Gentilmente a las 7.00 am. Kathye me llevó a Portstone en su autito, a tomar el bus hacia East London, a otros 150 kms. de allí, otra mega city de la cadena del Sunshine road.
¿Les suena algún nombre en Africaner? ¡Nada es casualidad!
Esto es Sudáfrica! Un supuesto país independiente que lejos está de ser como el
resto del continente africano.
Otras 8 horas de viaje mirando por la ventanilla… a veces campos, otras mar, muchas pavimento de autopista y dos paradas en los super parkings de los mall comida chatarra yankilizada. Ya aprendí, yo me hago mis sandwichitos veggies antes de partir y disfruto mis propias provisiones frutales.
Ya oscuro llegamos a East London. Ni un alma en la calle, ni
un perro, ni un taxista!!!
Bendito Google map que me mostró que el hotelcito que tenía
seleccionado quedaba a solo trescientos metros de la estación de autobuses. Los
otros pasajeros se dispersaron en autos de familiares que los estaban
esperando, el micro siguió viaje y en un segundo quedé sola en medio de la
calle. Sola mi alma y mi valija con el bolso azul al hombro.
Ni lenta ni dudosa, emprendí la caminata siguiendo la línea
punteada de la pantallita. Lo que ésta no marcaba era que era una subida de
45°! ¿Qué otra me quedaba? A subir entonces!
Era una calle muy ancha, no tan bien iluminada, pero de
casas “civilizadas”, aunque todos los portones enrejados con 7 candados.
Al llegar al número indicado en la dirección y la vocecita
de mi gallega parlante en la pantallita “Haz llegado a tu destino”, vi que no
había ni cartel de hotel, ni timbre ni forma de ver en el interior ni una luz.
Golpeé la puerta con ánimo de náufraga y enseguida apareció
una joven amable que me hizo entrar con un gesto rápido como si de una cueva de
traficantes se tratara. Adentro todo normal, pero esta atmósfera de miedos
ajenos es insostenible para mi espíritu libre. Ni bien entré a mi nuevo cuarto,
ya me estaba decidiendo la partida a primera hora de la mañana siguiente.
Así es que cené en la cama los restos de mi viandita, apagué
la luz, y agradecí. No serían aún ni las nueve de la noche, pero en estas
latitudes, la gente “se guarda” demasiado temprano para mi gusto.
Con los primeros rayos en mi ventana, divisé el mar a pocas
cuadras. Me aseé, hice mi rutina de estiramientos, incluída la vianda para
desayunar y salí a caminar con la energía del nuevo día.
Llegué a la costanera y ni un alma, parecía una ciudad fantasma. Solo olas y ráfagas de viento.
También bonito sol, bonitas casas, aunque presumiblemente todo cerrado, como si la temporada veraniega hubiera concluído (aunque se supone que estamos en principio de la primavera!) o que todos hayan huído ante una amenaza nuclear… No sé, se huele a miedo todo el tiempo… ya me estaban contagiando. No se quién, porque no había ninguna amenaza a la vista, mucho menos alguien para perpetrarla.
Caminé dos o tres kilómetros y decidí que todo era más de lo
mismo, que no me iba a quedar en esa ciudad y que ya sabía donde era la
terminal para averiguar el horario de partida de los siguientes micros rumbo
sur.
Al llegar, todo cerrado. Apenas un lacónico papelito en la
puerta vidriada anunciando la salida para las 16 horas ¡todo el día de espera
ahí!??? NO!!! Y encima llegar plena
madrugada a Port Elizabeth no era buen plan para mí. Bendita época en que hacía
dedo y partía cuando yo lo decidía…
pero, quien me detiene ahora?
Sé que me había propuesto ser una señora mayor más
civilizada y no andar haciendo locuras de jovenzuela en las rutas, pero… no me
iba a quedar haciendo qué? Mamando pavura? NO!
Volví por mis cosas al hotelcito y le planteé mis dudas a la
recepcionista. Me indicó la terminal de los colectivos locales (donde viajan
los foragidos y asesinos negros), pero me advirtió que desistiera de esa
posibilidad. Que podía esperar a la tarde ahí sentadita, como nena obediente.
Nada mejor que un No, para traducírmelo en SI! A esa
terminal me fui arrastrando cuesta arriba mi valijota, que cada día duplica su
peso mágicamente, pero con el entusiasmo de saber que ya me iba.
El “ya” es una forma de decir, porque aquí como en casi todo
Africa, el colectivito no parte hasta estar lleno hasta el tope. O sea mínimo
18 pasajeros o lo que se le cante al chofer de turno. Ergo, tras hora y media
de espera, se completó el cupo y zarpamos.
En el mientras tanto, me estudié todos los posibles
alojamientos lógicos en Port Elizabeth. Allá vamos!... finalmente…. Chau East
London! Lamento tu acogida, pero no me place.
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