea comenzó a subir, y en pocos minutos ya no quedaba casi playa.
Las olas comenzaban a romper contra los largos e infinitos interminables
paredones que protegen los jardines de todos los resorts linderos al mar.
No hay
escapatoria! Hasta la siguiente escalerita de acceso, obviamente encadenada la
cerca y con el cartelito de “Propiedad privada Prohibido pasar”, hay varias decenas
de metros. Tampoco había nadie a la vista. Supuse que al ser la hora de la
siesta, en una playa tan alejada, era lógico. Bah! En realidad ni me lo
cuestioné, estaba tan feliz contemplando el olor del mar, el horizonte rosado…
De los
talones, el agua me subió a las rodillas, momento en que decidí subirme un poco
el vestido para evitar salpicaduras (no llevaba la malla puesta porque a esa
hora prefería no exponer mi pielcita).
Siguió
subiendo a mis nalgas, con la consecuente lentitud que me frenaba, antes que yo
pudiera avanzar hacia alguna escalinata. Recién ahí tomé conciencia que llevaba
colgando, como siempre, de mi hombro derecho, la carterita con los documentos,
la plata, una birome, la manteca de cacao, una libretita de notas, la llave de
la habitación y la de la valija, la cámara de fotos (la réflex!) y el celular!
Empecé a preocuparme…
Seguí
intentando avanzar, ya veía una posible salida a unos cincuenta metros, quizá treinta…
aunque el mar indiscutiblemente ya me tocaba el ombligo, y algunos pececitos
atrevidos, ya me hacían más que cosquillas en zonas pudorosas.
De repente,
mis piecitos detectaron rocas en vez de arena lechosa. Me pinché la planta. Y
como toda roca, es despareja, sus niveles eran como montañas con pozos, que por
supuesto apenas podía ver distorsionados
bajo el agua cristalina pero ya no tanto por la espuma de las salpicadas.
Te la hago
corta: al segundo paso, perdí el equilibrio y me caí. Estuve medianamente
inteligente en alzar la bolsita lo más que pude, mientras mi espalda y mi
cabellera se llenaban de agua fresca.
Cuando miro
para el cielo, veo asomados a la baranda – barricada del hotel por el que estaba
pasando, a dos guardias uniformados mirándome absortos en mi ridícula posición
y osadía de estar transitando a esa hora por ahí.
Los miré con
cara de súplica y les tendí la mano como requiriendo un salvataje, en tres
minutos más, ya ni haría pie. Era increíble la velocidad y la fuerza de la creciente marea.
-“What are
you doing there?” -me preguntó como un boludo, como si en esa posición estuviera tomando sol.
No perdí
tiempo en explicaciones y el instinto de supervivencia me impulsó a saltar el
muro de piedras de más de dos metros de alto. Más que saltar, intenté escalarlo
poniendo mis pies en algunos agujeros, mientras mis brazos se estiraban rumbo a
los de ellos, que a su vez se arqueaban hacia abajo para intentar alcanzarme.
Yo no perdía
contacto con mi valiosa bolsita, acarreándola entre los dientes. Por eso no
podía ni hablar, mucho menos reírme a carcajadas como la situación ameritaba.
Lo logramos!
Primero los codos, después me tomaron por las axilas y me remontaron por sobre
la cerca como si de una niña traviesa se tratara. Al reconocer mi edad y mi
aspecto , aunque desaliñado, no era de chorra, aunque chorreaba!, no pudieron
ni retarme ni echarme.
Fui a dar
exactamente delante de una ovalada gran piscina, rodeada de reposeras de fundas
rayadas.
Lo primero
que hice, antes de estrujarme y retorcerme los pelos, fue sacar todo lo de la
bolsita que estaba empapada obviamente! Iba apoyando uno a uno los objetos
sobre una reposera vacía, aunque a pleno sol, para intentar que se secasen.
Los billetes
mojados, enseguida se secarían, el pasaporte milagrosamente se salvó, al
celular le saqué la funda trasera y lo sequé con una toalla que educadamente me
cedieron. Parece que anda…! Salvado! Mi vestido (los zapatitos y mi ropa
interior incluída) eran una prolongación del mar, que con tiempo y sol
suficiente, quedarían limpitos y suficientemente secos.
La libretita
actuó de secante, por lo que quedó destruída. No importa, nada grave.
Pero la
cámara de fotos…. Se murió! No hay caso, no prende! BUAHHHHHH!!!!!
En fin, la
saqué barata. No se me rompió ningún hueso y no sufrí asfixia por apnea!
¿Porqué no
avisan que la marea no perdona?
¿Porqué los
hoteleros se creen con derecho a cerrar los pasos en virtud de sus
privacidades, siendo que las playas deberían ser todas públicas? Lo mismo, a
otra escala, sucede en mi querida Angostura y los hoteles sobre el Nahuel
Huapí. No es hora ni momento de ponerme a discutir, sino más bien de agradecer.
En definitiva me salvaron, me dieron una toalla, un vaso de agua helada, me
dejaron descansar un buen rato en una de las reposeras mientras se me secaba la
ropa y el pelo y se me acomodaba el alma.
Ya repuesta emprendí la vuelta. Ahora caminando como una señora normal, por la calle como se debe, riéndome de mi misma, aunque lo de la cámara no me hace ninguna gracia. Ya en el hotel me dispuse a coser un dobladillo y a reparar el cierre de la mochila; cosas más propias de una dama de cierta edad; ja!
Algo rico para cenar y Good show se fini! A dormir…
PD: ¿Me
habrá pasado eso por criticar tanto a los ricachones? Ja!
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